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Pensamiento :: 11/05/2010

El ?caso Mir? o el odio clerical a los anarquistas

Agustín Guillamón
El tema de la violencia política y la persecución religiosa es demasiado importante como para tratarlo desde el sectarismo, remiendos, engaños y apaños de Mir.

De la novela a la crónica, de la crónica al libelo, del libelo a la historia basura

Sí, caballeros, tenéis razón; era una cruzada.

cruz era la gamada”

Herbert R. Sothworth. El mito de la cruzada de Franco

En este artículo argumentamos:

1.- Que Josep Serra no fue un patrullero de las Patrullas de Control del CCMA.

2.- Que Miquel Mir ha manipulado las memorias de Josep Asens para difamar a los anarquistas y a Tarradellas.

1.- El presunto patrullero, que no lo era

Ya hicimos en su momento una crítica del primer libro de Mir. Subrayamos la ambigüedad de géneros en la que se movía Mir, que aún no había decidido si había escrito una novela o una crónica. Y desvelamos en esa crítica que, si considerábamos su libro como novela histórica, carecía de cualidades literarias; si lo considerábamos una crónica tenía errores de tal calibre que, cualquier lector o aficionado a la historia, podía descubrirlos fácilmente. Por ejemplo: desconocía la muerte de Francisco Ascaso el 20 de julio de 1936; hablaba de doce secciones de las Patrullas de Control en lugar de las once realmente existentes; afirmaba que los ministros anarquistas, que entraron en el gobierno de Largo Caballero, eran tres, en lugar de los cuatro que realmente lo hicieron; etcétera, etcétera. Tales errores fueron subsanados en una segunda versión del libro, que además se decantaba por definirse como libro de historia, abandonando su definición como novela. No voy a repetir los argumentos allí expuestos, porque quien lo desee puede consultar esa crítica, titulada “Memorias de un pistolero de la FAI y crónica de la Barcelona anarquista”, en Kaosenlared.

Hoy, nos hallamos en situación de poder argumentar nuestras sospechas, rigurosamente documentadas, de que ese primer libro de Mir es una pésima novela histórica. Sería un error creer que se trata de un libro de historia.

En primer lugar hay que poner las cosas en su sitio, porque nos encontramos ante una pirámide que descansa sobre su cumbre. Hay que darle la vuelta y sentarla sobre su base. Un libro de historia no puede iniciarse como una novela de misterio. No puede hacerse lo que hace Mir, esto es, decir que ha encontrado un diario de un pistolero de la FAI, llamado Josep S.; escondiendo tras esa inicial el apellido Serra, que se encarga de desvelar indirectamente a través de un campaña periodística y de marketing. Un historiador serio empezaría por dar el nombre completo, demostraría documentalmente que era un patrullero, realmente existente, y que el diario que escribió era auténtico. Y dejaría ese diario depositado en un archivo, para su consulta general. Mir, por el contrario, oculta el apellido y afirma haber escondido en una caja fuerte el diario del patrullero. Esto no es serio y no es un método histórico aceptable. Mir no puede pretender que se le tome en serio, pero hay que reconocerle un indudable olfato comercial y cierto talento, más comercial que novelístico.

Un historiador, para ser creíble, ha de dar todos los datos que posee, y además ha de indicar en que documentación se fundamenta, y dónde puede consultarse esa documentación. Mir se inventa el nombre de un patrullero, escondiendo su apellido, y se atreve a afirmar que tiene un diario y gran parte de los archivos de la FAI. ¡Es de locos! Y hasta encuentra editores y periodistas que se atreven a publicar tal sarta de disparates, como si se tratara de un auténtico libro de historia.

El audaz Mir no es el responsable de esta situación, sino su resultado final más extremo. Si Mir ha conseguido engañar al gremio de periodistas e historiadores, que no denuncian tal cúmulo de desatinos; eso no hace más que darle crédito como “gran” novelista.

El caso Mir es posible porque existen editoriales, e incluso revistas “especializadas” de historia que no sólo aceptan, sino que fomentan, las llamadas técnicas periodísticas. Los autores suprimen las citas a pie de página, en las que debería indicarse de qué libro, de qué documento, o a qué investigador se deben sus afirmaciones, con lo cual no sólo el lector pierde la posibilidad de comprobar y ampliar los datos, sino que además se arrebata a los investigadores, no citados, sus primigenios descubrimientos, y a la ciencia histórica algo que se parezca remotamente al rigor científico. Olvidémonos ya de la mínima cortesía debida a los investigadores pirateados, sin reconocimiento alguno. Más que de una técnica periodística, cabe hablar de una técnica basura ¿Cómo es posible editar un artículo, o un libro de historia, sin notas a pie de página? El último libro de Mir lanza graves acusaciones, sin una sola nota a pie de página, escamoteando sus fuentes como un trilero sus cartas.

