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Pensamiento :: 06/12/2007

¿Revolución sin revolucionarios?

Pedro García Olivo ? La Haine
(Chávez, Venezuela y ?el hombre nuevo?) Ensayo de aproximación crítica al experimento político bolivariano desde la perspectiva antipedagógica

1)

Tras diecisiete días en Venezuela, impartiendo conferencias en universidades y centros culturales “oficialistas”, charlando con profesores, estudiantes, políticos y burócratas comprometidos con el proceso político bolivariano, hemos alcanzado un desasosegante haz de sospechas. Nos parece que el experimento social venezolano se halla irremediablemente viciado, y muy poco cabe esperar de ese viraje para los anhelos libertarios. No por ello dejamos de reconocer la oportunidad de los “cortafuegos” estratégicos que ha sabido levantar contra los apetitos insaciables del Capital internacional y de las oligarquías locales. Si no un dique, al menos una esclusa se ha constituido en Venezuela para “regular” los caudales del torrente imperialista que, de todas formas, continúa anegando el país. Quede claro también, desde el principio, nuestra máxima aversión al estado de cosas que antecedía a la intervención chavista y nuestra repugnancia casi física ante los ladridos desesperados de esos perros de presa capitalistas que el común de los venezolanos nombra, muy acertadamente, “escuálidos”. Porque apenas resulta concebible mayor escualidez mental que la de estos jerifaltes homicidas recién “recortados” en sus prerrogativas.

Pero, como críticos radicales de la Educación Administrada, de la Escuela por definición “capitalista”, tememos una Revolución que se asiste de los conceptos y de los procedimientos más abominables de la pedagogía occidental, que revitaliza el principio mismo de Auschwitz (no es una circunstancia irrelevante que, entre los apresados y encarcelados por oponerse al nuevo rumbo político, se hallen, según nos comentaron en el Centro de la Cultura Libertaria de Bogotá, jóvenes del llamado “movimiento alternativo”, anarquistas, sensibilidades anti-autoritarias, socialistas no-dogmáticos,...); desconfiamos de un Reformismo que se apoya en las categorías filosóficas de la Modernidad opresiva (“lisiada”, “genocida” y “perfectamente cínica”, como cabría adjetivar alterando sin traición palabras de otros, Adorno y Sloterdijk entre ellos), que se funda en la vieja Razón política lo mismo que Stalin, igual que Hitler, tal nuestras Democracias Liberales.

2)

En la coyuntura histórica de la “crisis de las lógicas políticas clásicas”, cuando las subjetividades menos adocenadas se abren por fin a una crítica radical de la Razón política, a un cuestionamiento de esa forma burguesa de racionalidad soldada desde el origen a los motivos del Estado y de la Producción (y que se materializaba en instituciones y prácticas hoy menos amordazadas que represivas, como los sindicatos, los partidos, la huelga corporativa, etc.), en este trance del ocaso de los “ídolos del foro” (F. Bacon), no podemos aplaudir un proceso en última instancia burocrático, necesariamente homogeneizador, mercantilista y desarrollista según los parámetros del Capital... Lo “padece” hoy la Naturaleza, como no escapa a casi nadie, ni siquiera a lo más salvable de la Nomenclatura, que mira con amortiguado complejo de culpa (habría que decir, mejor, “conciencia de culpa”) las destrucciones aberrantes en el Amazonas; lo “padecen” las comunidades indígenas, de nuevo amenazadas por un Estado avasallador, incapaz de tolerar la diferencia, de respetar el “localismo trascendente” de los pueblos indios, dispuesto a vehicular las estrategias maquiavélicas del soborno y del chantaje para “absorber” e “integrar” esos reductos tradicionalmente hostiles a todo poder central omnívoro y a toda filosofía política universalista; lo “padecen” los trabajadores reflexivos que no han sucumbido al “mesianismo” ambiente y detestan un movimiento caudillista, que pudiera desembocar en las viejas y tristes playas del Populismo demagógico.

3

Buena parte de los sectores populares son “chavistas” por mesianismo; círculos de las clases medias y de la intelectualidad son “socialistas” por ilustración; y la burguesía venezolana es, al mismo tiempo, “anti-chavista” y “anti-socialista” por interés...

