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Nacionales E.Herria :: 06/10/2014

[Cast/Eusk] Pacificados os quiere el señor

Petri Rekabarren
Los Estados y poderes siempre han prestado interés en desarrollar los mejores métodos de «pacificación mental» de las naciones oprimidas y de sus clases trabajadoras

Castellano

Siempre es necesario aprender de la historia de las naciones oprimidas. Nick Sekunda en su obra El Ejército Persa 560-330 A. C. (Ediciones del Prado, Col. Ospray Military, nº 38, Madrid 1994, p. 23) explica por qué el imperio persa encontraba cada vez más dificultades para contratar tropas mercenarias eficaces:

 

El conjunto de la población del que podían reclutarse estos mercenarios no era muy grande. La mayoría de las naciones del imperio hacía tiempo que habían dejado de proporcionar instrucción militar a sus jóvenes, de acuerdo con la política persa. Tras la conquista de Lidia, por ejemplo, se anuló cualquier tipo de instrucción militar a sus jóvenes, y en muy poco tiempo los lidios perdieron todo espíritu de revuelta. Incluso en el caso de querer resistirse al imperio no hubieran sabido cómo hacerlo. Así pues, la mayoría de los mercenarios tendían a reclutarse de naciones que todavía permanecían «libres». En la antigüedad esta palabra se podía usar casi como sinónimo de cualquier sociedad que proporcionara alguna forma de instrucción militar organizada a su juventud.

 

En los términos utilizados actualmente por los llamados «Grupos de resolución de conflictos», de tanta fama artificial ahora mismo en Euskal Herria, podríamos denominar a la vieja táctica persa como «educación para la paz», cuando en la realidad es el proceso de incapacitación psicofísica para el ejercicio del derecho y de la necesidad a la autodefensa contra la opresión y la injusticia. El imperio persa no descubrió ninguna nueva forma de «pacificación» sino que se limitó a aplicar a la juventud masculina de los pueblos que explotaba las muy eficaces formas de «educación para la paz» empleadas desde tiempos remotos por el sistema patriarcal contra las mujeres: prohibirles no solo el aprendizaje de las armas sino inculcarles, en especial, «la humildad y la paciencia». La historia de la liberación de la mujer muestra, primero, que su capacidad de resistencia no ha sido nunca extinguida y, segundo, que se refuerza con el desarrollo de armas más ligeras y mortales, sobre todo cuando rompe los barrotes de la cárcel familiar integrándose plenamente en la llamada «vida pública».

 

Para cuando Maquiavelo escribió su obra cumbre, El Príncipe, en 1513, las lecciones de las resistencias de los pueblos y de su capacidad para superar las sucesivas «educaciones para la paz» eran tales que pudo afirmar con total certidumbre histórica aquello de que «los suizos son muy libres porque disponen de armas propias». El pueblo suizo más empobrecido y explotado había demostrado su amor por la libertad cantonal y su negativa a pagar impuestos a la nobleza austríaca con la insurrección de 1240, aplastada en sangre: aún así nunca renunciaron al aprendizaje y uso de las armas hasta lograr la libertad medio siglo más tarde, manteniéndola desde entonces hasta ahora. Sin embargo, lo peor, lo más dañino para la libertad de los pueblos, no radica en la prohibición de poseer armas sino en la anulación de la conciencia de su derecho para hacerlo, para practicar la autodefensa cuando lo estime necesario; conciencia del derecho que es la base sobre la que puede levantarse luego la resistencia activa en cualquiera de sus formas, si se viera necesario hacerlo.

 

Los Estados y poderes establecidos siempre han prestado sumo interés en desarrollar los mejores métodos de «pacificación mental» de las naciones oprimidas y de sus clases trabajadoras. Todavía siguen vigentes en Hego Euskal Herria tácticas diseñadas en el famoso Plan ZEN del PSOE de comienzos de 1983, aunque más tarde se aplicaron también otras. Pero aquí no vamos a detenernos en las medidas aplicadas por el Estado español en el último tercio de siglo sino en los incuestionables efectos negativos que tienen para la conciencia popular los rechazos del derecho a la resistencia reiteradamente realizados por fuerzas sociopolíticas que tienen la confianza de amplios sectores de la nación oprimida. Es incuestionable que la decisión del PNV y del Gobierno Vasco de rendirse a los invasores italianos en 1937, de desmantelar una década después su pequeña pero muy simbólica fuerza armada acantonada en el Pirineo Occidental, de oponerse sistemáticamente a ETA, de aceptar las imposiciones españolas una tras otras, etcétera, ha debilitado mental y psicológicamente a decenas de miles de vascos y vascas que en cada una de esas coyunturas sí asumían el derecho a la resistencia, aunque dudasen de la posibilidad y/o necesidad de practicarla con todas sus consecuencias en esos momentos.

