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México :: 21/01/2005

Muertos incomodos (capítulo seis)

Okupazión Auditorio Che Guevara
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"UNA VEZ QUE HAS ENTREGADO EL ALMA..." Héctor Belascoarán Shayne estaba enamorado de una mujer fantasma. Una mujer que había desaparecido. Eso era habitual en su historia pasada. No el que se enamorara de mujeres fantasmas, el que la mujer de la que estaba enamorado, y lo había estado por largos periodos de amor y desamor durante los últimos años, desapareciera.
Según los misteriosos calendarios de la muchacha de la cola de caballo, que ya no era una muchacha y que hacía mucho tiempo que no se peinaba de cola de caballo, sino de fleco tapando el ojo, a lo Verónica Lake, tenía algunas maravillosas y elegantes canas, era doctora en Filosofía y bebía caballitos de tequila; según pues esos azares que ella programaba, estaba en ninguna parte.
Y ni siquiera se había tomado la molestia, como era su costumbre, de despedirse. Simplemente se había esfumado. No aparecía en su trabajo, en la Universidad estaban de vacaciones, su teléfono no sólo no contestaba sino que se había tornado mudo y en la puerta de su departamento se amontonaban los sobres de publicidad, recibos de luz, saldos bancarios y ejemplares de La Jornada y Proceso.
A veces, Héctor asumía estas desapariciones como descansos obligatorios de una relación que no podían definir claramente: ¿Enamorados ocasionales pero regulares? ¿Pareja inestable con fugas siderales? ¿Matrimonio a la maorí? ¿Amantes de "Un hombre y una mujer" pero 25 años después? ¿Pareja de hecho con derecho a deshecho? Pero esta vez no debería haberse desaparecido así, porque sin quererlo había logrado que Héctor se quedara triste, desvaído, como desvalijado por un pesero pirata, y probablemente un poco más viejo que de costumbre.
¿A qué horas se había enamorado perdidamente de esta mujer al grado de estar voluntariamente dispuesto a cortarse las venas por ella?
Ella era esas inquietudes repentinas, esos dolores de ausencia absolutamente adolescente que lo perseguían, esas cadencias cinematográficas de su rostro que se le aparecían cuando se estaba lavando la cara, comiendo tacos de carnitas o escuchando a Mahler.
Mahler. ¿Qué tenía que ver la ex muchacha de la cola de caballo con ese maravilloso judío azotado del inicio del siglo XX? Había conocido a Gustav Mahler muchos años después que a la muchacha de la cola de caballo. Ella había llegado antes. Y lo que unía al músico y a la muchacha no era el adagietto de la Quinta sinfonía (pasó meses antes de que descubriera que un adagietto es un adagio pinchón, un adagio que no acaba de animarse, y adagio una composición que se interpreta lentamente), aquel que mucha gente recuerda asociándolo a la película "Muerte en Venecia" de Thomas Mann pasado a mejorar por Visconti. Ese incremento de pasiones que se pierden y se van, ondas en el agua, y no hay chingada madre nadie que pueda recuperarlas. No, no era ese Mahler el que asociaba a la muchacha de la cola de caballo y sus gloriosas apariciones y desapariciones.
Curiosamente era una música tremenda, grande, enorme, que había descubierto cuando los de la Sinfónica del DF le pidieron que interviniera para recuperar un camión cargado de instrumentos. Una tarde, a mitad de un ensayo, Héctor se descubrió, en un teatro vacío, habitado tan sólo por los músicos y sus sonidos, a sí mismo llorando con una música que lo sacudía y agitaba. Y por eso se había pasado más tiempo en los ensayos que en la investiga ción. Era la Octava de Mahler. Era ese canto a la grandeza de los seres humanos, que Belascoarán intuía como algo personal, en medio de las miserias del DF. Y ella, estaba asociada a eso. Y no te pregunten Héctor Belascoarán Shayne, solitario detective de la ciudad más trastornada, extraviada del planeta, por qué. No te lo pregunten, porque no sabrías decirlo.
O sea, que, con querencia femenina y mahleriana, se sentó en el borde de la cama, que no había hecho en los últimos quince días y que merecía una cambiada de sábanas, y puso a Mahler y su Octava en el tocadiscos con orden de repetir el disco hasta la infamia, y de pasada se dedicó a repasar su conversación con el chino Fuang Chu Martínez, mientras fumaba un cigarrillo y luego otro y así hasta llenar el cuarto de humo.
