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Mundo, Bolivia, Mundo :: 16/04/2015

América Latina y Europa en espejo

Álvaro García Linera
Intervención del sociólogo y vicepresidente de Bolivia en el Foro Internacional Emancipación e Igualdad

Diálogo Europa-América Latina. ¿Qué está pasando en América Latina, que de manera sincera podemos hablar, comunicar, informar a Europa? ¿Y qué está pasando en Europa que podemos recoger en América Latina ? No se trata de imitar moldes, ningún pueblo es parecido al otro, ninguna experiencia histórica es parecida a otra, no hay una ruta, no hay una fórmula que todos debamos imitar. Lo que hay son experiencias compartidas. Situaciones que enriquecen la experiencia del otro. Experiencias del otro que mejoran la comprensión de nuestra propia experiencia. Y quiero dialogar a partir de la experiencia latinoamericana con Europa, con Iñigo (Errejón), con Podemos, con Syryza, un conjunto de temas que hemos atravesado nosotros, y que de alguna manera deberían ser tomados en cuenta por los compañeros. Quizás no los atraviesen, y si les toca atravesarlos que tomen en cuenta lo que aquí se hizo bien o lo que aquí se hizo mal para que allí lo puedan hacer mejor.

Primer tema que planteó Diego (Tatián) cuando inauguraba este Foro : el tema de la plaza. La importancia de la plaza. Y mencionaba la Plaza Murillo, la Plaza aquí en Buenos Aires, la plaza en Madrid, la plaza en Caracas. Las plazas. Las plazas como escenarios de invención de un nuevo orden, de esperanzas, de ideas. De nuevos tipos de organización. Ése es un tema fundamental para América Latina y para el mundo. A todos nos ha tocado atravesar largas épocas de regímenes de democracia representativa, formación de partidos, campañas electorales, elección de gobernantes. Y después de un tiempo, sentimos molestia con los gobernantes, indignación, escepticismo, desesperanza, malestar, angustia y resignación personal.

Lo nuevo de América Latina, y creo que lo nuevo del florecimiento de la democracia radica no en la negación de los procesos de democracia representativa —el pueblo vota, la gente va a votar y forma parte de su hábito—. Quizás lo nuevo que está enseñando América Latina, que está mostrando América Latina, es que la democracia no se puede reducir únicamente al voto. Que el voto, la representación, es un elemento fundamental de la constitución democrática de los Estados. Se garantizan derechos, se garantiza pluralidad. Pero, paralela y complementariamente, hay otras formas de enriquecimiento de lo democrático. Esas formas de enriquecimiento de lo democrático es la plaza, es la calle, es la democracia callejera, es la democracia plebeya. Es la democracia que ejercemos en las marchas, en las avenidas, en los sindicatos, en las asambleas, y en las comunidades.

No se puede entender el proceso boliviano sin ese correlato, sin esta dualidad institucional. Formación de una mayoría electoral. Victoria por 54%, 64%, 62%. Mayoría electoral que legitima una propuesta, una voluntad política. Pero esa democracia, o esa voluntad política, no podría sostenerse, no se hubiera sostenido frente a los embates de la derecha, de las fuerzas conservadoras, de los poderes externos, de los organismos internacionales. No se hubiera podido sostener si no hubiera venido aquí acompañada, enriquecida, empujada y defendida con la democracia en las calles.

La democracia de la calle, la democracia de la plaza, la democracia del sindicato, la democracia de la gente reunida para deliberar sus asuntos, para protestar, para marchar, para posesionar, para defender, para apoyar, es la única manera en que las democracias contemporáneas pueden salir de lo que hemos denominado esta «vivencia fósil» de la experiencia democrática. Hoy en muchos países del mundo tienen sistemas electorales, claro que sí. Tienen sistemas democráticos, claro que sí. Pero son democracias fósiles. Sus ciudadanos apáticos, recluidos en sus casas con la mantequilla y el pan suficiente para el día, ¿en qué intervienen? ¿Qué deciden? ¿Deciden el destino de su barrio? ¿Deciden el destino de su departamento? ¿Deciden el destino de su país? ¿Deciden los despidos? ¿Deciden las inversiones? ¿Deciden el crecimiento de la economía? ¿Deciden la asignación presupuestaria para la salud y la educación? No lo hacen. Lo hace una minoría, una élite, una casta. La única manera en que la democracia en el mundo puede rejuvenecer, revitalizarse, abandonar su estado de institución fósil, repetitiva, aburrida y monopolizada por élites o por castas, es la vigencia, el vigor y el complemento de la democracia de las calles, de la democracia de las organizaciones, de la fuerza de los movimientos sociales.

