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Estado español :: 21/07/2015

Felipe González y el proceso de degradación del PSOE (1977-1979): Una lección para el futuro

Fernando Belisario
Había que buscar una línea de recambio, un partido “de izquierda dinástica”, que supusiese una alternativa “progresista” moderada a la clase política del franquismo

En 1974, la dictadura franquista se quedaba sola. El régimen salazarista portugués y el “régimen de los coroneles” griegos acababan de desmoronarse. Y la oligarquía española estaba ansiosa por hallar salidas en el Mercado Común Europeo (MCE), y sobre todo en las sustanciosas ayudas de la entonces llamada Comunidad Económica Europea (CEE).

Se imponía, pues, una salida política de liberalización del régimen militar: lo que se denominó la Reforma. En ella, se barajaron soluciones diversas: en principio, algunos eminentes personajes de la dictadura (como el ex secretario general de Falange y a la sazón Presidente de las Cortes, Torcuato Fernández-Miranda) plantearon sobre el papel un bipartidismo “a la italiana”, es decir, entre un partido demócrata-cristiano, y el PCE de Carrillo.

Esta salida fue rechazada por la oligarquía, presumiblemente por dos razones: la una, el “mal ejemplo” de la permanente crisis que venía arrastrando el Estado demócrata-cristiano italiano desde los años 60 (incluso con una tentativa de golpe militar fascista en 1970). Y la otra, el “peligro” de que un partido marxista tomase el poder, ante el comprensible cansancio del pueblo español por la interminable y sanguinaria supremacía de la derecha durante cuatro decenios. Y ello pese a que los comunistas carrillistas se habían limado las uñas bajo el modelo socialdemócrata-eurocomunista del Partido Comunista Italiano de Berlinguer, ya de facto alejado de toda línea leninista y revolucionaria.

Sea como fuere, había que buscar una línea de recambio, un partido “de izquierda dinástica”, que supusiese una alternativa “progresista” moderada a la clase política “civilizada” del franquismo: los hijos de la tecnocracia y el alto funcionariado, que representaban celosamente los intereses de la oligarquía, y que cuajarían en UCD y luego en el PP. ¿Quién desempeñaría, no obstante, la peliaguda misión de izquierda institucionalista y de recambio?

Hoy sabemos que fue el PSOE. En el hecho de que estuviera dirigido entonces por dos discípulos sevillanos (González y Guerra) de un ex ministro moderado y demócrata-cristiano (Manuel Jiménez Fernández) de la derechista y antirrepublicana CEDA de Gil-Robles de los años 30, es algo de lo que ya se ha escrito mucho. De las vinculaciones de aquel PSOE del Interior con la CIA y los servicios secretos de la Alemania Occidental, también. Como igualmente del temprano acercamiento del PSOE del exilio –dirigido largamente por Rodolfo Llopis- a las posiciones occidentalistas y proyanquis durante la Guerra Fría…

Pero no es nada de ello lo que interesa en este artículo. Lo que aquí nos interesa es cómo, para poder “pasar por el aro” institucional del franquismo reformado de la nueva Monarquía, pudo Felipe González desembarazarse del pesado bagaje izquierdista, marxista y republicano del viejo PSOE, y del predominio militante de quienes compartían esos “anticuados” ideales revolucionarios. Eso es algo que nos testimonia el secretario general de la Agrupación Madrileña del Partido hasta 1978, Justo de la Cueva, en el infravalorado libro colectivo Euskadi: la renuncia del PSOE (Txalaparta, 1991), que afortunadamente trasciende con mucho los propósitos enunciados en su título.

En el XXVII Congreso de 1977, el Partido de González aún mantenía propósitos revolucionarios: emancipación obrera, republicanismo, cumplimiento del derecho de autodeterminación de las nacionalidades históricas como Euskadi. Pero ya ese año, González comienza a abandonar la fraseología marxista y el uso de expresiones como “lucha de clases”, “revolución proletaria”, o incluso “República.” La intención oculta: comenzar el proceso de transformación de partido revolucionario de clase en “catch-all party”, o “partido atrápalo-todo.”

Se trata de una tipología de partido político caracterizada por el sociólogo alemán Kirchheimer a raíz del predominio de este tipo de organizaciones partidarias a partir de los “Estados del Bienestar” occidentales de los años 50. Adaptándose a la retórica –de entraña yanqui- de la clase media como hogar universal del grueso de la población trabajadora en las sociedades consumistas del “bienestar”, prevalecieron, hasta hoy mismo, partidos que abandonaron toda definición ideológica, de clase o grupal, en beneficio de formaciones “centristas”, donde cupiera todo el mundo. Instrumentos político-ideológicos perfectos, pues, para ocultar la realidad misma de la sociedad de clases y perpetuar la dominación de clase de los trabajadores. Y eso es lo que González haría con el PSOE. Violando los Estatutos, franqueó la entrada masiva de militantes sin presentación previa. El Partido se llenó de oportunistas y gentes de pasado franquista. Como el futuro Ministro del Interior Barrionuevo, otrora carlista de extrema derecha y miembro de la Comunión Tradicionalista.

En 1978, González impone la votación de la Constitución monárquica a los diputados de su formación, violando los Estatutos votados el año anterior. También comienza a definirse como “socialdemócrata” en lugar de marxista. Al mismo tiempo, comienza a represaliar y expulsar a numerosos miembros de la corriente decididamente marxista del Partido.

Pero es en 1979 cuando da el golpe de mano definitivo. Convoca el XXVIII Congreso antes de tiempo, violando de nuevo los Estatutos previos. Plantea abiertamente el abandono del marxismo: de lo contrario, dimitirá de su puesto de secretario general. Pierde las votaciones en favor del sector marxista, y dimite. De inmediato, Tierno Galván da lectura a varias noticias extremadamente preocupantes. La jerarquía eclesiástica y el Alto Mando del Ejército han declarado que no tolerarán otro secretario general que no sea González. La Banca ha amenazado con cobrarse deudas multimillonarias contraídas por el Partido y su desastroso responsable de organización, Guerra, si González no es ratificado en su puesto. Los militantes se ven obligados a aceptar esa ratificación y a renunciar al marxismo.

Esta renuncia, este chantaje a cargo de los poderes fácticos, esta forzosa conversión de un partido socialista y obrero, en partido de masas socialdemócrata de “las clases medias”, en el partido del Sí a la OTAN, de la reconversión industrial, del paro masivo, de la inflación de precios y la congelación de salarios, de la generalización de la precariedad laboral, del Plan ZEN y de los GAL, debe ser una lección para todos. El pueblo trabajador, los jóvenes, los precarios, la mujer oprimida, la intelectualidad en su mayor parte sobreexplotada y marginada, deben tomar nota de esta lección cara al futuro. Es posible que ciertos partidos de ideología difusa e indefinida, donde cabe todo el mundo, gentes que han renunciado al republicanismo y han elogiado públicamente la bandera monárquica, estén preparando un nuevo recambio político de las clases dominantes, el neoliberalismo, y el régimen monárquico mismo. Quizá sea pronto para juzgar, pero es preciso que nos mantengamos alerta. La Historia es una jueza muy severa. Y el pueblo también.

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