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Estado español :: 02/11/2016

Lo que aprendí con Operación Triunfo

Riot and Roll
A mi generación nos han llamado el Precariado, la generación perdida, la generación X, pero una servidora prefiere que se me reconozca como fruto de la Generación OT.

Somos la generación del neoliberalismo verbenero que exhumaba el reality de talentos que revolucionó la televisión de los 2000 (con permiso de Gran Hermano), y aún hoy, 15 años después, seguimos en el duro proceso de desaprender lo que OT nos enseñaba cada lunes por la noche.

Reconocedlo, sí, habéis visto la gala de reencuentro de OT con una mezcla de expectación, nostalgia y ansia de desahogo twittero. Os habéis regodeado en lo casposo, lo cutre, lo antiguo que puede parecer algo que pasó sólo hace 15 años. Pero no me neguéis que no hay un puntito de amargura: que nos hemos visto reflejadas y reflejados en el teatro lamentable de 14 personas desgañitando canciones de pueblo con cara de intensidad máxima en un esfuerzo desesperado por relanzar sus careras. No me digáis que no os habéis visto en el colegio, en las carpetas adolescentes, en los conciertos con vuestros padres esperándoos en casa, hasta en el SMS que mandáisteis para salvar a Bustamante por 1,20 euros que al cambio eran doscientas pesetazas. Y no me digáis que, como Geno, no os ha dolido un poquito ver el paso del tiempo y de las expectativas de aquellos preadolescentes usuarios del MSN.

Que no os engañen como engañaron a Javián. Si hoy no sois las personas de éxito en la vida que soñábais ser no es porque no tuvisteis suerte con la discográfica, o porque Risto no quiso patrocinar vuestro single, o porque estábais afónicas en aquel casting. Las causas son otras, profundas, sociales, políticas, económicas, causas que jamás cantaba Manu Tenorio en el escenario, porque lo bonito era cantar Noches de Bohemia y Acuarela y como mucho una de las de amor de Serrat, pero nada contestatario, ni subversivo, porque jamás la rebeldía fue el camino del triunfo. 

Operación Triunfo nos enseñó que la clase social, la desigualdad de oportunidades, todo eso ya no importaba: bajo la épica del cateto convertido en super estrella afincada en Miami y evasora de impuestos nos convencieron de que lo importante era seguir nuestros sueños, nunca dejar de soñar, hasta a veces nos pedían que lucháramos, pero no luchar en plan fórmate o trabaja para pagarte un curso de piano, sino luchar en plan preséntate a muchos casting, conoce a mucha gente, hazte un hueco en los Reservados de las salas de moda en Barcelona y araña algún bolo. Básicamente, ser un brasas, o como ahora lo llaman, hacer networking. El éxito era eso: rápido, fácil, con un esfuerzo moderado. Con coreografías de Poti. Si te caías por el camino, -como Soraya- era porque eras un fracasado, y no porque no hubieras tenido todas las puertas abiertas. 

Operación Triunfo nos enseñó lo que vale una mujer en la industria cultural: básicamente, un valor inversamente proporcional a su peso en kilos y directamente proporcional al éxito de sus relaciones amorosas. Por eso Rosa reniega hoy de la chica gorda con acento andaluz que era, -qué triste renegar de una misma cuando ni siquiera nos hemos convertido en alguien mejor- y por eso nos reímos de la cobra de Bisbal y Chenoa, porque seguimos viendo a Chenoa como una mujer incompleta, con un éxito a medias, porque perdió el amor de su hombre y eso la lastraría por completo. Se quedó para vestir santos pero en versión triunfita, y en vez de señalarla con el dedo en las misas de domingo, como se hacía en los pueblos, nos reímos de su fracaso sentimental en Vanitatis y Fórmula TV.

Operación Triunfo nos enseñó que la autoridad no se discutía, aunque fuera la de Nina, o la de un jurado de dudoso prestigio donde había un puñado de empresarios que se creían en la cresta de la ola en su lucha contra el Emule y los Top Manta. Ellos también fueron perderdores en esta historia, pero nos reímos menos de ellos, porque su fracaso fue entre bambalinas y no en giras veraniegas por ciudades de provincia. No se cuestionaba el método, el discurso ni las decisiones: si uno perdía, lloraba, si uno ganaba, lloraba igual, pero de alegría. El resto de registros emocionales del ser humano: la rabia, la indignación, no iban a hacernos famosos ni millonarias. 

Y por supuesto, nos enseñó que la filosofía McDonald podía reproducirse en cualquier industria: productos rápidos, exitosos, baratos de producir y aún más de olvidar. Tocar instrumentos, componer, no era necesario para triunfar. Un poquito de amor romántico, un par de rimas asonantes -corazón, sol, amor, noche, luna, ilusión, estrellas, ellas, bellas- y podrías ser el Alejandro Parreño del verano. 

Y aún hoy, mucha de mi generación sigue esperando ese cásting, esa llamada inesperada, esa Nina que se de cuenta de cuánto valemos. Seguimos pensando que podemos ser la próxima Britney aunque rondemos los 40, que quizá haya más suerte en la próxima edición, que a tu lado yo puedo volar.

Pues no, amigas de la generación OT: Operación Triunfo fue el refugio de adolescentes armarizados y el desahogo sexual en formato de poster de la Bravo de nuestras hormonas revueltas, pero a parte de un puñado de canciones que no debieran haber llegado nunca a la PlayList de mi vida, yo no tengo nada que agradecer a OT. Y os advierto, como advierto a Naim Thomas y a Verónica, a Rosa y a Natalia, que OT no va a volver. Los castings ya no abundan, pero podéis intentarlo en InfoJobs. Ahora gusta lo latino, que es más barato y hay mercado, y la electrónica, que le gusta a todo el mundo y encima te ahorras pensar una letra. 

OT no va a volver, ni el despido digno para los trabajadores, ni el pleno empleo, ni el derecho a la educación pública de calidad para que pudieras "follow your dreams". Y sólo algunos Davides Bisbales nos sonreirán desde Miami, donde complacen a la gusanera anticastrista, recordándonos que como Amancio Ortega o Cristiano Ronaldo, ello sí tuvieron suerte, lucharon, y consiguieron sus sueños. Ni a tu lado ni al mío, ni al lado de nadie, me siento segura.

http://www.riotandroll.com

 

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