¿Quién va a defender la revolución en Venezuela? La gente, el humilde, el trabajador, la vendedora, el comerciante. En la calle, en el barrio, en la comunidad. ¿Quién defendió al presidente Evo cuando nos cercaban, cuando había golpe de Estado, cuando había grupos de mercenarios dispuestos a matarnos en cada lugar donde aterrizáramos? La gente. Esta democracia plebeya. Esta democracia de la calle que garantiza un nuevo tipo de gobernabilidad. La posibilidad de un rejuvenecimiento de esta Europa que se presenta vieja, y que a través de Podemos y de Syriza marca la posibilidad de un relanzamiento y de un rejuvenecimiento, no solamente puede ni debe radicar en las victorias electorales, que son decisivas, sino que también debe radicar en un diálogo permanente y en un fortalecimiento permanente con la otra democracia, la democracia de las marchas, la democracia de las movilizaciones, la democracia de los sindicatos. La democracia de los hombres y mujeres afectados por las políticas de austeridad y que se sienten convocados a construir un destino común saliendo a la calle, reuniéndose con los vecinos, reuniéndose con los compañeros, creando otro tipo de sociabilidad, otro tipo de comunidad en marcha.

Lo nuevo de América Latina es esta dualidad institucional llamada «gobernabilidad». Hay gobernabilidad en América Latina si simultáneamente se combina fuerza electoral con fuerza en la calle. Hay gobernabilidad en los estados americanos y hay un reforzamiento de la dinámica democrática si simultáneamente la gente vota defendiendo derechos civiles y derechos políticos, y si simultáneamente la gente delibera, la gente participa, la gente asume compromisos, si la gente propone al Estado y al Gobierno en sus ámbitos de organización local, territorial, de la calle, de la plaza, de la asamblea.

Un segundo punto que quiero dialogar con nuestros compañeros de Europa es el tema de la aparente contradicción entre Estado y autonomía. ¿Las izquierdas deben plantearse el tema del Estado, o las izquierdas deben plantearse el tema de la construcción autónoma de espacios de libertad, de soberanía, de creatividad, de emancipación? Un viejo debate. ¿Hay que tomar el Estado? ¿No se corre el riesgo de que el Estado nos tome a nosotros, y que de revolucionarios nos convirtamos en conservadores? Y si dejamos el Estado, ¿entonces nos dedicaremos a construir espacios de autonomía donde el Estado no interviene? Creo que también éste es un debate que en la experiencia latinoamericana, aquí en Argentina, en Brasil, en Ecuador, en Bolivia, en Venezuela, ha dado un paso más allá.

El Estado es también otra institución de lo común que tiene una sociedad. ¿Acaso los derechos no son comunes? ¿Acaso la ciudadanía no es una forma de construir un tipo de comunidad de derechos culturales, de derechos cívicos, de derechos políticos? El Estado es una forma de comunidad. Pero Marx nos decía, «es una comunidad ilusoria». Y nunca el revolucionario debe perder de vista eso. Es comunidad, tiene ámbitos de lo común, pero también es ilusoria, porque el Estado también es monopolio. El Estado es también, por definición, concentración de decisiones. Pero es también comunidad, es derechos, son símbolos, son reglamentos, son conquistas, son memorias, son instituciones construidas con el trabajo común de las anteriores generaciones y de esta generación. El Estado es una forma de un yo colectivo. Pero a la vez, si fetichizamos el Estado como el único escenario del yo colectivo, corremos el riesgo de separarnos o de olvidar que es un yo colectivo deforme a la vez. Porque si bien es un yo colectivo que unifica a todos, es un yo colectivo que está concentrado en sus decisiones principales por grupos. Es un monopolio. Y que la manera de vacunarnos contra ello, la manera de vacunarnos contra esta monopolización, es también el cultivo de las esferas de autonomía, de las estructuras autónomas de la sociedad, en comunidades, en barrios, en fábricas, en grupos colectivos de producción, de asociación, de comercialización. Es el uno y lo otro.

