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Nacionales PP.Catalans :: 14/10/2010

Geometría, ideología y geografía de las relaciones de confianza: Apuntes sobre violencias de género

La Haine
Cuarto artículo del dosier "Tijeras para todas". El poder es mucho más y es habitualmente diferente de la imagen del empujón, la bofetada, la sangre o los hematomas.

Geometría de la Confianza y el Derecho

Sí cogemos el dicho «las paredes hablan», la denominada sabiduría popular queriendo decir una verdad, engaña. Las paredes oyen, las paredes ven y las paredes saben, pero generalmente, las paredes callan mucho de lo que podrían decir. Las paredes tienen voz, vista y oído e incluso son sensibles al tacto, pero muy habitualmente prefieren cerrar los ojos, morderse la lengua o apartarse de tu lado.

Hay un espacio de derecho que se define, se construye, se destruye o se transforma en las relaciones de confianza: familiares y comunitaria (vecinales, amistosas, laborales…). De ahí mana una educación social y de género, una educación política y una educación sentimental, porque no solo hay que aprender cual es tu lugar y tu función, en que decides y en que te inhibes,
también hay que aprender como sentir, para ser y sobrevivir. Así, un hombre que nunca forzaría a la «mujer de otro» lo hace sin reparos de conciencia con la «mujer propia», una mujer que se defenderá con uñas y dientes de un «extraño» soportará estoica la violación de su «propio marido», el mismo chaval que amenaza a otro por acosar a «mi hermana» se dará a sí mismo la potestad de acorralar «ese cuerpo», o una madre puede callar el grito en el cielo por una agresión siempre que el responsable sea «tu hermano». Para eso hay que aprender a sentir un hecho idéntico de maneras diferentes.

Esta es la geometría de la Confianza y el Derecho que, cuando se pasa de la familia a la familiaridad, se vuelve geometría variable. Entonces la verdad puede ser paranoia, la rabia o el temor susceptibilidad, y la cercanía en vez de acercar distancia. No es raro que cuando una mujer denuncia el acoso o la agresión de un buen vecino o un buen amigo ella termine en la picota o marcada, por activa o por pasiva, como un problema. De la misma manera, los hechos que leídos en papel o vistos detrás del cristal de la televisión, son injustificables e indignantes, serán relativos o «diferentes» detrás de la puerta o al otro lado de la pared. No es una cuestión de estatus o ignorancia, o al menos no necesariamente. Baste recordar como Sigmund Freud diagnosticaba a
Dora —hija de un mecenas editorial del psicoanálisis— «deseo edipal y polimorfismo de la conducta sexual», cuando la joven sufría un trastorno por el acoso sexual incesante de un amigo de la familia. El primer patriarca del psicoanálisis emitía así un juicio conveniente para la paz familiar de su amigo y colaborador financiero.

Como indican los datos del Centro de Apoyo a Víctimas de Agresiones Sexuales (CAVAS), es imposible hablar de violencia sexual sin referirse a las relaciones de confianza. Según este centro, que trata una cantidad pequeña del total de agresiones, de los 271 casos atendidos en 2005 mas de un tercio (el 36,5%) corresponden a «conocidos por la víctima o que tienen algún tipo de relacióncon ella» y que el centro divide entre «conocido reciente» y «persona allegada».

Para agredir igual que para defenderse de una agresión, hay que sentirse con derecho de hacerlo, y para eso se requiere de convicción personal y de cierta protección social. El prototipo del violador que aún se dibuja en el imaginario colectivo, el sociópata del callejón, se mueve en una clandestinidad consciente de estar cometiendo un delito. En cambio, la agresión —del tipo que sea — de un esposo, un hermano o un amigo, se hace bajo el secreto y el amparo de la privacidad pero con una patente de parentesco o familiaridad, con la confianza en la cohesión, con la seguridad de la comprensión, la mediación o el silencio de la comunidad. Esto no significa la aprobación colectiva de determinados hechos, pero sí la facilidad para obviarlos o para, una vez visibles e ineludibles, priorizar la protección y la reproducción de la normalidad: que el padre siga siendo el padre, el hermano el hermano y el novio el novio.

Es dentro de esa conciencia de lo normal y lo subnormal —lo que puede ocurrir debajo y protegido por la normalidad, incluso cuando vulnera preceptos y tabúes como el incesto o la pederastia— en la que un marido y no raramente un hermano, un abuelo, un primo o un vecino imponen un acto sexual, mediante coberturas teatrales como el juego, el cariño, la pasión o la seducción. Un contexto que permite hacer algo en contra, a pesar, o sin pensar en la voluntad ajena, con una absoluta tranquilidad moral y emocional, y además tener el privilegio de hacer daño «sin querer», «sin intención», «sin saberlo».