 

Con ciertas variantes, otro tanto tenemos que decir de la política del Partido Comunista de Euskadi y de España con su política de «reconciliación nacional» desde los años 50, con el abandono de toda defensa teórica y ética de la memoria de lucha y del heroísmo de la guerrilla, y sobre todo con su política sobre el ejército franquista y las fuerzas represivas desde los 70, política unida a las purgas de la militancia de izquierda de los sindicatos, movimientos populares, sociales y vecinales y del interior del partido. La aceptación de la monarquía franquista por otras izquierdas verbalmente más radicales que el PC, como la ORT y el PT, por ejemplo, y el ostentoso giro al centro derecha del PSOE, todo esto se sumó al mazazo político-moral dado por el PC precipitando en la segunda mitad de los años 80 el llamado «desencanto», que poco más tarde tendría una expresión propia en Hegoalde a raíz del estallido de EIA-EE y de la integración de algunos de sus grupos en el aparato estatal español e indirectamente mediante el rodeo de la burocracia del PNV.

 

Para la izquierda revolucionaria siempre ha sido un punto decisivo de debate calibrar de la forma más fiable posible los efectos negativos de esas claudicaciones sobre la conciencia popular. Se sabe que por lo general han sido desastrosos, dependiendo su gravedad de varios factores entre los que destaca la existencia en esos momentos de una sólida fuerza organizada capaz de aguantar el temporal, explicar al pueblo lo que está sucediendo y proponer alternativas coherentes para salir del atolladero. Tras la rendición de Santoña en 1937 el independentismo popular vasco dispuso de la fuerza organizada suficiente para seguir con la lucha contra el invasor franquista.
Después del desmantelamiento de finales de los años 40 y en medio de la pasividad acobardada en Hegoalde, surgió el embrión de otra fuerza que llegaría a ser decisiva con el tiempo: ETA. En los años 60 no se hizo esperar la reacción al reformismo del PC de Euskadi y de España con la lucha de ETA y con la proliferación de otras organizaciones revolucionarias, muchas de ellas escindidas de ETA pero también del mismo PC: sin esta amplia movilización clandestina difícilmente hubiera podido darse la oleada de lucha nacional de clase que vivificó Euskal Herria capacitándola para resistir los tremendos mazazos represivos que se multiplicaron desde entonces. El «desencanto» fue superado por la acción del MLNV y el Estado respondió con el endurecimiento represivo total desde la segunda mitad de los años 90 hasta ahora. De nuevo, el pueblo trabajador dispuso del instrumento político y teórico organizado centralizador del grueso de sus luchas en el plano estratégico.

 

A lo largo de esta prolongada experiencia a la que, con matices, podemos añadir la anterior habida en la Euskal Herria del Régimen Foral que garantizaba formalmente la defensa de las libertades vascas, lo menos importante ahora es el ejercicio popular de la violencia defensiva tácticamente en cada período porque lo que estamos exponiendo es una condición previa imprescindible: si por las razones que fueran el pueblo puede estar siendo «educacionalmente pacificado» en el sentido profundo dado por N. Sekunda, si esto puede estar ocurriendo, entonces hay que replantearse toda la política que facilita esa «normalización». Más aún, dada la importancia del problema, es necesario repasar cada determinado tiempo si por errores de la izquierda o porque esta o una parte de ella haya optado abiertamente por una línea política que, al margen de su voluntad, desborde las intenciones primeras y facilite la «pacificación mental» del pueblo.

 

Desde hace algún tiempo, una parte de la izquierda abertzale lleva en este sentido una línea política caracterizada por cinco cuestiones: una, insistir en que sus objetivos pueden lograrse únicamente mediante la acción política, democrática y pacífica; dos, abandonar toda referencia práctica y teórica a las violencias estructurales, objetivas y permanentes, sean visibles o invisibles, que a diario golpean al pueblo trabajador; tres, una interpretación histórica neutralista y aséptica, «equidistante», de los largos años de lucha armada defensiva y del llamado «problema de las víctimas»; cuatro, condenar y rechazar toda forma de resistencia y denuncia violenta practicada por cualquier colectivo en protesta de la violencia estructural, ofensiva e injusta; y, cinco, mantener un mutismo absoluto sobre el modelo de seguridad civil democrática y popular inserto en un plan de autodefensa nacional. Veámoslo uno por uno.