.Ay, no mames- dijo el Chino como si le saliera del alma.
Héctor no se sintió obligado a explicar por qué era detective en México, y aguantó estoico la mirada del chino que no estaba dispuesto a tomárselo en serio. Chino contra tuerto. Ganó el tuerto, quizá porque concentraba todo su poder en un solo ojo.
.¿Y por qué me pregunta sobre Jesús María Alvarado?
.Porque la persona que me encargó este trabajo ha estado recibiendo mensajes de él en el contestador del teléfono.
El chino volvió a mirar de Héctor de pies a cabeza.
.Alvarado está muerto. Yo no estuve en su velorio, porque estaba en la cárcel, pero está muerto. Murió en el 71, hace un chingo de años... Y usted dijo que era policía independiente. ¿De qué parte de la Secretaría de Gobernación?
Belascoarán encendió un cigarrillo. En las funerarias dejaban fumar; por alguna extraña razón se habían quedado a salvo de la ola de puritanismo antitabaco que bajando de Estados Unidos había arrasado con el México de clase media.
¿Cómo le explicaba a Fuang Chu Martínez estos últimos 30 años? ¿Cómo le explicaba sus relaciones tortuosas y más bien cabronas con el poder? Optó por el camino de las cicatrices. La vía de las cicatrices como dirían sus amigos cheyenes.
.El ojo que me falta me lo voló un ex comandante de la judicial, hoy finado. Cojeo por culpa de un escopetazo que me metieron los mismos que organizaron los halcones. Y me he pasado 7 meses y 3 días en una cárcel en Tabasco por documentar un fraude electoral del PRI hace unos añitos.
Me apalearon las hordas de un cura de Tlaxcala que quería exorcizar los pokemones y yo fui el que reunió la documentación para encarcelar a Luisreta, el banquero.
.Ah, usted es gente seria- dijo el Chino.
.Como quien dice, gente decente.
.Alvarado... Cuénteme. Todo lo que sé es que ustedes fueron compañeros de celda después del 68.
.¿Y para qué quiere saberlo?
Héctor le tendió copia de los cinco mensajes que había recibido Monteverde del muerto.
.Ah, qué Alvarado, qué cabrón, volviendo de entre los muertos...- dijo el chino sonriendo. Sonreía como personaje del cine mudo, sólo con una parte de la cara.
.¿Usted sabe quién lo mató?
.Mandando mensajes desde el más allá, qué a toda madre- dijo el chino respondiendo y sin responder - Y se trae a Morales con él.
.¿Qué sabe usted de Morales?- preguntó Héctor jurándose que sería la última pregunta que le hacía al chino. Que contara lo que le diera la gana, que lo contara como quisiera.
. Pues a mí, me llegó esto- dijo el chino y sacó del bolsillo del pantalón un papel de fax todo arrugado.
Héctor tomó el papel y lo leyó en voz alta:
."No es perro, pero muerde
No es Speedy González, pero sale borroso en las fotos No es veneno pero mata No es avestruz pero tiene pluma Es como yo, vuelve hasta después de muerto. ¿Quién es?"
Tu viejo compañero de celda, Jesús María Alvarado Era una adivinanza medio pendeja, se dijo Héctor, pero aún así juntó el fax con las copias de los otros mensajes sin que el chino tratara de evitarlo.
.¿Usted tiene contestadora telefónica?
.No- dijo el Chino- Yo soy premoderno, no tengo tele, ni gas estacionario.
.Por eso se lo mandó por fax.
.No me lo mandó a mí, lo mandó a unos baños públicos, ahí en Guadalajara, donde trabajo. Héctor puso cara de Alec Guinnes y le rezó a San Le Carré para que funcionara. Funcionó. El chino tomó aliento y contó:
.¿Sabe usted cómo se cocinan los traidores?
No se pudren de un día para el otro. No se acuestan guerrilleros y se levantan agentes de Gobernación. Simplemente se debilitan. Se traiciona por cansancio, por aburrimiento, por inercia. Es como si el tejido del que están hechos los hombres a fuerza de estirarse fuera volviendo guango, flácido; y en los intersticios de los músculos se fueran depositando pequeños pedazos de mierda, viejos temores. Y todo ello necesita de una permanente autojustificación, de un montoncito creciente y denso de autoengaño y explicaciones. ¿Sabes lo que hizo Morales cuando cumplió 25 años? Delató a su ex esposa a la policía política y a ella la terminaron torturando en los sótanos de las oficinas que tenían enfrente del Monumento a la Revolución. ¿Sabes lo que hizo Morales para justificar la delación? Dijo que la estaba salvando de la muerte. ¿Sabes en qué soñaba Morales? Soñaba con su ex mujer paseando descalza por las arenas de una playa en Veracruz. Mientras a ella la violaban tres veces y le rompían la mitad de la dentadura a patadas.
