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Argentina :: 27/03/2015

El kirchnerismo y la “parte maldita” de la historia reciente

Contrahegemonía
Entrevista con Ariel Hendler. Escribir sobre la historia política argentina reciente en un tiempo atravesado por el kirchnerismo y sus batallas culturales

Desde hace varios años, Ariel Hendler es autor de libros sobre historia reciente. En 2010 publicó La guerrilla invisible: Historia de las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), que le demandó cuatro años de trabajo, y en el que se reconstruye la trayectoria de esta organización armada prácticamente ignorada en la bibliografía sobre esa época. Hace muy poco apareció 1964: Historia secreta de la vuelta frustrada de Perón, sobre un episodio casi olvidado en la biografía del general, cuando intentó volver al país y pudo llegar sólo hasta Río de Janeiro, impedido de seguir viaje por un acuerdo entre el gobierno de Arturo Illia y la dictadura brasileña. El factor común a ambos –explica– es el interés por contar historias inéditas o desconocidas, y así “ensanchar el campo de la historia de los años 60 y 70 según sus versiones más cristalizadas”. Entrevistado por Contrahegemonía, dio su opinión sobre las vicisitudes de escribir sobre estos temas en un tiempo atravesado, para bien o para mal, por el kirchnerismo y sus batallas culturales, siempre intentando mantener una clara posición de independencia.

P: ¿Qué potencialidades o limitaciones brindó la década kirchnerista para reflexionar sobre la historia reciente?

R: Empiezo por las potencialidades. El hecho de tener un gobierno que reivindica esa época y sus protagonistas, y que hasta se presenta como el continuador de esas luchas, nos hizo vivir unas condiciones muy diferentes a las que había en las décadas anteriores. Pensemos que en los 80 todavía era una incógnita cuánto podía llegar a durar la democracia, y ni hablar de los 90, cuando la militancia revolucionaria fue demonizada casi como en tiempos de la dictadura. Todos recordamos la persecución judicial que sufrieron durante el menemismo Graciela Daleo y Horacio Verbitsky a causa de su pasado en Montoneros, por citar dos casos. En estos últimos años, en cambio, muchos militantes de la lucha armada perdieron el miedo a hablar y a contar sus experiencias. Todo eso me resultó de gran ayuda cuando en 2007 empecé a investigar sobre las FAL, historia que tuve que reconstruir casi exclusivamente en base a testimonios y entrevistas a ex militantes, así que el clima político del país no sólo me ayudó, sino que incluso me impulsó a meterme de lleno en este trabajo. Estaba claro que vivíamos un momento inmejorable para entrevistar a la mayor cantidad posible de ellos, y que había que hacerlo lo antes posible antes de que las condiciones volvieran a cambiar para mal, cosa que hasta ahora por suerte no ocurrió. Por otro lado, hoy tenemos también un organismo como el Archivo Nacional de la Memoria, que, además de producir información valiosa sobre la historia reciente, también nos brinda el servicio extraordinario de solicitar a los juzgados los expediente de las causas penales contra militantes de esa época, que son una fuente de información valiosísima para nuestras investigaciones. En este sentido, estos años fueron inmejorables para escribir sobre esa época.

P: ¿Existen limitaciones también?

R: Bueno, eso es algo mucho más difícil de pensar y de expresar, pero voy a intentarlo. En principio, está claro que son limitaciones internas, que se generan dentro del campo de la historia reciente, y no externas, como en los 90, cuando ese campo de estudio ni siquiera podría tener lugar o estaba condenado a una existencia marginal. Está claro que en estos años, la década K, contamos con una versión de la historia que desbancó al viejo relato reaccionario, menemista, y en ese sentido podemos decir que dio vuelta completamente la tortilla. Sin embargo, hay ciertas cuestiones de las que se habla poco y me parece importante destacar, aunque sea en tono de crítica constructiva. Creo que hoy existe una versión sobre los años 60 y 70 que tiende a identificar a toda esa época con la guerrilla peronista, y en especial con Montoneros, que no fue la única organización de ese signo. Hasta se llegó a celebrar en forma cuasi oficial el Día del Militante Montonero, algo que a los fachos y gorilas les habrá parecido una afrenta, pero que a muchos otros, en cambio, nos llevó a preguntarnos por qué se le rinde ese homenaje sólo a los montoneros y no a otras organizaciones revolucionarias de esa época, en especial a las no peronistas. Me atrevo a decir que se impuso de hecho una versión que equipara en forma abusiva el golpe de 1976 con el de 1955, con lo cual parecería que los muertos, fusilados y desaparecidos durante la última dictadura fueron todos peronistas o montoneros. Y si no lo fueron, lo serian hoy.

