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México, México :: 31/08/2015

Descolonizar el pensamiento crítico y las rebeldías (II)

Gilberto López y Rivas

La construcción de otro mundo en América Latina, acorde con Raúl Zibechi, se está llevando a cabo por medio de organizaciones no estadocéntricas ni jerarquizadas, que a veces ni siquiera tienen equipos permanentes de dirección y, en consecuencia, tienden a superar la burocracia, una forma tradicional, elemental y muy antigua de dominación. En estos nuevos modos de hacer, las mujeres y los jóvenes juegan un nuevo papel.

En un primer momento de crítica a los gobiernos progresistas, Zibechi identifica que, pese a las diferencias, todos los procesos tienen en común la continuidad del modelo extractivo, ya sea minería a cielo abierto, hidrocarburos o monocultivos. “En todos los casos se trata de la producción de commodities, el modo que hoy asume el neoliberalismo en la región”, así como la expansión de políticas sociales que buscan neutralizar a los movimientos y amortiguar o impedir el conflicto. El mapa de los gobiernos progresistas y de izquierda habría que completarlo estableciendo una diferencia entre aquellos países en los que la acción social hizo entrar en crisis el sistema político, como Venezuela, Bolivia y Ecuador, y aquellos como Brasil y Uruguay, donde ha predominado la estabilidad, estando Argentina en una situación intermedia.

Al interrogante sobre los principales peligros y beneficios que implica la llegada al gobierno de partidos progresistas, Zibechi hace un señalamiento, a mi juicio trascendente, y a partir de tres escenarios: Las relaciones interestatales, o sea, la cuestión de los gobiernos, la relación entre movimientos y estados, es decir, la cuestión de la emancipación y la relación entre el desarrollo y el buen vivir, esto es, el posdesarrollo. Si miramos la cuestión estatal, la existencia de gobiernos progresistas es muy positiva, porque en ellos se juega la relación con Estados Unidos y con las grandes multinacionales del norte, la crisis de la dominación imperialista que estos gobiernos acentúan. Pero, si observamos la cuestión de la emancipación o del desarrollo, estos gobiernos han representado un paso atrás. El problema es que hay fuerzas sociales y políticas que no pueden tener otro horizonte más que ser gobierno, que convertirse en administradores del Estado.

En la especificidad de América Latina, Zibechi destaca que por un lado tenemos una sociedad oficial, hegemónica, de herencia colonial, con sus instituciones, sus modos de hacer, su justicia y todo eso. Por otro, hay otra sociedad que puede estar afincada en las remotas áreas rurales y se organiza en comunidades y también en las amplias periferias urbanas; que tiene otros modos y formas de organizarse; que tiene su propia justicia, sus formas de producción y toda una organización para tomar decisiones paralelas o al margen de la establecida. Nuestro autor sostiene que la práctica indígena cuestiona las concepciones revolucionarias occidentales en varios aspectos y denuncia que sólo lo estadocéntricos es teorizable, coincidiendo con autores como Leopoldo Mármora, quien a mediados de los años ochenta hacía notar las raíces eurocéntricas del marxismo en el tratamiento de la cuestión nacional y en el concepto de pueblos sin historia.

“Hay varios temas que el movimiento indio pone sobre la mesa. El primero es su concepción del tiempo, la relación presente-pasado. El segundo es la idea de cambio social o revolución, el Pachakutik… El tercero se relaciona con el racionalismo y con la relación entre medio y fines, que involucra las ideas de estrategia y táctica, así como la cuestión del programa y del plan”. En todos estos temas y procesos, el papel del intelectual es importante. Zibechi rehúsa definirse como intelectual, aun en los términos en los que los plateaba Lenin e incluso Gramsci, y prefiere ser llamado activista/militante y pensador/educador, que en todo caso no deja de ser intelectual. Sostiene, acertadamente, que muchas de las ideas de quienes trabajamos en los movimientos son patrimonio de mucha gente. “Si el centro es la gente en movimiento, entonces el intelectual tiende a ser uno más en el movimiento… Por eso los intelectuales también nos debemos poner en movimiento y movernos del lugar ese de estar por encima de la gente”.

Zibechi considera que los movimientos antisistémicos autonómicos comenzaron una nueva era de las luchas sociales o de clases que está en sus primeras fases. Esta nueva era es la de la autoconstrucción de un mundo, sin necesidad de pasar por la toma del poder estatal, concentrándose en los territorios donde se construyen estos nuevos mundos. El caso más evidente es el de los caracoles zapatistas, donde se han construido formas de poder supracomunitario, como las Juntas de Buen Gobierno que reúnen a cientos de comunidades cada uno (aunque el confederalismo en el Kurdistán muestra también una experiencia inédita en esta conflictiva región del mundo). La experiencia zapatista –afirma Zibechi– es un logro histórico que nunca antes había existido en las luchas de los de abajo, exceptuando los 69 días que duró la Comuna de París y los breves tiempos de los soviets antes de la reconstrucción estatal estalinista.

La reaparición del EZLN, acorde a Zibechi, combina posiciones históricas (entre las que habría que destacar el rechazo al escenario electoral y a la construcción de organizaciones homogéneas y centralizadas) con nuevos desarrollos que implican una relación diferente con sus bases de apoyo fuera de Chiapas y, sobre todo, un modo novedoso de intervención en los sectores populares, consistente en mostrar lo que han sido capaces de construir que, en realidad, es enseñar un camino propio y diferente para transformar el mundo.

A juicio de nuestro autor, el discurso zapatista recupera la tradición de resistencia anticolonial defendida por Frantz Fanon, quien destaca la existencia de dos zonas, la del opresor y la del oprimido, los de arriba y los de abajo. Asimismo, Zibechi distingue al zapatismo de otros movimientos a partir de la autonomía integral, que los lleva a rechazar subvenciones y políticas sociales del gobierno; la construcción de órganos de poder en tres niveles, diferentes a las formas de poder estatales, inspirados en la comunidad; ser un movimiento de jóvenes y de mujeres, y ser consecuentemente anticapitalistas.

La Jornada

 

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