Si solamente nos dedicamos al ámbito de la autonomía, decimos no quiero nada con el Estado, porque todo lo contamina, yo me aíslo con el grupo, con mi pequeña comunidad, yo puedo vivir bien, ¿pero y el resto de las personas? He abdicado a los poderosos, a los que sí saben administrar de manera monopólica, abusiva y autoritaria e sos bienes comunes para uso privado. Es una forma también de cobardía política. Es abdicar a nuestra responsabilidad con la Historia.

Hay que luchar por el poder del Estado, pero sin ser absorbidos por el poder del Estado. Y al mismo tiempo que peleamos por conquistar el poder del Estado, que es simplemente una nueva correlación de fuerzas de lo popular, de lo campesino, de lo indígena, de lo obrero, de la clase media, con capacidad de empoderarse y tener más influencia, nunca olvidar que simultáneamente se debe reforzar lo local, lo autónomo, lo diferente al Estado. Entonces uno avanza con dos pies. Construyo sociedad y eso me permite reflejar y redireccionar el Estado. Peleamos por el Estado como ampliación de derechos, pero simultáneamente reforzamos lo social y lo autónomo para impedir que eso común se autonomice, se enajene, y se vuelva contra la propia sociedad.

Es un falso debate «Autonomía o Estado». Cuanto más lucho por el Estado, más debo pelear por la autonomía de la sociedad. Y cuanto más lucho por la autonomía de la sociedad, más debo pelear por la transformación del propio poder del Estado. Lo uno por lo otro, lo uno para lo otro.

La voluntad. La esperanza. Las políticas de austeridad, de despido y de maltrato, que las vivimos aquí en Argentina, que las vivimos en Bolivia, y que ahora están comenzando a vivir en Europa: en España, en Grecia, en Portugal, poco a poco en Italia, también en Francia, ¿son suficientes para generar una masa crítica capaz de movilizarse frente a los poderosos? No. La pobreza por sí sola no genera emancipación. La pobreza por sí sola también puede generar desesperación. Puede generar aislamiento. Puede generar frustración. Por lo general eso sucede. La pobreza y el malestar no siempre son sinónimos de caldo de cultivo de los procesos revolucionarios. Los procesos revolucionarios pueden surgir si sobre el malestar, sobre la pobreza, sobre el decremento de tus condiciones de vida, la gente cree que es posible luchar y que su lucha dé un resultado. Uno no lucha solamente porque es pobre: uno lucha porque es pobre y porque cree que luchando puede dejar de ser pobre. Es decir, la esperanza.

No hay revolución que no se haya movilizado a partir de una esperanza, de una posibilidad. La esperanza del cambio, la esperanza de que se acabe todo ello, la esperanza de una nueva generación, la esperanza de que se puede nacionalizar, la esperanza de que puede haber asamblea constituyente, la esperanza de que estos tipos que estuvieron aquí enriqueciéndose a costa de nosotros se van a ir. Una esperanza. La clave de un proceso revolucionario también radica en convertir la indignación, el malestar, la pobreza, la precariedad en una fuerza colectiva movida en torno a una esperanza, a un nuevo sentido común, a una posibilidad. En el caso de Bolivia, tres fueron las esperanzas movilizadoras, que surgieron de la calle : nacionalizar los hidrocarburos, asamblea constituyente, gobierno indígena. Tres posibilidades inicialmente marginales, inicialmente secundarias, apabulladas por un sentido común de globalización, de privatización, de acuerdos partidarios que dominaban el escenario de las universidades, de los sindicatos, de los medios de comunicación, de la prensa. Pero esto que emergió de los intersticios de la lucha y del poder estatal, poco a poco fue agarrando cuerpo. Poco a poco fue irradiando. Poco a poco fue logrando una fuerza colectiva con capacidad de movilización.

En el fondo, una lucha política es una lucha por el sentido común, por las ideas fuerza, por las ideas y fuerza que pueden movilizar la esperanza de la gente. Ideas fuerza, Iñigo (Errejón), nadie puede decir cuáles son. Sabrán los españoles. Su problema, los españoles, no es un problema que uno pueda conocer, porque no vivo España, no conocemos España. Ustedes son de allí. Pero una idea fuerza, un principio de esperanza, es lo que hemos visto en esa gran marcha. Era una marcha de esperanza. No había una consigna común: había la esperanza de que todo esto acabe. Eso es la clave.

