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Pensamiento :: 31/05/2016

Y la culpa de todo la sigue teniendo Yoko Ono

Antonio Torres
Prometo que no es mala leche por mi parte, pero habría que recordarle a Garzón el libro de un ex camarada suyo, José Antonio Moral Santín, sí, el de las tarjetas black

¿Os acordáis de aquella pegadiza canción de Def Con Dos? “La culpa de todo la tiene Yoko Ono y el espíritu de Lennon que le sale por los poros”… La batalla cultural desatada en el Estado español de cara a las próximas elecciones generales no hace más que recordar ese pegadizo estribillo una y otra vez. Pasan los años, y en la política como en la vida, la culpa de todo la sigue teniendo Yoko Ono, es decir, cualquier excusa es válida con tal de quitarnos esa funesta y pesada manía de pensar. ¡Qué socorridos son los clichés y los argumentos de copiar y pegar en política! Pero todo lo que tienen de socorrido lo tienen de inútiles.

La derecha mediática y los partidos más apegados al régimen español han desatado una campaña mediática contra la coalición de Unidos Podemos cuya seña de identidad más clara es la utilización del “fantasma comunista”, el “¡qué vienen los rojos!”, o los bolivarianos, ya que la campaña encuentra un complemento conveniente en la conversión de los problemas que está atravesando la República Bolivariana de Venezuela en una cuestión interna del Estado español. El mensaje está claro si gobierna Unidos Podemos esto puede ser o una nueva Rusia o una Venezuela, pasaremos hambre, desabastecimiento, miseria, pobreza, opresión, mucha opresión.

Estamos inmersos en una auténtica batalla cultural, en el que el régimen español trata de espantar cualquier atisbo de modificación del mismo, aunque el cambio –¡ese significante vacío!- no suponga algo sustancial, ni por supuesto un proceso deconstituyente, aquello que en su momento se llamaba ruptura democrática. En caso de que la apelación al “peligro rojo” no cale en el electorado, la derecha estaría ya adelantando posiciones en la batalla futura, tratando de abortar o minimizar cualquier medida que suponga un quebranto, por pequeño que sea, a la oligarquía y a su visión del mundo. A la derecha no se le puede negar que la batalla cultural se le está dando bien si tenemos en cuenta como realmente está consiguiendo incidir “desde fuera” en gobiernos municipales “del cambio”, como el de Madrid; a veces, da la sensación de que es la derecha, y no las “candidaturas del cambio”, la que sigue gobernando realmente en las instituciones.

En la batalla entró, no hace mucho, Alberto Garzón, en la defensa del comunismo y los comunistas, en defensa de “los rojos”. Hay melones que mejor no abrir, habrá pensado Garzón mientras redactaba su artículo (“Algunos somos comunistas”,http://blogs.publico.es/economia-para-pobres/2016/05/18/algunos-somos-comunistas/ ), por eso, echa mano de clichés, que en algunos pueden ser efectivos, de hecho hay que reconocer que en el artículo hay elementos discursivos verdaderamente potentes, pero los argumentos de “copia y pega” acaban encorsetando el debate, desnaturalizándolo, algo que, por otro lado, le interesa a la derecha y a los partidos del régimen en general; su terreno favorito de juego siempre serán los clichés y estereotipos, ahí están cómodos, ahí ganan. El argumentario de Garzón nos deja huérfanos, nos deja sin un cuestionamiento radical –de raíz- del argumentario derechista, un cuestionamiento necesario en una batalla que se anticipa dura, áspera y sin concesiones. Hay que contra argumentar y hay que hacerlo, como se suele decir, negando la mayor. ¿Qué es complicado en los formatos que impone la derecha? Sin duda. ¿Qué hace falta una habilidad teórica y discursiva para hacerlo? Nadie lo duda, pero no hacerlo es dejar un espacio discursivo intocable al régimen en el que de antemano sabe que puede ganar.

