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:: 21/06/2014

El gran traicionado

Carlos Quijano
En el 250 aniversario del natalicio del uruguayo José Artigas, otro de los grandes revolucionarios de América Latina, traicionado como Bolivar y San Martín

19 de mayo de 1961.- Hace poco más de diez años, Pivel Devoto mostró, desde las páginas de MARCHA, en una dilatada y documentada serie de notas, cómo, a través del tiempo había solu­cionado el juicio sobre la personalidad y la ac­ción de Artigas.

"De la leyenda negra al culto artiguista" se titulaban esas notas, que por des­gracia detuvieron sus comentarios en 1880.

"Vencedor en el terreno ideológico - escribía Pivel - Artigas vió eclipsar su hegemonía polí­tica ante el reclamo de sus tenientes que con las provincias que acaudillaban, se creyeron en un grado de madurez reñida con el protectorado, al tiempo que los últimos hechos de armas en la resistencia contra la invasión portuguesa, señala­ban el ocaso del poderío militar del jefe de los orientales”.

“Desde ese momento., todos aquellos motivos de pasión personal y colectiva que la lucha había engendrado, servirían para nutrir las jui­cios de la 'leyenda negra artiguista'. La clase culta del Ría de la Plata, que salvo excepciones, entró a la revalución de 1810, sin sospechar las alteraciones del orden social que ella traería, así como los otrora ricos hacéndados de la campa­ña oriental que. auspiciaron la gran protesta rural de 1811, a la que Artigas dió un contenida idealógico contrario a sus intereses, no perdo­narían par largo tiempo al 'caudillo tumultua­rio' que al declarar a estas pueblas 'en el goce de sus derechos primitivos', los iniciara en la verdadera revolución, cuyas incontables mani­festacianes anárquicas fueron desde entances señaladas coma sello característico de la que se dio en llamar 'las tiempos de Artigas'.

Es hora de preguntarse si ese culto a que re­fiere con toda propiedad Pivel, no es un culto, de latría, si no la es también, en muchos aspec­tos, externo, si, por último no es superfluo., en cuanto "se da par medio de cosas vanas e inúti­les a dirigiéndolo a otros fines" que los verdade­ros y auténticos. La leyenda negra puede haber adquirido nue­vas formas la que fue ponzoñosa calumnia pue­de haberse convertido en reverente homenaje, pero una y otro responden al mismo propósito: ocultarnos a Artigas, despojarnos de él, disimu­larnos su significación, ofrecernos una imagen desfigurada del héroe. La diatriba y la hagiogra­fía conducirían a 1o mismo. Y lo que no pudo aquélla, lo lograría ésta. Así nos parece. Traicio­nado en vida, Artigas sigue traicionado en la muerte. ¡Y qué traición!

* * *

Bien pocos, - si los hubo -, tuvieron en la pa­tria vieja, cabal medida de lo que Artigas fue y representó. La traición y la defección fueron la infatigable compañía de éste. Sombra y eco de su soledad. No pensamos al decirlo en la trai­ción de las oligarquías porteñas, la de los Puey­rredón y los Tagle; no pensamos tampoco en las astucias alevosas de los caudillos del Pro­tectorado ni en las de la diplomacia lusitana, sutil y corruptora. Pensamos en las que conoció y sufrió en su propia tierra que revistieron las más diversas formas. Uno de los episodios me­nos explorados de nuestra historia es el de la in­vasión portuguesa y aún menos explorado toda­vía - hechas las debidas excepciones, Pivel en primer término - son los años de la Cisplatina que, en realidad, se extienden desde la ocupa­ción de Montevideo, el17 hasta el 25.

