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Venezuela :: 22/10/2014

A dos años de Golpe de Timón: ni decididores ni meros soñadores

Chris Gilbert
En el drama llamado Golpe de Timón, los dos Chávez se confrontan: el decididor y el explicador

Posiblemente el primer socialista utópico fue Tomás Moro (1478-1535) cuya obra Utopía acuñó esta palabra derivada del griego que significa “no lugar”.

Las circunstancias particulares de la biografía de Moro –en específico el hecho de que el pensador inglés era un propietario importante al mismo tiempo que criticó los efectos nocivos de la propiedad privada en su trabajo teórico– sirven para ilustrar con gran claridad la característica que más define el socialismo utópico: la brecha insuperable entre las ideas y la realidad, entre la propuesta socialista y las fuerzas reales o materiales que podrían traer esa propuesta a la actualidad.

Es cierto que Tomás Moro clamó en contra de un mundo en el que las ovejas “devoran a los hombres” (es decir, desplazaban a los hombres de las tierras cercadas), pero desafortunadamente él mismo participó en el cercamiento de tierras comunales. Moro también se dedicó a justificar la esclavitud, la colonización y persiguió ferozmente a los herejes. ¿Cómo debemos interpretar estas contradicciones en quien tuvo la lucidez, en sus escritos, de cifrar la propiedad privada como el problema esencial hace medio milenio? Un materialista mecánico argumentaría que las ideas socialistas de Moro no se podían realizar en aquel momento, pero que se debe celebrar que el inglés las propuso “antes de su tiempo”. Los que dudamos que el socialismo tenga “su tiempo” nos quedamos con el mérito de que lo hubiese planteado.

Ahora bien, ¿era el Presidente Hugo Chávez un socialista utópico o científico? Ya habremos dado un paso clave en el esclarecimiento de esta cuestión si aceptamos que “científico”, tal como se aplica al socialismo, no debería significar una perspectiva tecnicista y menos aún un compromiso con los manuales polvorientos del “comunismo científico”, sino simplemente lo contrario de lo utópico. Por lo tanto, la pregunta es si Chávez propuso tanto la meta del socialismo como también los pasos concretos que puedan conducirnos a él: es decir, si Chávez no era sólo un soñador como Tomás Moro que construyó castillos en el aire –para utilizar la figura de Lenin en ¿Qué hacer?– sino también un constructor de castillos que quiso rodearse de constructores de castillos.

El Consejo de Ministros

Muchos recordarán un extraño drama televisado que tuvo lugar hace dos años. El Presidente Chávez se rodeó de sus ministros en cadena nacional (era una reunión del Consejo de Ministros) y preguntó enfadado “¿Dónde está la comuna? ¿Dónde están las comunas?”; se encontró con caras largas y miradas avergonzadas alrededor de la mesa. El Presidente insistió que él les había dado la tarea de construir comunas socialistas y nadie lo había asumido; ademas, ninguno de los ministros había leído o comentado las lecturas puestas a su disposición. ¿Fue este un momento sublime o absurdo? Muchos en la izquierda del chavismo (me incluyo) pensaban que este discurso –el famoso “Golpe de Timón” del 20 de octubre de 2012– fue uno de los momentos más sublimes de Chávez. Sin embargo, también tiene un tinte absurdo.

A los socialistas utópicos les encanta proponer bonitas comunidades modelo. Charles Fourier planteó los falansterios. Robert Owen planificó las aldeas cooperativas de New Harmony y New Moral World. ¿En qué sentido era la comuna que Chávez concebió diferente a estos planteamientos utópicos? De hecho, la comuna venezolana presenta una diferencia importante frente a las comunidades modelo antes mencionadas, ya que se la define como autoorganizada. Las comunidades populares en Venezuela son las propias encargadas de desarrollar estos espacios que son productivos y residenciales simultáneamente. Desde muy temprano en el discurso de Marx (ver las cartas a Arnold Ruge de 1843), el concepto de autoemancipación de los explotados se convierte en un concepto clave en la definición del socialismo científico, en contraposición con el socialismo utópico, que plantea la emancipación desde afuera.