Los hombres que encuentran amparo moral y jurídico en el matrimonio o amparo social y moral en la familia o la comunidad para imponer una voluntad sexual sistemática o circunstancialmente, no actúan nunca, ni ayer ni hoy, por impulso de ninguna disfunción ética o psicológica, no lo hacen
por una falla educativa o pedagógica, ni siquiera por mala intención, sino como hemos señalado mas arriba, «por derecho». De la misma manera que cuando una mujer no se defiende, no lo hace por debilidad mental o física o por alguna especie de choque psicológico, sino por una ausencia de derecho.

Ideología y violencia en las relaciones de confianza

Precisamente cuando decimos relaciones de poder hablamos de relaciones de derecho. El poder es mucho más y es habitualmente diferente de la imagen del empujón, la bofetada, la sangre o los hematomas. Forzar a un cuerpo que se resiste, gritarle a un rostro que responde, afirmarse con un golpe contra una negativa, eso, no es exactamente el poder. Aunque sea la fuerza la que habitualmente permite imponer y normalizar una situación, el Poder en su pleno sentido está allí donde la fuerza no es necesaria, donde las cosas pueden precisamente «pasar» sin ningún conflicto visible ni previsible.

Ese 36,5% del que hablamos —y que yo diría que se queda corto— no es una acumulación de «errores» o de «anomalías» individuales, no es un porcentaje de amoralidad ni anormalidad, sino una prueba del buen funcionamiento de las relaciones de confianza como sordina y colchón de las relaciones de violencia. Al hablar de relaciones de violencia, nos referimos también y sobre todo a la no-violencia de las formas de acoso y agresión sexual que no tienen por qué producirse en un escenario de golpes o fuerza física.

Ahí donde se produce la violencia sexual de manera normalizada, «privada» e invisible, es donde se presta más a equívocos y a la sofisticación del lenguaje y las interpretaciones. Será interesante pensar que sí la violencia de género en las clases altas siempre ha tenido un componente psicológico y respetuoso con los estrictos «modales» de la alta sociedad, hoy, la importancia de los modales y las apariencias se trasladan también a las clases medías, que aprenden que en la noviolencia de las buenas formas está el secreto de la decencia y la distinción. O dicho de otra manera, la relación entre violencia, sutileza y buenos modos, que era patrimonio de las clases altas, se ha democratizado.

Por otro lado, en el debate académico y yo diría que incluso las controversias privadas en torno a la violación marital, siguen existiendo diferencias —que recuerdan a la infatigable y estéril discusión relativa a la humanidad del feto y la legitimidad del aborto— sobre sí se requiere o no forzamiento y penetración para definir así la agresión. De alguna manera, esa postura que trata de analizar el hecho de manera aislada, y que exige que para definir una violación no solo halla un conflicto de derechos sino también una derrota física, requiere de que existan una persona fuerte y una persona débil.

Sí recordamos el caso de Nevenka Fernandez, ex-concejala que denunció en 2001 al alcalde de Ponferrada por acoso sexual, es antológica la postura del juez al poner en duda el relato de la denunciante, porque, y cito de memoria, «el aplomo con el que usted declara me indica que es una mujer fuerte y me cuesta imaginarla como una víctima». En esta misma polémica, el periodista Raúl del Pozo, el muy moderado, el muy progresista, entraba así al trapo: «A mi me parece que en esa oscura historia puede haber ocurrido de todo, pero el acoso sexual no es un diagnostico atinado, ni tampoco el de abuso de poder. Ella tiene ese poder del apogeo de la belleza que es mas poderoso que el de un alcalde» («Acoso», El Mundo 3/04/2001).

Aunque sea entrar en el terreno de la obviedad, me consta, por conocimiento directo, como hombres frágiles psicológica o físicamente mantienen una sólida posición patriarcal y de dominio, y de la misma manera, me consta que mujeres fuertes e inteligentes, en determinados momentos, han transigido o callado agresiones y relaciones sexuales no deseadas.

Esa noción de persona fuerte y persona débil, muy ideológica, muy del modelo de sabiduría neoliberal, casa igualmente con el mito de la violencia explícita y visible como la representación fundamental del dominio, y con la base de un discurso que quiere relacionar competitividad con igualdad de género. Son conceptos que, con un firme arraigo en el imaginario y las convenciones
morales, emborronan fácilmente la realidad social de las relaciones de poder, y la propia visión del acontecimiento cercano y cotidiano.