.¿Y usted cómo lo sabe?
.Porque en una celda de 6 metros donde hay tres personas, nos sabemos hasta los sueños. Hasta los pinches sueños conocemos. Aunque no haya palabras. Porque Alvarado era cabrón y decidió que al Morales, que era un traidor y un soplón, que por casualidad le sabíamos su historia, que lo habían puesto en la celda para ver si nos sacaba algo, no le iba a dirigir la palabra, y yo como soy chino, pues me sumí en el más oriental de los silencios e hice como si Morales no existiera... y ahí estábamos los tres en la celda como si fuéramos sólo dos, y si Morales nos dirigía la palabra no le contestábamos, si nos pasaba una cuchara la dejábamos caer, tropézabamos con él y no nos disculpábamos, pasábamos a través suyo.
Héctor guardó silencio. El Chino se había quedado vagando por el pasado.
.¿Era Morales su verdadero nombre?
.Vaya usted a saber. Con ese nombre alguna vez se presentó y así quedó.
.¿Tenía nombre o sólo apellido?
.Morales. Sólo Morales. Salió mucho antes que Alvarado, y mucho antes que yo que salí tres meses después que Jesús María.
.¿Y usted piensa que Morales mató a Jesús María Alvarado?
.Lo pienso. No me pregunte por qué, pero lo pienso. Jesús salió de la cárcel dispuesto a rearmar la red que había creado cuando lo detuvieron al fin del 68, y quería todo, decía que ya no había tiempo de palabras, y que las manifestaciones sólo servían para ponerle los blancos al ejército. Iba muy grueso. Cinco días después de salir, lo mataron. Un tiro en la nuca.
.¿Y cómo lo conecta usted a Morales con esto?
.No lo conecto. Sólo lo sé. Recuerdo su mirada.
Héctor se quedó pensando, era un argumento tan bueno como cualquier otro.
.Yo me fui a Guadalajara, pero durante un tiempo checaba las sombras, andaba con la espalda pegada a la pared, no fuera a ser la de malas.
.¿Volvió a ver a Morales o supo algo de él?
.Nunca. Pero cuando llegó el fax me acordé de una frase de Henry Miller: "Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza." Era un buen retrato de Morales. Y si ahora Jesús María Alvarado, quiere venganza, pues en su derecho está, y en el nuestro, y ojalá se lo chingue-le dijo el chino, y entró al interior de la funeraria dando por terminada la conversación.
* * *
Héctor recordaba vagamente a Henry Miller. Los trópicos, que eran cualquier cosa menos tropicales, eran calzones de mujeres volando por el aire, eyaculadores voladores, y la puritana capacidad de espanto que tenía un estudiante de ingeniería de 19 años, hijo de la exótica clase media mexicana que podía producir una cantante irlandesa de folk y un marino vasco exilados en el DF. ¿A qué hora el muerto se había encontrado con Morales y con Henry Miller? ¿Por qué sacarlo del olvido? A Héctor el Marqués de Sade y Miller, no le parecían subversivos, le parecían simplemente putañeros. Y en el fondo de su más silencioso corazón, aquel que se negaba a hablar de literatura con nadie, no fuera a ser que le volvieran pecaminosos, políticamente incorrectos, o simplemente anticonvencionales sus amores y sus odios, pensaba que Miller era un gringo que debería tener un huevo mucho más grande que otro. Sin embargo lo de entregar el alma era algo conocido.
Algo sorprendentemente conocido para un ateo que no creía en las almas, sino más bien en las "almacenes". Las imágenes de las historias de las novelas de Miller se le superpusieron a las frases sobre la ex mujer de Morales. Hizo un gesto de asco, un repeluz; un escalofrío le subió por la espalda. Con ese escalofrío acompañándolo se quedó dormido en una esquina de la cama, como si no quisiera ocuparla toda, como si una parte fuera para los fantasmas y los muertos.
Fritz iba caminando unos metros por delante de él, cruzando la galería siete y previo permiso para mirar, nomás tantito, una celda. No había nada que ver. Cajas y papeles. Las huellas habían desaparecido. El archivo histórico se había comido a la memoria histórica, a la simple memoria.