El lector que compra un libro de historia, sin notas a pie de página, debería saber que autor y editor le están insultando. La decisión de suprimir esas notas “científicas” se argumenta en la necesidad de facilitar la lectura, a un público que se considera poco exigente, escasamente preparado y algo idiota.

Mir fundamentaba su primer libro en el hallazgo de un diario, redactado por un miembro de las Patrullas de control, llamado Josep S… Y según las campañas de prensa, que acompañaron y promovieron el libro, con notas de prensa sagazmente preparadas por editor y autor, no desmentidas nunca por Mir, la letra “S” correspondía al apellido Serra. El misterioso patrullero de la FAI, del que Mir se ufanaba haber encontrado un diario, en el que confesaba sus crímenes, se llamaba, pues, Josep Serra.

He consultado todas las nóminas de las Patrullas de Control [1] del Comité Central de Milicias Antifascistas. He repasado, una a una, todas las listas de las once secciones de las Patrullas de Control. He consultado además las nóminas de los departamentos de investigación, censura, pasaportes, sección central, etcétera, etcétera, de las Patrullas de Control. Repasados los nombres, uno a uno, de todos y cada uno de los patrulleros, no aparece el nombre de Josep Serra.

He consultado además las nóminas del Servicio de Investigación de la Casa CNT-FAI, en las que aparece, entre otros veinticinco nombres, el de su responsable Manuel Escorza del Val. En esa lista tampoco aparece el nombre de Josep Serra.

Mir tiene ante sí la grave responsabilidad, ya ineludible, de demostrar la existencia histórica real de Josep Serra, sin subterfugios ni excusas. Mi modesto e ingrato papel, y deber, como lector, coleccionista de papeles viejos y crítico de libros de historia, no puede ir más allá: he constatado Documentalmente que Josep Serra no era miembro de las Patrullas de Control del CCMA, ni tampoco del Servicio de Investigación de la CNT-FAI. Josep Serra no era un patrullero; hay que preguntarse entonces: ¿el diario del patrullero, “encontrado” por Mir, es otro recurso novelístico, o qué demonios es?

Debe quedar muy claro que aún no acuso a Mir de fraude; sólo planteo mis fundadas sospechas de que Josep Serra no era un patrullero, porque su nombre no aparece en las nóminas de las Patrullas de Control del CCMA, ni en las del Servicio de Investigación de la Casa CNT-FAI.

Así, pues, Mir tiene la obligación de demostrar documentalmente que Josep Serra es un patrullero, o confesar sencillamente que se trata de un personaje inventado, propio de una narración de ficción, en cuyo caso no hay fraude, sino talento de novelista. Hay aquí alguna broma de muy mal gusto, o un inaceptable proceder, al que Mir debe poner punto final. En todo caso Mir ha de aclararlo. Y eso le toca a él, como autor del libro, no a sus lectores, ni a crítico alguno. Mir carece hoy de credibilidad alguna, como historiador, si es que alguna vez la ha tenido, fuera de algunos periodistas ingenuos, sesgados o interesados. Pero, ahora, dadas sus graves acusaciones contra Tarradellas y varios dirigentes anarquistas, que no son personajes de ficción, necesita demostrar todas y cada una de sus afirmaciones, porque en caso contrario habría incurrido en un delito de difamación. Ya no nos vale su ambigüedad, a caballo entre la crónica histórica y la ficción novelística. Mir ha de demostrar que no difama a nadie.

Todo “el caso Mir” se mueve en ese terreno tan desagradable de arenas movedizas, por esa confusión de géneros tan distintos, como son el de la historia y la novela. Pero ese terreno ha sido labrado, roturado y abonado, desde hace años, por editoriales y revistas incapaces de imponer el menor rigor, y de permitir ese género-basura de libros sin notas a pie de página, que fomentan y protegen el plagio, la manipulación y el fraude.

Aparecieron tres versiones distintas del primer libro de Mir [2], en las que ha ido rectificando los errores que se le han señalado; en las que ha ido decantándose por el género histórico, en lugar del novelístico, sin abandonarlo nunca del todo, al menos formalmente. ¡Tres versiones del mismo libro! ¿Quién las financia? ¿Qué intereses políticos, académicos y económicos se mueven detrás de Mir? ¿Qué fuerzas políticas y qué historiadores anti-Tarradellas promueven esa campaña de desprestigio contra el movimiento libertario y el ex-presidente? A esas preguntas yo no tengo aún respuesta alguna.

