La conquista del odio

x Claudio Velázquez [Educador infantil]

Erase una vez en una tierra lejana y hace tanto tiempo que el recuerdo se ha perdido entre los siglos de los siglos, allá por el norte del continente americano, donde la tierra parece cortada por bruscos golpes de hachas gigantes manejadas por dioses poderosos, que vivía en una bonita aldea una pequeña tribu india.

La vida transcurría tranquila, como sólo hace tanto tiempo era concebida. Los mayores trabajaban, los niños y niñas jugaban y las arenas de los parajes observaban y contaban a los vientos todo lo que pasaba.

Las gentes eran felices con la vida que llevaban. Los pocos terrenos que cultivaban eran de todos y lo que de ahí se sacaba era repartido por igual. Así como con la caza, de la que se encargaban unos cuantos guerreros. Luego otros hacían pieles y sacaban de los animales todo lo necesario para alimentarse. La vida transcurría así desde hacia tanto tiempo que ya nadie recordaba otros anteriores.

Un día como otro cualquiera, llegaron a la aldea unos hombres de piel muy blanca. Todos los acogieron. No eran gente muy acostumbrada a las visitas pero eran hospitalarios si las tenían. Así que dieron una cálida bienvenida a los extraños forasteros. Estos se sorprendieron de tanta cordialidad. Sobre todo cuando veían que no vivían en la abundancia pero que aun así eran gentes tan alegres.

- ¿Cómo parecéis tan felices cuando tan solo tenéis pequeños tipis como vivienda y vuestras diversiones son tan solo cantar alrededor de una hoguera y mirar las estrellas?.

- No sé. - decían extrañados los indios- Siempre fue así y nunca hemos necesitado más.

- Pero no puede ser. - Los visitantes no podían creerlo-. Dentro de un tiempo y como nos habéis tratado tan bien os traeremos cosas para que vuestra vida sea mejor.

- ¡Fantástico!. - Dijeron lo indios- A la mañana siguiente los forasteros partieron.


Pasaron meses, incluso estaciones, pero finalmente y tal y como habían prometido, los hombres de piel blanca volvieron. Todos se alegraron del reencuentro. Los extranjeros efectivamente trajeron regalos.

Trajeron un par de rifles para sustituir un par de arcos. Así la caza sería más fácil. Trajeron un par de maquinas manuales para coser ropa. Así esta seria más sofisticada y cómoda. Trajeron un par de barajas de cartas, alcohol y la maquina y fórmula para fabricarlo. Así tendrían algo más que hacer que mirar las estrellas. Y trajeron también y entre otras cosas, la fascinación por los nuevos regalos y el deseo de tener vidas más fáciles y cómodas.

Las cosas fueron repartidas sin dar demasiada importancia a quien se las quedase. Total, el beneficio lo notarían todos. Como todo era de todos... Sin embargo hubo dos guerrero que se quedaron con los dos rifles. Aprendieron a manejarlos tan bien que cazaban más que nadie. Al cabo de un tiempo pensaron: "Si cazamos más que nadie, ¿por qué no tenemos más que los demás?.

A su vez, el hombre y la mujer que se habían quedado con las maquinas de coser aprendieron a hacer con estas muchas mas prendas y mejores que las otras y al cabo de un tiempo también se preguntaron: "si hacemos más prendas y mejores, ¿por qué no tenemos más que los demás?. Esto se preguntaron todos los que se hicieron en su día con los nuevos regalos.

¿Qué pasó?. Pues que los propietarios de los rifles dejaron de compartir sus presas, al igual que dejaron de compartir sus prendas los nuevos costureros. Tampoco quería dejar las cartas el que las poseía, como tampoco daba alcohol el que poseía la maquina y la formula para hacerlo. Ahora pedían algo a cambio. Pedían lo que el otro tenía. Lo que fuese. Todos querían más. Más comida, más ropa, más diversión. Más.

Algunos podían conseguirlo. Los que tenían los famosos regalos. Los otros no. Surgió así algo que nunca antes habían experimentado. El egoísmo, la competitividad y la envidia.

La pregunta que se hacían los que tenían estos instrumentos para "mejorar vidas" de aquellos hombres blancos, se había resuelto. Habían conseguido lo que querían. Ahora vivían mejor que el resto. La caza ya no se hacía en común, ni la agricultura, ni la ropa. Ahora si querías algo de esto tenías que hacerte con ello. O lo hacías tú, o lo cambiabas por algo que tuvieras.

Hubo escenas trágicas. Algunos murieron por enfermedad. Por ejemplo, un cazador que enfermaba se quedaba sin presas para comer y cambiar por cosas y como ya hasta el hechicero pedía algo a cambio, pues acababa muriendo. Esto pasaba a menudo entre los que no tenían los instrumentos, que eran casi todos.

Así fue como los que tenían los regalos de los hombres blancos cada vez tenían más, porque encima cada vez pedían más a cambio por sus productos y los que no los tenían cada vez tenían menos, eran más pobres y pasaban más calamidades. El odio se hizo con el poblado y así vivieron hasta que los que tenían menos se organizaron y robaron los instrumentos a sus propietarios y los echaron. Esto costó algunos derramamientos de sangre pero al final lo consiguieron.

Decidieron por mayoría que todo volvería a ser como antaño. Todo de todos. Todos aprenderían a manejar los instrumentos en beneficio del poblado entero y estos rotarían de mano en mano cada cierto tiempo. Decidieron por lo tanto que la mejoría y el beneficio seria para todos o para ninguno.

Así consiguieron nuestros amigos de aquella tierra lejana, allá por el norte del continente americano, donde la tierra parece cortada por bruscos golpes de hachas gigantes manejadas por dioses poderosos, volver a vivir en felicidad y fraternidad por algún tiempo.

Y digo algún tiempo porque últimas noticias, traídas por los vientos y contadas por las arenas de esos parajes, dicen que los hombres blancos volvieron.

 
         
   
 

| Principal | España | País Vasco | Internacional | Antiglobal | Antimúsica |
| Pensamiento autónomo | La violencia como herramienta de lucha política | Alizia Stürtze |
| Reconstruyamos la historia de América Latina | La prensa al servicio del neoliberalismo |
| Anticultura | Desenmascaremos a Garzón | Antirred [enlaces, campañas] |