¿Por qué ése vacío en nuestra historia? La Cisplatina, sin embargo, es un fruto y al tiempo una semilla. Anuda el paso de los hechos. Mues­tra la continuidad de una lucha que llega a nuestros días y ha de prolongarse en los futuros. La Cisplatina es el reclamo, primero y la gozosa aceptación después, de la invasión extranjera. Las fuerzas del "orden" estaban cansadas de la anarquía y los "anarquistas". De la tumultua­ria irrupción de las masas. El héroe convocaba al sacrificio; el extranjero, ofrecía la sopa en el collar. Entre la libertad - aventura y riesgo - y la seguridad - sumisión y prebendas - la opción de las llamadas clases dirigentes de entonces, fue la que debía ser.

¿Por qué, - volvemos a preguntar -, la Cisplatina ha tenido tan pocos comentarios y comentaristas?

Admitamos que sea por pudor. Al respecto se nos permitirá intercalar el relato de un pequeño hecho. En 1852, apareció en Londres la segunda edición ampliada de un libro de 'Sir' Woodbine Parish - 'Buenos Aires and the provin­ces of the Río de la Plata' -. Woodbine Parish ha­bía sido cónsul general de Inglaterra en Buenos Aires desde 1824 hasta 1832 y su obra rebosa de datos de gran interés. Poco después de publi­cado el libro, lo tradujo al español, en Buenos Aires, Justo Maeso, al mismo tiempo que mu­chos años más tarde habría de participar con fervor en la reivindicación de Artigas. El libro de Parish contenía muchos documentos hasta entonces desconocidos. Maeso suprimió algunos y para explicar la supresión dijo: "En el original inglés hay un documento firmado por el general Belgrano y el doctor Rívadavia, datado en Lon­dres el 16 de mayo de 1815 y que precede a los anteriores por su fecha; pero su contenido es de tal carácter que me he permitido omitirlo en este apéndice. Esta omisión despoja a esta tra­ducción española de un valioso agregado; pero en cambio ella será bien acogida por los corazo­nes generosos que preferirán la privación de una estéril curiosidad al oprobio que pueda recaer sobre nombres y reputaciones que como el del primero son el más glorioso timbre de la hidalguía argentina”.

Más de treinta años después, en 1885, al pu­blicar su "Artigas", Maeso volvió sobre el tema: "En la obra en inglés de 'Sir' Woodbine Parish 'Buenos Aires y las Provincias del Río de la Pla­ta' que tradujimos y anotamos extensamente hace treinta y un años, de que hablábamos an­tes, se contenían en el apéndice algunos de los documentos que evidenciaban esas vergonzosas defecciones. Entre ellas se incluía la reverente petición y súplica dirigida a Carlos IV por Bel­grano y Rivadavia y otros documentos relativos a negociaciones análogas. Por un sentimiento de dignidad y aun de candor juvenil, como argenti­nos y aún como una amarga decepción a que no queríamos resignarnos, ni en la que podíamos creer, esperando a mejores pruebas, nos decidi­mos a suprimir algunos de esos documentos, de cuya irrecusable autenticidad muy pronto des­pues nos cercioramos y ratificamos".

Ahora bien, en 1958 se reimprimió en Bue­nos Aires - colección El Pasado Argentino, Ha­chette - el libro de Woodbine Parish, en la tra­ducción de Maeso y con un prólogo de José Luis Busaniche. El documento a que refiere Maeso continúa suprimido y a él no hace la me­nor mención el prologuista Busaniche. Más aún al pie de la página 564, aparece otra vez la nota explicativa de Maeso. Un largo siglo ha pasado y no se quiere develar el misterio. Agregamos, aunque ya el detalle es nimio, que por azar po­seemos la edición original de Woodbine Parish, fechada en 1852, y que el documento de la referencia, va de las páginas 386 a 392, a pesar de que la versión que de él se da es un resumen, según el propio Parish lo declara.

* * *

Admitamos, como antes decíamos, que las mutilaciones y vacíos de nuestra historia se ha­yan producido, como en el caso de Maeso, por pudor. Puede que en otros casos las razones ha­yan sido distintas; pero no interesa ahora discu­tirlo ni tampoco averiguarlo. La historia sincera, como la quería Seignobos no puede incurrir en semejantes omisiones. Y escribir la historia con sinceridad, nos hará bien a todos. No hay otra manera de conocer, por nuestro pasado, nues­tro destino. Y entonces las falsas glorias caerán y las auténticas resplandecerán mejor.