Ustedes son esperanza, son la nueva generación, se los ve en sus rostros, jovencitos, su discurso, su fuerza. La juventud también es una esperanza. La unidad es una esperanza. El fin de un ciclo es una esperanza. Pero uno tiene que saber permanentemente poner en marcha los temas de la esperanza. Si la esperanza no se cohesiona, puede darse una movilización grande y la gente después regresar a lo suyo, resignarse, volver a su vida cotidiana. La gente va a estar dispuesta a entregar energía. Salir a marchar es energía. Es dejar al hijo en la casa, es dejar el trabajo, es dejar de dormir, es dejar de comer. Y lo va a hacer una, y otra y otra vez, porque cree que eso vale, que va a servir para algo. Y si cree que sirve para algo es porque tiene esperanza. Y si tienen esperanza somos invencibles. La clave de la revolución radica en que esta esperanza se extienda a una mayor cantidad de personas. Pero también las revoluciones, los revolucionarios, la gente progresista, tenemos que tener la capacidad de autoanalizarnos, de autoevaluarnos permanentemente. En América Latina ya vamos casi quince años de este proceso extraordinario y nunca antes superado en su irradiación territorial de gobiernos progresistas y revolucionarios. Y es importante que nosotros, y lo que hagan otros países, nunca pierdan la capacidad de mirarse a sí mismos, de ser autocríticos, y de evaluar cosas nuevas que no habíamos visto al principio.

Yo mencionaría cuatro a cinco temas muy importantes que emergen de la experiencia en Argentina, que emergen de la experiencia en Bolivia, en Ecuador, en Brasil, en Venezuela.

El primero: ¿hay que potenciar el Estado o hay que potenciar la sociedad? Si concentramos todo en la voluntad de crear fuerza electoral, capacidad organizativa y fortaleza institucional, uno va a concentrar toda su fuerza en potenciar el Estado. Puede dar eficacia al principio, pero pierde el aspecto vital de la democratización de lo público. Porque puede haber un Estado bueno, un buen Estado de bienestar, pero si no hay acción colectiva, no hay movilización social con capacidad de intervención en lo público. El Estado de bienestar aparece como una buena gestión de una élite bien pensante y bienintencionada, pero ya no como una creación de la propia sociedad. Hay que reforzar un buen Estado, hay que crear una nueva institucionalidad que corresponda a la nueva época, sí. Pero nunca en función de gobierno, dejar de crear fuerza social, movilización social.
Porque solamente ahí radica que podamos pasar de la experiencia de esos capitalismos de Estado que caracterizaron la experiencias de Europa del Este. Capitalismo de estado no es igual a socialismo. Nacionalizar no es igual a socialismo. Ayuda a crear bienes comunes, ayuda a crear derechos comunes, pero mientras está monopolizado no es una nueva sociedad. La única garantía de una nueva sociedad es que la propia sociedad vaya asumiendo el control de esos mecanismos, control de las decisiones. Entonces hay que crear Estado y hay que crear sociedad; hay que crear sociedad, más fuerza, más autonomía, y a la vez potentes instituciones del Estado.

Un segundo tema: ¿economía o compromiso? La voluntad ayuda a mover. La voluntad y la esperanza son los principios que mencionaba Hegel siempre para poder cambiar el mundo.
Pero eso tiene un límite. Puede haber un año de voluntad, dos años de esperanza, tres años de voluntad, cuatro años de sacrificio. Pero si ese sacrificio, esa voluntad, no vienen acompañados de resultados prácticos, la voluntad también se cansa. El sacrificio también tiene límites. Es una obligación de los gobiernos progresistas y revolucionarios tener la capacidad de crear un régimen económico sostenible, redistributivo, generador de riqueza, generador de igualdad.
No es un tema menor. La sociedad no se mueve perpetuamente. No hay el ascenso perpetuo de la sociedad en sus movilizaciones. No. La sociedad se mueve por ciclos: ciclos de ascenso, estabilización, descenso. Ascenso, estabilización, descenso. Y entre una cima y la otra pueden pasar meses, pueden pasar años, o pueden pasar décadas. Y entre una cima y la otra tiene que haber un régimen de estabilidad económica, de crecimiento económico y de redistribución.

