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Pensamiento :: 31/01/2006

Significado y propósito de la crítica del capitalismo

Elmar Altvater
¿En qué se basa el poder económico en un orden mundial de impronta capitalista? Por de pronto, en los derechos de propiedad sobre los medios de producción, sobre los patrimonios monetarios y productivos, sobre la tierra y, más que nunca, sobre la propiedad intelectual

¿Qué significa y con qué propósito se hace la crítica del capitalismo? Lección de despedida en el instituto Otto-Suhr de la Universidad Libre de Berlín, dictada el pasado 18 de enero de 2006

La prueba del pudding...

Quien esté un poco familiarizado con el empirismo británico, y quien, a pesar del estrépito que se ha organizado con la celebración del año Mozart 2006, no haya olvidado que el 2005 ha sido el "año Schiller", sabrá que el encabezado "The proof of the pudding..." es la primera parte de un refrán inglés, y se habrá percatado asimismo de que el subtítulo de esta lección mía de despedida parafrasea el de la lección inaugural de Friedrich Schiller. La dictó el 26 de mayo del año revolucionario de 1789 en la Universidad de Jena.

Schiller preguntaba: "¿Qué significa y con qué propósito se estudia Historia Universal?". La crítica del capitalismo, huelga decirlo, se halla muy lejos del espíritu idealista. No solo porque ese espíritu sólo cristalizó, por así decirlo, en formas prototípicas con el capitalismo. Schiller quería mostrar la gran línea ascendente histórico-universal que va "del cavernícola solitario hasta el hombre instruido cosmopolita". Schiller se proponía estudiar "cómo puede nuestro espíritu salir de la ignorancia", o -por decirlo con Kant- cómo puede emanciparse de una minoría de edad de la que "él mismo es responsable".

Para ese estudio Schiller se sirvió de una implícita matriz, con una abcisa y una ordenada que partían el espacio en cuatro campos. La abcisa distinguía el campo de los "intelectuales ganapanes" del campo de las "cabezas filosóficas". Los primeros, coincidirían aproximadamente con los expertos que asesoran a los políticos, cuyo horizonte espiritual apenas alcanza algo más allá que el de sus asesorados. Hoy tendríamos que clasificar en ese campo al sinnúmero de carreristas que eluden la crítica del capitalismo no porque el capitalismo se haya modificado hasta hacerse casi irreconocible, sino porque esa crítica se atraviesa en el camino de su carrera académica. Schiller distingue a esos ganapanes de los espíritus que "aspiran a colmar el conocimiento".

El muy leído Karl Marx conocía perfectamente esa lección inaugural y otras de Schiller, califiadas por su amigo Engels como "fabulaciones de filisteo". Hay sin embargo muchas analogias en su interpretación de la historia. Schiller caracterizó al historiador universal diciendo que "mira el origen de las cosas, a partir de la más reciente situación mundial". Marx observa en la introducción a su Crítica de la economía política que la "anatomía del hombre ... da la clave para entender la anatomía del mono. Las señales que apuntan hacia lo superior en las especies animales de rango inferior... sólo pueden llegar a comprenderse cuando lo superior mismo ha sido ya bien comprendido. Análogamente, la economía política burguesa nos da la clave para entender la antigua, etc. No, empero, al modo de los economistas, que confunden todas las diferencias históricas y en todas las formas de sociedad ven las burguesas."

Ambos -el idealista Schiller y el materialista Marx- estaban convencidos del progreso humano y social. Schiller, con un énfasis que, visto hoy, sólo puede resultarnos inteligible con la ayuda de la fantasía histórica; Marx, con clara distancia crítica y con pasión política por esa "humanidad doliente" sobre la que escribió en sus obras tempranas.

Cuando Marx escribió en 1857 su Crítica de la economía política ya conocía por experiencia el capitalismo supremamente desarrollado en Inglaterra. Había cantado ya en el Manifiesto Comunista un himno al progreso que significaba el orden burgués por comparación con la sordidez del feudalismo europeo. Eso por un lado. Por el otro, analizó con toda radicalidad la destructividad de la nueva sociedad capitalista, que de ningún modo consideró como una formación social que representara un hito en una sucesión histórico-universal ascendente de civilizaciones.