Desde que la invasión se inicia, la traición hasta entonces soterrada, aparece. Los años que van del 16 al 20, - hasta que Artigas se encierra en el Paraguay - son años de lucha sin pausa y de cruentas y repetidas derrotas y también de flaquezas, defecciones y renuencias.

El "frente interno" como hoy le llaman, so­bre todo Montevideo, no marcha a compás con la desesperada y audaz resistencia de las tropas, sin armas ni cuadros, de Artigas. Mientras esos soldados instintivos se hacen matar, el procera­to ciudadano conspira, intriga, suplica y acoge complaciente las proposiciones de la oligarquía porteña y de la Corte Imperial. Cualquier amo antes que los "anarquistas" de Artigas.

Buenos Aires está dispuesto a entregar la provincia. El procerato montevideano a vender su alma, para salvar bienes y tranquilidad, al diablo. Pero no es sólo en la ciudad donde la conspiración se incuba. También los jefes mili­tares participan en ella. Portugal, que ha espe­rado su hora, recoge, entre bendiciones, los fru­tos de esta doble y además estúpida traición.

Y son muchos los grandes hombres de nues­tra historia, esos que hoy llenan el nomenclator de la ciudad, los que aparecen confundidos en­tre las sombras de la gran conjura.

En 1816, ya con la invasión en marcha, se produce la asonada del 3 de septiembre y el arresto de don Miguel Barreiro. Al frente de ella están, entre otros, Juan Ma. Pérez y Lucas Obes.

Pocos meses después, Juan J. Durán y Juan Francisco Giró delegados del Cabildo de Monte­video, ofrecen en bandeja la provincia oriental al gobierno de Pueyrredón, más que cómplice, fautor de la invasión. De ese Cabildo forman parte Juan de Medina, Felipe García, Agustín Estrada. Joaquín Suárez, que luego rescatará con dignidad este error o falta, Santiago Sierra, Lorenzo J. Pérez, Jerónimo Bianqui. Artigas rechaza la entrega y contesta a los diputados Durán y Giró, desde el Campo Volante de Santa Ana, el 26 de diciembre de 1816: "Por precisos que fuesen los momentos del conflicto, por ple­nos que hayan sido los poderes que V. S. reves­tía en su diputación, nunca debieron creerse bas­tantes a sellar los intereses de tantos pueblos sin su expreso consentimiento. Yo mismo no basta­ría á realizarlos sin este requisito, ¿y V. S. Con mano serena ha firmado el acta publicada por ese gobierno en 8 del presente? Es preciso ó su­poner a V. S. estranjero en la historia de nues­tros sucesos, o creerlo menos interesado en con­servar lo sagrado de nuestros derechos, para sus­cribirse á unos pactos, que envilecen el mérito de nuestra justicia, y cubren de ignominia la sangre de sus defensores".

"El jefe de los orientales ha manifestado en todos tiempos que ama demasiado su patria, para sacrificar este rico patrimonio de los orienta­les al bajo precio de la necesidad. Por fortuna la presente no es tan estrema que pueda ligarnos a un tal compromiso. Tenga V. S. la bondad de re­petirlo en mi nombre a ese gobierno y asegurar­le mi poca satisfacción en la liberalidad de sus ideas con la mezquindad de sus sentimientos."

"En consecuencia V. S. ha cesado de su co­misión, y si le place puede retirarse á Montevi­deo, allí podrán efectuarse las justificaciones competentes, y ojalá que los resultados de su comisión condigan a los de su conocida honra­dez."

En mayo del 17, los jefes y oficiales de las fuerzas sitiadoras de Montevideo, se pronuncian contra Rivera y exigen que el mando sea confe­rido a Thomas García de Zúñiga.