Nueva geografía para viejas relaciones de confianza Sin romper en absoluto con lo que contamos y con las viejas estructuras familiares y comunitarias, lo que venimos explicando se desplaza y adopta nuevas formas cuando los tiempos de vida están cada vez mas fuera de lo privado, en el trabajo, el ocio, el espacio público o el ciberespacio.

Hemos dado un salto de una vida esencialmente alrededor del «hogar» en un sentido amplio, a una promiscuidad mercantil en la que se multiplican las formas y los lugares de familiaridad en la misma medida que se reducen la profundidad y el compromiso. Damos lugar, entonces, a una nueva dimensión, una zona de grises donde conviven la cotidianidad, la cercanía y el desconocimiento mutuo, que podemos definir como de relaciones de confianza y superficialidad. Esto ocurre en mitad de una vorágine competitiva y sin que se haya producido una transformación sustancial de las relaciones sociales y de género. Podemos decir que hemos dado un salto pero no hemos hecho ni una ruptura, ni una revolución, ni una transformación, mas allá de que hayan cambiado los espacios, los tiempos, las técnicas y las tecnologías. Así, pese a la individualización generalizada del plan de vida y a la destrucción de numerosos aspectos de los lazos comunitarios, seguimos estando ante relaciones de poder sociales, sin que las modificaciones del estatus jurídico de las mujeres en general, y el acceso a otros trabajos o a otras opciones de algunas mujeres, hayan variado las líneas de continuidad de la dominación masculina.

A pesar de que en todos los discursos y en cualquiera de las retóricas (pública, privada, institucional o judicial), se ha impuesto un determinado sentido de lo políticamente correcto, en realidad, no hay un dato solvente y suficiente al que agarrarse para hablar de disminución de la violencia de género. Y quienes atribuyen el incremento del número de asesinatos de mujeres a
manos de sus parejas o ex-parejas y otros datos por el estilo, a los «últimos y violentos» coletazos del viejo machismo, se equivocan. La historia y las relaciones de poder no son tan «progresistas» como nosotros.

Hemos dado un brinco y caído mas desnudos sí cabe en el mercado, pero mediados por las mismas relaciones de poder. Eso, que en líneas generales es la vida social convertida en guerra civil, en materia de género lejos de indicar una disminución de la violencia y las agresiones sexuales, hace mas que previsible su crecimiento.

Antón Corpas
Texto publicado en el blog “mambo.pimienta.org”, 2006.


[Català]

Geometria, ideologia i geografia de les relacions de confiança: apunts sobre violències de gènere

Quart article del dossier Tijeras para todas publicat a La Haine. El poder és molt més i és habitualment molt diferent de la imatge de la empenta, la bufetada, la sang o els cops.

Geometria de la confiança i del Dret

Si agafem el refrany “les parets parlen”, el denominat saber popular per a referir-se a una veritat enganya. Les parets senten, les parets veuen i les parets saben, però generalment, les parets callen molt del que podrien dir. Les parets tenen veu, vista i oïda, fins i tot són sensibles al tacte, però normalment prefereixen tancar els ulls, mossegar-se la llengua o apartar-se de tu.
Hi ha un espai de dret que es defineix, es construeix, es destrueix o es transforma en les relacions de confiança: familiars i comunitària (veïnals, amistoses, laborals...). D’aquí emana una educació social i de gènere, una educació política i una educació sentimental, perquè no només cal aprendre quin és el teu lloc i la teva funció, on decideixes i on t’inhibeixes, sinó també cal aprendre com sentir, per a ser i per a sobreviure. Així un home que mai “forçaria la dona d’un altre” ho fa sense objeccions amb la pròpia, una dona que es defendrà amb ungles i dents d’un “estrany” suportarà estoica la violació del seu “propi marit”, el mateix noi que amenaça a un altre per assetjar “la seva germana” es donarà a sí mateix la potestat per acorralar “aquell cos”, o una mare pot callar el crit al cel per una agressió sempre que l’agressor sigui “el teu germà”.
Per això cal aprendre a sentir un fet idèntic de maneres diferents.

Aquesta és la geometria de confiança i el Dret que, quan passa de la família a la familiaritat, es torna geometria variable. Aleshores la veritat pot ser paranoia, la ràbia o el temor susceptibilitat i la proximitat en lloc d’acostar, distancia. No és estrany que quan una dona denuncia l’assajament o l’agressió d’un bon veí o un bon amic ella acabi a la forca o marcada, per activa o per passiva, com un problema. De la mateixa manera, els fets que llegits en paper o vistos a través de la pantalla de la televisió, són injustificables i indignants, seran relatius o “diferents” darrere la porta o a l’altra costat de la paret. No és una qüestió d’estatus o ignorància, o almenys no necessàriament. N’hi hagi prou amb recordar com Sigmund Freud diagnosticava a Dora –filla d’un mecenes editorial del psicoanàlisi- “desig edipal i polimorfisme de la conducta sexual”, quan la jove patia un trastorn degut a l’assetjament constant per part d’un amic de la família. El primer patriarca del psicoanàlisi emetia així un judici convenient per a la pau familiar del seu col•lega i col•laborador financer.

