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Estado español :: 18/08/2005

Violencia, locura y miserabilismo intelectual [ Texto # 4 ]

Enajenadxs / La Haine - Granada
"Querían que me encerraran hasta que llegase la paz, o, al menos, durante unos meses, porque ellos, los cuerdos, que no habían perdido la razón, según decían, querían cuidarme y, mientras, ellos harían la guerra solos."Céline. Viaje al fin de la noche.

Desde ya algunos meses, había quienes estábamos interesados en ahondar en el binomio que constituyen enfermedad mental - violencia dentro de los ámbitos "antagonistas". En principio, los intereses eran personales y no se pretendía escribir nada al respecto, sin embargo unas pocas líneas desataron cierta mala ostia entre nosotros y hemos creído oportuno redactar unos breves párrafos.
El texto que actuó a modo de detonante, fue "Qué hacer de la violencia que llevamos dentro" firmado por Franco Berardi y publicado por Maldeojo (n-2, abril 2001). Realmente es difícil hacer semejante ejercicio de simplificación y estupidez, y el resultado final - como no podía ser de otra manera - es un vacío que nada dice. Sin embargo, no es nuestro cometido el analizar aquí ni este "documento", ni la revista que lo ha editado. Sencillamente nos quedamos con una de las líneas argumentales del texto, que es la que servirá de punto de partida a nuestra crítica, y que por sí misma provoca nuestro menosprecio hacia autor y publicación ...
En el patético y simplista discurso de Franco Berardi se alcanza la siguiente conclusión: "Naturalmente, en todo episodio colectivo se agitan emociones, debilidades, rencores y reactividades largamente reprimidas. Naturalmente, aquell@s que son psíquicamente más débiles (sin duda, no por su culpa) tienden a moverse de un modo agresivo, a exhibir el propio ego reprimido de forma violenta". Aparte de lo ya engañoso del "naturalmente" (nos encontramos ante uno de los profundos análisis expuestos en el "cuaderno de crítica social" que es Maldeojo: la razón de una conclusión es la apelación a lo "natural" ...) con que se abre la cita, y del lenguaje freudiano-casposo (ego y represión ...) utilizado, podemos desvelar la defensa de una posición tan preocupante como repetitiva en la historia de las luchas sociales. El autor de este texto se declara a sí mismo como no - violento, afirmación que puesta en relación con las dos frases citadas con anterioridad, nos lleva a concluir que este tipo - así como sus compinches teóricos - es "psíquicamente más fuerte". Y exponiendo esto, no creemos que nos salgamos del guión por él mismo creado: si hay débiles mentales, es porque hay fuertes, y si los débiles son violentos, los fuertes no lo serán. A parte de toda la mierda que pudiésemos sacar de aquí (pues es evidente que los sujetos con mayor fortaleza psíquica, estarían mejor capacitados para acometer la lucha por el cambio social), el artículo nos ofrece al menos una infamia más: se trata de hacer creer, que "quien siente simpatía por la violencia se muestra por lo general proclive a la traición". Y así, se ha completado la siguiente escalera de razonamientos: débil mental - (lleva a) - sujeto partidario de las acciones violentas - (que a su vez lleva a ) - traidor y chivato.
Aquí es donde queríamos llegar, la eterna discusión sobre la violencia en el seno de los movimientos - presumiblemente - antagonistas, suele desembocar en puntos muertos donde quienes la repudian tratan de concluir sus argumentaciones recurriendo a la locura (o este caso, a un término más sutil y manipulable como es la debilidad mental). Esta táctica desautoriza de por sí todas sus argucias teóricas, y pone de manifiesto que la violencia no es un tema que se pueda afrontar desde una posición tan absolutista y banal, como es la que pretende otorgarle una definición cerrada, para posteriormente negarla en el camino de la lucha anticapitalista. Desterrar la violencia es tan estúpido como santificarla, y es no entender nada acerca de la naturaleza y el ser humano (que son dos realidades violentas, nos guste o no).
El hecho de que alguien que está por el "cambio social", escriba en una revista de "crítica social" utilizando un lenguaje de jodido portavoz del movimiento eugenésico del estado de Virginia a comienzos del siglo XX, debiera darnos que pensar. Como nosotros - en tanto que seres humanos - nos reconocemos potencialmente violentos, advertimos, que de la misma manera que estamos contra todos aquellos que tratan - mediante diagnósticos, tests y otras tecnologías científicas - de establecer una medida para hombres y mujeres, también lo estamos de quienes se apoyan en sus juicios y vocabulario para atacar acciones que se les escapan de las manos. Si quieren refutar acciones, que construyan una crítica sólida, y que dejen de recurrir a algo tan doloroso como la debilidad mental. Un término que fue acuñado por el francés Binet en sus intentos de otorgar calificaciones numéricas a la inteligencia de los individuos, y posteriormente recogido por el norteamericano Goddard, quien construyó sobre él todo un sistema de esterilizaciones e internamientos forzosos a principios del siglo pasado (y que dicho sea de paso, sirvió de inspiración al nacionalsocialismo alemán). Las víctimas pasadas y presentes de las estrategias médicas de organización social (la división entre aptos y no aptos, fuertes y débiles), constituyen una razón suficiente para no tolerar la existencia de quienes pretender reproducir estas divisiones entre la oposición al capitalismo; de nada vale, la cláusula de que el débil mental "sin duda" no lo es por su culpa, los partidarios de la eugenesia tampoco creían que sus víctimas fueran responsables de su debilidad, ellos simplemente contemplaban a los pacientes como guisantes de Mendel.
