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Mundo :: 14/08/2015

El traidor tupamaro Amodio Pérez vuelve a Uruguay: El tiro por la culata

Ricardo Scagliola
Amodio Pérez, el “traidor” tupamaro que vino a presentar “la otra historia” y terminó detenido.

“Yo no soy Amodio Pérez”. Así recibió a los cuatro agentes del Grupo de Reserva Táctica de la Policía en la puerta de la habitación 11 del piso 24 del hotel Sheraton, diez minutos después de terminar la conferencia de prensa en la que presentó el promocionado libro Palabra de Amodio. Quien fuera uno de los más altos dirigentes del Movimiento de Liberación Nacional (MLN), acusado por sus compañeros de haber sido el gran traidor de la organización, fue entonces emplazado a presentarse, al día siguiente, en la Dirección Nacional de Información e Inteligencia. Héctor Amodio Pérez, el hombre que vino a contar “la otra historia de los tupamaros” con pasaporte español, amagó, primero, a pedir asilo en la Embajada de España. Pero eligió un mal momento: el embajador Roberto Varela Fariña estaba abocado a la llegada a Uruguay del más importante asaltante de bancos de la historia reciente de España, Daniel Rojo Bonilla, más conocido como Dani el Rojo, que en estos días presentará en Montevideo algunas de sus memorias.

Así y todo, el embajador preparó una posible respuesta ante la eventual solicitud, la que se estila en estos casos: una lista de cinco abogados para el caso de que solicitase ayuda. Antes, la Embajada y el Consulado español corroboraron que el pasaporte con el que Amodio ingresó al país fuese verdadero. Los funcionarios diplomáticos compararon huellas dactilares, chequearon el chip interno del pasaporte y corroboraron con Madrid que la documentación fuera legal. Hasta ahí, las decisiones consulares.

La definición política de la Embajada, sin embargo, fue que Amodio es más uruguayo que español, a pesar de haber ingresado al país con documentación del país europeo, y que, en tanto uruguayo, debía atenerse a las leyes del país como uno más, sin interferencia alguna de la Embajada. “Si éste fuera un país donde los derechos humanos de las personas estuvieran amenazados, sería otra historia, pero para nosotros Uruguay da todas las garantías”, explicó a la diaria Varela Fariña, protagonista involuntario del penúltimo giro novelesco de la historia de los tupamaros.

Amodio Pérez no es Amodio Pérez. Su exilio acordado en España implicó el nacimiento de una nueva identidad, parida por los militares. Pero, a la vez, ese hombre calvo y ojeroso sigue siendo Amodio Pérez. Como si ella misma fuese el testimonio viviente de la traición, su doble identidad, civil y política, reavivó las especulaciones sobre su salida del país y el pacto que la antecedió.

Walter Salvador Correa Barboza es el nombre que los militares le dieron, en un acuerdo celebrado en 1974 y confirmado luego entre España y Uruguay, por entonces gobernados por dictaduras. Un entendimiento celebrado entre los presidentes Juan María Bordaberry y Francisco Franco, y por las cancillerías de ambos países, fue el padre de la criatura que este fin de semana puso en vilo a embajadas y autoridades policiales.

Ese engendro jurídico fue el primer motivo que llevó a la Policía a detener a Amodio Pérez. Si bien luego de una primera declaración la jueza Marcela Vargas resolvió devolverle el pasaporte español a nombre de Walter Salvador Correa Barboza, luego de una consulta realizada por la Dirección Nacional de Migraciones acerca de si habilitaba a una persona a salir del país con otro nombre, la jueza dispuso la incautación de la documentación y ordenó que Amodio Pérez tramite un nuevo documento con su nombre original, de cabecera.

Pero lo que en un principio parecía tan sólo una cuestión judicial de tipo instrumental terminó derivando, con el paso de las horas, en una lluvia de denuncias por violaciones a los derechos humanos. Fue el caso de una presentada por una ex tupamara por la presunta acción coordinada con los militares y su participación en sesiones de tortura durante la dictadura. La denuncia da cuenta de fechas y lugares concretos en los que se vio al ex tupamaro vestido con uniforme militar e interrogando a detenidos. Entre los testigos nombrados en este expediente -a cargo de la jueza Julia Staricco- aparece el ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, que fue citado a declarar. Otra denuncia la presentó el viernes Alberto Grille, director de Caras y Caretas. La tercera lo involucra en una causa que se inició en 2011. Es la que presentaron 28 mujeres que manifestaron haber sido víctimas de abusos en la dictadura. Las juezas Staricco y María Elena Mainard, a cargo de la denuncia presentada por Grille, determinaron ayer el cierre de fronteras. Por lo pronto, Amodio Pérez no podrá retornar a España este fin de semana, como tenía previsto.