 

Uno, insistir en que sus objetivos pueden lograrse únicamente mediante la acción política, democrática y pacífica. Desde la irrupción definitiva del capitalismo industrial y minero a finales del siglo XIX, la vida sociopolítica, económica y cultural vasca ha estado unida a una enrevesada interacción de las violencias opresoras y oprimidas; la lucha armada practicada por ETA es solo una pequeña porción de los múltiples conflictos habidos, que siguen habiendo y que habrá sí o sí, aunque ETA haya abandonado la lucha armada. Desde esta perspectiva, que es la única válida para comprender el problema en su significado profundo y de futuro, la insistencia unilateral, absoluta, sin matices ni excepciones, en el pacifismo, solo acarrea desconcierto en una parte amplia de la militancia, malestar en otra y euforia en el reformismo y en la burguesía. La identificación de la «democracia» y de la «política» con el pacifismo institucionalista, multiplica los efectos negativos de semejante simplismo idealista. Por si fuera poco, las meras alusiones verbales a una «desobediencia civil» y a una «acción no-violenta» que apenas se realizan en su contenido radical, pese a las promesas realizadas en su momento, no hacen sino aumentar el desconcierto y la frustración en una parte, y la euforia en el sistema.

 

Dos, abandonar toda referencia práctica y teórica a las violencias estructurales, objetivas y permanentes, sean visibles o invisibles, que a diario golpean al pueblo trabajador. Las denuncias de las violencias que se han hecho han sido muy contadas e inmediatistas porque han respondido a agresiones represivas previas, a detenciones generalmente. Han sido denuncias superficiales e inmediatistas porque se limitan al hecho aislado y pasajero, sin estar insertas de un programa sistemático de estudio de las violencias estructurales y objetivas que padece nuestro pueblo a diario. Es cierto que hay colectivos que luchan contra violencias específicas -patronal y burguesa, patriarcal y adulta, racista, estatales, etcétera-, pero no hay ningún proyecto de coordinarlas en una dinámica nacional de respuesta aunque sea en el plano teórico-político. Debido a esta ausencia, se debilita la percepción de la unicidad elemental de la violencia opresora y se fortalece la creencia de que no existe una coherencia de fondo opresor sino pequeñas micro-violencias y micro-explotaciones separadas entre sí. Al debilitarse la visión teórica unitaria se fortalecen las tesis de las múltiples micro-resistencias aisladas entre sí, pero unidas por el dogma del pacifismo, generalizándose la creencia de que puede acabarse con las micro-opresiones aisladas mediante otras tantas micro-movilizaciones aisladas: ha triunfado así la máxima político-militar romana de divide y vencerás.

 

Tres, una interpretación histórica neutralista y aséptica, «equidistante», de los largos años de lucha armada defensiva y del llamado «problema de las víctimas». Tal vez esta sea una de las «novedades» que más daño está haciendo en amplios sectores de las bases independentistas, no exclusivamente en su militancia más consciente. Decimos «novedades» porque si bien era perceptible un debilitamiento en los tres últimos lustros de la explicación teórica y ética de la violencia defensiva como forma táctica inserta en el principio de mal menor necesario, no es menos cierto que en los últimos años ha desaparecido cualquier preocupación por contrarrestar la reaccionaria ideología burguesa al respecto. En especial no explicar entre el pueblo una serie de realidades, teorías y principios éticos sin los cuales termina de imponerse más temprano que tarde la ideología burguesa en cualquiera de sus expresiones. La forma más peligrosa y dañina, además de falsa, que ha desarrollado una parte de la izquierda vasca en el momento de la evaluación de la violencia defensiva ha sido la de decir que respondía a la emotividad y no a la razón política, a reacciones de ira y no de racionalidad, y que ahora, en esta «nueva situación», la política ha de ser racional y no emocional. En su momento criticaremos radicalmente esta aberración que justifica, entre otras barbaridades, las presiones a familiares de militantes asesinados para su consentimiento para la retirada de placas en su memoria y honor, dos fuerzas decisivas para la supervivencia de toda nación oprimida.

