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Estado español :: 16/12/2014

El efecto placebo de la vieja socialdemocracia

Armando B. Ginés
Las ideas de Podemos son antiguallas de buen ver vestidas a la moda actual, o sea, socialdemocracia pactista de efectos sedantes

Llevamos entre dos y tres décadas de neoliberalismo furibundo en el mundo. Quizá más en algunas zonas geográficas si queremos remontarnos a sus orígenes en los ensayos de Milton Friedman y su escuela de Chicago en el Chile de Pinochet y otras experiencias locales también en América del Sur y el Sudeste asiático.

El relato neoliberal se está agotando porque ya ha privatizado la inmensa mayoría de los servicios del sector público al tiempo que ha dejado en mantillas y a la intemperie el contrato social de derechos mínimos de la clase trabajadora. Sus objetivos están casi cumplidos en la práctica. Solo restan flecos que pueden irse implementando poco a poco con otro tipo discurso menos agresivo en el espacio político.

En esa trayectoria reaccionaria, la derecha y los poderes fácticos financieros han contado con el aval más o menos crítico y expreso de la denominada izquierda socialdemócrata. Los sindicatos mayoritarios han hecho lo que han podido en esta deriva sin referentes auténticos de izquierda transformadora, intentando salvar los muebles con negociaciones a la defensiva en los ámbitos laborales industriales y de la administración pública, allí donde su presencia seguía siendo más fuerte fundamentada en que la vinculación contractual con las empresas y el Estado de los empleados era a través de relaciones fijas o indefinidas. En los sectores de la precariedad laboral, la actividad de los sindicatos ha sido nula o testimonial.

Desde 2008, cuando la crisis alcanzó a Occidente, el sistema capitalista sabe que debía ir adecuando el discurso a nuevas formas estilísticas para que no crecieran alternativas de izquierda reales en el mundo rico. De momento, las opciones más radicales han sido aisladas por el régimen neoliberal de la globalización en Venezuela, Bolivia y Ecuador, con Cuba como icono de un pasado antiimperalista glorioso y pujante. Sarkozy fue el portavoz de esta nueva era al reclamar una regeneración del capitalismo desatado. En 2013, la subida al trono papal de Francisco vino a corroborar que las elites tenían que mover ficha a varias bandas para que no emergieran protestas ciudadanas en ningún ámbito que fueran susceptibles de germinar en opciones de izquierda rebeldes con el sistema capitalista. Obama es otro eslabón echado a perder por las legítimas ilusiones de la clase trabajadora.

El caso de España

Había que renovar, pues, las caras y los modos, dejando la sustancia intacta. Ciñéndonos a España, este proceso comenzó con la subida a la jefatura del Estado de otro rey, Felipe VI. Este pistoletazo de salida continuó en el PSOE con la llegada de Pedro Sánchez. El auge de Podemos se inscribe en este relato de nuevo cuño.

Resulta evidente y expreso que Podemos viene a oxigenar el espacio desgastado de la socialdemocracia clásica adaptado a los requerimientos factuales del siglo XXI. Estamos, probablemente, ante un PSOE bis, o dicho de otra manera, lo que jamás ha podido ser la coalición IU o antaño el eurocomunismo de Carrillo, Berlinguer y Marchais.

El capitalismo español necesita una izquierda dócil y maleable, de discurso radical y hondo pragmatismo político que modere y encauce las ideas más avanzadas de la clase trabajadora o de lo que aún queda de ella, que en principio es muy poco, dado que los sindicatos ya no movilizan ni representan a la gran mayoría de sus miembros al encontrarse situados en los márgenes del Estado social. Mediante contratos temporales y salarios a la baja lo que se produce es una competencia feroz entre trabajadores y trabajadoras en precario por acceder a empleos sin derechos de segunda categoría para salvar el día a día como sea menester. Tener trabajo, ver, oír y callar es la meta máxima de un hombre y una mujer que vivan a expensas de la precariedad absoluta.

Podemos no emerge de la lucha social ni tiene raíces en el movimiento obrero. Ha hecho suyos con inteligencia y descaro el malestar social sin mover un solo dedo en la lucha colectiva, creando un relato atractivo y aprovechando los resquicios mediáticos subvencionados por el sistema y los medios de comunicación. Sus análisis son excelentes desde el punto de vista sociológico, pero no ofrecen perspectivas de cambio radical más allá de la retórica izquierdista anclada en soluciones parciales consabidas.