Agresivo y violento, es hablar entonces con un autoritarismo de psiquiatra cruel, y arrogarse la capacidad de diagnosticar escalas de fortaleza psíquica. Sin embargo, nosotros no iniciamos elucubraciones interminables sobre la agresividad y la violencia (algo humano, ajeno en sí mismo a bondades y maldades, y que sólo cobra sentido en una manifestación concreta), sino que atacamos la crítica a la que se le aplican esas dos características. En este sentido, desarrollamos una capacidad teórica superior.
Las palabras de Berardi no merecerían nuestra reflexión, sino fuera porque pertenecen a un hilo que atraviesa la historia de la lucha de clases. Tanto ayer como hoy, los esquemas de poder y su lógica han conseguido reproducirse más o menos insospechadamente en el seno de los movimientos contestatarios. Lo que tratamos de hacer aquí, es fundar alguna de esas sospechas.
Podíamos perdernos en un sin fin de declaraciones al estilo de la comentada, sin embargo tan sólo vamos a citar una de las más lejanas en el tiempo que conocemos. De esta manera tendremos un primer y último paso en este recorrido de miseria intelectual que queremos denunciar. Se trata de la retórica desplegada por Diego Abad de Santillán contra los anarquistas expropiadores durante el segundo cuarto del siglo XX en Argentina. Abad de Santillán pertenecía al sector más legalista del anarquismo argentino, y desde la publicación donde trabajaba - La protesta - vilipendió sistemáticamente toda aquella actividad que se mantuviese ajena su línea. Siguiendo los trazos ya descritos, la argumentación contra la praxis violenta tenía por colofón dos conclusiones: o bien los sujetos que se criticaban trabajaban para el enemigo de la revolución, o bien dichos sujetos eran un hatajo de anormales y locos. Dos citas de Abad de Santillán hablando de Severino Di Giovanni - anarquista partidario del atraco, la falsificación de moneda y la acción directa contra sus enemigos y propiedades - servirán para mostrar del fenómeno que venimos criticando:
* "a) Puede ser un agente provocador del fascismo; b) Puede ser uno de esos instrumentos que la policía argentina suele tener a su disposición; c) Puede ser simplemente, un anormal. (...) De lo único que estamos seguros es que no tiene nada que ver ni espiritualmente ni sentimentalmente con el anarquismo."
* "Podemos elevar bien alto la voz para clamar que los gestores y ejecutores de ese atentado (se refiere aquí Abad de Santillán al ataque con bomba que sufrió el Consulado italiano en protesta por los crímenes del régimen fascista) no pueden ser más que enemigos de la anarquía o anormales a quienes nosotros, en la sociedad futura, encerraríamos en un manicomio para tratar de curarlos."
[Las posteriores andanzas del infame Abad de Santillán son desgraciadamente conocidas por el proletariado ibérico, al que traicionó cuando formando parte de los cuadros dirigentes de la CNT, durante la Guerra Civil entró en el juego institucional de formar un gobierno con el que la burguesía republicana y los mandos estalinistas ahogaron la revolución. Por otra parte, resulta irónico y triste a la vez, que este intelectual, una vez regresado a la península ibérica, encontrase entre las filas de su organización a los Ascaso o Durruti, a quienes en el pasado su periódico se encargó de clasificar como anarco-bandidos ajenos al impoluto ideal anarquista. La historia es nuestra mejor maestra, y deberíamos mirarla de frente más a menudo.]
Así pues, la recurrencia a la enfermedad mental cuando se trata de lanzar una crítica contra las acciones violentas, no es una mera anécdota ... se trata de un acto que puede ayudar decisivamente a fijar un rumbo determinado para la subversión. A los ojos de ésta, igual de contrarrevolucionaria será la violencia ejercida por las vanguardias militares y su activismo estéril para la guerra social, que la violencia que ejercen "los líderes" de la protesta al normalizar y restringir determinadas conductas juzgadas como no aprobables. Aquí es donde se ponen de manifiesto relaciones de poder que supuestamente no tienen lugar en el anticapitalismo: históricamente, un cierto número de cabezas visibles dentro de los movimientos antagonistas, se han sentido con el poder (lo cual indica que las bases no siempre han sido lo suficientemente rotundas y violentas con ellas) de sentenciar y juzgar los gestos y las acciones de quienes no han dado concesiones al orden establecido. Y para ello, se ha recurrido frecuentemente a la calumnia ... siendo - como ya hemos visto en un ejemplo - los violentos acusados de ser tontos, imbéciles, provocadores, locos, infiltrados ... lo que sea, pero siempre clasificados. Los jefes de la resistencia, al igual que en las películas, siguen decidiendo quienes son los buenos y quienes los malos, quien puede ser el traidor o la traidora, a la vez que se mantienen puros e incorruptibles. Son tecnócratas de la protesta, cerebros sin brazos con la capacidad tanto de emitir palabras duras, como de ser benevolentes. Un patrón de funcionamiento que a nadie le es desconocido.
Y siguiendo con la misma lógica del Estado, no sólo juzgan lo que ha sido hecho, sino lo que se es, lo que se será y lo que tan sólo puede ser. De esta manera, los juicios no sólo son de culpabilidad y sanción, incluyen también una recomendación, una enumeración de "buenos modales" para los sujetos que deciden formar parte de futuras luchas. Y así queda iluminado el camino, así se normalizan los modelos de conflictividad de manera tal que queden decididos de antemano, constriñendo no sólo la creatividad, sino también desterrando determinadas formas de actuar que ya se han estipulado como inaceptables.
Cuando la revuelta queda encauzada y la audacia se esfuma, la derrota ya se ha firmado. La normalización es el peor enemigo de nuestros deseos: ¡A hierro con los normalizadores!.

 

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