P: ¿Y esto qué consecuencias tiene?

R: Este olvido afecta obviamente al ERP y a su jefe Mario Santucho, pero también a luchadores como Agustín Tosco, que murió enfermo en la clandestinidad durante el gobierno de Isabel, o René Salamanca, sindicalista clasista del PCR detenido desaparecido, así como muchos otros militantes de esa época que fueron ajenos al peronismo, y de quienes hoy prácticamente no se habla. Observo también que en las evocaciones de los años 60 y 70 hay un olvido bastante evidente de las célebres banderas rojas de los “zurdos”, ésos que, según repicaba la propaganda reaccionaria, querían “reemplazar la bandera argentina por un trapo rojo”. De hecho, es muy probable que muchos de ellos se emocionaran más cantando la Internacional que el Himno. Pero lo importante es que fueron el 50 por ciento de la militancia revolucionaria de esa época y de los detenidos-desaparecidos, y que los masacraron justamente por ser lo que eran. Por eso, una de nuestras tareas como investigadores hoy consiste en recuperar esa otra mitad, la “parte maldita” de la historia reciente.

1973. Cárcel de Devoto, momentos antes de la amnistía a los presos políticos.

P: ¿Este olvido es deliberado? ¿Obedece a una decisión político-cultural?

R: No, jamás diría eso. Pongo toda mi buena voluntad en creer que se trata de una actitud espontánea y no de una política deliberada. Respeto absolutamente el hecho de que los kirchneristas se sientan más identificados con la izquierda peronista que con la marxista (los que son de izquierda, obviamente). Por otra parte, es fácil ver que en los juicios a represores que lleva adelante el gobierno fueron condenados muchísimos que actuaron en el Operativo Independencia, es decir, combatiendo al ERP en Tucumán, aunque por supuesto me indigna la nefasta excepción de César Milani, quien sin duda hoy no estaría donde está si el crimen por el que se lo acusa hubiese sido cometido contra un militante montonero. Para sintetizar, creo que recuperar y poner en primer plano las historias del ERP, las FAL y otras organizaciones armadas de izquierda marxista es una forma de hacer política en el campo cultural. En este punto, entiendo es muy importante producir libros destinados al público general, eso que llamamos libros comerciales, porque en los ámbitos académicos o muy especializados jamás los investigadores se olvidaron de estudiar a esas militancias, el déficit de información sobre ellas es más bien al nivel de la cultura de masas y de los medios de comunicación.

P: ¿Creés que esta lectura de la historia reciente incide o tiene su correlato también en la práctica política actual?

R: Sí, por supuesto. Sabemos por lo menos desde Jauretche que cualquier versión de la historia es siempre una política de la historia, y que cumple la función de fundar sobre bases históricas una práctica política. En este caso, lo que queda eclipsado por esta versión excesivamente “peronizadora” de los años 60 y 70 es que la mitad de los militantes revolucionarios de esos años luchaban por una sociedad socialista y por la abolición de la propiedad privada, entre otras cuestiones, según el modelo de la revolución cubana, rusa, china o vietnamita. En cambio, identificarse con una vertiente mucho más heterodoxa como la izquierda peronista en general, o Montoneros en particular, permite levantar consignas mucho más laxas bajo el paraguas amplio de lo “nacional y popular”. Entonces, resulta que hoy es posible considerarse un continuador de los militantes de los 60 y 70 simplemente por tener un programa desarrollista y keynesiano, con capitalismo serio, estado benefactor y sustitución de importaciones. Ojo, no es que estas ideas económicas sean condenables de por sí, pero me parece un poco abusivo defenderlas en nombre de los desaparecidos.

P: ¿Hay otros temas ausentes en el debate histórico de hoy, además de la guerrilla marxista?

R: Sin duda, un tema casi tabú es el último Perón, es decir, su última presidencia entre 1973 y 1974. Por desgracia, lo máximo que escuchamos en estos años fue un esbozo muy tímido por preguntarse si supo o no de la existencia de la Triple A, que fue abortado muy rápidamente por Antonio Cafiero sin que el debate llegara siquiera a plantearse. Entiendo que la posición de Perón frente a las luchas insurreccionales de esos años, que son el gran tema de esta década, sigue siendo una deuda pendiente tanto para los historiadores como para la clase dirigente, por no decir gobernante. No es que nadie haya abordado este tema, y rescato especialmente el trabajo de la historiadora cordobesa Alicia Servetto sobre el descabezamiento de los gobernadores de la Tendencia Revolucionaria durante la presidencia de Perón, pero la verdad es que estos episodios son conocidos sólo por un núcleo reducido de sobrevivientes y especialistas. Hay algo notable, y es que el “navarrazo”, el levantamiento policial que derrocó a Obregón Cano en el verano de 1974, califica perfectamente para ser definido como un golpe “cívico-militar”, por usar un término caro al kirchnerismo. De hecho, durante casi toda la presidencia de Isabelita el gobernador de Córdoba fue un militar represor como el brigadier Lacabanne.

