Reflexión contra la Europa del capital y la guerra: cuestiones de identidad, acción y organización

x Jónatham F. Moriche

El medio millón de personas de la manifestación del 16 de marzo en Barcelona ha dejado a su paso más interrogantes que certezas. Aunque esa manifestación no agota cuanto la Campaña ha significado hasta hoy, Barcelona vuelve a ser, como en junio de 2001 ante la no-cumbre del Banco Mundial, laboratorio de experimentación social y punto de inflexión. Hablar sencillamente de "éxito" o "fracaso" sería un gesto más propagandístico que analítico (la propaganda, sabemos, puede ser tanto "entusiasta" como "catastrofista"), y en general escamotear el bulto de una realidad más compleja. Se trata, de hecho, de un auténtico "cambio de escenario". De éste ya podemos extraer numerosos datos, algunos (aparentemente) contradictorios: es momento, pues, de replantear las preguntas. La pregunta por la identidad: quiénes eran el medio millón de personas de esa manifestación (sin duda, muchos más de los que soñábamos con ver protestar ante la Unión Europea mientras se urdían los mimbres de la Campaña en septiembre en Orcasitas, auténticas "multitudes", en la exitosa jerga de Negri y Hardt). La pregunta por la organización: cómo se ha articulado el proceso de agregación social que las ha llevado hasta allí y cómo debe reformularse ese proceso para proseguir el camino. La pregunta por la acción: qué hicieron, qué podrían haber hecho y qué pueden hacer a partir de ahora, sean quienes sean, estén donde estén.

Para una primera aproximación me serviré de la distinción operada por los conceptos de "movimientos sociales" y "estados de opinión". En el período que comprende las campañas contra el Banco Mundial y contra la UE se ha producido un doble proceso de construcción de identidad. Por un lado, una confluencia de movimientos sociales diversos, altamente consciente y autorreflexiva, producto de un análisis exhaustivo de la realidad y de un debate de intensidad antropófaga. Por otro, la construcción de un estado de opinión colectiva mucho más difuso pero que de forma intuitiva parece coincidir con los resultados del análisis de los movimientos. La conciencia de crisis de lo político en el occidente imperial se agudiza. Las ruinas de Nueva York, Kabul y Jenin, los cadáveres de las playas del Estrecho y Canarias y las cacerolas de Buenos Aires ponen al alcance de las inmensas mayorías una (incómoda) interpretación catastrófica de la realidad. Los movimientos sociales ya han ganado su primera batalla, marcando con un nombre a la bestia (que es casi que ponerle el cascabel a un gato): "globalización", "Banco Mundial" o "Unión Europea" se están resocializando como términos de connotaciones macabras (guerra, paro y precariedad, deterioro mediambiental, autoritarismo...) para sectores cada vez más amplios de la población, que pasan de estar sólo vagamente de acuerdo a personarse directamente como parte interesada, sumándose a las vías de contestación abiertas por los movimientos sociales. Esa agregación pudo intuirse ya en Barcelona en junio y en Génova en julio, y frenarla en seco era el objetivo de la represión en ambos casos, antes de que alcanzase los espacios más que simbólicos de la Bolsa de Barcelona y la "zona roja" del G-8. En marzo en Barcelona (como en Perugia en diciembre, en Munich en enero o en Washington en abril) esta estrategia represiva ha demostrado su fracaso.

Es preciso partir de esta transformación crítica "desde abajo" del "estado de opinión" para poner en contexto la transformación igualmente crítica de las identidades y estructuras de contestación. Antonio Gramsci hablaba de los "bloques históricos" como ejecutores de los procesos de cambio social. Un "bloque histórico" es una agregación social que opera en una dirección determinada, al margen de que no todo el mundo opera en una determinada dirección a la vez, con el mismo sentido ni con las mismas intenciones. Aplíquese esto a la masiva presencia de la izquierda parlamentaria en Portoalegre, las manifestación de la Confederación Europea de Sindicatos en Niza y Laeken o las actividades del Foro Social de Barcelona. Evidentemente, ni las burocracias partidarias y sindicales se han convertido masivamente al no-capitalismo, ni su aproximación a "lo antiglobalización" (participando en foros, acercando fechas o expropiando terminologías) es ajena a los conocidos intereses sistémicos de tales estructuras. Pero sin duda al PSC le resultaría más confortable postular a Maragall como President de casi cualquier otro modo que manifestándose contra la UE y ofreciendo ese perfil antisistema tan grato a los editores de La Razón y los portavoces de CiU y PP. Efectivamente, la aproximación de buena parte de la izquierda tradicional es "estratégica", pero esa estrategia choca con barreras infranqueables. Por una parte: las prácticas y las estructuras de los movimientos funcionan mejor que las de los agentes tradicionales. Por otra: su discurso resulta mucho más creíble. Las cifras de cada bloque de la manifestación de Barcelona hablan por sí solas.

