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Estado español :: 05/11/2016

Medios de comunicación y poder: ¿por qué el enemigo de clase gana siempre?

Manuel Medina
Ninguna fuerza política con voluntad realmente transformadora tiene posibilidades mientras no cuente con el apoyo organizado de una parte de la sociedad

En estos días se habla mucho de los "medios de comunicación", de su poder e influencia. El tema viene traído de la mano de las recientes y lacrimógenas declaraciones de Pedro Sánchez, en relación con el hecho de que según asegura- se vio presionado por un determinado medio de comunicación - El País - para que aceptara abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy.

El ex Secretario General del PSOE parece haber descubierto, de repente, el Mediterráneo. Sánchez manifestó su asombro por las interferencias mediáticas y empresariales que recibió para que aceptara la formalización de un gobierno del PP. Pero la verdad es que Sánchez no es un novato recién llegado a la política. A pesar de que todavía es un hombre joven, de 44 años, puede considerarse ya un vetusto peje en el mundo de la componenda política. No sólo ha estado ubicado desde hace muchos años en los ámbitos dirigentes del PSOE, sino que además, como economista, ha formado parte del Consejo de administración de CajaMadrid, una empresa "modelo", como se sabe, en la que sus ejecutivos compartían tarjetas y prebendas con los representantes de los partidos institucionales. Sánchez ha sido, igualmente, representante oficial por su partido en algunas de las opacas operaciones que sirvieron para "integrar" a la antigua Yugoslavia en el marco del sistema capitalista europeo. De "ingenuidad", pues, nada de nada. Su mismo ascenso a la secretaría del PSOE muestra hasta qué punto poseia influencia en los círculos próximos al perímetro del poder.

¿LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SON UN APARATO DEL ESTADO?

Pero no es sobre el intrascendente tema de la defenestración de Sánchez sobre el que hoy deseábamos hacer esta brevísima precisión. Hace unos días, una publicación digital de tendencia anarquista aseguraba que "nadie pone en duda que los medios de comunicación son el "Cuarto poder" del Estado". No he tenido la oportunidad de comprobar cuántos son los que dudan de la existencia de ese llamado "Cuarto Poder", pero sean muchos o pocos, esa afirmación no se sostiene. Es errónea. Y es que en no pocas ocasiones algunos anarquistas, arrastrados por su justa y furibunda animadversión en contra de la existencia del Estado, le atribuyen unos "méritos" a éste que no le corresponden. El Estado no es más que una herramienta legislativa y ejecutiva en manos de las clases sociales hegemónicas que controlan su orientación.

Que ello es así, ha sido puesto en evidencia en infinitas ocasiones a lo largo de la historia. Cuando un gobierno - que por otra parte, es sólo una institución encargada de administrar la máquina del Estado - ha osado desafiar o contraponerse a los intereses de las clases sociales dominantes, ha recibido como fulminante réplica la imposición de una corrección de rumbo y, en el peor de los casos, su propio derrocamiento.

En formaciones sociales anteriores, como el feudalismo, el papel que hoy desempeñan los medios lo jugó la Iglesia a través de sus púlpitos. Desde ellos, cardenales, obispos y párrocos amenazaban con el fuego eterno a aquellos que osaran pensar que era posible transformar lo que la jerarquia eclesiástica denominaba el incambiable "orden natural" de las cosas.

Ni que decir tiene que hoy, las amenazas transmitidas a través de los medios son infinitamente más sofisticadas y elaboradas. El conjunto del aparato comunicacional nos transmite, por ejemplo, la terrible hecatombre ecónomica que sufriríamos todos los ciudadanos si nos negáramos a pagar las deudas contraídas por la gran Banca a través de sus ruinosos negocios especulativos. O los males sin fin que nos acarrearía un eventual cierre de las bases atómicas estadounidenses situadas en territorio español, que amenazan nuestra seguridad. La finalidad es la misma, los miedos, en cambio, corresponden a las perentoriedades del momento.

Las clases sociales dominantes, a través de una red de intrincadas relaciones, se sirven de la máquina estatal y del gobierno que la administra, para utilizarlos como si de su propio Consejo de Administración se tratara. A través de esa máquina, tanto el poder Legislativo como el Ejecutivo tienen como función articular y ejecutar las leyes que invariablemente coinciden con los intereses generales de la burguesía.Se trata, ciertamente, de un proceso complejo que simplificamos en este comentario para facilitar su comprensión.

¿HUBIERA SIDO POSIBLE LA DICTADURA DE FRANCO SIN EL APOYO DE LA BURGUESÍA ESPAÑOLA?

El "poder de clase" es tan decisivo que ni siquiera un dictador tan sanguinario como Franco hubiera podido mantenerse en el gobierno sin la anuencia de las clases sociales que promovieron su golpe de Estado, financiaron la Guerra Civil y le permitieron gobernar durante cuatro décadas. La dictadura no fue posible solo por la supuesta peculiaridad de la personalidad vesánica de Francisco Franco sino, sobre todo, porque alrededor de su persona coincidió el conjunto de intereses que defendian las diferentes fracciones de la clase dominante.

La dictadura del general Franco sirvió de palanca a los terratenientes, a los empresarios industriales y a la gran banca española para la acumulación de capitales a costa de los bajos salarios y de la represión de cualquier tipo de protesta laboral. El conjunto de la infraestructura económica de hoy asienta sus bases precisamente sobre esos pilares. A nadie debe extrañar que el Estado del actual sistema monárquico español sea una mera continuidad del creado por el franquismo, pues los intereses económicos que lo guían siguen siendo esencialmente los mismos.

¿POR QUÉ EL ENEMIGO DE CLASE GANA SIEMPRE?

No es cierto, pues, que los medios constituyan un "cuarto poder" del Estado . La dirección de estos corresponde a las grandes empresas, que son sus accionistas. Ese complejo mediático, en manos de banqueros y grandes empresarios, tiene como función la creación de la llamada "opinión pública". A través de ellos, la burguesía hace posible que amplios sectores de la sociedad opinen y voten de forma directamente inversa a sus propios intereses. Hoy no son pocos los que asombrados se preguntan cómo es posible que todavía existan en España millones de personas que optan por el mismo partido que ha protagonizado las más duras medidas economicas y antisociales contra las clases trabajadoras. Sin embargo, lo extraño seria que no fuera así, si se tiene en cuenta la perseverante presión mediática a través de radio, prensa y TV y, también, la inexistencia de partidos y organizaciones con influencia social y voluntad revolucionaria de cambiar las bases sobre las que se sostiene esta sociedad.

Cuando algún integrante de las instituciones estatales comete el "error" de situarse en una posición contradictoria con los intereses de los grandes negocios, el político protagonista es rápidamente lapidado por toda una corte de plumíferos o tertulianos, que caen sobre él hasta fulminar su prestigio. De la noche a la mañana el disidente es convertido en "enemigo" de toda la sociedad. Algo similar sucede con los partidos y movimientos sociales no "domesticados". Sus integrantes son señalados como peligrosos radicales a los que hay que expulsar de los ámbitos sociales donde el ciudadano común suele moverse.

De ahí que ninguna fuerza política con voluntad realmente transformadora, tenga posibilidades de cambiar las estructuras de esta sociedad, sin antes disponer del apoyo real y organizado - que no es sólo el electoral - de una parte de la sociedad que, con su respaldo, le permita afrontar los retos que le planteará tanto la maquina represiva del Estado como el aparato comunicacional de la burguesía.

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