En esta tesitura, el experimento bolivariano se ve forzado a implementar una “ofensiva escolar”, una dinámica culturizadora “oficial” que procura convertir el “mesianismo” (ese “cheque en blanco” que los pobres dan a Chávez, esa fidelidad ciega al Jefe, ese amor inmenso al Salvador de la Patria) en “socialismo”, en “conciencia revolucionaria”; y aparecen las “misiones educativas” (Misión Robinson, Misión Sucre, etc.), plegadas sobre el modelo de la “evangelización”, de la “prédica”, del “poder pastoral” (Foucault), de la “ética de la doma y de la cría” (Nietzsche), de la praxis “demiúrgica", “moldeadora de la personalidad”. Se procede a una auténtica “colonización interior” (Provansal), alentada por la tropa “elitista”de los Educadores-Conciencia, fundada en la separación ideológica entre una “aristocracia del saber” preparada para irradiar el Conocimiento y la Verdad (Althusser, por un lado, y Lévi-Leblond, por otro, hablaron, a este respecto, de una “ideología del experto o de la competencia”) y unas “masas subalternas” que viven en la semi-oscuridad, en la ignorancia, en el error, y que es preciso “desalinear y encauzar”.

Al lado del Educador, como siempre, prolifera el Mito, el personaje histórico sacralizado, beatificado, glorificado: Bolívar más que Santander, el maestro Rodríguez, Francisco de Miranda,... Y, como soporte, se articula una impúdica manipulación de la historia, una soberana falsificación de la memoria, que genera Héroes y Gestas, Redentores y Campañas Épicas, Monumentos y Leyendas,... Sacando partido de un autor por lo demás muy poco aprovechable, excelente mediocridad seducida por el Pensamiento Único, nos referimos a Jurgen Habermas, epígono vergonzante de la Escuela de Frankfurt, diríamos que asistimos a la monótona, indefectible y mil veces transida “empresa de legitimación” (historiográfica, ideológica, cultural,...) del orden político establecido. Mucho más sugerente, Nietzsche había hablado, para estas operaciones sobre el pasado, del recurso a una “historia demagógica y religiosa”, que, para justificar el presente, lanza sobre el ayer una “mirada de fin del mundo”. Ocurre en todas partes, desde luego. Pero desalienta, y sobre todo “delata”, que un proceso supuestamente revolucionario, orientado, si creemos en sus eslóganes, a forjar “una nueva humanidad” sobre la Tierra, no constituya una excepción...

Para llevar a buen término este programa “evangelizador” (que nos recuerda la primera intrusión del cristianismo en el área y la posterior generalización coercitiva de las escuelas), único expediente reparador ante la coyuntura inaudita de “una Revolución sin revolucionarios” (no es lo mismo esperarlo todo de Chávez que estar dispuesto a sacrificarse en aras de un proyecto de transformación social), se fortalece la Nomenclatura, se ensancha la fila de los “designados” por el Régimen, se reparten puestos, privilegios y prebendas a los “elegidos” para la Alta Misión Proselitista, para el Sublime Esfuerzo Adoctrinador. Y nadie más propenso a la corrupción y al fraude, al cohecho y a la prevaricación, que un Educador mimado por la Autoridad... Conocimos gente así, en la quincena de nuestra visita... Por otra parte, nada más alejado del fomento del criticismo y la independencia de criterio, nada más extraño a una estimulación de la autonomía moral e intelectual, nada más ajeno al Hombre Consciente cuyo advenimiento se reclama y en nombre del cual las Misiones educativas surcan el país, que una praxis de inculcación ideológica intensiva, con currículos regulados por las autoridades culturales, surtidora sin fatiga de consignas políticas fabricadas en despachos conspicuos, entregada a una recitación incansable de un Texto Primero canonizado y centrada una y mil veces sobre la figura de ese Hombre Necio, estultísimo, el más feo de los hombres, el hombre caduco que llamamos “Profesor”. George Steiner nos ha recordado, en “Lecciones de los maestros”, la índole nefastamente religiosa de este personaje: “El Profesor no es más, pero tampoco menos, que un auditor y mensajero cuya receptividad, inspirada y luego educada, le ha permitido aprender un “logos” revelado, la “Palabra”, que “era en un principio”. Este es, en esencia, el modelo que presta también validez al maestro de la Tora, al explicador del Corán y al comentador del Nuevo Testamento.” E Ivan Illich llamó la atención sobre el “currículum oculto” de la práctica profesoral, que en todo lugar y en todo tiempo enseña subordinación y asentimiento, obediencia y conformismo, aun cuando la “pedagogía explícita” se centre en temas como el socialismo, la liberación de la mujer o el anti-imperialismo.