2.- La manipulación de las memorias de Asens en el libelo de Mir

Y hora aparece un nuevo libro, sin notas a pie de página, sin ni siquiera relacionar en la bibliografía las principales fuentes documentales en las que dice beber. Se titula nada más y nada menos que (traducido del catalán): "El precio de la traición. La FAI, Tarradellas y el asesinato de 172 maristas". En la inefable portada aparece una foto de Tarradellas cubierta por una difuminada bandera rojinegra.

Ese libro no es una novela, ni se presenta ya como tal. Y como nos negamos a calificar como libro de historia un libro sin notas, que certifiquen la fuente documental de lo que se afirma, y dado que se lanzan graves acusaciones gratuitas contra destacados militantes anarquistas y contra Josep Tarradellas, a partir de este momento nos referiremos a este segundo libro de Mir con la palabra libelo. Papelucho y difamación son sinónimos de libelo.

Nos proponemos demostrar, además, que Mir manipula conscientemente los documentos históricos que ha utilizado. Manipula, esto es, deforma, baraja a su antojo y falsifica.

El resumen de las argumentaciones del libelo de Mir es el siguiente:

1.- Los maristas pagaron doscientos mil francos franceses a Aurelio Fernández, a primeros de octubre de 1936.

2.- Aurelio Fernández entregó ese dinero a Tarradellas.

3.- Con ese dinero “aún caliente”, en sus manos, Tarradellas dio cinco mil francos a García Oliver y luego trescientos mil francos a Josep Asens, cien mil con el fin de comprar armas para las patrullas de control y doscientos mil (los que se cobraron a los maristas) para depositarlos en bancos suizos, a nombre de Tarradellas.

4.- Asens viajó inmediatamente a Suiza, en octubre de 1936, con esos trescientos mil francos, que le acababa de entregar Tarradellas.

5.- Asens fue detenido. Consiguió enviar un mensaje a Aurelio, que detuvo a un súbdito suizo para chantajear a las autoridades helvéticas, y conseguir así la liberación de Asens.

6.- Asens regresó a Barcelona.

La clave de bóveda en la que Mir construye su acusación a Tarradellas descansa en la inmediatez. Todo se produce en los primeros días de octubre. Aurelio cobra de los maristas, entrega inmediatamente el dinero a Tarradellas y éste, a su vez, lo entrega “aún caliente” a Josep Asens, que parte inmediatamente a Francia y Suiza, para comprar armas e ingresar doscientos mil francos en la banca suiza, en una cuenta a nombre de Tarradellas.

Los documentos que Mir utiliza son:

1.- Las memorias de Juan García Oliver [3]

2.- El sumario republicano y el sumario franquista del proceso contra Aurelio Fernández y Antonio Ordaz [4]

3.- Las memorias de Josep Asens [5]

Aunque abundan las declaraciones, testimonios y referencias a los inculpados Aurelio Fernández y Antonio Ordaz, el proceso republicano fue sobreseído. No hay sentencia, ni conclusiones, ni por lo tanto inculpación alguna. Por otra parte, en esos sumarios no hay ni una sola declaración, ni una sola referencia a que Aurelio entregara ese dinero a Tarradellas. En cuanto a Eroles y Asens: ni hay un solo testigo ni una sola declaración, en esos sumarios, que les implique en el caso de los maristas.

Las memorias de García Oliver, publicadas en 1978, son el único texto que relaciona a Aurelio con Tarradellas. No son, pues, ninguna novedad editorial. García Oliver escribió su libro en el exilio, sin archivos ni documentos a su alcance, y aunque su egocentrismo le impulsa a presumir de su buena memoria, muchos datos de "El Eco de los pasos" son erróneos. Un ejemplo, no pequeño ni fútil: García Oliver afirma que el pleno que acordó la colaboración de la CNT con el gobierno de la Generalidad se reunió el 23 de julio de 1936, cuando en realidad tuvo lugar el 21 de julio. El egocentrismo de García Oliver era tan descomunal que, en sus memorias, se traduce a menudo en ojeriza contra quien pueda hacerle sombra: Durruti, Balius, Escorza, Tarradellas, Companys y tantos otros… contra los que no duda en emitir juicios o anécdotas durísimos, exagerados, falsos o impertinentes: Durruti es un tonto engreído, Balius un marxista, Companys un timorato veleta, Escorza un tullido de cuerpo y alma... a Tarradellas no podía dejar de tocarle algo, fuera cierto o no.

Al libelo de Mir le hacía falta relacionar los doscientos mil francos, que Aurelio entregó supuestamente a Tarradellas, con la supuesta entrega de Tarradellas a Asens de ese mismo dinero, para ingresarlos en la banca suiza, además de realizar una inmediata compra de armas.

