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Pensamiento :: 05/07/2015

El naufragio de la izquierda

Gustavo Hernández Sánchez y Jorge Tapia Blázquez
Una reflexión sobre la "nueva política" y la tradición de la izquierda socialista

Uno de los análisis que nos acerca a los teóricos de la denominada posmodernidad es aquello que tiene que ver con el discurso. El discurso nos pone sobre la pista de que la realidad nunca es en sí misma, "nunca se dice o lee (se articula, se expresa, se narra) de manera inocente[1]" (en referencia a la propuesta de Keith Jenkins para la Repensar la historia, 1999): la realidad siempre es para alguien, "lo que en último extremo determina la interpretación[2]", en este caso de la propia realidad: "va más allá del método y la evidencia, y descansa en la ideología". Los límites del lenguaje son, por tanto, los propios límites del conocimiento, del análisis, del método, en última instancia, de la propia realidad que construimos y articula nuestra(s) lucha(s). Los límites del lenguaje son, en definitiva las fronteras de nuestra realidad y de nuestra acción y por ello estas no deben ser descritas y articuladas con lenguajes alejados de nuestra posición, sino que deben ser pensadas y expresadas desde, por y para la misma.

Parece que hayamos olvidado que la ideología de la izquierdas debe ser una ideología anticapitalista por encima de todo, si bien en este caso nos centraremos en la ideología del denominado socialismo, como organización y control del Estado por parte de la sociedad, tanto de sus medios de producción y comunicación como de su fuerza de trabajo[3], ya que entendemos que la propuesta de la ideología libertaria es diferente, su(s) lucha(s) transcurre(n) por otros caminos. Se trata, en efecto, de una cuestión de clase y de conciencia de clase, en el sentido en el que lo entiende el marxismo en su interpretación más clásica, aquella que tiene que ver con la primitiva propuesta de Marx y Engels:

"Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes[4]".

Cuando se habla de enfrentar o derrocar el capital y la clase que lo sostiene o de transformar el sistema se habla de lucha de clases.

No es, por tanto, una cuestión de la vieja política frente a la nueva política como de una revolución sin revolución[5], puesto que la situación actual exige para la izquierda una transformación radical, y en este sentido sí somos radicales, que no es lo mismo que sectarios ni dogmáticos, tampoco mentirosos ni idiotas. Somos radicales en tanto que "perteneciente o relativo a la raíz", "fundamental, de raíz", "partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático", "extremoso, tajante, intransigente", según las acepciones del término que aparecen en el diccionario de la RAE. De esta forma, y de acuerdo a los tiempos que nos rodean, como apunta Zizek: “el punto de partida básico de una izquierda radical es que, aunque las crisis sean dolorosas y peligrosas, son inevitables y el terreno en el que las batallas tienen que ser libradas”. En este sentido, al desaprovechar la actual crisis, la izquierda socialista está perdiendo una oportunidad histórica de lucha para la transformación de la sociedad. De una lucha a la que el sup. Galeano, en un comunicado reciente, se refiere como la lucha de un ciego, un ciego que solo mira para abajo y a la izquierda, pues esa ha de ser la dirección de nuestra lucha: "impávido, poderoso, inmutable, ciego (...) por eso ya solo mira hacia abajo y a la izquierda y si el tiro viene por la derecha, pues nomás ni en cuenta[6]"; si bien estamos seguros de que él discreparía con muchas de las cuestiones que planteamos en esta reflexión. La principal: ¿Cabe la lucha institucional? Cabe, al menos para el continente Europeo, pero nunca confundiendo e identificando el llamado "sentido de Estado" como la nueva "razón de Estado", en tanto que herramienta de las clases dominantes o hegemónicas para impedir que las luchas de las clases secundarias o subalternas lleguen a buen puerto, esto es, para intentar revertir la actual situación de dominación y sometimiento de una clase sobre la otra. El análisis es sencillo, pero no simple.

En este sentido, se ha empleado al Maquiavelo de El Príncipe (1513), aquel que define una política autoritaria, cuando no absolutista (totalitaria según su equivalente en la actualidad, en el que podemos hablar sin ambages, de la existencia de un total-capitalismo[7]), en vez de a aquel Maquiavelo que defendía las virtudes cívicas en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, escrito casi al mismo tiempo, entre 1512 y 1517[8].