Por la causa de las 28 mujeres ya declararon dos militares. Uno de ellos es Asencio Lucero, el primer militar uruguayo en reconocer ante estrados judiciales haber participado en torturas y que, según el propio Amodio, participó en el operativo para su salida del país, en 1974. Lucero testimonió haber recibido información por parte de Amodio Pérez mientras este último estaba preso en el Batallón Florida, del Ejército. A su vez, Amodio lo menciona en su libro como uno de los artífices de su cambio de identidad: “Al día siguiente por la tarde apareció el capitán [Asencio] Lucero, acompañado de un civil que traía un bolso con todo lo necesario. En una oficina hicimos sitio para ubicar las tablillas con los números de identificación y nos hicimos las fotos. Entregamos los nombres que habíamos elegido y tres días después mi padre nos trajo las cédulas, credenciales y pasaportes”.

Otro soldado, el mayor Orosmán Pereira, también habló ante un juzgado de las delaciones de Amodio. “Ayudó muchísimo a detener personas”, dijo. Y dio detalles sobre los contactos entre el ex guerrillero y los militares: que se reunía en solitario con el mayor Armando Méndez (impulsor del funesto organismo llamado Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas, OCOA, director de Aduanas en los 90 y ahora propietario de una empresa de seguridad en Miami) y el coronel Carlos Calcagno (entonces jefe de inteligencia del Batallón Florida), que tenía trato preferencial, que salía a hacer la patrulla como un militar más…

Básicamente, se trata de lo mismo que le achacan sus ex compañeros, empezando por Julio Marenales, que reconoce haber lanzado una granada fallida sobre el jeep en el que, sostiene, Amodio Pérez viajaba vestido de soldado. Marenales es concluyente: “A mí me marcó Amodio. Fue el 26 de julio de 1972. Yo había hecho un contacto en Luis Alberto de Herrera y Emilio Raña. Cuando llegué me encontré con una compañera, de pronto vi venir un camión militar y reconocí, vestido de soldado, a Amodio Pérez. Tenía preparada en el portafolio una granada ofensiva de la Marina, que estaba sin seguro y con la palanca cerrada. Cuando vi el abanico de soldados y, a mitad de cuadra, a un sargento con metralleta que me apuntaba, saqué la granada y la tiré, pero no estalló, porque se ve que la espoleta estaba húmeda. El sargento disparó y la ráfaga me atravesó la pierna, y un rebote me dio en la espalda”. Marenales será citado a declarar hoy y mañana. Su testimonio es muy esperado por el equipo de abogados que presentó la denuncia por los abusos contra las mujeres. El abogado Federico Álvarez Petraglia dijo a la diaria que “existe la expectativa de que exista algún resultado”.

Fuentes judiciales afirmaron a la diaria que es muy probable que también exista un careo con Lucero y con Orosmán Pereira. A estos nombres se sumarán el de Fernández Huidobro -Amodio ha dicho fuera de actas que el ministro de Defensa Nacional “no se va a animar a venir al juzgado”- y un militante de apellido Martelli, que dice haber visto a Amodio vestido de militar en la calle General Flores.

Nada de esto (sino todo lo contrario) dijo Amodio en la presentación de su libro, el viernes a última hora de la tarde, en medio de un impresionante despliegue de seguridad. Su reaparición en sociedad, rodeada de anécdotas que a nadie le interesan (cuánto durmió la noche anterior, por poner un ejemplo) y una cerrada defensa a ultranza de la columna 15 que integró y dirigió (“Era el Luis Suárez del MLN”, dijo), dejó la sensación de que, en realidad, Amodio estaba cobrando cuentas pendientes entre tupamaros, indescifrables para el grueso del ágora.

En la conferencia de prensa del viernes apenas se limitó a repetir lo que dijo hace dos años en una entrevista con el periodista Gabriel Pereyra, de El Observador: que él fue quien “le ordenó los papeles” a Méndez.

A pesar del desafío lanzado por Amodio en las horas previas, ninguno de sus ex compañeros de armas asistió a la conferencia. En dos horas y media se lo vio vacilante, nervioso por momentos, prodigando tics por todos lados, contrariado en su propio relato. La sonrisa se rehusaba a adornar su rostro. “No sé por dónde seguir, la verdad”, reconoció en un momento, y echó mano a la copa con agua que tenía servida a su derecha.