La carrera competitiva de los posesos

Inglaterra era entonces, desde cualquier punto de vista, la nación precursora. Tanto el desarrollo económico como las dislocaciones sociales y la destrucción de condiciones de vida allí observados, "no hacen sino mostrarle al país menos desarrollado la imagen de su propio futuro", escribe Marx en 1867 en el prólogo a la primera edición del Capital (primer volumen). Esto podría haberlo escrito un teórico de la modernización de los años sesenta. Marx añade, además: "Una nación debe y puede aprender de las demás".

Pero también nos encontramos aquí con la indicación, según la cual, a consecuencia del "ahora posible, y día tras día cada vez más configurada extensión de los mercados hacia un mercado mundial" ha introducido una "nueva fase del desarrollo histórico" (Ideología alemana), apareciendo con ella una nueva unidad de análisis: el mercado mundial. Configurar ese mercado y propagar el modo capitalista de producir es cosa que va "sin más mediaciones con el concepto mismo de capital", escribe Marx en los Grundrisse. El capitalismo solo puede, pues, concebirse como capitalismo nacional -y prestarse así a comparaciones- mientras no haya llegado todavía a su concepto, mientras, esto es, el modo de producir no se haya propagado globalmente.

El sistema global se transforma, a medida que cada vez más naciones secundan el modelo de las sociedades capitalistas más desarrolladas. Esto resulta hoy manifiesto. El globo es demasiado pequeño como para poder subvenir a todas las necesidades de recursos de las naciones aspirantes, o para digerir las crecientes emisiones, los crecientes desechos materiales, los crecientes desagües y los crecientes contaminantes dispersados por el aire-los subproductos del sistema productivo capitalista-. La concurrencia en los mercados es cada vez más inclemente, y la aspiración a mejorar la propia capacidad de concurrir desencadena una carrera en toda regla hacia el abismo, una "carrera competitiva de los posesos". En el podio de los vencedores se hallan sólo unas pocas naciones; muchas van a parar a la cuneta y sólo con graves dificultades logran mantenerse allí en pie; y algunas, ni eso.

Se plantean entonces varias preguntas. ¿Qué lleva al capitalismo a su concepto, cuál es propiamente el motor de su "tendencia propagadora"? No se trata aquí, claro está, de resultados a los que llegue el pensamiento de un espíritu filosófico, sino de procesos prácticos de transformación de la sociedad. Decisivas son las técnicas de la Revolución industrial, el aprovechamiento cabal de los combustibles fósiles.

La historia a partir de lo que Marx llamó la "real subsunción del trabajo al capital", o sea, a partir de la Revolución industrial y fosilista, es singular. Su singularidad puede verse ya en el hecho de que la lenta evolución de todas las formas de vida y de las sociedades haya sido, desde la Revolución industrial, rebasada por el crecimiento acelerado de la economía. El estadístico noruego Angus Maddison, en un Estudio del milenio realizado para la OCDE, ha calculado lo siguiente: el crecimiento anual de la economía desde la Revolución industrial hasta ahora ha sido del 2,2%, lo que ha resultado en un crecimiento diez veces mayor que el experimentado en los dos milenios anteriores.

Los molinos de Satán

La formación social del capitalismo se ha aprovechado de la técnica industrial resultante de la "dominación racionalista europea del mundo" y de las fuerzas que éstas movilizaron. Los combustibles fósiles han tomado el relevo de los portadores bióticos de energía; el crecimiento económico deja su impronta en la formación social como acumulación de capital. Tan es así que, de manera completamente diferente a lo que ocurría en las sociedades precapitalistas, los políticos caen derechamente en el pánico cuando se ralentiza el crecimiento económico. Se ofrece como un fetiche, bien que el crecimiento económico tenga un precio muy alto y tope con límites sociales y económicos. El "proceso de destrucción" al que se referían Marx y Engels al final de Capítulo sobre "la gran industria" en el Volumen I del Capital no tiene en absoluto el destello de esperanza que despide el proceso de "destrucción creativa" con el que Joseph Schumpeter describió las innovaciones técnicas. La acumulación capitalista agosta "los manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador" (Marx).