 

Cuarto, condenar y rechazar toda forma de resistencia y denuncia violenta practicada por cualquier colectivo en protesta de la violencia estructural, ofensiva e injusta. Este punto es un correlato necesario de los tres anteriores porque una vez llegados a tales niveles solo queda el paso de oponerse a cualquier autodefensa no pacifista y no legalista.
La lista de condenas y rechazos es lo suficientemente contundente y significativa como para alargarnos en ella, ya que lo importante ahora es analizar la coherencia interna de los cuatro puntos -y del quinto que veremos- porque se necesitan mutuamente. No se puede ser pacifista aceptando solo algunas violencias y rechazando el resto; no se puede despreciar la teoría revolucionaria aceptando algunas prácticas de resistencia violenta ya que existiría una contradicción irresoluble; y no puede pretenderse ser neutral y equidistante en la revisión de la historia si se siguen aceptando algunas formas de violencia de respuesta contra la opresión. El supuesto «realismo político» actual que justifica la auto-amputación de nuestra propia memoria y honor no puede ir acompañado de la aceptación de algunas formas de protesta violenta porque entonces ¿dónde está el límite entre unas y otras?

 

Y quinto, mantener un mutismo absoluto sobre el modelo de seguridad civil democrática y popular inserto en un plan de autodefensa nacional. Ninguno de los cuatro puntos anteriores adquiriría su coherencia plena sin este mutismo público en lo tocante al papel de las llamadas «fuerzas del orden» en el presente y a las alternativas concretas actuales urgentes y necesarias así como a las generales futuras. Las campañas del Alde Hemendik, del Ospa Eguna, y otras idénticas, permanentes en el pasado, han desaparecido casi en su totalidad ahora, a excepción de las recuperaciones que empiezan a proliferar desde iniciativas populares que no de la izquierda abertzale «oficial». Pero la pregunta surge al instante: ¿qué sistema democrático de seguridad nacional integral sustituirá a las fuerzas de ocupación, a la Ertzaintza y a la Policía Foral? La política del avestruz solo empeora el problema porque, mientras tanto, el Estado y la burguesía vasca gana tiempo en medio del desconcierto popular. Pero la crítica radical que hay que hacer al mutismo consiste en que no puede negarse al pueblo su intervención democrática en esta cuestión, tratándole con el mismo desprecio burocrático que ha recibido la militancia de base de Sortu, que sigue sin conocer oficialmente el resultado del debate realizado hace aproximadamente dos años.

 

Concluyendo: ¿sufrirá el pueblo trabajador vasco la misma suerte que el lidio, que cuando quiso defenderse había olvidado además del uso de las armas, la imprescindible noción de libertad?

 

Petri Rekabarren

26 de septiembre de 2014

Euskera

 

BAKETUAK NAHI ZAITUZTE JAUNAK

 

 

Herri zapalduen historiatik irakaspenak atera behar dira beti. Nick Sekunda-k idatzitako Persiako armada Kristo aurreko 560. eta 330. urte bitartean (Ediciones del Prado, Ospray Military bilduma, 38. zbk, Madril 1994, 23. orr.) idazlanean jasotakoaren arabera, Persiako inperioak geroz eta zailtasun handiagoak zituen tropa mertzenario eraginkorrak kontratatzeko, honatx zergatia:

 

Mertzenario gisa erreklutatzeko moduko biztanleria-kopurua ez zen handia. Persiar politikari jarraiki, inperioko naziorik gehienetan gazteei ez zitzaien instrukzio militarrik ematen aspaldian. Adibidez, Lidia konkistatu ondoren, gazteei begirako instrukzio militar-mota guztiak deuseztatu egin zituzten, eta handik oso denbora gutxira, Lidiakoen jite iraultzailea galdu egin zen erabat.
Hartara, inperioaren aurka jo nahi izanez gero, zer egin jakin gabe ibiliko ziren. Horregatik, mertzenariorik gehienak oraindik «aske» ziren herrietan erreklutatu ohi ziren. Antzina gizarte askea izatea gazteei zuzendutako nolabaiteko instrukzio militarra edukitzearen sinonimotzat jotzen zen.

 

Gaur egungo «gatazkak konpontzeko taldeen» lengoaian, oraintxe ospe artifizial handia dutenak Euskal Herrian, persiar taktika zaharrari «bakerako hezkuntza» dei diezaiokegu, baina psikologikoki eta fisikoki zapalkuntza eta injustiziaren aurkako autodefentsaren eskubide eta beharra ezgaitzeko prozesua da. Persiako inperioak ez zuen inolako «baketze» modu berririk asmatu menpeko herrietan, baizik eta mutil gazteei eraginkortasun handiko «bakerako hezkuntzako» moldeak ezartzera mugatu zen, aspaldidanik sistema patriarkalak emakumeen kontra erabilitako berberak: armen trebakuntza debekatzea eta, bereziki, haien buruan «umiltasuna eta pazientzia» txertatzea.
Emakumeen askapenaren historiak erakusten digun bezala, lehenik, euren erresistentzia-gaitasuna ez da inoiz agortu eta, bigarrenik, indarra hartu dute arma arinagoak eta hilgarriak garatzean eta, batez ere, kartzela familiarraren barroteak apurtzean, «bizitza publikoa» deiturikoan erabat integratuta daudelarik.

