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EE.UU. :: 06/10/2015

El papa canoniza a un misionero brutal

Rosa Aguilar
Las misiones dirigidas por Junípero Serra eran campos de la muerte en los que murieron miles de indios de California

Junípero Serra, el fraile franciscano a quien el papa Francisco I canonizó durante su primer viaje a los EEUU, propugnó y supervisó las palizas y azotes, la flagelación y el exterminio de los nativos norteamericanos en lo que hoy es California. Serra, fundador de la primera misión del estado en San Diego en 1769, fue el primer santo canonizado en suelo norteamericano.

En ese momento, de acuerdo con los registros que se conservan en las misiones, la población indígena estaba entre 133.500 y 350.000 personas. Como resultado de ese esclavizamiento, de la malnutrición y la introducción de enfermedades, las misiones fueron responsables de la muerte de 62.000 indígenas californianos entre 1769 y 1833. Este genocidio no es más que otro desgraciado ejemplo de la historia de los nativos norteamericanos olvidada, blanqueada o ignorada.

Mis antepasados y muchos miembros de familias hoy vivas son descendientes de la tribu Pomo del norte de California. La única razón por la que yo estoy aquí hoy escribiendo este artículo es porque mis antepasados no vivieron cerca de ninguna de las 21 misiones franciscanas.

Elías Castillo, tres veces nominado al Premio Pulitzer, pasó siete años investigando y leyendo libros publicados por los franciscanos, entre los que se cuentan las cartas escritas por el mismo Serra. En su libro 'A Cross of Thorns: The Enslavement of California’s Native Americans by the Spanish Missions', [Cruz de espinas: El esclavizamiento de los nativos norteamericanos por las misiones españolas], Castillo no se muerde la lengua cuando describe las misiones como “campos de la muerte dirigidos por frailes en los que murieron miles de indios de California”. En sus cartas, Serra escribió que consideraba “bárbaros paganos” a la población indígena y que sólo el catolicismo podía salvarles del mal.

Cuando el rey de España envió sacerdotes jesuitas para impedir que los cazadores de pieles rusos reclamaran la region, les ordenó educar y bautizar a los pueblos nativos para que se convirtieran en súbditos de España, pero Serra tenía otros planes. Los convirtió brutalmente al cristianismo y borró culturas, lenguas y aldeas enteras en ese proceso.

Dirigidos por Serra, los soldados capturaron con violencia a los nativos norteamericanos de California, les obligaron a trabajar y los encarcelaron hasta morir. De acuerdo con la extensa investigación de Castillo, les golpeaban, azotaban y encadenaban durante días con grilletes que no les permitían doblar las rodillas.

Si se afligían por la pérdida de sus seres queridos, les azotaban. A las madres que habían sufrido abortos naturales no se les permitía llorar; por el contrario, se les acusaba de haber abortado y se veían forzadas a sostener una figura tallada de un niño mientras permanecían fuera de la iglesia de la misión.

“Nunca se azota en público a las mujeres, sino en un lugar cerrado y a cierta distancia para que sus gritos no exciten una compasión demasiado viva, que podría provocar revueltas entre los hombres”, escribió escandalizado el capitán Jean-Francois de Galaup, almirante francés, durante una visita a la Misión del Carmelo en 1786.

Castillo estima que muy pocos californianos son hoy conscientes de esta brutal historia, que dice ha sido “deliberadamente falsificada por el estado de California”. A los niños de cuarto de primaria se les enseña que Serra era un hombre pacífico que se preocupaba por la población indígena. Los turistas que visitan las misiones del estado aprenden que la relación de Serra con los nativos se basaba en el respeto mutuo.

Ver a Serra glorificado en monumentos históricos, en señales de escuelas, autopistas y carreteras, y con estatuas, como la que se encuentra dentro del edificio del Capitolio de Washington, supone para los nativos norteamericanos un doloroso recordatorio de esta trágica historia. En mayo, el papa Francisco I se refirió a Serra como “uno de los padres fundadores de los EEUU”. ¿Cómo puede ser así cuando cientos de miles de personas vivieron aquí durante generaciones antes de su llegada?

Ver a Serra canonizado sólo servirá para ahondar traumas de generaciones entre los nativos norteamericanos. “Es una enfermedad que persiste hoy en muchos de los miembros de nuestras tribus”, escribe Valentín López, Presidente del Grupo Tribal Amah Mutsun del pueblo Costeño/Ohlone en el prólogo escrito para 'Cross of Thorns'. “Problemas como el alcoholismo, la drogadicción, el suicidio y la pobreza entre nuestra gente están directamente vinculados a esta historia”.

En lugar de haber convertido a Serra en santo en la Basilica del Sepulcro Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington D.C., el papa, la Iglesia Católica y el estado de California deberían escuchar a los grupos de nativos que protestan por la canonización y aprovechar en cambio este momento para contar la verdad sobre las misiones y su mortíferas repercusiones entre los nativos norteamericanos de California. El papa Francisco I debería reunirse con miembros de las tribus californianas, reconocer estas atrocidades y permitir que se inicie la curación y reconciliación. Hace mucho que están pendientes.

The Guardian. Revisado por La Haine

 

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