Ése es un eslabón fundamental del libelo, porque relaciona directamente el secuestro-asesinato de maristas con el pago a Aurelio, y la entrega por éste a Tarradellas, y por fin de Tarradellas a Asens, para comprar armas e ingresarlo en la banca. De esta forma el libelo cierra un círculo perfecto, que relaciona el secuestro-asesinato de maristas con la compra de armas por los anarquistas, gracias a Tarradellas, que no sólo conocía la procedencia del dinero, sino que se lo entrega inmediatamente a Asens. Para cerrar ese círculo era necesario que todo pasara en octubre, en una absoluta inmediatez.

Y aquí es donde Mir deforma, manipula y falsifica conscientemente las memorias de Asens. Y donde Asens dice: “En el mes de febrero de 1937 hice un viaje a Francia y Suiza…” ; Mir, escribe: “En octubre de 1936 hice un viaje a Francia y Suiza…”

No se trata sólo de cinco meses de diferencia en el viaje de Asens; se trata sobre todo de la validez de la “prueba”, fabricada por Mir, para incriminar directamente a Tarradellas con el dinero pagado por el secuestro de los maristas.

Mir, envalentonado por el hecho de que su primera novela haya sido aceptada como si fuera un libro de historia, construye su libelo sobre auténticos documentos sumariales, sobre memorias, publicadas o no, y sobre martirologios clerical-fascistas de los años cuarenta, en una curiosa mezcla, que no le conduce a nada nuevo, que no hubieran dicho ya las memorias de García Oliver o los martirologios fascistas.

Si Asens dice “En el mes de febrero de 1937, salí hacia Francia y Suiza…” [6], Mir no puede escribir “En octubre de 1936 salí hacia Francia y Suiza…” [7]. Eso no es aceptable, ni histórica ni éticamente. No se trata de un error inocente.

3.- Cuestiones menores

Tras indicar:

1.- Que Josep Serra no fue un patrullero de las Patrullas de Control.

2.- Que Mir ha manipulado las memorias de Asens.

El resto de cuestiones no pueden calificarse sino como cuestiones menores. Pero las cuestiones menores también son interesantes.

Escudriñemos el lenguaje utilizado por Mir, porque la semántica suele indicar todo un mundo propio. Mir nunca usa la expresión “España republicana”, porque eso remite al lector a un estado democrático, legalmente constituido, contra el que se sublevaron militares y fascistas con la complicidad de la Iglesia. Tampoco usa el término, propio de los martirologios, de “España roja” porque encontraría la resistencia visceral de algunos lectores frente a tal concepto franquista-fascista. Mir usa siempre el término de “territorio dominado por el Frente Popular”, porque supongo que lo considera más apropiado para denunciar la persecución religiosa de las hordas rojas, del imaginario marista.

Por otra parte, si Mir utiliza el testimonio, ya hemos visto que manipulado, de Asens, para implicar a Tarradellas; también debería utilizarlo como prueba del exquisito buen trato dado por los anarquistas a los presos, fueran religiosos, o no. Veamos lo que dice Asens [8] al respecto:

“En ningún momento se maltrató a ningún preso. Todos los hombres que formaban parte de las Patrullas de Control habían sufrido encarcelamientos y también apaleamientos de parte de la policía del Estado, y también de la policía de la Generalidad de Cataluña, antes del 19 de julio, por haber sufrido malos tratos y por ser Libertarios, detestaban tales procedimientos; así que jamás utilizaron tales procedimientos criminales con los detenidos. A pesar de que hicimos el máximo de esfuerzo para que se nos reconociera una actividad bien imparcial en el descubrimiento de individuos llamados falangistas y otros militares, por ejemplo, que habían participado en el alzamiento fascista, hubo un General, bien entusiasta a las audiciones diarias, en Radio Sevilla, que nos trataba de vulgares asesinos, según él en el convento de Sant Elias se criaban los tocinos con carne humana, sobre todo de los presos que entraban allí bien gordos. Los que no tenían [más] que la piel y el hueso, los tirábamos a un pozo en vida. Queipo de Llano, así se llamaba el General…”

Es raro que Mir no haya utilizado esa infamia de Queipo contra un anarquista, que Asens cita escandalizado. Quizás piense que no es tan creíble como las suyas.

Asens afirma, en sus memorias, que él fue el promotor del Bando, redactado y promulgado por el CCMA, “publicado en todos los periódicos y también fijado en diversos muros de calles y plazas de la ciudad”, en el que se ponía fin a las detenciones irregulares y desapariciones, que se habían producido como resaca de la insurrección del 19 de julio. Eso Mir, lo oculta.

