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Andalucía :: 21/01/2015

Andalucía la que divierte

Joaquín Urías
En el escenario, los líderes del nuevo partido (Podemos) no lo hacen. Supongo que para no perder la centralidad del tablero electoral. Y para no perder electores.

En 1978 el cantaor Pepe Suero hizo popular una canción que empezaba “Andalucía la que divierte, grabao a fuego lleva un puñal”. Llegó a convertirse en himno oficioso de Andalucía. Al menos de esa Andalucía luchadora a punto de desangrarse, harta de que hasta el aire que respiramos nos lo hayan llegado a quitar. Era el grito contra la resignación, pero también contra los señores que compran risas por su dolor.

Han pasado cuatro décadas y sigue sin haber político español que baje a Andalucía y se libre de caer en los tópicos más o menos insultantes.
Cada uno, a su estilo. A los políticos catalanistas se les siguen escapando ironías sobre nuestra supuesta pereza. No importa que la productividad andaluza supere a la de Cataluña. Los del PP nunca han dejado de hacer mofa del acento andaluz y de las supuestas ganas de cachondeo de los andaluces. Los del PSOE se contienen sólo en público y sólo porque no parezca que dejan de hacerle la pelota a sus líderes, siempre andaluces.

No es un secreto que coincido políticamente con las ideas de Pablo iglesias. Admiro su capacidad para verbalizar lo que todos pensamos y apoyo su liderazgo por el cambio de sistema. Sin embargo, tiene la costumbre de empezar todos sus mítines en Sevilla con un odioso poema de Manuel Machado: el que describe las provincias andaluzas a través de sus tópicos decimonónicos más rancios y acaba con esa apología del peor ombliguismo sevillano: “Y Sevilla”. En el de la semana pasada a partir de ahí se marcó también un elogio al supuesto “duende” que hay por todos los rincones de la ciudad.

Una expresión desafortunada. El duende se vincula esencialmente al flamenco. Así lo hacía Federico García Lorca en su conferencia sobre teoría y juego del duende , que inspiró a Iglesias y es una de las mejores descripciones del cante flamenco que conozco. Que todo lo que pueda decir un político revolucionario sobre Sevilla y Andalucía sea referirse al flamenco y al arte que tenemos los sevillanos me rebela por dentro. No deja de ser otra forma de referirse a la gracia de los sevillanos. Puta gracia.

Personalmente me causan tanta repulsa los aplausos con ritmo de sevillanas como los gritos de que aquí hay que morir, o mamar. Es una manía personal, producto seguramente de prejuicios personales y de haber escuchado de pequeño mucho Carlos Cano. A cambio tengo un sentimiento muy especial con el flamenco, vinculado a lo más íntimo de mis sentimientos colectivos.

No cabe duda de que la capacidad vertebradora del flamenco en nuestra tierra, como de otras muchas expresiones culturales y sociales. Pero la identificación simplona entre andaluz y flamenco o entre andaluz y alegría –esa gracia- a menudo esconde una falta de (re)conocimiento de nuestro progreso, de nuestra literatura, de nuestras luchas. Así que los festivos llamamientos al duende sevillano no dejan de recordarme al personaje del portero o la sirvienta andaluza y graciosa que llena de alegría cualquier serie española que se precie.

Resulta doloroso lo que cuesta sacar de ahí a Andalucía. Estoy seguro que de la anécdota de Pablo Iglesias carecía del más mínimo sentimiento peyorativo hacia Andalucía. Todo lo contrario: era sin duda un intento de presentar su simpatía sincera por nuestra tierra. Lo que duele es que no hayamos logrado aún limpiar esa imagen folklórica sobre Andalucía del imaginario colectivo español.

El cambio que promete Podemos tiene que ser andaluz. La transformación radical de las estructurales políticas para darle voz a los de abajo sólo es posible con el apoyo de los andaluces. Y ese cambio basado en el respeto y el buen gobierno tiene que acabar también con el abuso de los tópicos sobre nuestra tierra y la recuperación del orgullo luchador que tan bien refleja, por ejemplo, el himno de Andalucía.

Los actos andaluces de Podemos, como de algunos otros partidos, suelen acabar con el público cantando el himno de Andalucía. Y como en otras ocasiones, mucha gente lo canta con emoción y el puño levantado.
En el escenario, los líderes del nuevo partido no lo hacen. Supongo que para no perder la centralidad del tablero electoral. Y para no perder electores. Lo respeto.

Pero yo no concibo otra forma de cantar el himno de Andalucía que con el puño en alto.
Y no es por reafirmarme en ninguna doctrina decimonónica sobre el proletariado. Es que sólo entiendo ese himno como una canción de lucha y reivindicación. Mi puño levantado es el de los jornaleros pidiendo tierra y libertad. El de los de abajo, furiosos, exigiendo sus derechos.
Y le pasa a mucha gente más. Siempre que cantamos el himno estoy rodeado de puños cerrados y de ojos llorosos por la emoción. Eso es Andalucía. La que lucha. Y no tiene gracia.

 

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