Es matizable, tal y como afirma Garzón, que el anticomunismo surja como forma de tapar los propios errores -el fracaso diario del capitalismo- y lo es porque aunque sea así, se olvida de que hay un relato que asemeja comunismo con falta de derechos, libertades, y sobre todo, falta de pan, es decir, miseria y opresión en universo gris, feo, aburrido y frío, da igual que sea Moscú o La Habana. Agitar el anticomunismo es antes que nada, agitar el miedo, es legitimar lo existente -el mejor de los sistemas y mundos posibles- y deslegitimar una alternativa, aunque en el caso de Unidos Podemos sea una alternativa sistémica y no rupturista. Es necesario legitimar que después de todo el capitalismo tiene derecho a equivocarse, a fracasar una y otra vez, a suprimir derechos y libertades y a sacrificar la igualdad, la libertad y la fraternidad en el altar de la tasa de ganancia; es necesario que los votantes comprendan que el régimen español del 78, también tiene derecho a no ser perfecto, a ser corrupto, injusto, excluyente y, si hace falta, a mancharse las manos de sangre. La pregunta es: ¿podemos hacer frente a este relato? Porque si tenemos en cuenta lo expuesto por Garzón en su artículo, con una exposición global que da una extraña sensación de neutralidad, de blancura a lo anuncio de detergente, un Rafael Hernando, por poner un ejemplo, lo tiene fácil: solo tiene que pronunciar las palabras mágicas “gulag”, “URSS”, “Stalin”, para desbaratar de un solo golpe incluso los elementos más potentes y no neutros del relato de Garzón. O nos hacemos de un argumentario capaz de hacer frente al paradigma opresivo comunista, o la respuesta siempre será la misma: desviar la atención, con la excusa de no entrar al trapo, o peor aún echar mano de clichés con los que se pretende dar por zanjada la cosa: “eso no era socialismo de verdad”, “Stalin fue un tal”, etc.

Hay dos lugares comunes, dos clichés, bastante frecuentes y que aparecen en el artículo de Garzón. El primero alude a la despreocupación del “marxismo occidental” por la economía, apoyándose en la conocida obra de Perry Anderson “Consideraciones críticas sobre el marxismo occidental”; el otro, la fosilización del marxismo en los manuales soviéticos. En realidad, de estos clichés podemos llegar a la conclusión de que ya fuera por desinterés – ya que el capitalismo en Occidente fue capaz de proporcionar un bienestar obrero y popular- o por la esclerotización teórica de los soviéticos, no hubo pensamiento marxista en lo económico durante los años cincuenta, sesenta y setenta, al fin y al cabo, unos eran filósofos –como afirmaba Perry Anderson- y como tales solo se dedicaron a la especulación, y los otros, unos burócratas indolentes aquejados de un irremediable mecanicismo idealista. Al llegar a este punto cabría preguntarse si esta visión no supone darle espacio al enemigo, un espacio precioso para deslegitimar al marxismo como método, como herramienta de transformación social. Para que un cliché funciones tiene que tener su parte de verdad, pero irremediablemente, al final, termina en una generalización que destruye matices y detalles que muchas veces marcan la diferencia. No niego que esas afirmaciones de Garzón tengan su verdad, e incluso su gran parte de verdad, pero de lo general hay que ir a lo particular.