El propio término "republicano" tiene su origen en estos años de la temprana Edad Moderna como aquel que defiende éstas virtudes desde un punto de vista popular (es decir, del pueblo, lo que hoy sería el populismo, que no tiene por qué ser un término peyorativo cuando se refiere simplemente al gobierno del pueblo, de los de abajo, de las clases subalternas o secundarias) frente a las prácticas autoritarias, después absolutistas, y finalmente totalitarias, que impone progresivamente el Estado moderno burgués en el tránsito del feudalismo al capitalismo, y cuyas tecnologías se hacen hoy, en un mundo globalizado, aún más poderosas, imprimiéndose sobre el cuerpo, sobre la subjetividad de las personas. Y es en ese terreno de la subjetividad, en su producción, donde creemos que operan hoy en día los mecanismos biopolíticos de control. Así Hardt y Negri señalan que el desarrollo neoliberal configura unas nuevas relaciones de poder, más abstractas, más sutiles, en lo que ellos llaman la sociedad de control (donde actúan sobre todo los mecanismos biopóliticos de control[9]). En la actualidad el poder procede individualmente, convirtiendo al pensamiento de cada individuo en el instrumento más preciso de alienación. En la sociedad posmoderna, cada uno nos convertimos en nuestros propios carceleros, cada cuerpo en nuestra propia cárcel. Se trata, en efecto, del control de la(s) subjetividad(es), en un sentido ontológico de control del ser-individual. Difícil es, pues, romper esta lógica y devolver al individuo y su aislamiento a una dimensión colectiva, de lo común, en definitiva, solidara y de lucha emancipadora. Son estos valores republicanos, en el sentido de la res publica (del gobierno de todos y de todas), cívicos y populares, los que deben conformar la tradición de la izquierda, para la que no sirve ni ha de servir "razón de Estado" ni "sentido de Estado" porque ésta ya solo mira para abajo y a la izquierda, ciega, fragmentando las estructuras de dominio que le han sido impuestas, transformándolas y no sometiéndose a ellas, a su discurso, convirtiendo al individuo, consciente, en un sujeto colectivo de lucha. Se trata de configurar una "sociedad civil" en sentido gramsciano: "determinar la voluntad de construir en el marco de la sociedad política una sociedad civil compleja y bien articulada, en la cual el individuo se gobierne por sí mismo[10]", sin necesidad de caer en ninguna estatolatría, es decir, teniendo claro que el estado (burgués) sigue siendo una institución de sometimiento. La línea de progreso se quiebra necesariamente, la transformación ha de ser radical en este sentido: "dentro de la revolución, todo; contra la revolución nada[11]", en palabras de Fidel, sigue siendo hoy una premisa fundamental de la tradición a la que nos adscribimos sin ambages.

Sólo así, consideramos, se puede luchar a través de las instituciones, teniendo claro que tan sólo se trata de una herramienta más, probablemente la menos relevante, pues es la herramienta de los poderosos, mientras que la lucha del pueblo, de los miserables, es una lucha que surge de la confrontación con la propia realidad que le somete, es una lucha por el trabajo, una lucha por la subsistencia, una lucha del estómago, una lucha por la vida. Si aceptamos el lenguaje del poder, adoptamos su discurso y, en última instancia, su ideología, ya que nunca, por mucho que lo intentemos o que lo esperemos, podremos compartir su misma realidad, ya que ésta es completamente distinta (se trata de una cuestión estructural inmanente a la propia estructura de dominio a la que nos someten): de un lado, la lucha por el control y el sometimiento de los otros, por el poder, por la hegemonía, por el capital, en definitiva, por la muerte (muerte del medio ambiente, guerras, violencia, trata de personas, etc.); del otro, la lucha por la vida, mucho más terrible, pero también mucho más humana (en el sentido nietzscheano: humano, demasiado humano). Es decir, no se trata de acabar con el empobrecimiento, sino de poner fin a la pobreza, causante de la desigualdad. No es luchar contra la precarización, sino desaparecerla. Es la búsqueda de una transformación colectiva para el desarrollo de una individualidad en igualdad. Dentro del actual sistema no hay cabida para resolver todos estos problemas: se hace necesaria otra racionalidad, un discurso que articule una realidad diferente. Es ahí donde se inserta nuestra lucha: una lucha por el discurso, una lucha por la práctica, una lucha por el todo, en definitiva, en un tiempo en que la abstracción de conceptos es una constante. Esa abstracción hace que palabras como justicia social, democracia o ética, entre otras, estén en boca de políticos de cualquier color, así como de organismos de diversa índole, designificando el sentido originario de las mismas, descontextualizándolo, fragmentándolo, y desnudándolo de cualquier elemento político (respecto a su significado, no a su intención) ya que de lo que tratan, en última instancia, es de negar la conflictividad social, negando así la lucha de clases. Por ello es la lucha por el todo, para recuperar nuestra parte en esos conceptos, para resignificarlos en su sentido, que es el sentido de nuestra lucha, que es el sentido que nos quieren arrebatar.