Asens hace unos comentarios sobre las emisiones radiofónicas del general Queipo de Llano [9], que a más de setenta años de distancia, podrían aplicarse al libelo de Mir: “Llano […] desde Radio Sevilla, en muchas de sus emisiones pronunciaba mi nombre y de su boca salía cieno, cuando nombraba las Patrullas de Control su táctica era mentir, difamar a sabiendas; sabía que después de hacerlo algo quedaba, se guardaba muy bien de hablar una sola palabra de los crímenes que la pandilla de Generales, a la cual pertenecía, cometían diariamente con [contra] honrados españoles, incluso estos Generales acusaban a sus víctimas de los crímenes que ellos cometían, o hacían cometer a soldados, hijos del pueblo. Era indignante oír [a] los asesinos hablar de Guernica, aquel pueblo vasco bombardeado e incluso incendiado por la aviación alemana, a petición del asesino más grande que conoció el mundo, tristemente conocido por el nombre de Franco”.

Si Asens le sirve a Mir para sus acusaciones contra los anarquistas como “comecuras”, el lector estará interesado en conocer, también, lo que dice Asens sobre, nada más y nada menos, que el trato que esos anarquistas, y Asens personalmente, les dieron a las monjas del convento de San Elías.

Dice Asens, en sus Memorias [10]:

“Al acordarse en el comité de Milicias de dejar que las monjas que lo desearan, que se fueran hacia Italia, petición solicitada por el Vaticano, por mediación de la Cruz Roja Internacional y que fue aceptada por el comité de Milicias, nos facilitó el local que deseábamos para albergar a los futuros detenidos: aquel fue el convento de Sant Elías. Un Barco vino de Italia para embarcar a todas las monjas que deseaban huir de la Zona Roja, éste fue el nombre [con el] que el fatídico Franco denominó a la España Libre. Para el déspota los facciosos éramos los que nos oponíamos a estar sujetos bajo su bota ensangrentada. Me ocupé de controlar la subida al Barco de las monjas que se iban; se les aprendió [enseñó] bien la respuesta que tenían que decir: si nos quedamos aquí nos matarán; a lo cual yo les respondía [que] si ésta fuera nuestra finalidad, el Barco que os conducirá a Italia, ya no estaría anclado en el puerto, así que si se quiere quedar su vida será respetada y un puesto de trabajo se le dará. Algunas se quedaron, ante una mirada de desprecio que les dirigía la Superiora del convento, que estaba sentada bien cerca de mí, oyendo las preguntas que les hacía, antes de escribir el nombre en una lista de control, que habíamos preparado para certificar el número y nombre de las monjas que se marchaban. [En] otra lista figuraba el nombre de las que habían decidido quedarse. Todas las monjas que se marchaban fueron previamente registradas, dentro de cabinas habilitadas al efecto, y por mujeres. A muchas de ellas se les encontraron monedas de oro, que según ellas pertenecían a la colectividad. Dichas monedas se les fueron confiscadas. El combento [convento] de Sant Elías sirvió de lugar de detención de sospechosos, y por primera vez en la Historia de las Revoluciones, Sublevaciones o Golpes de Estado, los detenidos fueron tratados con el máximo de respeto humano, hasta tanto no eran entregados a la justicia o liberados”.

¿No entiendo por qué Mir no cita este texto de Asens sobre las monjas? ¿No está acusando a los anarquistas de torturadores y “matacuras”, con el propio testimonio de Asens? Pero claro, si Mir manipula fechas sin miramiento alguno, ¿qué remordimiento va a tener en no citar lo que debería conocer y citar, porque es absolutamente pertinente en el tema del libelo? A eso se le llama sectarismo y mezquindad, y aunque roza el fraude, no lo es. Un historiador debe afrontar los documentos que encuentra, aunque vayan contra su tesis. Eso no significa aceptar sin más cualquier documento, que debe ser sometido a crítica sobre su validez, y matizado o explicado. Pero no es ético ocultarlo.

Hay una absoluta incoherencia entre la fotografía del documento (reproducido frente a la página 131) y la explicación que se da al pie del documento. Se dice que es una orden de detención firmada por Escorza; pero en el texto se habla de Escorza en tercera persona. Por otra parte, las garrafales faltas de ortografía son impropias de una persona culta y erudita, como Manuel Escorza. Es sin duda un grave error, quizás no imputable a Mir, del que hay que dejar constancia.