.¿Hay manera de encontrar los registros del penal en 68?- preguntó Héctor.
.Fácil, vamos a la sala de lectura, ahí hay un cuate que está trabajando sobre el 68 y Lecumberri. Se acercaron a un cuate con lentes de un grueso similar al fondo de una botella que estaba casi oculto por cajas de documentos y legajos.
.Mi amigo Belascoarán necesita saber algo sobre los presos del 68.
El supermiope levantó la mirada sonriendo.
.La celda que compartían Jesús María Alvarado y Fuang Chu Martínez... ¿había alguien más en ella? ¿Hubo durante un tiempo alguien más ella?
.¿Crujía?
.La "C"- dijo Fritz sin dudar.
El estudioso se quitó una mata de pelo que amenazaba bloquearle la visión y escarbó entre lo que parecían sus notas. Rápidamente llegó hasta una lista que fue siguiendo con el dedo.
.Alvarado Estrada, Jesús María. Chu Martínez, Fuang
.¿Y el tercer hombre?
.No hay. Según la dirección del penal nunca hubo un tercer hombre allí. Porque mira, en la lista se muestran cambios, ingresos. Y cuando hay temporales, se ven las fechas entre paréntesis... Y esta es la lista oficial de los presos del 68, la que tenía en su mesa el director del penal.
.¿Tienes en la lista de los presos un "Morales"? Morales a secas.- preguntó Belascoarán ansioso.
Los dedos recorrían ahora otra lista buscando el orden alfabético.
.Ningún Morales estuvo preso a causa del movimiento del 68.- afirmó categórico el eficaz miope.
Héctor tamborileó sobre la mesa provocando la mirada castigadora de otro estudioso al que el ruido parecía desconcentrar.
.Sácale la foto- dijo Fritz.
.¿Qué foto?- preguntó Belascoarán.
.Esta- y una docena de fotos aparecieron sacadas de las carpetas mágicas.
.Héctor observó con cuidado. Eran los presos del 68, reconocía a Pepe Revueltas y a los más conocidos: Cabeza de Vaca, Salvador Martínez, Luis González de Alba. Posaban de manera caótica frente a una fuente.
.Hay tres que aún no logro identificar, pero todos los demás ya sé quienes son- dijo el estudioso orgulloso y sacó un croquis de la foto donde en cada silueta había apuntado un numerito que se correspondía a una tabla de identificación.
.¿Cuál es Jesús María Alvarado?
.Éste- dijo sin dudar el investigador mostrando a un joven fornido de potente bigote y melena rizada.
.Y este a su lado es el chino Fuang Chu, ¿verdad?
.Sí, ese era fácil.
.Y este otro- dijo Héctor señalando con el índice- seguro que es uno de los tres que no puedes identificar.
.¿Cómo lo supiste?
.Aquí mi amigo es detective- dijo Fritz muy orgulloso mientras los tres contemplaban la foto medio borrosa, medio de perfil de un joven de nariz afilada, muy flaco, con lentes de miope, que no llegaría a los 25 años, un joven común y corriente.
* * *
Horas más tarde, en su oficina, su amiga Cristina Adler le informó a Belascoarán que en el directorio de servidores públicos de primer nivel del gobierno federal no había Morales machitos de primer apellido, sólo una Morales que trabajaba con Creel en la Secretaría de Gobernación, haciendo galletas de animalitos para los regalos de compromiso del ministro.
* * *
Héctor salió a la calle buscando el frío de la calle para ver si podía volverlo más inteligente.
Cuanto más escurridizo se volvía Morales, más real parecía. Hizo la parada al primer taxi que pasó frente a la puerta de sus oficinas y dio la dirección del supermercado de Pachuca, en la Condesa. Quería comprarse un cuarto de kilo de chorizo de cantimpalo y un provolone para cenar.
Un cuarto de hora más tarde, el taxista, al entrar en una de las cerradas que abundan en torno a la avenida Mazatlán, comenzó a estacionarse en una zona oscura, se volteó y le mostró un cuchillo de cocina. Héctor que había estado tratando de ponerle treinta años más al rostro de la foto de Morales lo miró sorprendido.
.¡Dame toda la lana que traigas y las tarjetas!
¡ órale, güey, en chinga!- dijo el taxista transmutado en asaltante
.Míreme joven, el ojo éste que tengo malo.