Mas el proceso de acumulación y crecimiento económico no puede entenderse, si se mantienen fuera del horizonte del interés científico sus destructivos efectos laterales sociales y ecológicos. Las contradicciones y la dinámica del capitalismo sólo podrán entenderlas quienes estudien el complejo de conexiones entre la política, la sociedad, la economía y la naturaleza: la relación social con la naturaleza. Por eso uno puede llegar a deprimirse, si sigue los debates de la ciencia económica main stream en nuestro país.

En sus célebres y, a menudo, malentendidas explicaciones sobre el carácter fetichista de la mercancía y del dinero, Marx mostró hasta qué punto la economía mundial cobra la apariencia de una constricción objetiva que llega a imponerse a los seres humanos, aun a pesar de que esa economía, como el feticio mismo -la palabra viene del portugués-, ha sido hecha por los propios seres humanos. La apariencia objetiva de la impronta constrictiva ha llegado a calar hondo en los estratos psíquicos subconscientes. Todos esos analistas que maravillan por televisión son fetichistas transformados, his master voice [la voz de su amo]. Esos caballeros son los mercados, los mercados financieros para más señas, tratados, venerados incluso, como si fueran sujetos pensantes. Los mercados hablan, exigen y esperan, amenazan y castigan, satisfacen y decepcionan.

Los mercados desarraigados de la sociedad son "molinos de Satán". Podemos colegir su poder y su violencia leyendo las novelas de Charles Dickens sobre la miseria de la clase obrera (Oliver Twist) o de Emile Zola sobre las primeras crisis financieras (Dinero). O conociendo los informes de los inspectores de fábrica citados por Marx.

La molienda del molino de Satán sigue su curso, pero hay movimientos sociales y políticos opuestos a la destrucción de la fuerza de trabajo y a la destrucción de la naturaleza. Las sociedades se defienden, por así decirlo, y el sistema de las instituciones políticas se transforma de manera evolutiva, raramente revolucionaria (tan difícil es el paso erguido, comenta Ernst Bloch), a fin de echar arena en las muelas del "molino de Satán". Al Estado, como escribe Marx en el Capital, se le "imponen" reglas para la protección de la fuerza de trabajo. El moderno Estado de Bienestar ha sido un logro de las luchas de las clases subalternas, de los partidos y de los sindicatos en que se organizó la clase obrera. Y ese Estado trajo consigo lo que luego se llamó "ambivalencia del reformismo": las conquistas y los logros del Estado social tienen que ser defendidos, en el marco del sistema estatal institucional, contra las fuerzas que no cejan en el empeño de volver a empujar la rueda de la historia, contra las fuerzas que, sirviéndose de las "constricciones objetivas" de los mercados, tratan de imponer los intereses del capital.

El compromiso de clases cumplió su tarea

Por eso el Estado de Bienestar moderno ha sido un poderoso vehículo de integración de los movimientos sociales, y cuando se ha desarrollado hasta convertirse en un Estado intervencionista, ha logrado también mitigar las crisis de la economía capitalista sirviéndose de los medios del dinero, del poder y del derecho. Pero el Estado social e intervencionista fue al mismo tiempo Estado nacional. Como aprendimos de los debates sobre el "fordismo" auspiciados por los teóricos de la regulación, ese Estado funcionó relativamente bien durante algunas décadas del siglo XX, aun si no siempre libre de crisis.

Desde entonces, obvio es decirlo, el mundo ha entrado en un profundo proceso de transformación de la economía, de la sociedad y de la política. Ello es que los movimientos opuestos al molino de Satán fueron moderados por el Estado nacional. Y a éste le ocurrió entonces como al Sansón bíblico cuando le cortaron el pelo, que perdió la fuerza política regulatoria cuando la "tendencia a propagarse, extenderse y configurar el mercado mundial" dejó de estar solamente "dada" en el concepto del capital, para saltar a la realidad del capitalismo. Desde entonces, la globalización socava las regulaciones sociales públicas de los Estados nacionales. El contramovimiento político opuesto al verdadero molino de Satán que son los mercados socialmente desarraigados, se bloquea. En los mercados de trabajo crece el desempleo, sufren por doquier erosión las relaciones laborales normales, y se expande la economía informal. Con lo que se reúnen todos los presupuestos para que desaparezca lo que Ralf Dharendorf llamó "el compromiso institucionalizado entre clases".