 

Maquiavelok 1513an idatzi zuen beraren libururik gorena, Printzea, non herrien erresistentzien irakaspenak hartu zituen kontuan, bai eta, elkarren segidako «bakerako hezkuntzak» gainditzeko erakutsitako gaitasuna ere, ziurtasun historiko osoz zera adierazi zuen. «suitzarrak oso askeak dira, beraien armak dauzkatelako». Izan ere, suitzar behartsuen eta esplotatuenek erakutsi zuten askatasun kantonalaren aldeko maitasuna, eta ezetza eman zioten Austriako nobleziaren zergak ordaintzeari 1240ko matxinadan, odolez zapaldua: dena dela, inoiz ez zioten uko egin armetan trebatu eta erabiltzeari, harik eta askatasuna lortu arte mende-erdi beranduago, ordutik gaur egunera arte eutsi diotelarik.
Hala eta guztiz ere, herrien askatasunerako gauzarik okerrena edo kaltegarriena ez datza armak edukitzeko debekuan, baizik eta armak erabiltzeko eskubidearen kontzientzia deuseztatzean, autodefentsan aritzeko beharrezko irizten diotenean; eskubidearen kontzientzia hori da, gerora, altxa daitekeen edozein motatako erresistentzia aktiboaren oinarria, hala beharrezkotzat joz gero.

 

Estatuek nahiz ezarritako agintariek berebiziko interesa agertu dute beti herri zapalduen eta langileen «baketze mentalaren» inguruko metodorik onenak garatzeko. Horretara, 1983. urteko hasieran, oraindik PSOEren ZEN plan famatuaren barruan diseinaturiko taktikak daude indarrean Hego Euskal Herrian, nahiz eta beranduago beste batzuk ezarri. Alabaina, oraingo honetan ez gara geldituko espainiar estatuak, XX. mendeko azken herenean, ezarritako neurrietan, bai, ordea, erresistentziaren eskubidea errefusatzeek herri-kontzientzian duten eztabaidaezineko eragin negatiboetan, gure herri zapalduan, hain zuzen ere, sektore zabalen konfiantzapeko indar soziopolitikoek errepikatzen dituzten errefusatzeak. Eztabaidaezina da EAJ eta Eusko Jaurlaritzak harturiko hainbat erabakik, hala nola, 1937. urtean, italiar inbaditzaileen aurrean errenditzea, hamarkada bat beranduago, mendebaldeko Pirinioetan kantonaturiko indar armatua (txikia baina sinbolismo handikoa) desegitea, ETAri sistematikoki aurre egitea, espainiar inposizioak bata bestearen atzetik onartzea eta abar, dozenaka mila euskal herritar ahuldu egin dituela mental eta psikologikoki, aipaturiko abagune bakoitzean erresistentziaren eskubidea haien gain hartzeko prest baitzeuden, nahiz eta une haietan ondorio guztiekin praktikara eramateko aukera edo/eta premia zalantzan jarri.

 

Zenbait desberdintasun baditu ere, gauza bera esan dezakegu Euskadi eta Espainiako Alderdi Komunistaren politikaren inguruan, horra hor, 50eko hamarkadaz geroztik, «adiskidetze nazionalaren» inguruko politika, borroka-memoriaren eta gerrillak erakutsitako heroismoaren defentsa teoriko eta etikoa alde batera utziz erabat eta, batez ere, 70eko hamarkadaz geroztik, armada frankistaren eta indar errepresiboen inguruan daraman politika, horri gehitu behar zaizkio sindikatuetako, herri-, gizarte- zein auzo-mugimenduetako eta alderdiaren barneko ezker militantziaren purgak.
Halaber, hauexek: hitzez PC baino erradikalagoak ziren beste ezkertiar batzuek, kasu baterako ORT eta PT, monarkia frankista onartzea, PSOEk zentro-eskuin aldera nabarmen biratzea eta PC alderdiak emandako zartada politiko-morala, «desilusioa» deiturikoa sortaraziz, beranduxeago, 80ko hamarkadaren bigarren erdialdean, Hegoaldera hedatuko zena EIA-EE alderdiaren eztandaren bidez, horren talde batzuk espainiar estatuaren aparatuan integratuz eta, zeharka, EAJren burokraziaren inguratzea.