.dijo Belascoarán señalándose el parche sobre el ojo. Y cuando el ex taxista sorprendido lo miró mientras le movía el cuchillo a unos cinco centímetros de la cara, Héctor manoteó el cuchillo con la derecha y con la izquierda le sacó una cuarenta y cinco escuadra de la funda sobaquera y le apuntó a mitad de los ojos mientras alzaba el percutor.
.¡Quihubole!
.Te vas a morir, güey. Suavecito, deja caer el pinche cuchillo, porque si no lo haces al grito de újule, disparo.
El tipo soltó el cuchillo mientras a Héctor le costaba trabajo no disparar porque la adrenalina cuando salta es cabrona. Y porque como tantos otros mexicanos ya estaba hasta la madre de la violencia gratuita que impedía que un tipo terminara su jornada laboral a gusto y se fuera a su casa a comer chorizo con provolone.
.¿De quién es el taxi? ¿Tuyo o lo robaste?
.Es de mi primo que me lo presta- el asaltante tenía cara de cabrón, a pesar de que repartía la mirada entre el agujero de la pistola y su propio cuchillo tirado en el suelo, no tenía cara de derrota, sino de rabia.
.Pues ya se chingó también tu primo por estar prestándote el taxi para hacer chingaderas- dijo Héctor y le pegó tremendo putazo en el rostro con el cañón de la pistola.
Puede ser que en las películas cuando esto sucede la gente se desmaye apaciblemente, pero el taxista se puso a gritar como si él fuera el asaltado, sangrando por la cabeza a lo güey, y Héctor tuvo que sonarle otras dos veces en la cabeza antes de que se quedara quieto. Lo sacó del taxi arrastrándolo por los pies y lo encadenó a un árbol usando una cadena y candado que encontró en la cajuela protegiendo que no se robaran la llanta de refacción. Debería ser cierto lo de que se trataba de un taxi real, prestado y no robado, porque tenía cubierta la placa trasera con lodo. Decidió robarse el taxi. Ladrón que roba a ladrón... la mano estaba sangrando de una cortada que llegaba de la parte inferior del dedo meñique hasta la muñeca. No era muy profunda, pero sangraba mucho. Por otro lado tenía la camisa cubierta de sangre, de la cabeza del taxista asaltante. Condujo hasta una farmacia que estaba a unas tres cuadras y logró que la farmacéutica le hiciera en la trastienda una cura de emergencia.
.Qué fea cuchillada. ¿Cómo se la dio, joven?
.Mi mamá, sin querer, cuando estaba cocinando- dijo Héctor, al que le encantaban las mentiras inocentes. Se llevó el taxi hasta el barrio. Aprovechó la oscuridad de la calle Mexicali, para dejarlo allí estacionado, anónimo de todo anonimato. Revisó los papeles:
Como el dueño del carro se llamara Morales... Afortunadamente, la factura estaba a nombre de Casimiro Alegre, nada que ver con "Autos Morales", "Morales Motors" o cosa por el estilo. La cena se había jodido, a estas horas no iba a llegar al súper todo cubierto de sangre a comprarse el chorizo y el queso. Abandonó el carro con la puerta semiabierta, y dejó la llave escondida en el interior del forro del asiento delantero. Si se lo robaban, ni modo, ladrón que roba a ladrón, que roba a ladrón...
* * *
En la puerta de su casa lo estaban esperando Monteverde y el perro cojo.
.¿Qué le pasó en la mano?
.Me corté con una sierra tratando de salvar a niño que se estaba ahogando- dijo Héctor sin darle mucha importancia. El perro pareció mirarlo con interés. La calle bullía de pachanga. Los restaurantes de las cuatro esquinas estaban repletos, los selocuidos de lo más animados, y los motociclistas de una versión nagual de nacidos para perder estaban bien tranquilos ante la puerta de un supercito, consumiendo paletas heladas de limón y de fresa.
Monteverde dudó si seguir preguntando por la salud del detective, o hacer algún comentario pendejo sobre lo insegura que era la ciudad, o acaso decir que a él nunca la pasaban esas cosas. Pero ante el rostro despreocupado de Héctor decidió dejarlo correr.
.Tengo un nuevo mensaje de Alvarado. En su oficina me dijeron que aquí lo podía encontrar, y como somos casi vecinos...
.Suban y lo escuchamos- dijo Héctor.- Tengo una torta de pavo vieja para su perro.
.A Tobías le encantan las tortas.
