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Mundo :: 14/06/2005

Poder y Propaganda

Heleno Saña
La tendencia a utilizar el poder para encubrir o tergiversar la verdad con fines propagandísticos constituye, desde los tiempos protohistóricos, un fenómeno consubstancial a todas las comunidades humanas.

No puede sorprender, por ello, que la labor primigenia del pensamiento ético haya consistido, desde sus orígenes, en salir al paso de esta anomalía. Ya Parménides establecía, en su famoso poema filosófico, una clara línea divisoria entre la verdad (aletheia) y la opinión (doxa) que los hombres se hacen de ella. Y no menos significativo es que Sócrates librara una gran batalla contra la demagogia y el relativismo moral y epistemológico de los sofistas, precursores de la razón instrumental moderna.

En contra de una opinión muy extendida, los regímenes totalitarios no son los únicos que manipulan la verdad. Por desgracia, también la democracia recurre de manera creciente a la propaganda para justificar y embellecer modos de conducta moralmente dudosos. Basta señalar en este contexto el papel preeminente que las campañas publicitarias juegan en la sociedad de consumo, no sólo en el plano comercial sino también político.

El 'eclipse de la razón' anunciado en 1947 por Max Horkheimer, lejos de haber concluido con la derrota del fascismo y el desmoronamiento del comunismo soviético, ha pasado a formar parte intrínseca de la sociedad occidental, especialmente de los EEUU. Y lo mismo cabe decir de la 'authoritarian personality' analizada por las mismas fechas por Adorno, un fenómeno del que George W. Bush nos ofrece el mejor ejemplo. Es sintomático que a pesar de haber obtenido la nacionalidad norteamericana, ni Max Horkheimer ni Teodoro W. Adorno se adaptaron al clima intelectual y político de su patria de adopción. Ello explica que a pesar de su identidad judía, ambos regresaran en 1948-1949 a Alemania. Herbert Marcuse optó por fijar su residencia en los EEUU, pero una parte importante de su obra -sobre todo 'El hombre unidimensional’- constituye una crítica implacable al mismo 'american way of life' que el actual presidente de los EEUU tiene el cinismo de ensalzar como el más óptimo del mundo, y ello en un país en el que, según los últimos datos estadísticos, 33 millones de ciudadanos viven en estado del pobreza.

Muchas de las deformaciones que Orwell describió en su novela '1984' pensando en los estados totalitarios, son hoy, en mayor o menor grado, moneda corriente en la propia sociedad supuestamente liberal y pluralista de nuestros días. Si es cierto que no existe ningún 'ministerio de la verdad’ ni ninguna 'policía del pensamiento' como en la obra del escritor inglés, no lo es menos que, gracias a los medios de comunicación de masas, el poder establecido está hoy en condiciones de practicar a gran escala el lavado de cerbro y de hacer pasar por verdad lo que a menudo no es más que mera propaganda.

El 'logos' está hoy altamente condicionado por los códigos semánticos introducidos por la publicidad, las 'public relations', las consignas políticas, los eslógans de moda y los titulares de los 'mass media'. Este proceso de colonización mental explica, a su vez, la escasa predisposición del ciudadano a ofrecer resistencia activa a los administradores del mundo. La conducta central del individuo medio no está hoy basada en la autonomía postulada por Kant, sino en la heteronomía que el gran filósofo quería erradicar de la conciencia humana. El 'enorme poder de la negatividad’ que Hegel invocaba para cambiar la historia, vive desde hace tiempo en estado de impotencia casi total. En vez de salir a la plaza pública para protestar contra las mentiras y las bellaquerías constantes de los gobernantes y los grupos de presión, las masas prefieren recluirse en su casa para consumir su triste ración diaria de televisión, alcohol y sexo.

Luchar en defensa de la verdad es siempre importante, pero lo es especialmente en situaciones de emergencia histórica como la que estamos viviendo en estos momentos debido a los planes de guerra que George W. Bush y Tony Blair contra Irak. Precisamente porque la inmensa mayoría de la humanidad y una parte considerable del propio pueblo norteamericano están contra el inminente 'casus belli' en Oriente Próximo, los gobiernos de EEUU y de Inglaterra están redoblando sus campañas de desinformación para justificar y legitimar su designio bélico. Frente a este acto de desprecio, no cabe otra opción que la de elegir la bandera de la verdad, que en este caso es también la bandera de la paz.


Heleno Saña: escritor español afincado en Alemania; autor de una treintena de libros de filosofía y política. El presente artículo se publicó originalmente en la revista La Clave.
 

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