 

Halako amore emateek herri-kontzientzian eragindako alde negatiboak ahalik eta modurik fidagarrien aztertzea izan da beti eztabaidagune erabakigarria ezker iraultzailearentzat. Oro har, jakin badakigu oso txarrak izan direla, eta zenbait faktorek zehazten dute euren larritasun-maila, besteak beste, honako hau nabarmentzen dugu: une hauetan, ekaitzetik onik irteteko gai den indar sendo eta antolatuaren existentzia, herriari gertatzen ari denaren berri eman eta atakatik ateratzeko hautabide koherenteak proposatzeko gai dena. 1937ko Santoñako errendizioaren ondoren, euskal herri-independentismoak bazeukan inbaditzaile frankisten aurkako borrokari eusteko nahikoa indar antolatu. 40ko hamarkadaren amaierako azken tropen desegitearen ostean eta Hegoaldean pasibotasun koldartua nagusi izanik, beste indar baten enbrioia jaioko zen, denbora pasa ahala, erabakigarria izango zena: ETA. 60ko hamarkadan, laster etorriko zen Euskadi eta Espainiako PC alderdi erreformistaren kontrako erreakzioa, ETAren borrokaren eta bestelako erakunde iraultzaileen ugaritzearen bitartez, asko ETAtik bananduak, bai eta, PCtik beratik ere: mobilizazio klandestino zabal hori existitu ez balitz, nekez gertatuko zatekeen Euskal Herrian bizitutako klase-borroka nazionala, ordutik ugarituriko zartada errepresibo latzei eusteko gaitasunez hornitu zuena. Euskal Askapenerako Mugimenduaren ekimenek «desilusioa» gainditu egin zuen, eta, 90eko hamarkadaren bigarren erdialdetik gaur egunera arte, errepresio bortitzari ekitea izan da estatuaren erantzuna. Berriro ere, herri langileak tresna politiko eta teoriko antolatua eduki zuen eskura, borrokaren zatirik mardulena plano estrategikoan zentralizatu ahal izateko.

 

Aipatu esperientzia-aldi luzeari aurreko garaikoa gehitu diezaiokegu, alegia, zehaztasunez zehaztasun, Foru Erregimenpeko Euskal Herrikoa, euskal askatasunen defentsa formalki bermatzen zuena, dena dela, aldi bakoitzean herriak taktikoki erabilitako indarkeria defentsiboa ez da orain garrantzitsuena, hemen azaltzen ari garena ezinbesteko aurrebaldintza delako: baliteke, diren arrazoiak direla, herriak «baketuen hezkuntza» jasotzea, N.
Sekunda-k adierazitako esanahi sakonean, baliteke horrelakorik gertatzea, halakoetan «normalizazio» horretan laguntzen duen politika osoa birplanteatu beharra dago. Are gehiago, arazoaren garrantzia ikusita, beharrezko da aldiro-aldiro zergatiak aztertzea, hala ezkerraren huts egiteak ote diren, nola ezker osoak edo beraren zati batek ildo politiko baten hautua egin duelako modu nabarmenean, hau da, herriaren gogoz kontra, lehen intentzioak gainditzen dituen eta «baketze mentalean» laguntzen duen hautu bat.

 

Badela denbora, ezker abertzalearen zati batek norabide horretako ildo politikoari heldu diola, bost elementu dituena ezaugarritzat, lehenik, helburuak soilik bide politiko, demokratiko eta baketsuak erabiliz lor daitezkeela dio etengabe; bigarrenik, alde batera utzi ditu egiturazko indarkeriei buruzko erreferentzia praktiko eta teoriko guztiak, bai eta, indarkeria objektiboei eta iraunkorrei buruzkoak ere, agerikoak nahiz ezkutukoak eta egunero herri langilea jotzen dutenak; hirugarrenik, neutralista, aseptiko eta «distantziakidea» da borroka armatu defentsiboaren urte luzeei buruz eta «biktimen arazoa» deiturikoari buruz egiten duen interpretazio historikoa; laugarrenik, egiturazko indarkeria iraingarri eta injustuaren aurkako protesten kasuan, edozein kolektibok erabiltzen dituen erresistentzia-modu eta salaketa bortitz guztiak kondenatu eta haiei muzin egiten die, eta, bosgarrenik, erabat mututurik gelditzen da herri-segurtasun zibil eta demokratiko eredua jasotzen duten autodefentsa nazionalerako planen aurrean . Ikus ditzagun banan-banan.