La autoemancipación en cuestión no se opone necesariamente al vanguardismo. En verdad, una vanguardia es probablemente necesaria para la autoemancipación socialista, por cuanto su papel es guiar al sujeto popular (del cual la vanguardia aprende también) que está tratando de liberarse. De ahí que una tarea clave de la vanguardia sea la educación y la explicación. Se puede precisar esta idea –tomando una lección del maoismo– como la exposición de las aspiraciones del pueblo a sí mismo, recordando que no se debe confundir este proceso dialéctico con la mera recolección y sintetización del sentido común de las masas (a menudo ideologizadas). Cabe resaltar que un elemento esencial para lograr la relación correcta entre vanguardia y masas es una cultura de explicación: la práctica, por parte de los cuadros del movimiento, de comunicación paciente.

Este tipo de práctica no cae del cielo en ninguna sociedad capitalista. Sin duda alguna, en los lugares donde hay procesos de producción activa encontraremos que la coordinación del aparato productivo va de la mano con prácticas comunicacionales limitadas pero (con todo) algo precisas. Por otro lado el “C.E.O.” de una gran corporación, hoy día el modelo dominante para los políticos del Norte, también se ve obligado a dar explicaciones, aunque a la escueta manera del “Powerpoint” (porque, en verdad, lo que realmente les “habla” a los accionistas son los resultados y no tanto las palabras). Huelga decir que una sociedad rentista como la venezolana –con una fuerte tradición de caudillos rurales– es poco propensa a la explicación.

El “explicador” se transforma en “decididor”

Al inicio del Proceso Bolivariano, Chávez luchó tenazmente contra esta carencia. Es un elemento frecuentemente olvidado de su impresionante legado, del cual se tiende a resaltar su recuperación del proyecto socialista, su comprensión de la importancia del poder estatal, y su garbo. Pero el hecho es que Chávez –especialmente cuando se enfrentó a George W. Bush, el autodenominado “decididor”– fue sobre todo un maravilloso y paciente “explicador”. Este rasgo de Chávez tiene que ver tanto con su deseo de decir la verdad como con su gran inteligencia –siendo ésta un prerequisito para explicar las verdades fundamentales en una sociedad moderna, que son inevitablemente complejas.

En algunos escritos anteriores, he tratado de localizar un momento clave en la trayectoria de Chávez: el punto de inflexión en el que comienza a abandonar la explicación paciente en favor de la no-explicación de la “Razón de Estado”. Creo que este momento se ubica alrededor de 2010, pero también cabe destacar que responde a la crisis política que se inició con la toma de las calles por los estudiantes de derecha en 2007 y el intento fallido de avanzar hacia el socialismo “por decreto” con la Reforma Constitucional del mismo año. El propio Chávez se convirtió por estos años en una suerte de “decididor”, aunque sin ninguna otra similitud con el del Norte porque soñaba con el socialismo.

En el drama llamado Golpe de Timón, los dos Chávez se confrontan: el decididor y el explicador. Esta confrontación se dio en el contexto de una de las reuniones televisadas en las que el Presidente al final de su vida solía bajar la línea a su equipo de ministros. En octubre de 2012, poco antes de su muerte, probablemente Chávez tomó conciencia de que era imposible que un decididor-soñador construyese el socialismo (que es, como dijimos, en esencia un proceso de autoemancipación guiada).

Así pues, la mejor interpretación de Golpe de Timón sería que Chávez decidió humillar a sus ministros públicamente porque reconoció esa imposibilidad. A su manera, Chávez se propuso “bombardear el estado mayor” (Mao), ya que éste se había convertido en un grupo de decididores como él. El discurso fue un mensaje tanto al pueblo como a los ministros, y un último esfuerzo por (re)impulsar la cultura de la explicación.

Más allá de la mezcla entre lo sublime y lo absurdo que este gesto encarnó –que como en el caso de la Revolución Cultural China derivó del hecho que el que promueve el ataque no es ajeno a los problemas que identifica– la cuestión más importante es si el mensaje de Golpe de Timón realmente ha calado en los militantes del Proceso. Supongo que este mensaje no es en primer lugar “Comuna o Nada” (como muchos plantean) sino sobre todo el llamado a emprender una nueva cultura política: “Explicación o Nada”. Esto es así porque una nueva cultura es necesaria para superar el pensamiento utópico –que borra los procesos, descuida los métodos, y termina planteando la comunidad modelo como una mera opción– y así hacer que el socialismo vaya más allá de un “no-lugar” imaginario.

Chris Gilbert es profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.

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