Y lo que no se está dando, al menos con la intensidad que la tarea requeriría, es una atención sin prejuicios a los procesos populares de auto-educación, auto-expresión, auto-organización cultural; no se está incentivando la densificación de la red educativa informal, no-estatal, no-escolar, no-institucional. No se favorece esta dirección cultural que parte de abajo y aspira a ascender; no se atienden los saberes tradicionalmente excluidos y silenciados; no se estima el relato inclemente del pobre irredimible, la voz de los desahuciados, extraviados y auto-marginados, discurso inmune a las fanfarrias doctrinales, que, ciertamente, no cabe en los idearios progresistas o socialistas de la gente bien, y pone sobre la mesa aspectos perturbadores, contradictorios, abigarrados, indigeribles, dinamita “sin marca” para hacer estallar las cajas de caudales espirituales de los ricachones de izquierdas y de toda esa plaga de benefactores sociales que aspira a ganarse algún cielo mediante su ejercicio docente o su infraejercicio político. No se contempla el ámbito de la educación extra-escolar, anti-escolar, “callejera”, “espontánea”, “cotidiana”. Se desprestigian, incluso, los esfuerzos autónomos de transmisión y elaboración del saber, los proyectos populares de socialización no-pesquisada de la cultura, porque hay un interés altísimo en promocionar las dinámicas opuestas, las tecnologías adoctrinadoras, escolares o para-escolares, que caen “de arriba” como un mandato divino y tienen por objeto adaptar el material humano a las exigencias de la máquina política hegemónica. Absolutamente descartada queda, en este contexto, la menor reivindicación de un nuevo, aunque díscolo, “derecho humano”: derecho a la objeción escolar, a no padecer el secuestro “educativo”, a no convertirse en un “prisionero a tiempo parcial”, a no escuchar discursos que, a veces como cuchillos, cada vez más como caramelos envenenados, de hecho dañan y de hecho hieren...

Sólo hay escuela donde hay opresión; y sólo se prorroga la escuela donde se pretende asimismo prorrogar la opresión. Así lo entendió Marx, que sugirió para los días del “Reino de la Libertad” un horizonte inequívoco de desaparición progresiva de la escuela (la comuna, la fábrica, la multiplicación aleatoria de centros culturales, colectivos, asociaciones, etc., absorberían las funciones usurpadas por la Escuela bajo el Capitalismo y se presentarían como “útiles”, “instancias”, “herramientas” para la auto-educación de la población; se erigirían en instrumentos no-coactivos para la auto-formación en libertad de hombres y mujeres autónomos). Así lo conceptuó también Blonskij, pronto marginado del proceso cultural soviético...

4)

Las autoridades políticas y culturales “bolivarianas”, dentro de su programa de legitimación y de su proyecto de reproducción ideológica, han recuperado un concepto que, ciertamente, tiende a caer periódicamente en manos desaprensivas: la idea del “Hombre Nuevo”. Y han edificado una horrorosa Patraña...

Como indicábamos, al servicio del Hombre Nuevo futurible, para contribuir a su advenimiento, se ha creado un ejército de Educadores, de Profesores “en misión”. Educadores “mercenarios”, en el doble sentido de la palabra (en el sentido político, en tanto se insertan, tal un eslabón, en la cadena del autoritarismo, haciendo suyo el lema de Cortázar: “obedecer para mandar, mandar para obedecer”; y, en el sentido económico, por percibir un salario, por “pasar factura” de sus supuestos servicios a la causa de la mejora de la Humanidad), vendidos que calcan en sus determinaciones esenciales a aquel Hombre Viejísimo de la Antigüedad Griega, figura primigenia del despotismo moral y cultural de Occidente, el Enseñante “retribuido”, el Maestro sofista por ejemplo, también ambulante, también peregrino, ganándose asimismo la vida como Instructor desplazado...