Entre las múltiples manipulaciones de Mir destacan algunas harto sutiles y jesuíticas (perdón: marianistas), como por ejemplo cuando suelta ese párrafo en el que dice que los responsables del orden público en el CCMA, y del tribunal de San Elías, eran Escorza, Eroles, Asens, Aurelio, Torrents y todos los anarquistas que se le ocurren. Todos anarquistas, ni un solo responsable del PSUC, ni uno solo del POUM, ni un solo de ERC. El propio Mir ha escrito en su novela, titulada "Diario de un pistolero anarquista", que entre los responsables de las patrullas de control y del tribunal de San Elías, estaban África de las Heras, Tomás Fabregas y tantos otros militantes del PSUC y ERC ¿Por qué ahora sólo nombra a los anarquistas, en un organismo, las Patrullas de Control del CCMA, en el que los anarcosindicalistas sólo contaban con la mitad de los patrulleros, y con sólo tres delegados de sección, de las once existentes? Guión obliga: Mir en este libelo sólo tiene dos objetivos en su punto de mira: la FAI y Tarradellas. El PSUC, POUM y ERC no tocan.

Podría hacer un largo listado de los errores del libelo, pero no lo haré para evitar que los pueda corregir, como hizo con los errores que señalé a su novela "Entre el roig i el negre".

Por ejemplo:

Página 26 de El preu: Da la fantástica cifra de setenta mil fusiles. Es un disparate.

Página 27: No entiende la diferencia entre el CCMA y las Milicias Ciudadanas.

Página 29: Dice Mir que las Patrullas de Control se crearon ¡el 2 de agosto!

Y así un largo etcétera.

No le tendremos en cuenta las expresiones vagas y falsas, que demuestran su absoluta ignorancia sobre los aspectos más elementales del tema que trata. En la página 130 habla, por ejemplo, de “las Patrullas de Control de la FAI” cuando eran, en todo caso, las Patrullas de Control del CCMA. Del mismo modo, en la página 138, habla del “cuartel de la FAI” para referirse a San Elías, que en todo caso era la prisión de las Patrullas de Control del CCMA, formadas, como ya hemos dicho, por un cincuenta por ciento de cenetistas y el otro cincuenta repartido entre PSUC, ERC y POUM.

Pero ¿cómo puede pedirse esos matices a un libelo, que no tiene más objetivo que el de difamar a los malvados diablos, con cuernos-bigote-y-cola, de la FAI, y de paso a Tarradellas, porque hoy tiene premio hacerlo?

Para contradecir los disparates de Mir en las páginas 152-154 necesitaría escribir un libro entero, y como ya está escrito, no tengo más remedio que remitir al lector a ese libro: "Barricadas en Barcelona" [11].

Mir cita, en una ocasión, las memorias de Joan Pons, en la página 249 de su libelo. La cita no tendría demasiada importancia, si no fuera porque las memorias de Joan Pons confiesan la implicación de altos cargos de ERC, en la Consejería de Seguridad, en el asesinato del destacado militante de la FAI y alcalde de Puigcerdá, Antonio Martín [12], mediante la contratación de un pistolero “patriota”. ¿El asesinato de un anarquista por ERC, no tiene valor alguno para Mir? Pero es que, ese Martín, era quien se había opuesto al paso de la frontera de aquellos maristas cuya edad superase los veinte años, y que habían llegado a Puigcerdá en varios autocares. Ese asesinato de un anarquista no toca, aunque esté relacionado con el caso de los maristas. Aquí Mir quiere escurrir el bulto, no sea que alguien pueda pensar que el asesinato de anarquistas por la patronal, la policía y las autoridades, era moneda corriente desde los años veinte, y aún antes.

Para terminar con las cuestiones menores hay que advertir al lector no sólo de los errores y difamaciones, sino también de los clamorosos silencios de Mir. Ni una sola vez, ni una sola, cita al PSUC, o a los responsables del PSUC en las Patrullas de Control y en la cárcel de San Elías. De haberlos, húbolos. Algunos le darían, además, mucho morbo al discurso de Mir, que seguramente conoce el texto de Miravitlles [13] sobre las orgías de sexo y sangre de la patrullera África de las Heras, militante y alto cargo del PSUC en las Patrullas de Control del CCMA, y con posterioridad coronel del KGB, reconocida con la Orden de Lenin [14]. ¿Por qué Mir no cita al PSUC ni una sola vez? Su responsabilidad en las Patrullas de Control era innegable.

4.- Cuestiones mayores

El tema de la violencia política y de la persecución religiosa es demasiado importante y muy delicado para tratarlo en este artículo, con seriedad y rigor. Y mucho menos desde el sectarismo, remiendos, engaños y apaños de Mir, que le descalifican no ya como historiador, sino como persona honesta y equilibrada. A quien quiera profundizar en el tema le recomiendo la lectura de algunos libros y artículos, que cito en nota a pie de página [15].

