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Inmigrante, hermano de clase
Pablo Kundt

En un informe del BBV publicado el pasado verano, la gran banca española señalaba que el mercado laboral de nuestro país estaba necesitado de mano de obra "fresca" y que ésta sólo podía venir de los países subdesarrollados; semanas más tarde, el Gobierno del PP enviaba a las Cortes un proyecto de ley en el que se prevé duplicar el millón de trabajadores extranjeros que hoy se encuentran en España. Por esos mismos días, en Barcelona y Almería, los inmigrantes africanos eran objeto de ataques racistas y xenófobos. ¿Podemos considerar una coincidencia estos hechos?

No vamos a ser nosotros quienes desmintamos a la gran Banca: el capitalismo en España necesita un flujo de inmigrantes constante, regular y que ya venga bien encaminado hacia donde más se le necesite. Con la industria en franca decadencia, con una economía orientada hacia un hiperdesarrollado sector servicios y muy dependiente de mercados exteriores, a los capitalistas españoles sólo les queda el recurso de reducir costos, sobre todo en mano de obra, para seguir manteniendo su cuota de ganancia en un contexto mundial de crisis crónica y de feroz competencia. En esta dirección van orientadas todas las medidas socio-laborales que los gobiernos del PSOE y el PP, con la colaboración de los sindicatos, han adoptado en los últimos años desde la creación de las E'ITs hasta el abaratamiento del despido o incluso la propuesta de reducción de jornada a 35 horas.

No hay que olvidar que en la mayoría de las empresas se trabaja "según pedidos", que se acabaron los stocks en un mercado mundial que se contrae cada vez más. Por lo tanto, hace falta uni mano de obra que trague con la eventualidad, con los desplazamientos, con los ritmos y horarios agotadores alternando con periodos de inactividad forzosa, que pueda pasar fácilmente de hacer una tarea a otra y cuyo despido sea barato o gratuito. Además, hay sectores como la construcción o la recolección donde se necesitan 100.000 y 350.000 empleados anuales respectivamente pero aquí y ahora; o sea, te contrato, me recoges la cosecha o me acabas la obra y adiós muy buenas.

Con la contratación de inmigrantes, la Banca y los grandes monopolios explotan la única "riqueza" que aún les queda a los países del Tercer Mundo: una mano de obra barata y abundante. Al mismo tiempo, los países de origen de los emigrantes también están interesados en "exportar" trabajadores: eliminan mano de obra "sobrante", rentabilizan parte de lo que ganan por medio de los ahorros que envían a sus familiares y, no menos importante, quedan de alguna manera vinculados económica y políticamente con los países más ricos.

Pero el negocio no ha terminado aquí. La llegada de cientos de miles de nuevos trabajadores provoca cambios en todo el mercado de trabajo: los salarios bajan en general porque los empresarios toman como referencia los más bajos que perciben los inmigrantes; además el "ejército industrial de reserva" crece y, por tanto, aumenta la competencia entre los mismos trabajadores que se ven obligados a "venderse" más baratos. Vemos así cómo la burguesía tampoco renuncia, por vía indirecta, a sumirnos a todos los trabajadores en unas condiciones de explotación tercermundista y que las aceptemos de buen grado.

Aún hay más. La presencia de trabajadores inmigrantes entre nosotros se presta a que la burguesía fomente la división en el proletariado: Parados u ocupados, fijos o eventuales, de plantilla o subcontratados, funcionarios o de la empresa privada, catalanes o andaluces, vascos o extremeños ¡éramos pocos y ...! ahora además, autóctonos o inmigrantes, con las variantes de "legal o ilegal" que también en esto se establecen categorías... y sueldos y derechos...

Y con esta división, llega el terrible colofón del racismo. Aprovechándose de la desesperación de muchos trabajadores y de su ignorancia, el Estado se encarga de despertar y avivar la xenofobia y dirigir su odio contra los inmigrantes como si ellos tuvieran la culpa de su explotación, de su situación de paro o de su miseria. "¡Traga con lo que te pago o contrato marroquíes! ¡Estás parado porque los negros vienen a quitarte el puesto de trabajo! ¡Los moros son unos chorizos y unos violadores!" son mensajes que abierta o subliminalmente se han convertido en moneda corriente en Espina de un tiempo a esta parte; del mismo modo que los medios de comunicación magnifican los actos de delincuencia protagonizados por extranjeros, los ataques racistas que efectúan las bandas fascistas o algún incidente aislado entre vecinos en que se hallen involucrados gitanos o africanos.

Una misma explotación, una misma lucha

El proletariado no puede caer en la trampa de confundir a su enemigo de clase. Un trabajador inmigrante no quita nada a nadie: viene aquí a ser explotado por el mismo que te explota a ti. El burgués es el único ladrón, el burgués imperialista que, además, durante siglos le viene saqueando su lejana patria hasta tal extremo que ni siquiera le dejan el "derecho" de que lo exploten en su propia tierra. Desde el punto de vista del proletariado revolucionario, un trabajador inmigrante nunca será un extranjero ni un competidor, sino un hermano de clase y dos brazos más que sumar a la Resistencia.

La clase obrera nunca puede ceder, por acción o por omisión, a la tentación del racismo sin traicionarse a sí misma. Y no sólo por el factor de división que se introduce en sus filas y que los capitalistas utilizan en beneficio propio, sino porque una población donde prendan los venenos del racismo y la xenofobia se sitúa en la antesala del fascismo ideológico, de aquel que acepta la presencia del fascismo institucional porque le va a defender "de los de afuera". En España este problema no se presenta aún con caracteres de urgencia y son episódicos los casos de ataques racistas. Pero el Estado va a utilizar cada vez más la presencia de los inmigrantes o los asaltos de las bandas nazis contra ellos como coartada para imponer sus medidas de control de la población y de represión indiscriminada. No muy lejos tenemos el ejemplo de Francia, donde el ejército patrulla y efectúa identificaciones cotidianamente por calles y transportes públicos con el pretexto de la caza de islamistas».

Los trabajadores, allí donde se encuentren con otros compañeros de origen extranjero, lo primero que deben exigir es que reciban igualdad de derechos y de trato. Esta es la mejor y única forma de evitar que los empresarios los utilicen en su contra para rebajar salarios o empeorar las condiciones de trabajo. De esta forma se dará la vuelta a los planes de la burguesía; no se trata ya de que nosotros "empeoremos" hasta niveles del Tercer Mundo, sino de que ellos, los inmigrantes, "asciendan" al nuestro. Hay que conseguir que un capitalista no se beneficie más por contratar a un inmigrante que a un trabajador de aquí.

Por último, la mejor ayuda que podemos prestar a un trabajador inmigrante es integrarlo en pie de igualdad en la lucha revolucionaria de nuestro país. Su misma presencia entre nosotros es una prueba innegable de que hoy el proletariado es mundial, como mundial es la lucha contra los capitalistas y mundial es la Revolución. El imperialismo ha "globalizado" -esa palabreja tan de moda- la explotación pero también ha creado las condiciones para "globalizar» la revolución. El ínternacionalismo hoy y aquí pasa por la lucha común, independientemente de su origen, de todos los obreros contra la burguesía de nuestro país. Haciéndolo así, no sólo habremos ganado fuerzas para el combate común, sino que, en el peor de los casos, silos inmigrantes vuelven a su país de origen, se llevarán consigo la semilla revolucionaria.

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