Algo más tarde Bauzá; entre cuyos oficiales se cuenta Oribe, abandona el sitio y se va con armas y bagajes previo acuerdo con Lecor, a Buenos Aires.

Después de la derrota de Tacuarembó, cuan­do Artigas marcha a las provincias argentinas que aún le son fieles, en busca de refuerzos, Ri­vera desacata las órdenes de su jefe y licencia sus tropas, deserta y se rinde a los portugueses. El propio Eduardo Acevedo, acota al comentar la lucha con Ramírez: "Fue vencido pues Arti­gas, gracias a la escuadra, a las armas y a los sol­dados que el gobierno de Buenos Aires había puesto a la disposición de Ramirez en virtud de los convenios secretos del Pilar. Y fue vencido también, porque las divisiones orientales que habían escapado del desastre de Tacuarembó, en vez de cruzar el Uruguay, desacataron sus ór­denes para entrar en transacciones con Lecor. Si esas fuerzas lo hubieran acompañado a Corrien­tes, es probable que la suerte de las armas le hubiese sido favorable y entonces las Provincias Unidas habrían decretado la guerra al Brasil, co­mo complemento obligado del derrumbe de las autoridades que habían pactado la conquista de la Banda Oriental. De aquí seguramente la amarga reconvención que el coronel Cáceres pone en boca de Artigas: "que Rivera tenía la culpa del triunfo de los portugueses”

Mientras los soldados de Artigas mueren en al los combates que se inician en Santa Ana y se cierran en Tacuarembó; mientras los jefes planean pronunciamientos o desertan, el, Cabildo de Montevideo, eximio representante de la contrarrevolución y -¿por qué no?- de la antipatria, se avillana en zalemas y genuflexiones ante el invasor. Lo recibe bajo palio y aprovecha la protección de las armas "portuguesas para denos­tar a Artigas. El 23 de enero de 1817, seis días después de la entrada de Lecor, el Cabildo declara por boca de su síndico, que "debe tener en vista el comprometimiento general de este vecindario con las tropas de Artigas, con Bue­nos Aires y principalmente con los españoles; y que S. E. debe entrever que en manos de cual­quiera de éstos que el pueblo desgraciadamente cayera, sería una víctima infeliz de la venganza y llegarían al colmo de sus desdichas. Que a él le parecía que al Cabildo representante de los pueblos, tocaba agitar su engrandecimiento y que no había otro medio que el que pasaba a proponer, cual es (previa la debida licencia del señor Capitán de la Provincia) hacer una diputa­ción a su Majestad Fidelísima el Rey nuestro se­ñor, impetrándole su protección y suplicándole que tuviera la dignación de incorporar este terri­torio a los dominios de su corona". Firman el acta los cabildantes, Juan de Medina, Felipe García, Agustín Estrada, Lorenzo J. Pérez, Ge­rónimo Pio Bianqui y el secretario Francisco Solano Antuña.

A poco, el Cabildo designa a Larrañaga y a Bianqui diputados ante el rey don Juan VI, para reclamar y concertar la incorporación. "Solici­tarán - dicen las instrucciones - con el mayor empeño que S. M. se digne incorporar a sus do­minios del Brasil este territorio de la Banda Oriental del Río de la Plata". Estas instrucciones, además de los anteriores cabildantes, las firman el alcalde de 1er. voto don Juan José Duran y el Defensor de Menores don Juan Fco.Giró, los mismos personajes que un año antes habían ido a entregarle la provincia a Pueyrredón.

