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A pesar de que los analistas financieros españoles difunden cifras de crecimiento y desarrollo
Marta Caravantes y Ángel Gonzalo - Centro de Colaboraciones Solidarias

La España pobre

En términos absolutos viven en España 8.509.000 personas bajo el umbral de la pobreza, lo que equivale a más de dos millones de familias. Los estudios sobre la pobreza, elaborados por Cáritas y la Fundación Foessa, revelan un horizonte de precariedad social que contrasta con las cifras de crecimiento y desarrollo que difunden los analistas financieros españoles. Un 20% de la población sobrevive en situaciones de inseguridad económica. La pobreza y la exclusión social no son, por tanto, fenómenos aislados.

Junto a la pobreza severa (1.700.000 de personas) y a la pobreza extrema (medio millón de afectados) convive la llamada 'pobreza relativa', la más habitual en España, pero también la más desapercibida. Familias numerosas que no consiguen cuadrar las cuentas a fin de mes; mujeres viudas con pequeñas pensiones; desempleados de larga duración; madres solteras con grandes dificultades para incorporarse al mercado laboral; trabajadores autónomos que ven quebrar sus negocios... Todos ellos se ven afectados por esa pobreza sorda, silenciosa y cotidiana que conduce en muchos casos a la degradación de las condiciones de vida, a la pérdida del status social y, sobre todo, a graves problemas de salud (alcoholismo, depresión, toxicomanías...) Los casos son tan diversos como el propio concepto de pobreza, heterogéneo y poliédrico. Desde el punto de vista económico una persona o una familia es pobre cuando sus ingresos son inferiores al 50 por ciento de renta disponible de la sociedad en la que vive. Eso en España equivale a menos de 185 dólares al mes por persona. Para la Unión Europea "se consideran pobres a los individuos, familias y grupos de personas cuyos recursos (materiales, culturales y sociales) son tan escasos que están excluidos de los modos de vida mínimos aceptados en el Estado miembro en el que viven".

Al margen de las definiciones, los estudios demuestran la extensión de la pobreza en España, superior a la media europea, y tan sólo por debajo de la de Portugal y Grecia. Este hecho, según Cáritas, tiene que ver con la desigual distribución de la renta y con el diferente crecimiento y desarrollo económico de las distintas áreas territoriales españolas. Mientras, un 10% de las familias acumulan un 40% de la renta, un 21,6%, las más pobres, tan sólo disponen de un 6,9% del total de los ingresos. "Vivimos en una sociedad volcada sobre el crecimiento y eso no implica una distribución social. No podemos construir una sociedad si sólo construimos crecimiento", afirma Víctor Renes, Coordinador del Departamento de Estudios de Cáritas.

Esa desigual distribución también repercute en el reparto de los 'males'. La población pobre acapara la mayoría de los problemas sociales: desempleo, analfabetismo, enfermedades, toxicomanías, delincuencia, exclusión... Si la riqueza está mal repartida, los males que aquejan a la sociedad también. Por ejemplo, según un estudio publicado en la revista Journal of Epidemiology and Community Health, el mayor número de muertes evitables por problemas de salud se da entre los más pobres.

Desempleo

A partir de los años 80 aparecen en España nuevas formas de pobreza, ligadas a la inestabilidad producida por el paro masivo de las últimas décadas. Los pobres ya no son tanto los que no tienen edad o capacidad para trabajar (ancianos, discapacitados...), sino aquellos que forman parte de la población activa pero no consiguen un trabajo o sólo lo encuentran en condiciones muy inestables. "Son ciudadanos medios que se ven abocados a una situación de precariedad y finalmente de miseria en cuanto surge un accidente (paro, enfermedad) o faltan recursos suficientes", apuntaba ya en 1987 el documento de la Unión Europea La Comunidad combate la pobreza. Entre la población pobre sólo trabaja el 10,2% del total y se acentúa en la pobreza extrema donde sólo trabaja el 1%.

El desempleo de larga duración afecta sobre todo a aquellos trabajadores que se quedan sin empleo (flexibilización laboral, regulación de plantillas, reconversión empresarial...) a una edad en que son demasiado jóvenes para jubilarse y demasiado mayores para encontrar otro trabajo. El desempleo también afecta a los trabajadores con poca preparación, sobre todo a los jóvenes, o a aquellos que sufren el vaivén de la precariedad laboral que les sume en una continua incertidumbre. Los contratos temporales y los bajos salarios son los mayores escollos para acceder a una vivienda y a una vida digna, pues obligan a las familias a hacer malabarismos para llegar a fin de mes con algo más que números rojos.

