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Nacionales E.Herria :: 01/09/2015

El fascismo no es una cuestión de orden público

Alvaro Hilario, vecino de Arangoiti
El fascismo es una envoltura, una herramienta del capitalismo; la violencia sin careta al servicio de la sociedad de consumo

La madrugada del 27 al 28 de agosto, un menor de edad fue abordado por tres personas en la puerta de su casa en el barrio de Arangoiti, antigua anteiglesia de Deusto, Bilbao: después de grabarle una cruz gamada y dos ochos en el antebrazo, antes de huir, los agresores le propinaron patadas y puñetazos.

El repudiable hecho ha dado lugar a un buen número de reacciones por parte de medios de comunicación, partidos políticos, movimientos sociales y vecindario; reacciones bien intencionadas, quiero creer, pero al mismo tiempo, confusas y en muchos casos erradas. Confusas porque, las más de las veces, todas han tenido como única fuente un teletipo de agencia; y erradas porque dan por cierta la autoría de una “célula” que, a su vez, sería la responsable de la ocasional aparición de un par de pancartas en defensa del partido nazi griego Amanecer Dorado y las agresivas pintadas realizadas en la herriko taberna, Gazte Lokala de Deusto y alrededores. Precipitada conclusión que tiene su continuación en la demanda a las instituciones competentes de disolver dicha hipotética “célula”. Pareciera, a la vista de estas reacciones, que el problema del fascismo no es más que una cuestión de orden público a ser resuelta por las fuerzas de seguridad del Estado. La respuesta al fascismo pasa, sin embargo, por la cultura y la pedagogía.

El fascismo es una envoltura, una herramienta del capitalismo; la violencia sin careta al servicio de la sociedad de consumo. Un concepto y un arma que, en estos tiempos, se agita a conveniencia: sea para meter en cintura o amedrentar a quien es disidente o diferente, sea para desviar la atención sobre otros problemas.

El fascismo ya no es lo que era, no es el monstruo que nace tras una esperanza defraudada (o quizás sí). Hoy en día, nos es habitual comprobar que los responsables de ataques como el de Arangoiti no son ya los cachorros de Blas Piñar ni los incontrolados: estos han sido sustituidos en las tareas de violencia física por lúmpenes educados en la violencia y el individualismo; personas felices de que sus comportamientos de siempre, de toda la vida, sean promocionados, personas susceptibles de ser utilizados y más adelante, quizás, ser adoctrinados. No sabemos si la agresión de Arangoiti tiene relación con las pancartas de Amanecer Dorado o las pintadas aparecidas en la herriko y Gazte lokala de Deusto, si todo es obra de una misma “célula”, como se está asegurando; no sabemos si los agresores de Arangoiti están ideologizados y persiguen un objetivo determinado o si son personajes que dan tintes políticos a sus apetencias violentas en busca de, por ejemplo, más repercusión o algún tipo de impunidad o reconocimiento. Da lo mismo, en ambos casos el origen de la violencia, estandarte por antonomasia del fascismo, es un sistema que premia la ignorancia. La premia porque le es necesaria para mantener la desigualdad, indispensable motor del capitalismo.

La violencia machista, la xenofobia, la vergüenza que estamos perpetrando en el Mediterráneo, en los Balcanes, es consecuencia y causa del capitalismo. Es la misma violencia que la sufrida en Arangoiti y la gente debe saberlo. No es un problema de orden público. No es un problema de cuatro loquitos que pueda ser atajado con medidas concretas y cortoplacistas.

Esa adolescencia que, como gracia, dibuja esvásticas y cruces celtas a rotulador, por ejemplo, no sabe qué significan. Desde el Estado y sus instituciones, desde la democracia autoritaria que tenemos, se ha ido matando la capacidad crítica de la ciudadanía; se ha matado la cultura; todo en beneficio del mercado global.

El dinero es un tema de conversación y un valor en si mismo. La sociedad vasca está formada por miles de entes unifamiliares que, en busca del bienestar material, no son capaces de reconocerse entre ellas mismas.

Ante hechos como los que estamos viviendo en Deusto la solución no es poner a la zorra a cuidar el gallinero. Y si bien las condenas y las concentraciones son útiles para visibilizar la repulsa ciudadana, la solución pasa por la pedagogía, por la educación, y no me refiero a la escuela. La solidaridad es algo que ha de vivirse en casa, en la calle y, en consecuencia, también en la escuela. Charlas, películas o cualquier otro tipo de evento es necesario junto a las concentraciones: el vecindario de Arangoti –y todo Deusto- debe conocer cuál es la verdadera naturaleza del fascismo y qué se esconde tras los actos violentos como el del pasado 27 de agosto. Debe saber que el trecho hasta Hungría no es tan lejano. No es de recibo escuchar en un corro tabernero que más allá de si son fachas o no, son “unos maricones que han ido tres a por uno”, y por la espalda; no es de recibo que la gente siga moviéndose en los mismos parámetros de diferencia e intolerancia, el sustento del fascismo, de la violencia, por lo tanto.

Aludía, más arriba, a los medios de comunicación que, casi en su totalidad (entre ellos, bastantes de base, militantes), no han hecho más que reproducir un teletipo (algunos firmando éste incluso) de agencia de noticias y que a fecha de hoy, 31 de agosto, solo han utilizado el tema en su vertiente morbosa y desideologizada. No es de recibo que una periodista de ETB anduviese el 31 de agosto, al mediodía, preguntando a los jubilados del barrio si conocen la existencia de grupos nazis en el barrio.

El antifascismo, por otra parte, no debe reducirse a una etiqueta, a una caricatura que hay incluso quienes convierten en un duelo entre buenos y malos, duelo que ha de dirimirse a hostias. Las actitudes contra la intolerancia y a favor de la discriminación deben ser generales, asumidas por toda la población, algo que no se puede conseguir del día a la mañana en estos tiempos nuestros de individualismo y políticas económicas y sociales de extrema derecha; es, de todos modos, algo a solucionar con educación e ideas. La izquierda, toda ella, debería tomar nota y prepararse, estudiar y tener argumentos sólidos que, por encima de eslóganes, hagan de la solidaridad un sentimiento hegemónico de nuevo.

 

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