Com indiquen les dades del Centre de Suport a les Víctimes d’Agressions Sexuals (CAVAS), és impossible parlar de violència sexual sense referir-se a les relacions de confiança. Segons aquest centre, que tracta una quantitat petita del total d’agressions, dels 271 casos atesos el 2005 més d’una tercera part (el 36,5%) corresponen a “coneguts per la víctima o que tenen algun tipus de relació amb ella”, el centre els divideix entre “conegut recent” o “persona afí”.

Per agredir, igual que per a defendre’s d’una agressió, cal sentir-se amb dret de fer-ho i, per això es necessita convicció personal i certa protecció social. El prototip del violador que encara es dibuixa en l’imaginari col•lectiu; el sociòpata del carreró que es mou en clandestinitat conscient d’estar cometent un delicte. En canvi, l’agressió –del tipus que sigui- d’un marit, un germà o un amic, es fa en secret sota la cobertura de la privacitat però amb una patent de parentesc o familiaritat tot confiant en la cohesió, amb la seguretat de la comprensió, la mediació o el silenci de la comunitat. Això no comporta l’aprovació col•lectiva de determinats fets, però sí la facilitat per a obviar-los o per, un cop visibles i ineludibles, prioritzar la reproducció de la normalitat: que el pare segueixi sent el pare, el germà el germà, el nòvio el nòvio.

És dins d’aquesta consciència de la normalitat i la subnormalitat –pot succeir en la normalitat, que ho protegeix fins i tot quan vulnera preceptes i tabús com pederàstia - on un marit i no estranyament un germà, un avi, un cosí o un veí imposen un acte sexual, fent servir cobertures teatrals com el joc, l’afecte, la passió o la seducció. Un context que permet fer alguna cosa en contra, a pesar, o sense pensar en la voluntat aliena, amb absoluta tranquil•litat moral i emocional, i a més, tenir el privilegi de fer mal “sense voler”, “sense intenció”, “sense saber-ho”.

Els homes que troben refugi moral i jurídic en el matrimoni o emparament social i moral en la família o la comunitat per a imposar una voluntat sexual sistemàticament o circumstancial, no actuen mai, ni ahir ni avui, per impuls de cap disfunció ètica o psicològica, no ho fan per una falla educativa o pedagògica, tampoc per mala intenció sinó com hem assenyalat abans més amunt: “per dret”. De la mateixa manera que quan una dona no es defèn, no ho fa per debilitat mental o física o per alguna espècie de xoc psicològic, sinó per una absència de dret.

Ideologia i violència a les relacions de confiança

Precisament, quan ens referim a relacions de poder parlem de relacions de dret. El poder és molt més i és habitualment molt diferent de la imatge de la empenta, la bufetada, la sang o els cops. Forçar un cos que es resisteix, cridar a un rostre que respon, afirmar-se amb un cop contra una negativa, això no és exactament el poder. Tot i que sigui la força la que habitualment permet imposar i normalitzar una situació, el poder en el seu sentit ple resideix allà on la força no és necessària, on les coses poden precisament “passar” sense cap conflicte visible ni previsible.

Aquest 36,5% del que parlàvem –i jo diria que es queda curt- no és cap acumulació “d’errors” o “d’anomalies” individuals, no és un percentatge d’amoralitat ni anormalitat, sinó una prova del bon funcionament de les relacions de confiança com sordina i matalàs de les relacions de violència. Quan parlem de violència ens referim també (i sobretot) a la no-violència de les formes d’assetjament i agressió sexual que no tenen per que produir-se en un escenari de cops o força física.

Allí on es produeix la violència sexual de manera normalitzada, ‘privada’ i invisible, és on té lloc un major nombre d’equívocs i a la sofisticació del llenguatge i les interpretacions. Serà interessant pensar que si la violència de gènere a les classes altes sempre ha tingut un component psicològic i respectuós amb els ‘modals’ estrictes de la societat, avui, la importància dels modals i les aparences es traslladen també a les classes mitjanes, que aprenen que en la no-violència de les bones formes s’hi amaga el secret de la decència i la distinció. O formulat d’una altra manera, la relació entre violència , subtilesa i bones maneres, que era patrimoni de les classes altes s’ha democratitzat.