Usan las palabras grandes sin disparar al corazón del sistema capitalista. ¿Cuál es su modelo de sociedad y qué actores sociales protagonizarán su proyecto? ¿La clase media? A ese grupo heterogéneo parecen que van dirigidos sus discursos, si bien aún desconocemos qué es ese engendro o concepto académico acuñado por el capitalismo desarrollista durante el siglo XX. ¿Ya no existe como tal la clase trabajadora? Podemos debería definir sus lagunas ideológicas cuanto antes, aunque mucho nos tememos que su estrategia pasa por no meterse en charcos de los que pueda salir muy dañado su flamante logotipo o marca política.
Las veleidades de la clase media sirven para todo mientras su estatus social les brinde beneficios simbólicos de consumo inmediato y sencilla digestión.

En este vaivén, IU ha sido deglutida casi en su totalidad, obligando a sus estructuras a ir recogiendo las palabras del neolengiuaje que conectan con la nueva onda sin poder pararse a pensar en estrategias e ideas dialogadas y consensuadas con reposo y tiempo. Desde su aparición, IU viene presentando crisis recurrentes de nuevas izquierdas de ocasión que siempre han pretendido confluir a toda costa en el PSOE. Los tránsfugas a la casa del hermano mayor son hitos que suceden demasiado a menudo. Hoy la tensión es mucho más fuerte si cabe, siendo la respuesta de IU engancharse al vagón irresistible de Podemos con caras de nueva hornada mediáticas eludiendo la confrontación de ideas, proyectos y estrategias definidas.

Socialdemocracia es la única etiqueta de izquierdas permitida y homologada por el poder establecido. No es un secreto para nadie. Podemos quiere liderar una segunda transición formal que cambie la fachada del régimen con la irrupción de rostros jóvenes que sustituyan a los viejos próceres del régimen. Nada más, y su discurso contra la casta no le viene nada mal al sistema, de esta manera la lucha de clases se atenúa a satisfacción del poder hegemónico. Esto es, que todo siga igual con leves retoques o reformas de orden menor o formalmente espectaculares de cara a la galería. Su programa económico, con loas y guiños calculados al capitalismo, obedece a esa táctica descrita: ilusionar a la clase trabajadora con bellas palabras sin ideología ni nuevo modelo de Estado como referente para desactivar posibles virus que vayan más allá en sus propuestas políticas.

El sistema y las elites están invirtiendo recursos solapados en Podemos porque tienen la certeza de que no tocarán sus prebendas ni las estructuras profundas en que basan su dominio económico, ideológico y político. Únicamente resta un recambio de líder en la derecha para completar la segunda transición en la que nos hallamos inmersos ahora mismo.

Por muchas razones, Podemos es el eje del nuevo impulso capitalista en España. Su rápido crecimiento desde la nada absoluta resulta altamente sospechoso. ¿Cómo creerse a pies juntillas que una alternativa de la izquierda real pueda conformarse de la noche a la mañana como opción de poder y el sistema lo acepte sin despeinarse? ¿Desde cuando las elites han entregado el poder democráticamente?

Todos los ojos miran a Podemos. Por algo será, sin duda alguna. En ese algo, complejo y contradictorio, reside la clave de bóveda del tiempo que ahora mismo estamos viviendo. Desentrañar esa incógnita no será fácil, pero hemos de hacerlo a la mayor brevedad posible no vaya a ser que a corto o medio plazo regresemos al desencanto de la primera transición, esa que tanto criticamos, a veces con argumentos convincentes y otras muy a la ligera.

Las livianas y espectaculares elecciones primarias están hurtando el debate por una izquierda transformadora con raíces en el conflicto social. La solución generacional no es la vía adecuada para inaugurar un tiempo nuevo. Lo joven no reside en la edad sino en las ideas. Y, al parecer, las ideas de Podemos son antiguallas de buen ver vestidas a la moda actual, o sea, socialdemocracia pactista de efectos sedantes para la clase trabajadora, un placebo, en definitiva,  colorista y ruidoso para continuar en la explotación capitalista unos años más. Al menos, hasta la próxima crisis.

Marx decía que la historia siempre se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa. ¡Qué joven es el viejo Karl! Si tiene reticencias con Karl, pruebe con Groucho. Ya sabe su cita cínica y legendaria: “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”.
Como el PSOE, vamos. ¿Tal vez como Podemos? Recordemos que las mayorías electorales retratan un instante concreto que no siempre concuerda con fidelidad con las aspiraciones e intereses objetivos de las mayorías sociales. Una victoria en votos no asegura un proyecto de cambio profundo ni radical que ponga en cuestión el poder hegemónico de la clase dominante. Por tanto, no nos dejemos embaucar por frases hechas y cantos de sirena pasajeros. Antes de llorar con desconsuelo por vanas ilusiones, leamos detenidamente entre líneas y también la letra pequeña de las viejas tesis socialdemócratas.

 

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