 

Lehenik, helburuak soilik bide politiko, demokratiko eta baketsuak erabiliz lor daitezkeela dio etengabe. Industri eta mehatze-kapitalismoaren behin betiko azaleratze indartsua XIX. mendeko amaieran gertatu zen, eta harrez geroztik, zapaltzaileen nahiz zapalduen indarkeriak, elkarrekintza korapilatsuaren bidez, loturik egon dira euskaldunon bizitza soziopolitiko, ekonomiko eta kulturalean; hartara, ETAren borroka armatua, izan diren (diren eta bai ala bai izango diren) gatazka ugariren zatitxo bat besterik ez da, nahiz eta dagoeneko ETAk utzi dion borroka armatuari. Etorkizuneko esanahi sakonean arazoa ulertzeko baliagarri den ikuspuntu horretatik, alde bakar bat, ñabardurarik eta salbuespenik gabe, bakezaletasunean erabat itsuturik egoteak nahasmena sorrarazten dio militantziaren zati handi bati, ondoeza beste bati eta euforia, ordea, erreformismo eta burgesiari. «Demokrazia» eta «politika» bakezaletasun instituzionalarekin parekatzeak ugaritu egiten ditu holako sinplismo idealistaren eragin negatiboak. Hori gutxi balitz, bere garaian promesak egin baziren ere, «desobedientzia zibila» eta «indarkeriarik gabeko ekintza» bezalako aipamen hutsak egiteak, euren eduki erradikala apenas gauzatua, alde bateko nahasmen eta frustrazio handiagoa besterik ez dute eragiten, sisteman, aldiz, euforia sorrarazten dute.

 

Bigarrenik, alde batera utzi ditu egiturazko indarkeriei buruzko erreferentzia praktiko eta teoriko guztiak, bai eta, indarkeria objektiboei eta iraunkorrei buruzkoak ere, agerikoak nahiz ezkutukoak eta egunero herri langilea jotzen dutenak. Gutxi batzuk eta berehalakoak izan dira indarkeriengatik egindako salaketak, aurrez egindako agresio errepresiboen erantzun gisa egin direlako, oro har, atxiloketak izan direlarik. Azaleko eta berehalako salaketez ari gara, gertaera isolatu eta iragankorretara mugatzen baitira, egunero gure herriak pairatzen dituen egiturazko indarkeriak eta indarkeria objektiboak aztertzeko programa sistematiko batean txertaturik egon gabe. Egia da zenbait kolektibok berariazko indarkerien kontra borrokatzen dutela -patronal eta burgesa, patriarkal eta helduaren kontra, arrazista, estatal eta abarraren kontra-, alabaina, ez dago erantzun dinamika nazional batean denak koordinatzen dituen inolako egitasmorik, soilik ikuspegi teoriko-politikoan bada ere. Holakorik ez egoteak, alde batetik, ahuldu egiten du indarkeria zapaltzailearen ageriko bakartasunaren pertzepzioa, eta bestetik, sendotu egiten du bihotz zapaltzailedun koherentziarik ez egotearen ideia, baizik eta elkarren artean banandutako mikro-indarkeriak eta mikro-esplotazioak egotearena. Ikuspegi teoriko eta unitarioa ahultzen den heinean, askotariko mikro-erresistentzien tesiak sendotu egiten dira, elkarren artean isolaturik daudenak, baina bakezaletasunaren dogmak elkartzen dituena, bestalde, mikro-zapalkuntza isolatuak amaitzeko aukera egotearen ideia orokortu egin da, beste horrenbeste mikro-mobilizazio isolatuen bidez, horretara, gailendu da Erromako maxima poliítiko-militarra: divide et vinces (zatitu eta irabaziko duzu).

 