A més, en el debat acadèmic i jo diria que fins i tot pel que fa a les controvèrsies privades al voltant de la violació marital, segueixen existint diferències –que recorden la infatigable i estèril discussió relativa a la humanitat del fetus i la legitimitat de l’avortament- sobre si és necessari o no forçar o penetrar, per així, definir l’agressió. D’alguna manera, aquesta postura que tracta d’analitzar el fet de manera aïllada, i que exigeix que per a definir una violació no només hi hagi un conflicte de drets sinó també una derrota física, requereix de dos figures: una persona forta i una persona dèbil.

Si fem memòria del cas de Nevenka Fernández, ex-consellera que va denunciar el 2001 l’Alcalde de Ponferrada per assetjament sexual, és antagònica la postura presa pel jutge al posar en dubte la narració dels fets feta per la denunciant perquè, i cito de memòria, “el aplomo con el que usted declara me indica que es una mujer fuerte y me cuesta imaginarla como una víctima”. En aquesta mateixa polèmica, el periodista Raúl del Pozo, tan moderat, tan progressista, entrava així a fer-hi cullerada: «A mi me parece que en esa oscura historia puede haber ocurrido de todo, pero el acoso sexual no es un diagnostico atinado, ni tampoco el de abuso de poder. Ella tiene ese poder del apogeo de la belleza que es mas poderoso que el de un alcalde»

Tot i que ens endinsem en el terreny de la obvietat, em consta, per coneixement directe, com homes fràgils psicològicament o física mantenen una sòlida posició patriarcal i dominant, i de la mateixa manera em consta que dones fortes i intel•ligents, en determinats moments, han transigit o han callat davant d’agressions i relacions sexuals no desitjades.

Aquesta noció de persona forta i persona dèbil, molt ideològica, molt del model ideològic neoliberal, casa igualment amb el mite de la violència explícita i visible com la representació fonamental del domini, i amb la base d’un discurs que pretén relacionar competitivitat amb igualtat de gènere. Són conceptes que, amb un fort arrelament dins l’imaginari i les convencions morals, deformen fàcilment la realitat social de les relacions de poder, i l apropia visió del fet proper i quotidià.

Nova geografia per a velles relacions de confiança. Sense trencar en absolut amb el que expliquem i amb les velles estructures familiars i comunitàries, això que estem comentant es desplaça i adopta noves formes mentre els temps de vida estan cada cop més fora de l’àmbit privat, a la feina, a l’oci, a l’espai públic, o el ciberespai.

La nostra vida ha fet un salt des d’estar essencialment al voltant de casa en un sentit ampli, a una promiscuïtat mercantil des d’on es multipliquen les formes i els llocs de familiaritat en la mateixa mesura que es redueix la profunditat i el compromís. Donem lloc, aleshores, a una nova dimensió, una zona de grisos on conviuen la quotidianitat, la proximitat i el desconeixement mutu, que podem definir com de relacions de confiança i superficialitat. Això passa en mig d’un remolí de competitivitat i sense que s’hagi produït una transformació substancial de les relacions socials i de gènere. Podem afirmar que hem fet un salt però no hem fet cap ruptura, ni cap revolució, ni cap transformació més enllà de que hagin canviat els espais, els temps, les tècniques o les tecnologies. Així, malgrat la individualització generalitzada, el pla de vida i la destrucció de nombrosos aspectes dels llaços comunitaris, seguim trobant-nos en relacions de poder socials, sense que les modificacions de l’estatus jurídic de les dones en general, i l’accés a altres feines o altres opcions d’algunes dones, hagin fet moure un pel de la continuïtat de la dominació masculina.

Encara que a tots els discursos i a qualsevol de les retòriques (pública, privada, institucional o judicial), s’ha imposat un determinat sentit de “lo políticament correcte”, en realitat, no hi ha cap dada solvent i suficient a la que aferrar-se per parlar d’una disminució de la violència de gènere. I els que atribueixen l’increment del nombre d’assassinats de dones a mans de les seves parelles o ex-parelles i altres dades per l’estil s’equivoquen. La història i les relacions de poder no són tan “progressistes” com nosaltres.

Hem fet un bot i hem caigut potser més nus al mercat, però mediats per les mateixes relacions de poder. Això que en línies generals és la vida social convertida en guerra civil, en matèria de gènere, lluny d’indicar una disminució de la violència i les agressions sexuals, fa més que previsible el seu increment.

Antón Corpas
Text publicat al blog “mambo.pimienta.org”, 2006

 

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