No se puede comprender el caso de los maristas, aislado de la violencia política del período republicano, sin estudiar los periódicos estallidos anticatólicos y la quema de iglesias y conventos que se sucedieron en Barcelona en 1902, 1909, 1917 y 1936. El odio popular a la Iglesia Católica, cómplice de fascistas y militares en el alzamiento militar de julio de 1936, no se amasa en una jornada, sino en el transcurso de años. El pueblo llano veía en la Iglesia uno de los pilares fundamentales de la opresión e injusticia que sufrían. Mir llega a impartirnos, aunque nadie se lo haya pedido, el perdón cristiano de los maristas y nos exige que agradezcamos que, en los años cuarenta, “con un régimen afín”, no pidieran cuentas por el asesinato de 44 maristas, o más. Es un mundo al revés, en una ciudad como Barcelona, que desde 1939 hasta 1952 contempló el fusilamiento, en el Campo de la Bota, de tres mil rojos y separatistas, en su mayoría libertarios. Así se escribe la historia ¿El libelo de Mir fue escrito para asegurar la canonización, ya conseguida, de esos 44 maristas? ¿Regresa la moda de los martirologios clerical-fascistas de los años cuarenta? ¿Anarquistas al paredón?

La diferencia radica en que, mientras unos, los maristas, son canonizados por el Vaticano, en solemnes ceremonias; los otros, los anarquistas y demás, siguen desaparecidos y olvidados en fosas comunes. Falange, partido fascista legal, incrimina al juez que pidió autorización para investigar los “posibles” crímenes del franquismo. La Iglesia Católica no ha denunciado nunca su apoyo, y su activa colaboración, con el régimen fascista de Franco, asentado en España durante cuarenta años, gracias a que el dictador aplastó al pueblo español en una brutal guerra de exterminio. En este caso la Iglesia guarda silencio, pero como dice Hans Küng [16]: “el silencio os hace cómplices”.

¿Qué dice Mir de los sacerdotes y de los maristas fusilados en 1936 en la zona franquista? [17], ¿Por qué no han sido ni reconocidos, ni reivindicados, ni beatificados? Esas preguntas, Mir, ni se las plantea.

¿Es factible, hoy por hoy, un debate sosegado y riguroso sobre la violencia política? Posiblemente no. En todo caso el debate, con gente como Mir, termina siempre con un intercambio de cifras de las víctimas, en uno y otro bando. La España negra asoma su rostro más terrible y se lanza a la cara los muertos, como si se arrojaran piedras. Desde hace un par de años, toda la prensa diaria publica y presenta escándalos, en los que la Iglesia Católica aparece como una asociación que practica y fomenta la pederastia de forma masiva y habitual. Mientras tanto, hay obispos declarando que la legalización del aborto es un crimen peor que el de la pederastia. No creo que sea posible el debate con unos maristas que nos perdonan a todos (“a la sociedad civil”), cristianamente, no sé qué pecado [18]; pero sí que creo en la necesidad de conocer toda la verdad, toda, afecte a quien afecte. No debería existir otro límite, para el investigador, que el de la propia honestidad.

La violencia política, en si misma, aislada de la sociedad en que se produce, no significa nada. Violencia no es sólo la que ejerce brutalmente la policía cuando disuelve una manifestación. Violencia es la que obliga, relaciones sociales mediante, a vender la fuerza de trabajo por un salario. Violencia es la imposición de una cruz en las habitaciones de hospital, o en las aulas. Violencia es la enseñanza religiosa, impartida obligatoriamente en las escuelas. Violencia es la práctica habitual y masiva de la pederastia por el clero, en todos los países católicos, protegida, tolerada y jamás perseguida por la Iglesia. Violencia es la prohibición del condón en África, con el que se intenta impedir la extensión del sida. Violencia es la sistemática violación de las monjas por los misioneros africanos, para evitar el contagio del sida con las nativas [19]. Violencia política es la canonización de los “mártires” de la Guerra de España. Violencia política fue la activa complicidad y colaboración de la Iglesia con el golpe militar de Franco, en 1936. Violencia fue la activísima complicidad y colaboración de la Iglesia con el régimen fascista de Franco, durante cuarenta años.

Mir intenta culpabilizar a los anarquistas, y a Tarradellas como torna [20], de que compraran armas en el extranjero. Y de que las pagaran con las finanzas de la Generalidad. Al embargo, provocado por el Pacto de No-Intervención, jamás cumplido por las potencias alemana e italiana, que había sido impuesto a un gobierno democrático, que sufría la agresión de unos militares golpistas, Mir añade no sé qué delito, consistente en intentar armarse para repeler la agresión fascista. ¿Justifica Mir el método chino, en el que la familia debe pagar la bala del reo ejecutado? Por lo visto, los republicanos, y los anarquistas en particular, debían dejarse matar, no debían defenderse. Quizás el próximo paso de Mir sea el de acusarles de no pagar las bombas, utilizadas por el ejército franquista contra la desvalida población civil de Barcelona. Tarradellas es culpable, además, del esfuerzo realizado por intentar levantar desde la nada más absoluta una industria de guerra, en colaboración con los cenetistas, para intentar defenderse de la agresión fascista. Sin duda Tarradellas, y la CNT, son culpables de que los republicanos no se defendieran sólo con piedras.