La traición iba a consumarse. En tanto Arti­gas se hunde para siempre en el Paraguay, Cane­lones, Maldonado y San José también se declaran incorporados a la corona de Portugal y en 1821 se reune el.Congreso Cisplatino. Forman parte de él los cabildantes de antes, los deserto­res de antes y el 18 de julio de 1821, reténgase la fecha, después de sesudos discursos de Bian­qui, Llambí y Larrañaga, se vota por aclamación la incorporación a Portugal. "De este modo, acertó a decir, Bianqui, se libra a la Provincia de la más funesta de todas las esclavitudes que es la de la anarquía. Viviremos en orden bajo un poder respetable; seguirá nuestro comercio sos­tenido por los progresos de la pastura; los hacendados recogerán el fruto de los trabajos emprendidos en sus haciendas, para repararse de los pasados quebrantos y los hombres díscolos que se preparan a utilizar, el desorden y satisfa­cer sus resentimientos en la sangre de sus com­patriotas se aplicarán al trabajo o tendrán que sufrir el rigor de las leyes; y en cualquier caso que prepare el tiempo, o el torrente irresistible de los sucesos, se hallará la provincia rica, des­poblada y en estado de sostener el orden que es la base de la felicidad pública. De hecho nuestro país está en poder de las tropas portuguesas”.

Deben repetirse los nombres de los que vo­taron esa incorporación tanto más cuanto que un sospechoso y en el caso también piadoso, ol­vido, ha disimulado o disminuído la tremenda culpa.

Son éstos: Juan José Durán, Damaso A. La­rrañaga, Thomas García de Zúñiga, Fructuoso Rivera, Loreto de Gomensoro, José Vicente Gallegos, Manuel Lago, Luis Pérez, Mateo Visillac, José de Alagón, Gerónirno Pío Bianqui, Ro­mualdo Ximeno, Alejandro Chucarro, Manuel Antonio Sylba, Salvador García, Francisco Llambí.

Así cerró el drama. El drama de un hombre solo y de su auténtico e inmaduro pueblo, que va de pelea en pelea, mientras la intriga de los de afuera, unida a la fuerza, y la traición y la flaqueza de los de adentro lo empujan a la muerte. Treintá años más había de vivir Artigas, en su largo viaje, sin quejas, al fondo de la noche. Treinta años de una grandeza impar. La calumnia no respetó su callada y, sin duda, angustiosa soledad. .

Después vino tardíamente la hora de la repa­ración y en ella todas las voces confluyeron pa­ra ofrecemos la imagen depurada e ideal de un jefe, sin sangre, sin huesos y sin barro, de un tu­telar patriarca colocado más allá del bien y del mal, del error y de la injusticia. Depurada ima­gen, vacía de vida. Depurada imagen que perte­nece a la hagiografía.

Y bien, hay que rescatar hoy y siempre al au­téntico Artigas, de la doble conspiración que es una sola: la de la calumnia y la del incienso. En lo más hondo de la tierra las dos corrientes que chocaron en un terrible remolino durante los años de la patria vieja, continúan su curso. El personaje tiene un inaudito valor humano pero además es la encarnación de la esperanza y el destino nacionales. Fue el suyo el drama de la soledad, que soportó, como héroe alguno fue capaz de soportar. Maestro así de vida, porque todas nuestras desazones e infortunio son ridí­culos y mezquinos frente a cuanto él, en obsti­nado silencio, padeció.

Encarnó la orientalidad. Mientras aliente un oriental, Artigas vivirá. Pero fue también y so­bre todo, el heraldo y. profeta de la revolución nacional, esa que aún espera el llamado de los tiempos para realizarse. Por serlo, los hombres de "orden", lo acosaron, lo traicionaron, lo ca­lumniaron. Antes que los "anarquistas" de Arti­gas, la intervención extranjera. Antes que la re­volución de esos "anarquistas" se propagara, la entrega al enemigo secular, preparada "inteli­gentemente", con gran abundancia de palabras, por los doctores de chistera y levita, genuflexos y cobardes, pedantes y miopes.

Ahora como ayer, ha de volverse hacia el Ar­tigas auténtico - sangre, nervios, huesos, barro - ­para reiniciar la. marcha y lanzarse al combate, contra los herederos del alma de aquellos que consumaron la gran traición, esa gran traición todavía victoriosa, que recurre a los mismos mé­todos, las mismas prácticas, los mismos argu­mentos y los mismos apoyos - cambian sólo las denominaciones - para derrotar otra vez al arti­guismo.

MARCHA

 

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