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Estado español :: 18/12/2014

Desalojo policial de la Kasa de la Muntanya o como meter miedo en el cuerpo de la clase trabajadora

Armando B. Ginés
Resulta evidente que el régimen español zozobra desde hace mucho tiempo y que la crisis y la corrupción cercan a los próceres del sistema

Salió de paseo la palabra anarquista de la mano del PP, que junto a la maligna etiqueta de terrorista, siembra el pánico por doquier. ¿Quiénes serán los próximos? ¿Quizá los comunistas? ¿O tal vez los sindicalistas?

Las fuerzas policiales de la Generalitat, por mandato judicial venido desde Madrid, han arramblado con uno de los edificios ocupados más antiguos de Europa, la Kasa de la Muntanya, sita en Barcelona.

Unos 400 agentes bien pertrechados de armamento y munición, con helicóptero incluido para ofrecer una imagen más espectacular de la operación, han entrado de madrugada en el inmueble y han hecho acopio de material informático, teléfonos móviles y documentación de todo tipo en un registro exhaustivo y por sorpresa, desconociéndose las razones del mismo. Al parecer, buscaban terroristas de ideología anarquista.

Desde 1989, la Kasa de la Muntanya viene celebrando conciertos, eventos teatrales, proyección de películas, debates, talleres, cursos y charlas públicas, acogiendo en su seno a diversas familias con menores desahuciadas de sus viviendas habituales. Los activistas okupas del edificio se definen como autogestionarios, pacifistas, antifascistas y anticapitalistas, un perfil que el lenguaje oficial engloba bajo el neologismo de antisistema.

El inmueble fue abandonado por la Guardia Civil en 1983, datando su construcción de 1909. Actualmente es propietario del mismo el Ministerio de Hacienda, aunque la familia Güell, miembro de la alta burguesía catalana, mantiene discrepancias al respecto.

Desde que dejó de ser cuartel, no hay ningún proyecto urbanístico para dotar de contenido a sus aproximadamente 700 metros cuadrados de superficie. Está situado en el barrio de Gràcia, uno de los más emblemáticos de la Ciudad Condal.

La operación policial ha sido nombrada como Pandora. Por ironías de la semántica o, nunca se sabe, con intencionalidad oculta, el mito griego de la caja de Pandora nos remite a una tinaja en cuyo interior se escondían todos los males del universo. Abrirla, según el relato mítico, podría tener consecuencias catastróficas imprevisibles.

Resulta evidente que el régimen español zozobra desde hace mucho tiempo y que la crisis y la corrupción cercan a los próceres del sistema de modo agobiante. Hay que inventarse nuevos enemigos para seguir manteniendo la presión represiva y desviar la atención de la gente hacia noticias episódicas o hechos secundarios a la vez que sugerentes para tapar las vergüenzas de la elite dominante y de sus representantes políticos.

Nada mejor para ello que mentar la bicha terrorista en versión anarquista. Si no es suficiente, a por los comunistas y los rojos en general, los diablos de leyenda que provocan miedo automático en las mentes más alienadas del pueblo llano, debidamente aliñadas cada día por el veneno ideológico letal de los mass media más influyentes a escala estatal.

El dragón represivo nunca descansa. Podría haber más aventuras de esta clase hasta las elecciones generales del año 2015. Crear ad hoc adversarios o contrincantes malvados es una vieja táctica del fascismo histórico. Contra el cruel enemigo interno (terrorista, antisistema, anarquista, comunista, rojo y acepciones similares), el imaginario popular hace piña tras el espurio sentido común del ordeno y mando.

Permanezcamos atentos a la pantalla (y a la porra, y a la patada en la puerta, y al acoso ilegítimo de ogro que detenta el poder, y a las pulsiones emocionales del pueblo llano).

El régimen ha dado cerrojazo a más de 9.000 días de okupación social de un edificio abandonado a su suerte por la administración pública.
Ahora vendrán los proyectos faraónicos, los sobrecostes, las mordidas en dinero negro y la especulación pura y dura. Así es y así será la realidad del sacrosanto capitalismo si la mayoría no despierta del pánico escénico, de la competitividad extrema por un salario de miseria y del irresistible sueño consumista de las fiestas navideñas.

 

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