En realidad, quitando las aportaciones de Rosa Luxemburgo o del germano-polaco, Henryk Grossman, que incidieron en las leyes de acumulación capitalistas y en el derrumbamiento económico del capitalismo, el marxismo de la primera mitad del siglo XX se dedicó fundamentalmente a la política, es decir, a la teoría y praxis de la toma del poder, sin que tampoco se diera un abandono absoluto de otros elementos constituyentes del marxismo, pero qué duda cabe que en general fue así, el caso de Lenin es paradigmático. Si encuadramos al marxismo estructuralista dentro del “marxismo occidental”, como hacía Anderson, descubriremos que aunque se incidía en la ideología, el Estado capitalista y las relaciones de poder (de clase), ni Althusser, a pesar de ser filósofo, ni Poulantzas, a pesar de ser sociólogo, dejaron de lado lo económico. Pero yendo más allá, parece que economistas marxistas de la segunda mitad del siglo XX como Paul M. Sweezy, Paul A. Baran, Harry Magdoff, o Paul Mattick nunca existieron para Garzón. Se pasa por el forro, los trabajos de economistas como Harry Braverman o Stephen Hymer que analizaron a mediados de los 70 la precariedad laboral desde el punto de vista marxista del “ejército de reserva” o el papel de las multinacionales. Entristece ver como un economista marxista de la talla de Charles Bettelheim no existe para Garzón. Un debate tan importante como el que tuvo lugar sobre la construcción del socialismo y la función de la ley del valor en Cuba que implicó al mencionado Bettelheim , al Che Guevara, o al economista trotskista belga Ernest Mandel, nunca tuvo lugar para Garzón, como tampoco el debate-ruptura a mediados de los cincuenta entre China y la Unión Soviética, ni la estigmatizada Revolución Cultural, que más allá de sus resultados o de sus episodios más lamentables, no dejaba de poner de relieve la necesidad de escapar a esa fosilización del marxismo, pero sobre todo a una praxis que impedía, cuando no negaba, la iniciativa de las masas y sus ansias de realmente asumir el poder y el destino de sus vidas. Pero incluso en esa fría y monocolor Unión Soviética hubo debates, sí, los hubo, como el que tuvo lugar con la NEP o más tarde, a finales de los 20 y principios de los 30, cuando se abandonó. Debates que se volvieron a dar a principios y mediados de los años 50 -el que Stalin publicara “Problemas Económicos del Socialismo en la URSS” (1952) fue sintomático- y años más tarde, en los 60, cuando se abriió un intenso debate a raíz del artículo del economista Liberman “Plan, beneficio, primas” que dio lugar a toda una serie de reformas económicas y que, a su vez, influyó en el ya nombrado debate cubano.

Prometo que no es mala leche por mi parte, pero habría que recordarle a Garzón el libro de un ex camarada suyo, José Antonio Moral Santín, sí, el de las tarjetas black. En un libro de finales de los 70 llamado “El capitalismo en la encrucijada. Fundamentos para una interpretación de la crisis del capitalismo y de sus repercusiones en España”, cargaba contra el keynesianismo, los Chicago Boys, se lamentaba del escaso desarrollo del pensamiento económico marxista en el Estado español, y reivindicaba, con una exposición muy pedagógica, la explicación marxista de la crisis. ¡Qué tiempos aquellos en el que pensamiento rojo no estaba contaminado por el dinero de plástico ennegrecido!

El argumento de Garzón de que el marxismo occidental prácticamente fue un desierto desde 1948, o se ocupó solo de la alienación –como si ello implicara desentenderse de la economía- hasta el estallido de la presente crisis no es del todo cierto, pero lo peor es que de alguna manera le pone al enemigo una pistola en la mano para que nos meta una bala de ideología capitalista en nuestros cerebros.

Echar la culpa a los manuales soviéticos, es echarle la culpa a Yoko Ono, es echar la culpa de la enfermedad a los síntomas. Lo malo no fueron los manuales en si mismo, es más, hasta tuvieron, y siguen aún hoy teniendo una función positiva tanto en cuanto divulgaban el marxismo, haciéndolo accesible, sino hacer creer que el marxismo quedaba cristalizado en ellos. Gramsci, en su crítica al Manual de Materialismo Histórico de Bujarin, planteaba: “El planteamiento del problema como una búsqueda de leyes, de líneas constantes, regulares, uniformes, va ligado a una exigencia, concebida de modo un poco pueril e ingenuo, de resolver perentoriamente el problema práctico de la previsibilidad de los acontecimientos históricos”.