Para contribuir a la forja del Hombre Nuevo se recurre, pues, a un Hombre Viejo. Y se confía también en una Institución Vieja, la Escuela, dispositivo de “reforma moral” de la juventud inseparable de la génesis y paulatina remodelación del Capitalismo, engendro burgués donde los haya, artefacto diseñado y constantemente re-diseñado para la adaptación del material humano a los requerimientos de la Producción y del Estado.

Jamás de la Escuela ha salido un Hombre Nuevo: conseguía, meramente, un Hombre Viejo corregido, un Hombre Viejo del cual se había extirpado su afición al desorden, su proclividad a la desobediencia, su potencial crítico y subversivo, su amor a la libertad y al saber no-dirigido. La radical ambivalencia del ser humano (su dualidad y bipolaridad esenciales) era “trabajada” en la escuela, aplastada en la escuela, persiguiendo en todo momento el modelo -¿no deberíamos decir la esquela?- del “hombre unidimensional”, por rehabilitar la expresión de H. Marcuse.

También el nazismo aspiró a la emergencia y proliferación de un Hombre Nuevo; también encomendó esa tarea a los aparatos pedagógicos y educativos. También habló, en un principio, de Patria y Socialismo. Terriblemente desafortunado resulta hoy el “lema bolivariano”: “Patria, Socialismo o Muerte”, porque recuerda inmediatamente el eslogan nazi, el eslogan “nacionalsocialista”; y también nos parece calamitoso confiar en la Escuela para la elaboración de una Nueva Humanidad atenta a esa consigna. Si el Hombre Nuevo de Venezuela “cree” en la Patria, por ejemplo, no podrá admitir la figura del indígena localista, centrado sobre una identidad étnico-geográfica reducida, poco “patriota” desde luego, interesado, por añadidura, en defender y salvaguardar unos “usos y costumbres tradicionales”, autóctonos (ni “modernos”, ni “pre-modernos”, ni “post-modernos”), “leyes del pueblo” que en absoluto caben en la idea occidental, perfectamente moderna, de “socialismo”. ¿Qué hacemos entonces con el indígena no-patriota y no-socialista, aparte de marcar en su frente un anagrama de “Hombre Viejo” despreciable? ¿Y qué hacemos con los Hombres Viejos hostiles a toda idea de Patria, qué hacemos con los Nómadas, con los Sin-Hogar que tanto estimaba, entre otros, A. Gide (“Quisiera que te hubiese dado el deseo de salir, de salir de no importa dónde, de tu ciudad, de tu familia, de tu pensamiento”)? ¿Qué hacemos con los Fugitivos, con los Desertores, con los Resistentes al concepto, también moderno, miserablemente moderno, de Estado-Nación? ¿Qué hacemos con los Apátridas conscientes, tal Emil Cioran, y con los Apátridas instintivos, como los gitanos? ¿Qué hacemos, aparte de marcarlos lo mismo que animales enfermos, ejemplares defectuosos, muy por debajo del Hombre Nuevo nacionalista?

Voy a dejar a un lado el plural de cortesía... Cada vez que oigo la palabra “Hombre Nuevo” me pongo a temblar: presiento un genocidio y me veo entre los eliminados. Yo amo lo que hay de beligerante, de insurrecto, de insumiso, por poco que sea, en el Hombre Viejo que me rodea, con el que me cruzo todos los días, hombre de carne y hueso como yo, con sus innumerables miserias y sus escasas grandezas. Y detesto la abstracción cruel de un “Hombre Nuevo”, ese fantasma desalmado, sin sangre y sin aliento, que los agente del poder manejan para perpetuarse en sus posiciones de dominio. Significativamente, también la UNESCO ha patrocinado un aborrecible libro de Edgard Morin (“Los siete saberes fundamentales para la educación del futuro”), en el que se consigna el ideal “antropológico” del Occidente capitalista, la meta pedagógica liberal para el nuevo mundo globalizado: “Una reforma planetaria de las mentalidades”. Es decir, universalizar un “Hombre Nuevo”, una Novedad Espiritual que coincide empíricamente con el sujeto dócil de Occidente, un autómata política y económicamente utilizable.

¡Reforma planetaria de las mentalidades! ¡Hombre Nuevo! ¿Cabe mayor ofensa a la inteligencia? ¿Es pensable un ultraje mayor a la vida?

