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Estado español :: 19/12/2014

España se pregunta “¿Podemos o no Podemos?”

Laureano Debat
El surgimiento de Podemos abre la posibilidad de un profundo cambio en el país. ¿Hasta dónde tendrá que ceder Podemos para llegar al gobierno?

Artículo del corresponsal en el Estado español de la revista alternativa argentina 'Marcha'

Todos los sectores que están en contra de Podemos dicen, justamente, lo contrario: no podemos. Lo que proponen estos jovencitos no se puede hacer. Esta es la disyuntiva que parece dominar la discusión política española desde la aparición de esta novedosa fuerza que, a poco menos de un año de haberse formado, tiene grandes posibilidades de llegar al gobierno.

La actitud que tomaron los principales medios de comunicación españoles con respecto a Podemos es la misma que la de un profesor universitario, digamos no marxista, cuando le explica Marx a sus alumnos: muy buen diagnóstico el del filósofo alemán sobre el capitalismo pero una utopía absurda su programa político.

La tranquilidad de que Marx se haya quedado en el museo universitario es la misma que se pretende tener con Podemos: que Pablo Iglesias y su séquito de intelectuales se queden en la universidad con su diagnóstico acertado y no jodan tratando de gobernar un país.

Por eso, la estrategia comunicacional del nuevo partido fue mutando.
Cuando a Iglesias le preguntan sobre Venezuela responde Finlandia, cuando le hablan de Marx dice Keynes, cuando mencionan algo de revolución contrapone que sólo quieren hacer un poco mejor las cosas.

A la imagen del monstruo con delirios comunistas que los medios pretenden crear, Pablo Iglesias les devuelve la de un joven indignado y moderno con un programa socialdemócrata que puede descargarse por internet y que está abierto a la discusión colectiva a través de las redes sociales y de los círculos que el partido organiza en las principales ciudades.

El punto principal de los ataques a Podemos es que Pablo Iglesias es la reencarnación ibérica de Hugo Chávez y que Podemos pretende instaurar en España una nueva Venezuela. Esto se puede escuchar en cualquier bar o en una conversación entre dos amigos tomando un café. Una idea que se ha logrado instalar con una efectividad estupenda.

Cuando Iglesias era un comentarista sin presiones en la televisión por cable, hablaba maravillas de los modelos latinoamericanos. Hoy dice que para solucionar los problemas de España no hay que fijarse en las economías periféricas sino en los países del norte europeo.

Esa estrategia de no alardear de filias ideológicas apunta a una cuestión bastante pragmática: no asustar a su base social. Porque se encontraron, casi sin quererlo, con la peor de las presiones que rara vez suelen tener los partidos de izquierda en sus primeros meses: la posibilidad real de gobernar un país. Y esto los obligó a confeccionar un programa para todo el mundo.

De la calle al palacio

Cuando el 15M comenzó a desinflarse como movimiento colectivo y siguió su rumbo por los grupos atomizados que le dieron origen, nadie imaginaba que la respuesta política surgiera con semejante impacto.

Podemos nace para capitalizar las demandas de una expresión heterogénea del hartazgo social español. Muchos salieron a la calle para decir basta, pero cada quien estaba harto de cosas diferentes: una escala compleja que iba desde los nostálgicos de la clase media enriquecida durante el gobierno de José María Aznar hasta los desahuciados que dormían y duermen bajo los cajeros automáticos.

Podemos hoy pretende expresar y gobernar a todos, porque las posibilidades de ser gobierno son reales y concretas. Y el principal vector que lo anuncia no está sólo en las encuestas, sino también en el miedo del Partido Popular (PP) y del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Miedo que se traduce en discursos enteros de sus principales referentes dedicados a Podemos.

La irrupción de la nueva organización fue tan instantánea que los partidos tradicionales ni siquiera tuvieron tiempo de acudir a la estratégica básica de ignorarlo y de evitar nombrarlo para no darle entidad. Podemos obligó a que se hable de Podemos desde su mismo nacimiento.

Y su mera aparición ya significa un avance en la discusión política.
Si no existiera Podemos, si el 15M no se hubiera encarnado en un órgano político concreto que pretende disputar poder, la gente seguiría discutiendo sobre corrupción con la lógica de una revista del corazón: a tal le descubrieron tal caso de lavado de dinero, como si a un torero le hubieran descubierto una infidelidad con la modelo de turno.

Que hablen de un cambio en el modelo económico, aunque sea moderado, ya instala la pregunta y enriquece el debate. Ya no se trata sólo de quién roba más o roba menos ni de enriquecerse o no en la función pública, también es fundamental discutir sobre qué políticas se tomarán, pensando en quiénes y con qué objetivo.

Todos los partidos hablan del paro, de los nuevos pobres, de la necesidad del crecimiento económico. Pero sólo Podemos se anima a hablar de un cambio, en el momento justo en que el sueño europeo se desbarranca de manera contradictoria: ya casi nadie cree en la Unión Europea (UE) capitaneada por Ángela Merkel, pero absolutamente a nadie se le ocurriría abandonar la comunidad.

Mientras España se pregunta "¿Podemos o no Podemos?", el nuevo partido se mantiene muy cauto en pronunciar discursos incendiarios, bajo la estrategia final de que su nombre sea la respuesta final de la disyuntiva.

Saben que disputan la base social con el PSOE y que están ganando cada vez más votos del electorado indignado del PP. Y que juegan sobre una población entre escéptica y desesperada, una mitad desencantada que no confía en nadie y la otra muy proclive a aferrarse ante cualquier profeta y profecía.

Con el voto mayoritario a Mariano Rajoy, España cayó en la vieja trampa que siempre tiende la derecha: nosotros, los tipos de gafas, saco y corbata, sabemos bien qué hacer para sacarte de la crisis. Está claro que esta vez no volverán a morder al anzuelo. O no, al menos, en 2015.
El futuro lejano es incierto.

Pasado ese trance y digeridas las culpas, se ha instalado la idea de que en las próximas elecciones se romperá el bipartidismo por primera vez desde la vuelta de la democracia. Pero el futuro próximo también es incierto.

www.marcha.org.ar

 

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