Para Cáritas "el poco trabajo que existe es acaparado por los más preparados, y los que no lo están son automáticamente expulsados de ese mercado actualmente escaso". Existe una correlación determinante entre el aumento del nivel de estudios y la disminución de la pobreza. La mayoría de los parados de larga duración (más del 70%) y que no tienen seguro de desempleo, pertenecen a los colectivos menos preparados y, o bien son analfabetos, o no tienen formación, o apenas accedieron a estudios primarios. El trabajo se convierte en un universo inaccesible a una gran mayoría de personas que se ven abocadas a la precariedad laboral y a la economía sumergida. Los estudios realizados muestran como el darwinismo social juega un papel determinante, más aún en las nuevas dinámicas laborales donde impera la competitividad.

El desempleo también reafirma una continua sensación de inutilidad, de absurdo, de pérdida de la autoestima que, en muchos casos, conduce a procesos depresivos o a situaciones desesperadas como la prostitución y las toxicomanías. Según datos del Instituto Nacional de Empleo del año 1985, se comprueba que el desánimo avanza paralelo al tiempo de espera para encontrar un trabajo. A partir de los tres años en el paro se comienzan a detectar serios deterioros en los niveles de vida que repercuten en el recorte de los gastos en alimentación. El hambre ya no es un espejismo y el desgaste físico aparece como consecuencia de las carencias básicas.

El desempleo, además, ha provocado un proceso acelerado de 'juvenilización' de la pobreza; más del 44% de los pobres en España tienen menos de 25 años. Esta precariedad laboral, los bajos salarios, así como la discriminación en el trabajo, afectan con más fuerza a la mujer, especialmente a las más jóvenes con escasa formación.

Viudas y jubilados

Otro de los sectores más vulnerables es el de las mujeres viudas. Según el censo, en España viven más de 2.220.000 viudas y constituyen el 4,9% de la población pobre española. Sólo trabaja el 7,2%. Un 20% sobrevive con menos de 263 dólares por sus pensiones no contributivas y el 15% no recibe ningún tipo de ayuda estatal. Las mujeres viudas exigen el 100% de la pensión que recibían sus maridos o un mínimo digno de 500 dólares al mes. La propuesta, avalada por 730.000 firmas, ya ha sido llevada al Parlamento español como iniciativa popular. Comparado con otros países de la UE el gasto en España en pensiones de viudedad es mínimo. Por ejemplo Italia gasta 22.000 millones de dólares frente a los 3.700 de España.

De los cuatro millones de población anciana, medio millón se encuentra dentro de los márgenes de la pobreza severa. La protección social también aquí juega una baza vital: cerca de 800.000 ancianos no 'tienen derecho' a una pensión y de ellos, cerca de medio millón sólo percibe alrededor de 78 dólares al mes del Fondo de Asistencia (FAS). España sólo tiene residencias para el 3% de los jubilados. Las públicas cuestan el 65% de la pensión y las privadas tienen precios inaccesibles para una gran mayoría. Los agujeros en la protección social del Estado se revelan como una de las claves de la pobreza. España dedica a prestaciones por vejez un 8,7% frente al 10,7% de la UE, y a gastos sociales el 21,4% del PIB, frente a 28,2% de la media europea.

Los últimos estudios también indican que en los años noventa se ha dado un repunte en la extrema pobreza que se da, sobre todo, en los núcleos urbanos. Un millón y medio de personas pobres viven en el medio rural, frente a casi siete millones que viven en medio urbano o semiurbano. En las zonas rurales la población pobre es de mayor edad y está más protegida por el sistema de pensiones. Sin embargo, este dato no debe opacar la triste y difícil situación que se vive en las zonas rurales de las Castillas, Aragón, Galicia, etc, con tendencia al envejecimiento y a la desaparición de sus pueblos. Los pobres de las grandes ciudades, por su parte, se enfrentan al desarraigo de los medios urbanos, a la desconexión social, a los altos precios, a la competitividad extrema, a la violencia y a las toxicomanías.

Decía el escritor Blasco Ibáñez: "No debían existir ricos ni pobres: hombres nada más". Un siglo después, la realidad sigue dibujando muros invisibles con la lógica precisa de la economía. Pobres y ricos, sobrevivientes y privilegiados, desheredados y potentados: dualidades de un sistema donde lo social no acaba de acomodarse.

(Rebelión)

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