Este giro que viene observándose desde los años 70 ha transformado radicalmente las estructuras de poder en el mundo. El concepto de hegemonía, acuñado por Antonio Gramsci, se revela particularmente fértil y útil para comprender los cambios operados en la relación entre los dominadores y los dominados. Pues la hegemonía no descansa sólo en el poder, sino también en el consenso, y tiene, por lo mismo, dos sujetos activos. Los dominadores, que pueden servirse de los medios de poder económicos, militares, etc., y los dominados, que buscan compromisos a través de sus prácticas políticas. El así buscado consenso llega a ser, ciertamente, "institucionalizado", pero no se plantea como cosa de perenne duración, si bien no hay que subestimar la capacidad de pervivencia que tienen las instituciones. [...]

¿En qué se basa el poder económico en un orden mundial de impronta capitalista? Por de pronto, en los derechos de propiedad sobre los medios de producción, sobre los patrimonios monetarios y productivos, sobre la tierra y, más que nunca, sobre la propiedad intelectual -todo regulado a escala nacional, y cada vez más, mediante tratados internacionales (OMC, GATS, BIT), así como con cientos de acuerdos bilaterales de inversión-. La propiedad no es una categoría estática y fundamentalmente jurídica. Carece de valor, si no viene acompañada de la posesión. De aquí que todo dependa de asegurar el proceso de apropiación de un excedente, de un plusvalor en la producción y en la acumulación. El excedente se reparte en la esfera distributiva a través de los mecanismos de mercado, razón por la cual las naciones con mayor poder en el mercado mundial no dejan de entonar la cantilena del libre comercio, sobre todo después de haber "tirado" la escalera por la que pretenden que otras naciones -teoría de la modernización mediante- les secunden.

Un nuevo "Great Game"

Cada nueva ronda de negociaciones de la OMC es una lección sobre el libre comercio como ideología y como encallecida política de intereses. Lo que no vale menos para la presión política y el poder militar. Son movilizados, para asegurar la apropiación.

Somos los testigos de una época de terror, torturas y guerras. El sistema mundial capitalista parece naufragar en un caos dantesco; el feliz "hallazgo histórico", la congruencia entre racionalidad, técnica, mercado, formas sociales capitalistas y portadores fósiles de energía, se hace perdidiza: el petróleo y otros combustibles fósiles se están agotando. Hay muchos indicios de que el punto culminante del suministro planetario de petróleo (peackoil) será rebasado en pocos años. Y eso, con una demanda creciente, porque todos los países de nueva industrialización, India y China sobre todo, se han hecho dependientes de este impelente del crecimiento, la productividad y la movilidad y los modelos de consumo occidentales, mientras que los países ya altamente desarrollados de Norteamérica y Europa occidental apenas están en disposición de dosificar su propia demanda.

Los EEUU ya rebasaron a comienzos de los 70 su peakoil, y desde entonces necesitan equilibrar con importaciones la discrepancia entre la demanda y la oferta. Ya en mayo de 2001 (antes del 11 de septiembre), el vicepresidente Cheney manifestó, en un informe sobre la seguridad de los EEUUU en punto a suministro de petróleo, que la producción interior hasta 2020 retrocedería de 8,5 a 7 millones de barriles diarios, mientras que el consumo de petróleo subiría de 19,5 a 25,5 millones de barriles diarios, de manera que las importaciones tendrían que aumentar un 68%, pasando de 11 a 18,5 millones de barriles diarios. El suministro de energía tendría, así pues, máxima prioridad para la política exterior estadounidense.