R: ¿Esto significa que el golpe “cívico-militar” empezó mucho antes de 1976?

P: Vamos por partes. Creo que el término “golpe cívico-militar” puede ser válido para la comprensión histórica, pero lamentablemente se lo usa con bastante superficialidad y, en general, con fines coyunturales. En primer lugar, la participación de las oligarquías y otros factores de poder civiles en las dictaduras no es un hallazgo demasiado novedoso. De hecho está presente en el discurso de todas las organizaciones armadas de los 70, y también fue casi un lugar común durante la transición democrática de 1983, cuando se hablaba constantemente de los civiles que “golpean a las puertas de los cuarteles”. Por otra parte, es curioso que hoy se hable de dictadura cívico-militar casi exclusivamente en referencia a la de 1976, que, paradójicamente, fue en muchos sentidos la menos “cívico” y más “militar-militar” de todas. Pongo un ejemplo: en las anteriores era usual que los ministros del interior, encargados de dialogar con los partidos políticos, fueran civiles como Borda, con Onganía, o Mor Roig, con Lanusse. Pero en 1976 eso se terminó: el cargo fue para el general Harguindeguy. Además, Videla fue también el primer dictador que tuvo un ministro de Trabajo militar, Llamil Reston, algo inédito hasta entonces, y se podrían citar muchos ejemplos más, como el Ente Autárquico Mundial 78 y así hasta el infinito. Otra cuestión problemática que suele eludirse es la participación en los golpes de civiles ajenos a la alta burguesía, como la burocracia sindical, que tuvo un papel muy activo en la represión a la clase trabajadora. Un caso emblemático es Vandor, presente en la jura de Onganía, en 1966, después de haber sido un activo conspirador en ese golpe cívico-militar. Así que el término me parece en general adecuado, siempre y cuando se lo use en una forma mucho más abarcadora.

P: ¿Cómo se lo utiliza en la actualidad?

R: Si bien es un concepto que el kirchnerismo instaló sobre bases legítimas, en los hechos lo usa casi exclusivamente para estigmatizar a cualquier disidencia a su gobierno, arrojando a todos por igual al infierno de los pecadores indignos de ser llamados seres humanos, y menos aún de discutir políticas. Pero sucede que los alineamientos políticos casi nunca obedecen a lógicas binarias tan rígidas. Entonces ocurre que el general Milani, por ejemplo, queda ubicado del lado bueno, y la madre de Plaza de Mayo riojana que lo denunció, del lado malo, y encima purgada de su cargo en el AFSCA. Un absurdo. De paso, creo que el caso de Milani es muy interesante para todos los que pensamos el presente también como material de los futuros historiadores. Está claro que en los libros de historia que todavía no se están escribiendo, pero que ya podemos imaginar, la presencia de este militar en el gobierno va a ser el contrapeso obligado de la muy buena política de derechos humanos del kirchnerismo en otros aspectos. Igual que el punto final y la obediencia debida para Alfonsín. Me pregunto: ¿Cómo unos políticos tan avezados y preocupados por las políticas de memoria pudieron cometer semejante error histórico?

P: ¿Cuál es el balance?

R: Mi voto es positivo. Hace poco, cuando investigaba para el libro sobre el operativo retorno de 1964, tuve que ir al Ministerio de Defensa, en el edificio Libertador, a pedir el legajo de un oficial de la aeronáutica que estuvo involucrado en un intento por derribar el avión de Iberia que traía a Perón. Yo hice la colimba allí, cuando el edificio Libertador era el Comando en Jefe del Ejército, y me asombró verlo cómo está ahora. No sólo me facilitaron el material que pedí. Además, vi por todos lados carteles y afiches sobre temas de derechos humanos, sobre nietos recuperados, y hasta una oficina de UPCN para actividades gremiales. La verdad es que me saco el sombrero ante el cambio cultural de estos últimos años, que favorecieron muchísimo la producción de historia reciente.

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(*) Hendler publicó los libros La guerrilla invisible: Historia de las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL) (2010, Vergara); 1964: Historia secreta de la vuelta frustrada de Perón (2014, Planeta), y es coautor de la biografía Darío Santillán el militante que puso el cuerpo (2012, Planeta).

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