Dice Alberto Garzón que no es el miedo sino el sentido común el que ha cambiado de bando, ¡¿comorrrlll!?, que diría mi insigne paisano, y también de Garzón, Chiquito de la Calzada. El sentido común sigue siendo el de la clase dominante, lo que si hemos contemplado, ya que se utiliza el término “sentido común” es una batalla entre el sentido común y lo que Gramsci definía como el buen sentido. El sentido común es el que aún hoy sostiene que es posible bajo el capitalismo volver al Estado del Bienestar, a tener un trabajo estable y buen remunerado, o una vivienda digna y todo ello dentro de los marcos legales del Estado español y la Unión Europea. Que Garzón no los líe, eso sigue siendo el sentido común de la clase dominante, aunque tenga una perspectiva “social”; ese sentido común alimentó a muchos participantes de buena fe del 15M o alimenta a muchos futuros votantes de buena voluntad de Unidos Podemos, por eso no nos engañemos ni engañemos a los demás: el sentido común siempre ha estado en el mismo bando. Si es cierto que frente a él, ha resurgido el buen sentido de los explotados, dominados y subalternos, el buen sentido de la clase obrera y del conjunto del pueblo trabajador. El sentido común nos lleva a la apatía o a cambiar para seguir igual, y para que éste se transforme ha de mediar la organización y la lucha, que da lugar a una toma de conciencia. El cambio del sentido común en una conciencia global crítica y alternativa, no se ha dado, puede haber brechas, es más, puede estar en disputa –que no es poco-, pero sigue estando del lado de la clase dominante. Si fuera así, el fantasma del anticomunismo sería inocuo, no tendría sentido apelar a él. Este pequeño detalle-¡¡ay, el demonio está en los detalles!!!, dicen los curas- parece que se le escapa a Garzón.

Es peligroso e ingenuo creer que el espantajo del anticomunismo se va a volver en contra de los partidos del régimen, por muy bochornosa que sea su utilización. Es cierto, que en esa disputa del sentido común a la que antes he hecho mención, el anticomunismo puede afectar menos o puede tener una menor incidencia, pero sigue teniendo su público, y un público que en muchos casos tiene las manos encallecidas, los lomos destrozados y los huesos hechos polvos por la esclavitud salarial, porque aunque en los consensos económicos o políticos puedan estar dañados, el consenso ideológico no lo está tanto. Dentro de ese consenso ideológico, el miedo al comunismo cumple una función.

Romper el paradigma anticomunista en los marcos de debate establecidos por el régimen español es complicado, pero peor aún es rehuir el tema o recluirnos en nuestras trincheras seguros de que allí, rodeados de los nuestros, de nuestros símbolos y de los retratos de nuestros clásicos de ayer y de hoy, nos mantendremos siempre firmes haciendo frente a la ofensiva del capital. Soy consciente de lo complicado y de la enorme capacidad de síntesis necesaria para romper la visión del universo opresivo dentro de los formatos establecidos por el enemigo, pero la disputa por el sentido común y su transformación en sentido crítico, nos lo impone. No se trata de dar vueltas entorno a la afirmación identitaria, sino de poner en valor la rica experiencia del movimiento comunista y de los movimientos revolucionarios en general y de saber explicar convincentemente los errores, los graves errores que en el pasado se cometieron.

La batalla cultural no solo se va a circunscribir al periodo electoral, cada concesión al régimen, como se está viendo se paga cara y tiene consecuencias reales en la vida de la clase obrera y del conjunto del pueblo trabajador. A la guerra no se puede ir con generales derrotados que piensan que el Estado es un espacio neutro a disputar. Es lucha de clases y el Estado pertenece al bando del capital. Curiosamente, Garzón en su artículo en ningún momento hace alusión a la lucha de clases, se ve que por no caer en lo identitario o en clichés “izquierdistas”, se termina al final por hacer un publirreportaje de cara a las elecciones.

Que sí, que la culpa de todo la tiene Yoko Ono y el espíritu de Lennon que le sale por los poros. Que sí, que la culpa de todo la tienen los manuales soviéticos y el bigote de Stalin que les sale por las páginas. ¿O no será, como también cantaban Def Con Dos, que “los discursos de Lenin están mal traducidos”?

 

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