Cuando estábamos en la oposición no pensábamos estos temas. Bastaba criticar a los neoliberales, denunciar su incapacidad, denunciar la corrupción y el robo. En gobierno, tenemos la obligación de pensar la gestión. En la movilización y la eficacia, en la movilización y la gestión, en la movilización y la generación de riqueza, en la movilización y en la distribución de la riqueza, tenemos que tener que mostrar que los regímenes progresistas y revolucionarios no solamente somos más democráticos, sino también económicamente más creativos y más igualitarios, más redistributivos de la riqueza. ¿Y saben por qué? Porque no queremos, compañero Ignacio (Ramonet), no queremos que este despertar de las izquierdas latinoamericanas sea un corto verano. No queremos ser parte de una novela de un corto verano. Queremos que dure mucho. Queremos que dure décadas. Queremos que dure para siempre. Y eso es la economía. En gobierno, el puesto de mando se coloca en la economía. Democracia y economía. Cuando uno está en la oposición, es lucha democrática y construcción de sentido común. Cuando uno está en el gobierno, es ampliación de espacios democráticos y construcción de una buena economía con capacidad de distribuir la riqueza y de generar más igualdad entre las personas.

Éste es un tema delicado, me doy cuenta, pero es un tema decisivo. Creo personalmente que el futuro de las revoluciones en América Latina se va a decidir en el ámbito económico. Ahí se define. Y es entonces que hay que crear una estructura económica lo suficientemente diversa, amplia, democrática y redistributiva. El socialismo y el comunitarismo no es la distribución de la pobreza. El socialismo y el comunitarismo es la distribución de la riqueza, de la ampliación de la riqueza distribuida entre las personas.

¿Solo fortaleza local o dimensión mundial? Aquí permítanme unas palabras sobre la hermana República Bolivariana de Venezuela. Comparto el criterio que nos expresó hace un rato el compañero (Ignacio) Ramonet. América Latina está jugando su destino en Venezuela. América Latina, Argentina, ustedes, nosotros los bolivianos, los ecuatorianos, los brasileños, estamos jugando nuestro destino. Los cubanos están jugando su destino en Venezuela. Si Venezuela cae bajo las garras de una intromisión, una invasión, de una injerencia, directa o indirecta, América Latina ha perdido. Porque Venezuela es la llave de América Latina. Fue el inicio y no debe ser el punto del fin, el punto de inicio del fin.

Nos estamos jugando nuestro destino como revolucionarios en Venezuela. Aquí tengo que lamentar, criticar, las infames declaraciones, no solamente del gobierno norteamericano, sino también del propio parlamento europeo, que el día de hoy acaba de aprobar una resolución en contra de Venezuela. Yo aquí les digo —ojo, no votó la izquierda, votó toda la derecha—, aquí les decimos a esa derecha europea y a ese gobierno norteamericano —al gobierno norteamericano, no a su pueblo—: ¡ustedes son un peligro a la soberanía latinoamericana! ¡Nosotros no somos peligro para nadie! Ustedes son y han sido un peligro para los pueblos latinoamericanos, un peligro para los Estados latinoamericanos, un peligro para la vida en Latinoamérica. Y a la derecha europea, que acaba de sacar un comunicado, de aprobar una resolución: ¿no son acaso ustedes los que han destruido estados en Asia y en África? ¿No son ustedes los que están asaltando y robando el petróleo de los países de Medio Oriente? ¿Qué autoridad moral tienen para reclamar a un país sobre su vida democrática interna? Primero recojan sus tropas, recojan sus empresas de los países del Medio Oriente y de África para tener autoridad moral de reclamar algo a Venezuela. Si ustedes ven, lo que pasa en cada país repercute en el mundo.

Es así. Ninguna revolución y ningún proceso puede sobrevivir por sí solo. Ninguna revolución, ningún proceso emancipativo y progresista va a poder continuar si solamente se mira a sí mismo el ombligo. Todos necesitamos de todos. Argentina necesita de Brasil. Brasil necesita de Ecuador. Ecuador de Bolivia. Bolivia de Cuba. Cuba de Venezuela. Toda América Latina necesita de nosotros. Y nosotros los necesitamos a ustedes, europeos, los necesitamos. Sin ustedes, esto no va avanzar. Y sin nosotros, ustedes tampoco van a poder hacer lo que tienen que hacer. Estamos interconectados, nos necesitamos mutuamente. Hoy la humanidad está en peligro, hoy la humanidad está en riesgo. Hemos visto con los bombardeos de tropas europeas y de tropas norteamericanas destruirse Estados. Y ahora quieren combatir a ISIS. Pero acaso ISIS, ¿no es una criatura de Estados Unidos y de los gobiernos europeos? ¿Acaso ellos no destruyeron Siria, Irak? ¿No destruyeron Libia? ¿No la invadieron, no acabaron con los Estados nacionales para que surja ese tipo? ¿Y ahora se hacen los que «yo no fui», y convocan al mundo a combatir el fundamentalismo de ISIS? Ellos son sus padres, ellos son las madres de ese tipo de fundamentalismos que ha surgido en Europa.