Por poner un ejemplo que ponga los pies de nuestra reflexión en la tierra (o en el barro) respecto a estas cuestiones del discurso, es indecente como lo políticamente correcto se ha convertido dentro de esta "nueva política" en una auténtica censura, una renuncia a la libertad de expresión, a la posibilidad denuncia, a la capacidad de crítica, en definitiva, como elemento consustancial a la izquierda radical (en todos los periodos de lucha anteriores). Gramsci también trató ampliamente el tema. El italiano concebía la "filosofía de la práctica" de acuerdo al principio de "actitud polémica y crítica": "Por tanto, y ante todo, como crítica del ‹sentido común›[12]".

Ahí está la clave: crítica del sentido común, de las ideas ampliamente aceptadas y tenidas por normales (o normalizadas). No entendemos, por tanto, siguiendo esta filosofía de la práctica como actitud polémica y crítica, el silencio de buena parte de ésta "izquierda" respecto a las sentencias condenatorias contra Alfon, recientemente, pero también contra Arnaldo Otegui o Manuel Pérez Martínez, entre otros muchos casos menos conocidos y que vienen de más antiguo. Renunciar a adoptar una posición solidaria respecto a estos casos, como valor por antonomasia de la izquierda (solidaridad), aunque no compartamos métodos o análisis, es renunciar a plantear cualquier transformación real, pues sí compartimos horizontes de emancipación, es adoptar, en definitiva, el discurso de la ideología dominante o hegemónica, en última instancia, es someterse, ya que los espacios del poderoso y del sometido, de la clase hegemónica y de la clase subalterna, no se comparten, pues dentro del actual sistema de dominación, para que existan los unos, es preciso que existan los otros.

Por ello, nuestros valores han de tener una profunda carga contrahegemónica, inexorablemente radical, también nuestro discurso, nuestra praxis política. Por no hablar de la renuncia a destacar los logros de procesos como el que está desarrollando la sociedad venezolana, en la línea de esta tradición socialista a la que hacíamos referencia, cuando el fracaso de las "democracias liberales" o de las democracias Occidentales es hoy una cuestión que roza lo grotesco, tal y como pone de manifiesto hasta el Papa Francisco I en su última encíclica[13]: creciente desigualdad, empobrecimiento, paro estructural, precariedad, etc. por no hablar de la situación de violencia y verdadera crisis humanitaria y de agotamiento de los recursos ecológicos a la que se ve sometido el resto del planeta. Es inadmisible que las "democracias liberales" u Occidentales den lecciones de nada mientras miles de personas se ahogan en las aguas del Mediterráneo, mueren en las guerras provocadas por la OTAN en Oriente, apoyan gobiernos genocidas como el de Israel o abiertamente criminales, gobernados por el capital del narcotráfico, como el de Enrique Peña Nieto en México, o Juan Manuel Santos en Colombia, dictaduras como la de Mohamed VI en Marruecos, Arabia Saudí, que financian la barbarie del Isis o Estado Islámico, y un largo y doloroso etcétera. Perder estos referentes tradicionales de solidaridad con la causa palestina, con la causa saharaui, con la causa kurda, o más recientes, como la lucha antifascista de la República Popular de Donetsk, la antimperialista de países como Cuba o Venezuela, e incluso la de las comunidades zapatistas en Chiapas (México), entre otras, como valores que articulan una lucha que es mucho más antigua que el movimiento del 15-M y que es común en el sentido de que la podemos sentir como nuestra, de una lucha que constituye, en definitiva, el propio motor de la historia, es renunciar, en última instancia, a ella. Aceptarlo sería aceptar el naufragio de la izquierda, darles la razón a aquellos que relacionan posmodernidad-neoliberalismo-y-pensamiento único; someterse. Se nos vienen a la mente, para terminar, las palabras de Antonio Gramsci en su artículo "La revolución contra el capital" (Avanti, edición milanesa de 1917), pues de eso es de lo que se trata fundamentalmente. En él criticaba las posturas maximalistas tomadas por algunos contemporáneos respecto a la revolución bolchevique, que daba sus primeros pasos, y que el italiano defendía fervorosamente: "No son marxistas, eso es todo". Nuestra posición respecto a los nuestros y a nuestros procesos de emancipación, resistencia(s) y lucha(s), no debe ser ambigua, y quien afirme lo contrario: "No es de izquierdas, eso es todo".