Hirugarrenik, neutralista, aseptikoa eta «distantziakidea» da borroka armatu defentsiboaren urte luzeei buruz eta «biktimen arazoa» deiturikoari buruz egiten duen interpretazio historikoa. Agian, horixe dugu oinarri independentista zabalengan kalterik gehien egiten ari den «nobedadeetako» bat, ez soil-soilik militanterik kontzientziatuenengan. «Nobedadeak» diogu, izan ere, azken hiru bosturtekootan, azken irtenbide bezala taktika gisa erabilitako indarkeria defentsiboaren inguruko azalpen teoriko eta etikoaren makaltzea antzemateko modukoa bazen ere, egiazkoa da, baita ere, azken urteotan, gai horri dagokionez, ideologia erreakzionario-burgesari aurre egiteko kezka guztia desagertu egin dela.
Bereziki, herriaren aurrean zenbait errealitate, teoria eta printzipio etiko azaldu ez izana, horiek gabe, lehenago edo beranduago, ideologia burgesaren edozein adierazpena gailendu egiten baita. Indarkeria defentsiboa ebaluatzean, honelakoak diote: hunkiberatasunari egindako erantzuna zela, ez arrazoi politikoari, amorruak eragindako erreakzioak zirela, ez arrazionaltasunarenak eta «egoera berri» honetan politika emozionala egin beharrean, politika arrazionala izan behar dela, faltsua izanik, horrelakoak dira euskal ezkerraren zati batek garaturiko konturik arriskutsuenak eta kaltegarrienak. Aberrazio horri buruzko kritika zorrotza egingo dugu beste une batean, beste astakeria batzuen artean, militante asasinatuen omenezko eta ohorezko plakak kentzeko senitartekoei egindako presioak justifikatzen baititu, hau da, oroimena eta ohorea, nazio zapalduen biziraupenerako funtsezko diren bi elementu.

 

Laugarrenik, egiturazko indarkeria iraingarri eta injustuaren aurkako protesten kasuan, edozein kolektibok erabiltzen dituen erresistentzia-modu eta salaketa bortitz guztiak kondenatu eta haiei muzin egiten die. Aurreko hiru puntuetan beharrezko den korrelatua dugu hau, behin maila horietara iritsiz gero, bakezale eta legalista ez den autodefentsa ororen kontra egiteko pausoa falta da besterik ez. Egindako kondena- eta errefusatze-zerrenda nahikoa biribil eta adierazgarri da, eta ez gara horrekin luzatuko, lau puntuen barne-koherentzia aztertzea da orain garrantzitsua –bai eta, ikusiko dugun bosgarrenarena ere-, elkarren beharra dutelako. Ezin daiteke bakezale izan, baldin eta indarkeria batzuk soilik onartzen badira eta gainerakoei muzin egiten bazaizkie; ezin daiteke teoria iraultzailea arbuiatu, baldin eta indarrezko erresistentzia-praktika batzuk onartzen badira, hor kontraesan konponezina legokeelako; eta ezin daiteke neutral eta distantziakide izan historia aztertzerakoan, baldin eta oraindik zapalkuntzaren aurkako indarkeria-mota batzuk onartzen badira. Gaur egun, geure oroimen eta ohorearen auto-anputazioa justifikatzen duen ustezko «errealismo politikoak» ezin ditzake indarrezko protesta-modu batzuk onartu bakarrik, bestela, non ote dago batzuen eta besteen arteko muga?

 

Bosgarrenik, erabat mututurik gelditzen da herri-segurtasun zibil eta demokratiko eredua jasotzen duten autodefentsa nazionalerako planen aurrean. Aurreko puntu bakar batek ere ez luke koherentzia beterik edukiko mututasun publiko hori gabe, alde batetik, «ordenaren indarrak» deiturikoen oraingo zereginari dagokionez, eta bestetik, gaur egungo, premiazko eta beharrezko alternatiba zehatzei dagokienez, bai eta etorkizuneko alternatiba orokorrei ere. Iraganean urtero antolaturiko Alde Hemendik, Ospa Eguna eta beste ekimen berdintsuetako kanpainak ia erabat desagerturik daude, dena dela, zenbait herri-ekimenek halakoak berreskuratzeari ekin diote, ezker abertzale «ofizialean» gertatzen ez dena. Hala ere, berehalako galdera sortzen da: nolakoa izango da indar okupatzaileak, Ertzaintza eta Foru Polizia ordezkatuko dituen segurtasun-sistema demokratiko, nazional eta integrala? Ostrukaren politikak arazoa gaiztotu besterik ez du egiten, izan ere, estatuak eta euskal burgesiak denbora irabazten dute herri-nahasmenaren erdian. Alabaina, kontu horretan herriaren esku hartze demokratikoa ezin daitekeela ukatu da mututasunari egin beharreko kritika erradikala, SORTUren oinarrizko militantzia jasandako mespretxu burokratiko beraren tratuarekin, duela bi urte inguruko eztabaidaren emaitza ofiziala oraindik jakin gabe dagoena.

 

Amaiera gisa: izango al du euskal herri langileak Lidiakoek jasandako patu berbera, euren burua defendatu nahi izan zutenean, armen erabilera eta askatasunaren ezinbesteko nozioa ahazturik zeuzkatela?

 

Petri Rekabarren

2014ko irailaren 26a

 

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