* * *
El contestador telefónico recitó:
Esta es la lección de historia contemporánea de México número 27, proporcionada gratis por Jesús María Alvarado. Comienza cuando al triunfo de las pasadas elecciones, el gobierno saliente del PRI y el gobierno entrante panista firmaron un pacto. Era un pacto muy chistoso, porque nunca se escribió. El pacto secreto, tenía que ver con la amnistía. "Si tu me dejas gobernar, todo el pasado será olvidado", decía el pacto que nunca se escribió. No había que escribir nada, bastaba con guiños de ojo, sugerencias, alusiones, certezas sin certeza. Si alguien hubiera jurado algo habría perdido verosimilitud. Nadie de estos güeyes se cree un juramento, ni aunque lo hagan invocando a la virgen de Guadalupe y a la selección mexicana de fútbol. Pero ahí estaba el pacto. Pocos días más tarde el ex presidente de la república apareció como miembro, con derecho a sillón de cuero negro, de dos consejos de administración, el de la Procter and Gamble y el de unas empresas ferroviarias gringas. Curiosamente ambas compañías habían recibido favores durante su régimen: ventas a bajo precio de ferrocarriles mexicanos, terrenos baratos y libres de impuesto.
Pero la amnistía estaba dada. El que el presidente entrante no hubiera dicho ni pío, no hubiera comentado el sorprendente hecho de que su antecesor hubiera pescado un paquete accionario tan importante como para agarrar sillita en esas ilustres reuniones, significaba que el pacto había sido cerrado. Quizá el operador del asunto había sido el canciller Jorge Castañeda, quien frecuentemente había dicho en el pasado que sin amnistía no habría transición. Pero eso sólo era un botón. Los últimos 30 años habían tenido abundantes juegos sucios; muchas fortunas extrañas, muchos asesinatos, muchas inexplicables afinidades, mucha mierda que hay que barrer y esconder en tapete bajo la puerta. Pero a veces las presiones son muchas y el pacto se resquebraja. Y ¿a poco el pobre Morales se va a quedar colgando de la brocha? No, cómo va a ser... Continuará próximamente... Y luego silencio. Y luego el tono de ocupado.
Cuando Monteverde y su perro se fueron Héctor trató de substituir el provolone con chorizo cantimpalo por una tortilla de ostiones ahumados japoneses. Cocinó escuchando a Mahler. Comenzaba a caerle bien el muerto, tenía una cierta perspectiva histórica que los vivos no tienen, unida a un extraño sentido del humor.
* * *
El teléfono sonó al amanecer. En las luces difusas del primer día, el cuarto estaba malamente iluminado. Avanzó hacia la entrada de la casa tropezando con un paquete de 24 cocacolas envueltas en plástico y dejó la mitad del dedo gordo embarrado.
Echando grititos bastante ridículo y agarrándose el pie, o sea que cojeando de ambos lados, llegó hasta la mesa que estaba al lado del sillón de los sueños. En ese momento saltaba el contestador:
.óyeme manito, habla Jesús María
Alvarado. (Una racha de tos) Sé que Monteverde y su perro te encargaron el caso. ¿Qué vas a hacer? ¿Demostrar que estoy muerto? ¿Y cuando lo demuestres? En vía de mientras te dejo un regalo: ¿Sabes dónde está Juancho? ¿Sabes quién tiene a Juancho? ¿Sabes dónde está el taquero Bin Laden de Ciudad Juárez? Morales lo tiene... Para más datos, Juancho, con su maleta de billetes de cien dólares, decidió que le gustaban el fucki fucki y las taquerías y entonces, pensó en el DF. Donde dicen que hay chingo de las dos cosas. Y órale, pero...
Belascoarán sonrió a la cinta del contestador que comenzó a reproducir el tono de ocupado. Ni por un momento había dudado en descolgar, las reglas eran las reglas. Uno lo buscaba, el otro le dejaba recados. Así era el juego, así se tendría que jugar. ¿Cómo había conseguido su teléfono?
Taquerías había muchas... Pero eso de que abundaba el sexo en el DF. Puros rumores. Delirios de grandeza generados en los subterráneos de la ciudad más grande del mundo. Los pinches chilangos que andábamos de ostentosos.
Y por lo visto el mítico y metafísico y probablemente metafórico Juancho Bin Laden el taquero, el inexistente, Osama, el genio del mal, había caído en la trampa de creerles a los defeñosdefectuosos nativos, que en el DF se cogía mucho.

Desde la Ciudad de México.
Paco Ignacio Taibo II.
México, enero de 2005

 

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