La mencionada congruencia entre capitalismo y fosilismo se nos revela ahora como una trampa. Las energías fósiles tienen una medida natural. Su disponibilidad, así como la capacidad que tienen los circuitos naturales para soportar los subproductos de la combustión -sobre todo el dióxido de carbono-, son limitadas. Pero el capitalismo es autorreferencial, y por lo mismo, desmedido; es un "autómata". Como dice Marx: "posee la cualidad innata de producir plusvalía en progresión geométrica, como si de un puro autómata se tratara".

La demanda de petróleo crece en la medida en que, para lograr capacidad competitiva bajo el régimen de libre comercio, los países a los que la liberalización y la apertura de mercados han obligado a participar en el sistema de libre comercio se ven forzados a crecer. Esa constricción cobra la forma institucional del FMI o de la OMC, los cuales persiguen dos objetivos: libre comercio (que trae consigo el acceso, por parte de los países ricos, a los recursos de los países pobres) y crecimiento (necesario para subvenir a las obligaciones monetarias -deudas- con los fondos que operan a escala global).

Como a finales del siglo XIX, se ha iniciado un nuevo Great Game [Gran Juego] en torno de los recursos petrolíferos. Y no se limita al Cáucaso. Tiene dimensiones planetarias: desde América Latina, en donde Hugo Chávez trata de forzar la integración latinoamericana con redes energéticas continentales, hasta el extremo oriente asiático, en donde China construye un oleoducto en dirección a Asia central. Hay que esperar violentos conflictos por los territorios petrolíferos, por el control de la logística de transporte y por la moneda con que ha de pagarse el petróleo.

El diagnóstico histórico-universal del presente como historia, desde la Revolución industrial, alumbra una paradoja extraordinariamente relevante políticamente. Al comienzo del capitalismo moderno, parecía no haber límites sociales ni ecológicos al crecimiento; y sin embargo, no se daba la psicosis maníaca del crecimiento a toda costa. Pero hoy que el crecimiento en el tiempo y la expansión en el espacio del modo capitalista de producir han encontrado esos límites, hoy parece algo imperioso y urgente la superación de los mismos. Se ve en el catálogo normativo de la buena gobernanza que de la acción de los gobiernos valora sobre todo las milagreras tasas de crecimiento logradas. Esa paradoja no puede ser meramente disuelta con crítica inmanente o ideológica. Lo que se necesita es una crítica materialista que, junto con las formas y los hábitos del pensamiento, sea también capaz de criticar las circunstancias sociales que les han dado vida.

La historia no ha llegado a su fin

He mencionado muchos nombres. No lo he hecho para fingir erudición. Los científicos mencionados de nuestras disciplinas son, más bien, según lo expresó Marx, los gigantes a cuyas espaldas nos aupamos. Nos nutrimos de su fondo de saberes, y no deberíamos despreciarlo. Tendríamos que habituarnos de nuevo a leer con interés, a discutir con curiosidad, a escribir críticamente; y también deberíamos tratar de recordar que la ciencia fast food, como los localuchos de comida basura, son para dejados a la derecha. Nosotros no queremos sólo pan, como los intelectuales ganapanes, sino también una sobremesa de gusto refinado. Por ejemplo, un pudding.

¿Cuál es "the proof of the pudding" [la prueba del pudding]? La respuesta que da el dicho inglés es: "it is in the eating" [está en el comerlo]. Este refrán lo saqué de Friedrich Engels, quien cita el Fausto de Goethe: "En el principio era la acción". Y añade: "la acción humana había ya resuelto la dificultad mucho antes de que la argucia humana la descubriera. The proof of the pudding is in the eating." Mas para poder aplicar a la comida criterios de calidad, los tejidos nerviosos del gusto, las células de los sentidos, el espíritu, han de aguzarse, hay que ser una "cabeza filosófica". Y entonces se halla una respuesta sencilla a la pregunta que está en el subtítulo de esta lección: ¿Con qué propósito hacemos la crítica del capitalismo? La hacemos con intención práctica, porque debemos transformar el mundo, si queremos que siga habiendo mundo. La historia no ha llegado a su fin. Hay alternativas.

Traducción para www.sinpermiso.info: Antoni Domènech
20 enero 2006

 

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