Era el momento de pasar a las preguntas. De qué se hace cargo, se le preguntó. “Absolutamente de nada”, contestó. Y otra vez lo mismo de hace dos años: que no entregó la Cárcel del Pueblo (una responsabilidad que nuevamente le achacó a Adolfo Wasem), que no delató a sus compañeros, que no traicionó. Reiteró estos mismos conceptos luego, en una entrevista con el diario El País, a cargo del operativo de su regreso al país, la edición del libro por su editorial Ediciones de la Plaza, su estadía en el Sheraton… y hasta de los honorarios de su abogado, Andrés Ojeda. Lo dijo el propio Amodio, en forma de agradecimiento durante la conferencia de prensa: “Al diario El País, que ahora me brinda esta oportunidad”. Al otro día, el diario tituló: “Soy un traicionado”.

Un sector de la oposición estaba convencido de que la reaparición de Amodio intervendría, de un modo u otro, en la política doméstica. Que su influencia desafiaría al oficialismo. Varios periodistas hicieron esa profecía, primero en base a la catarsis epistolar, luego con la entrevista de El Observador, y finalmente en la presentación del libro, de la mano de El País.

En espejo con respecto a quienes celebraban a voz en cuello el renacimiento de Amodio Pérez, la actual dirigencia del MLN y ex tupamaros diseminados por varias tiendas no emitieron comentario público alguno sobre la llegada del que consideran “el traidor”, en una actitud que recuerda a la lacónica palabra estampada por Luis XVI en su diario íntimo el 14 de julio de 1789, el día que el enemigo estaba en casa: “Nada”. Según pudo saber la diaria, esta actitud de silencio fue acordada en espacios informales, por fuera de los órganos de dirección.

El mutis tupamaro dejó los micrófonos abiertos para un relato entreverado, de fundamentos insólitos. El más descollante de esa serie fue, quizá, el que Amodio utilizó para justificar su inocencia, amparado en el relato del torturador José Gavazzo, quien en su libro autobiográfico José Nino Gavazzo: mi testimonio, sostiene que Amodio fue “la cabeza de turco” de los tupamaros. La relación entre ambos se remonta a su infancia, según reconocieron el primero en la conferencia de prensa del viernes y el segundo en su libro, aunque hasta en el microdetalle hay, otra vez, contradicciones: lo que para Gavazzo eran juegos de pelota en la calle Darwin, para Amodio era una figura más poética: “remontar cometas”. Más allá de estos detalles, ambos libros coinciden en algo: dejan la sensación de ser esfuerzos de los protagonistas por acomodar un relato imposible de acomodar. La motivación, en ambos casos, no parece ser un “problema de conciencia”, sino de autoestima personal: los errores son de otros; los aciertos y la mirada con proyección de futuro, siempre propios.

Una historia inverosímil

En Palabra de Amodio, Amodio Pérez abre dos frentes: el de Raúl Sendic (su lucha contra) y el de Fernández Huidobro. El primero no puede hablar. Pero en cuanto a lo que tiene que ver con el segundo, el más importante narrador de la historia oficial del MLN, plasmada en diferentes escritos, y autor, en buena medida, de la idea de “la gesta tupamara”, la cuestión es distinta. Amodio deduce que el edulcorado relato de Fernández Huidobro no es tal, pero tampoco aporta la suficiente información para ponderar el suyo propio. Por el contrario, la pesada mochila del “traidor” y un relato con flagrantes contradicciones llevan a un mar de dudas sus aseveraciones más potentes.
Sobre todo, si lee que “el Coronel Juan Vicente Queirolo era una buena persona”.

Una de las incoherencias más importantes está reseñada en un artículo publicado por el periodista Leonardo Haberkorn en su blog El informante. Si bien Amodio sostiene que quienes lo acusaban de delatar a ex compañeros a bordo de un jeep militar, en realidad, lo confundían con Donato Marrero y Rodolfo Wolf, físicamente parecidos, Haberkorn señala las contradicciones en torno a su participación en la captura de Enrique Rodríguez Larreta en el cine Arizona mientras se proyectaba la película Pequeño gran hombre. “Sostiene que no puede ser, ya que ni siquiera conocía a Rodríguez Larreta, que militaba en otro grupo político. Pero en otro pasaje del libro, sin embargo, admite que Rodríguez Larreta sí integró el MLN y cuenta que lo tuvieron cinco días secuestrado en medio de una pugna interna. Tal parece que lo conocía…”.