5.- Conclusiones

El odio de Mir a los anarquistas no es nada nuevo, y forma parte del odio de clase de la burguesía, y del clero, contra el proletariado revolucionario catalán, organizado en la CNT. Confieso que desconocía el odio de Mir a Tarradellas, y reconozco que no alcanzo a comprender qué intrigas y qué fuerzas se esconden tras ese ajuste de cuentas contra el ex-presidente de la Generalidad. Pero ésa es ya una cuestión que atañe a otro aclarar. Alguien lo hará, sin duda. Cada cual hace lo que puede, y algunas veces hasta lo que debe.

Mir novela, y en sus libros mezcla historia y ficción. Opino que ese nuevo género de la historia-basura es un horrible engendro. Pero la manipulación de documentos históricos o de memorias ajenas no es algo opinable: es un fraude.

La cruzada de Mir, como la cruzada de Franco, carga una cruz gamada.

Agustín Guillamón. Barcelona 15 de abril de 2010.


Notas

[1] Todas esas relaciones de nóminas pueden consultarse en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca.

[2] Entre el roig i el negre. Una crónica de la Barcelona anarquista. Llibres del Quatre Cantons, Girona, 2005.

Entre el roig i el negre. Una história real. Edicions 62, Barcelona, 2006.

Diario de un pistolero anarquista. Destino, Barcelona, 2006.

[3] García Oliver, Juan: El eco de los pasos. Ruedo Ibérico, París, 1978. [El asunto de los maristas, en las páginas 467-471]. Mir no indica nunca la paginación.

[4] Se trata de dos sumarios distintos: el republicano, encuadrado en la causa de “cementerios clandestinos”, que terminó con un sobreseimiento, y el franquista, que finalizó con una petición de extradición a Francia por estafa (no por asesinatos) de Aurelio Fernández a los maristas. La petición de extradición fue denegada por las autoridades francesas.

[5] Asens, José: Mis memorias, Del sindicato al Comité de Milicias. Texto mecanografiado, más tres páginas manuscritas. [Mir ni siquiera lo incluye en la bibliografía y nunca lo cita correctamente, pese a que es la pieza clave de sus acusaciones]. Este texto me fue facilitado gentilmente por Phil Casoar, a quien se lo agradezco profundamente.

[6] Asens: “Mis memorias. Del sindicato al…” p. 43.

[7] Mir: El precio… p. 229.

[8] Asens: “Mis memorias. Del sindicato al…” pp. 35-36. Hemos añadido la puntuación del texto, prácticamente inexistente, para una mejor comprensión

[9] Asens: “Mis memorias. Del sindicato al…” p. 41. Hemos añadido la puntuación del texto, prácticamente inexistente, para una mejor comprensión.

[10]Asens: “Mis memorias. Del sindicato al…” p. 35. Hemos añadido la puntuación del texto, prácticamente inexistente, para una mejor comprensión.

[11] Guillamón, Agustín: Barricadas en Barcelona, Espartaco Internacional, Barcelona, 2007.

[12] Pons Garlandí, Joan: Un republicà en mig de faistes. Edicions 62, Barcelona, 2008, p.152.

[13] El texto de Miravitlles sobre África es, en mi opinión, fruto de una imaginación calenturienta, y no merece credibilidad alguna.

[14] Juárez, Javier: Patria, Una española en el KGB. Debate, Barcelona, 2008.

Miravitlles, Jaume: Gent que he conegut. Destino, Barcelona, 1980, pp. 96-100.

[15] Barrull Pelegrí, Jaume: Violencia popular i justícia revolucionària. El Tribunl Popular de Lleida (1936-1937). Pagès editors, Lleida, 1995.

Guillamón, Agustín: Barricadas en Barcelona, Espartaco Internacional, Barcelona, 2007.

Ledesma, José Luis: Los días de llamas de la revolución. Diputación de Zragoza, 2003.

Reig Tapia, Alberto: Violencia y terror. Estudios sobre la Guerra civil española. Akal, Torrejón de Ardoz, 1990.

Varios autores: Culturas y políticas de la violencia. España siglo xx. Siete mares, Madrid, 2005.

[16] Küng, Hans: “Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo”. El País (15 abril 2010)

[17] La Vanguardia (28 octubre 1936)

[18] El preu… p. 241.

[19] La Vanguardia (22 marzo 2001 y 26 marzo 2001).

[20] Trozo de pan que completaba el peso legal de la barra comprada.

 

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