Salamanca, Lasarte-Oria, 2015.

 

________________

[1] JENKINS, Keith. Repensar la historia.
Madrid: Siglo XXI, 2009. p. 1.

[2] Ibídem. p. 19.

[3] La definición está en Wikipedia.

[4] Marx y Engels. Manifiesto comunista, 1848, s/n. Disponible en: ‹https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm› [consultado 27/06/2015]. Digitalizado para el Marx-Engels Archive por José F. Polanco en 1998. Retranscrito para el Marxists Internet Archive por Juan R. Fajardo en 1999.

[5] El propio Pablo Iglesias dice que esto ha perdido todo su sentido. Nosotros no estamos de acuerdo con él. Considera que procesos revolucionarios como el de Venezuela ya no plantean el problema de vía pacífica/de dictadura del proletariado como forma de transición al socialismo, y afirma que “quien diga que ganar las elecciones implica desarrollar un proceso revolucionario es un mentiroso o un idiota (…) la conquista del poder del Estado por la vía electoral es un desafío complejísimo plagado de contradicciones y dificultades y seguramente imposible de entender para las mentes más sectarias (…) El venezolano es un proceso que se fundamenta en lo nacional-popular y en la refundación del Estado”. IGLESIAS, Pablo y NEGA (LCDM). Conversación entre Pablo Iglesias y Nega. ¡Abajo el régimen! Barcelona: Icaria-Mas Madera, 2013, p. 37. Sí, pero no han abandonado la economía de mercado, ¿Entonces no es revolucionario? Tampoco: “La revolución en Venezuela, que es donde más avanzada está, gracias a sus apoyos electorales, al apoyo del ejército y a los recursos petroleros, se ha fundamentado en una serie de reformas concretas” Ibídem. p. 38.
¿Problema resuelto?

[6] Sup. Galeano. "El muro y la grieta. Primer apunte sobre el método zapatista", 2015. Disponible en ‹http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2015/05/03/el-muro-y-la-grieta-primer-apunte-sobre-el-metodo-zapatista-supgaleano-3-de-mayo/› [consultado 27/06/2015]

[7] "De giros, idas y vueltas. Las tradiciones críticas, los intelectuales y el regreso de lo social". Editorial. Revista Con-Ciencia Social, 16 (2012): 7-16. Definen el totalcapitalismo como la "invasión de la lógica mercantil en todas las esferas, incluida la personal, de la vida social" Ibídem. p. 8.

[8] HILB, Claudia. "Maquiavelo, república y la virtu" En CLACSO, Tomás Várnagy. Fortuna y Virtud en la República Democrática. Ensayos sobre Maquiavelo.
Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2000.
Disponible en ‹http://www.fcpolit.unr.edu.ar/teoriapolitica1/files/2012/05/hilb.pdf› [consultado 27/06/2015]

[9] "tránsito de la sociedad disciplinaria [Michel Foucault] a la sociedad de control" HARDT, Michael y Antonio Negri. Imperio. Barcelona: Paidós, 2002. p.
37. como transformación material del paradigma de dominio: "La sociedad de control (...) debería entenderse como aquella sociedad (que se desarrolla en el borde último de la modernidad y se extiende a la era posmoderna)" Ibídem.
p.38. Naturaleza bipolítica del nuevo paradigma de poder: "El poder se expresa pues como un control que se hunde en las profundidades de las conciencias y los cuerpos de la población y, al mismo tiempo, penetra en la totalidad de las relaciones sociales" Ibídem. p.39.

[10] GRAMSCI, Antonio. "Estatolatría", en GRAMSCI, Antonio. Antología. Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán. México: Siglo XXI, 201. pp. 315-316. p. 315.

[11] CASTRO, Fidel. "Discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro como conclusión de las reuniones con los Intelectuales cubanos", 1961. Disponible en ‹http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1961/esp/f300661e.html› [consultado 27/06/2015]

[12] GRAMSCI, Antonio. "Relaciones entre ciencia-religión-sentido común" En GRAMSCI, Antonio. Antología...
op.cit. pp. 367-381. p. 371.

[13] Carta encíclica Laudatio si [Alabado seas] del Santo Padre Francisco sobre el cuidado de la casa común, 2015. Disponible en ‹http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html› [consultado 27/06/2015]

 

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