La frutilla delirante de la torta es “la larga partida de ajedrez que veníamos disputando” con el general Esteban Cristi. En este punto, Amodio parece ponerse a la altura de Leopold Trepper, el genial creador y parcialmente destructor de la Orquesta Roja, la red de espionaje que la Unión Soviética había instalado en Europa para recabar información de los nazis. Atrapado por éstos, Trepper presumió de jugar una partida de ajedrez con el servicio de inteligencia nazi, en la que él iba entregando peones “para salvar las piezas mayores”. Sin embargo, el final de uno y otro fue muy distinto: Trepper entró a un edificio de dos salidas y los nazis no lo vieron más. Reapareció en Moscú, donde Iósif Stalin lo esperaba con la celda abierta. Se comió diez años de cárcel estalinista. Distinta es la historia de Amodio Pérez, quien salió del país acompañado y con todas las garantías: pasaportes, dinero, puesta en la frontera con Brasil…

El libro resume las grandes tensiones del MLN a una contradicción Sendic-Amodio, adobada por la mirada del periodista Jorge L Marius, quien relata, convencido, en primera persona, una historia similar a la que luego desarrolla el protagonista. Por momentos, es una pieza más de la máquina, en algunos pasajes el líder emergente, en otros el chivo expiatorio. La traición, en todo caso, se la achaca a Mario Píriz Budes: “Durante mucho tiempo el MLN-T minimizó la influencia de Píriz Budes, porque era un desconocido total y adjudicarle la derrota a un personaje desconocido carecía de toda credibilidad. Les era más rentable acusarme a mí”.

Desde Rivera, donde vive desde entonces, Píriz Budes se excusó ante la diaria de hacer declaraciones sobre estas acusaciones. “Sus inquietudes periodísticas las entiendo, pero no estoy dispuesto a satisfacerlas, y en eso soy intransigente. Siempre tuve como guía aquel principio de todo obrero militante expuesto por Bertolt Brecht: cuando escucha una idea, se pregunta a quién sirve”.

Prima facie, el primitivo “libro de Amodio” que propuso publicar en 1972 al periodista Federico Fasano (con quien había compartido una comisión interna del diario BP Color) y con el visto bueno del mando del Batallón Florida como forma de avalar la tesis de un “golpe antioligárquico”, aparece transcripto como “anexo” en Palabra de Amodio. Los escritos que Amodio entregó a Fasano luego de nueve horas de conversación aún están bajo propiedad del ex director de La República. “Son ochenta y pico de hojillas de cigarrillos, y estoy haciendo la comparación para ver qué se sacó, qué se puso y qué se alteró en este libro”, contó Fasano a la diaria. Los escritos, que venían durmiendo la siesta de la historia, cobrarían ahora otra relevancia, en la medida en que podrían revelar la veracidad o no de lo que Amodio entregó a Ediciones de la Plaza como documentación probatoria.

Así recuerda Fasano su entrevista con Amodio Pérez en 1972: “Él me llamó para que yo escribiera el libro. Lo que me entregó era un borrador, y la idea era escribir un libro. En una palabra: el libro del golpe bueno. Lo que pasa es que descubro lo que hay detrás… una estrategia para salvarse”. Amodio “no quiere pasar a la historia como el gran traidor. Ya por cumplir 80 años, creo que lo que piensa es: me llevo a la tumba dos versiones. Es algo de él, un hombre que dedica su vida a una idea y después la tiene que traicionar. Ahora quiere lavar su imagen”.

Tal vez se equivocó, o se tuvo demasiada fe, o buscaba otro objetivo. Los fundamentos de Amodio Pérez para su “otra historia”, entre insólitos y descabellados, conspiran en contra de la posibilidad de imponer un relato alternativo. Una estadía con aires de comedia, en un país muy distinto del de 1972, termina de delinear un panorama propio del realismo mágico. En todo caso, su reaparición en el hotel Sheraton, a pasitos de la cárcel de la masiva fuga tupamara, ya entró a la literatura como un nuevo giro novelesco en la historia de una guerrilla que bien podrían haber imaginado Jorge Luis Borges, Franz Kafka o Gabriel García Márquez. En cuanto a si a partir de ahora será como el Tzinacán de Borges (mago de la pirámide de Qaholom, en “La escritura del dios”), un hombre asumidamente distinto del que fue, todo indica que ni él mismo se lo cree. “Me arrepiento de haber venido”, dijo en la noche del sábado, amargado, vestido de pijama a rayas, disminuido, menos desafiante en el detritus de la historia en la que se envolvió. Hoy vuelve al juzgado para declarar nuevamente y enfrentar varios careos. La carátula del expediente desmiente que sea otro: “Amodio Pérez, Héctor”.

La Diaria

 

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