5)

Si Chávez es “sincero”, y pugna por un tránsito real al socialismo (un socialismo que no podría dejar de ser, igualmente, “real”), habrá de recurrir a procedimientos literalmente “estalinistas”, desempolvando los temibles conceptos de Vanguardia Intelectual, Minoría Esclarecida, Trabajo de Concienciación, etc. En ello está, de un tiempo a esta parte, “formando” dirigentes y emisarios en instituciones serviles, déspota-ilustradas, como la Escuela Venezolana de Planificación, “encuadrando y politizando” juventudes en centros tal el Frente Francisco Miranda, dotando y bendiciendo “misiones educativas” altericidas,... En lo político-filosófico, recurrirá, pues, a las nociones “idealistas” y “metafísicas” que allanaron, por su mera inercia conceptual, el camino a los campos de concentración de Auschwitz y de Siberia; y, en lo económico, volverá a mirarse en aquel “espejo de la Producción” que, según Baudrillard, sustentaba la “ilusión crítica del materialismo histórico” –un representante del Ministerio de Educación Superior nos reiteró el término socialismo de mercado para definir la política económica de la actual “fase de transición”. ¿Socialismo de Mercado?

Si Chávez no es “sincero”, y sueña meramente con el poder (político, económico) y con la celebridad histórica, detendrá el proceso de cambio en el punto exacto del capitalismo compensatorio: dignificar las condiciones de vida de los sectores populares, elevar su capacidad adquisitiva, sin alterar sustantivamente las relaciones sociales de producción, sin “erradicar a la burguesía” y, por supuesto, sin “erradicar al proletariado”. Las cooperativas que, según comentaristas del mismo entorno de Chávez, se han fomentado de un modo entusiástico y han sido abandonadas después a su suerte (quiebra, existencia meramente formal, corrupción,...), retroceden en la misma medida en que avanzan las empresas estatales, los negocios “nacionalizados”, y de este modo se extiende al lado del pequeño patrón burgués, un poco más agobiado en lo fiscal, el gran patrón del Estado. Y, bajo la tiranía de ambos patrones, tendremos siempre al proletariado, al trabajador explotado, a la carne de salario condenada a un indefinido enclaustramiento laboral. “El derecho al trabajo es, a lo sumo, derecho a un presidio industrial”, anotó Kropotkin; y poco importa que las reglas de la Cárcel laboral sirvan a un empresario individual o a un estado empresarial. Desde este punto de vista, el “socialismo del siglo XXI”, mejorando las condiciones de vida de los trabajadores y protegiéndolos en variable medida ante las vicisitudes y riesgos inherentes al Mercado, en muy poco se distinguiría ya de ese “capitalismo del siglo XXI” (Capitalismo de Rostro Humano, como “mienten” sus valedores) que, dejando a un lado las prácticas neoliberales puras, “fracasadas” en lo sustancial por el peso de las disfunciones que generan, explorará maneras de moderar los riesgos a los que se ve sometida la población, de atender precariedades sociales y limar desigualdades explosivas (“sutil intervencionismo de la organización estatal” que se dibuja tras las ‘recomendaciones’ de analistas como Gray, Giddens, etc.).

Por claudicar ante la lógica del Estado y de la Producción, por centrar su praxis socializadora en el modelo opresivo de la Escuela y del Profesor (“Toda Venezuela una Escuela”, dice uno de los lemas bolivarianos), el experimento liderado por Chávez sólo puede desembocar en uno u otro de los lugares previsibles que baliza la Modernidad declinante: por la izquierda, en el “estalinismo del siglo XXI”, fármaco “de síntesis” con ingredientes del Capitalismo de Estado y de las Dictaduras Burocráticas hiper-reales; por la derecha, en una nueva modalidad de “populismo autoritario” (astucia para los países del Sur concebida por ese “Capitalismo amable” que empieza a fraguarse en el Norte) que no cancela la fractura social ni proscribe el trabajo alienado, aunque suaviza los modos de explotación y dulcifica relativamente las condiciones de vida de los pobres. En modo alguno se quiebra aquella lógica del Amo y del Esclavo apuntada por Hegel; de ningún modo se tienta la Diferencia política y social. Lo peor que podríamos decir sobre el tumulto venezolano de nuestro tiempo, si se afirma este desenlace “conservador”, es aquello que Z. Bauman anotó sobre los disturbios franceses de hace unos años: “Aquí no está pasando nada”.

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