Y claro. Nuestra interdependencia no solamente debe estar basada en la solidaridad política, en la complementariedad y el diálogo de saberes y de experiencias políticas y culturales como lo estamos haciendo acá. Hay que darle una base material. La integración latinoamericana necesita obligatoriamente de una base material de la unidad. Acciones conjuntas en economía, acciones conjuntas en finanzas, acciones conjuntas en derechos. Esta es nuestra gran tarea, mis compañeros de Argentina y especialmente de Brasil, que son los países económicamente más fuertes y sólidos de América Latina. Nuestra estabilidad, como procesos emancipativos, nuestra Patria Grande que está presente en los discursos, en los encuentros, en las emociones compartidas, no va a tener perdurabilidad si no pasamos del encuentro político, del encuentro cultural, al encuentro económico. Empresas conjuntas, producción conjunta, servicios financieros conjuntos. Perdonen estas reflexiones que combinan el fuego de la intelectualidad con la frialdad de la gestión. Tengo lamentablemente esa dualidad personal. Como persona puedo imaginar las ideas más bonitas, pero como gobernante sé la dureza y la frialdad de la vida cotidiana, del salario, del presupuesto, de la producción, del PBI, de los créditos. Y sin eso, las ideas no se sostienen. Tiene que haber una base material, que le de fuerza y sostenibilidad a lo que estamos pensando y reflexionando.

Por último, quiero decir a nuestros hermanos europeos que los argentinos, los bolivianos, vemos lo que está pasando en Europa como si estuviéramos viendo una película retro, de tiempos de Charles Chaplin. Lo que les ha pasado a ustedes ya lo hemos visto, ¡nos ha pasado a nosotros ! Imposición del Fondo Monetario, del Banco Mundial, políticas de austeridad, de privatización, de despidos. Pasó aquí en Argentina, pasó en Bolivia, pasó en Ecuador, pasó en Perú. Lo que está pasando ahorita en Europa es lo que pasó en América Latina veinte años atrás. Y el resultado fue una noche terrible, una noche terrible de desgracia.

¿Qué les decimos? No pasen esa noche. No. Es terrible. Es depredadora. Es mortal. Todas las políticas de austeridad conducen a pérdida de derechos, a pérdida de soberanía, a pérdida de sindicalización, a retroceso económico, a subordinación política, a subordinación económica. Aquí en Argentina, en Bolivia, en los años 80, en tiempos neoliberales, el 40% de la riqueza pertenecía a un país extranjero, el otro 30% a empresas extranjeras. La extrema pobreza se incrementó, la precariedad se infló, los jóvenes no tenían esperanza ni tenían destino. Lo vivimos. Hermanos europeos: no pasen por eso. Si en algo sirve la experiencia latinoamericana es que las políticas de austeridad destruyen las naciones, destruyen la sociedad, anulan la democracia y hacen perder la soberanía económica. Den un salto. Rompan con eso. Hay otra posibilidad de riqueza. Hay otra posibilidad de distribuir y de generar riqueza sin aceptar la imposición terrible, autoritaria, despótica, de esos organismos, de esas Troikas, que se creen los dueños del mundo. ¡No! Europa es de los europeos. No es de los mercados europeos ni del Bundes Bank. Europa es para los europeos, como América Latina para los latinoamericanos.

El mundo está cambiando, a la cabeza de América Latina. El mundo está cambiando a la cabeza de las fuerzas progresistas europeas. El mundo va a cambiar. Porque nos estamos jugando el destino: el destino de la naturaleza, el destino de esta generación, el destino de la vida y de los derechos. Estoy seguro de que, más pronto que tarde, aquellas sociedades abatidas por una decepción y una apatía incontrolable, sabrán encontrar el destino para levantar cabeza, para construir su propia emancipación y acompañar lo que América Latina viene haciendo.

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