La experiencia italiana marca el límite actual de esa tendencia. Génova inaugura y marca la pauta de un proceso político amplio que conduce a la huelga general, y en general a la constitución del primer bloque histórico antagonista efectivo ante el régimen de Berlusconi. Sin el gesto de Génova no hubieran existido ni la expresión clara del sujeto y su voluntad, ni un lenguaje que expresase su posición exacta en el conflicto. Pese a quien pese, en la construcción de ese bloque se está jugando con mucho más que con estrategias, existe un proceso de construcción de identidades sociales y políticas en el que la autonomía y la desobediencia de los social han tomado la iniciativa (aunque por supuesto no agoten el resultado): piénsese en las amplias campañas de acción directa de los Desobedientes, incluso en la misma jornada de huelga general, así como en su destacada presencia en Palestina; en las marchas por la paz de Perugia y Roma y los bloques de los Social Forum en las manifestaciones de la huelga; en el fortísmo impacto de la comisión parlamentaria sobre Génova y de la reciente detención de nueve oficiales de policía por la represión en Nápoles en marzo de 2001. Aunque la situación italiana es excepcional, ligada a condiciones históricas peculiares, pueden hallarse tenues signos de las mismas "multitudes" en otras partes.

Sin duda, en las manifestaciones espontáneas francesas contra el Frente Nacional y que acabaron por convertirse en una crítica de conjunto del sistema que había hecho posible su éxito. Casos más cercanos los tenemos en el discreto pero inquietante sesgo antagonista y auto-organizativo que ha emergido en el interior de iniciativas sociales tan precondicionadas políticamente como las luchas contra la LOU y el Plan Hidrológico. Lo sucedido en ambos casos y con el Foro Social de Barcelona, y en general con la condescendencia o supuesta complicidad del PSOE y los medios del Grupo PRISA, entre otros sujetos sistémicamente muy integrados, responde más a un intento de sofocar determinados procesos de fractura cultural y política que están ocurriendo dentro su area social de influencia (electorados, audiencias...) que a un auténtico intento de "fagocitar" a los los espacios antagonistas: dado lo improbable de que Juan Luis Cebrián y Víctor Pradera se conviertan en referente intelectual del movimiento, el peligro estriba en que el movimiento pueda convertirse en referente intelectual para una porción significativa de los lectores de El País (en el más amplio sentido sociológico y politológico de esa categoría). En junio esa fractura ya estaba presente, y se materializó con viveza en el corazón de la sociedad civil y política barcelonesa (piénsese en la final autorización judicial de la manifestación unitaria, los testimonios de la regidora de derechos civiles y otros políticos sobre los reventadores, la carga policial en el interior del MACBA, los tremendos titulares acerca de "escuadrones de la muerte en Barcelona" de The Guardian...). Nueve meses después, esa grieta en lo social ha alumbrado multitudes...

Proyectemos todos estos apuntes de situación sobre un escenario concreto y ordenado. La presidencia española de la UE y un intenso proceso de crisis económica y contrarrevolución política que hacer gobernable y rentable, desde el punto de vista de La Moncloa, con teléfono rojo al despacho del mismísimo Nerón en Washington (los rostros babeantes de satisfacción de Rodrigo Rato inaugurando la sesión en Wall Street, o de Javier Solana estrechando las manos ensangrentadas de Ariel Sharon, suplen un balance más detallado del acontecer de la Presidencia). Pero también la voluntad de un antagonismo frágil y persistente, que sin duda salió renovado y fortalecido de la experiencia de junio contra el BM y apostó alto en la construcción de esta campaña, armado con ese escepticismo rebelde del "haremos lo que podamos con lo que tengamos a mano". En el transcurso de la Campaña, se ha avanzado mucho en los terrenos de los contenidos, la comunicación y la participación. La organización es un cuestión que no ofrece aún respuestas unívocas, pero que apunta direcciones factibles. El debate sobre las formas de acción es el que resulta, de lejos, más insatisfactorio.

En el primer aspecto, la ronda de trabajos preparatorios y contracumbres ha permitido una extraordinaria socialización de contenidos e incorporacion creativa de temáticas. Las reflexiones de los foros (Salamanca sobre educación y cultura, Zaragoza sobre paz y antimilitarismo, etc...) o los análisis de grupos de reflexión (CAES, Universidad Nómada, etc...), suponen un bagaje extraordinario con el que contar en adelante como herramienta de transformación social (y por fin puede comenzar a hablarse en términos de auténtica "producción teórica de y desde lo social"). El anillo de sitios de internet de la Campaña (Indymedias, Rebelión, La Haine, Nodo50...) es un formidable vehículo de comunicación, que junto a las publicaciones impresas (Molotov, Rojo y Negro, Viejo Topo, Desobediencia Global...) o las radios libres constituyen a la vez espacio deliberativo y trama organizativa. Las labores de comunicación exterior (áreas de comunicación, prensa y artes gráficas de los foros, CUPACS, Lasagencias, Espai Obert...) han roto el cerco mediático y han llevado a la gente una cantidad más que razonable de mensajes claros y motivadores.

La cuestión de la organización resulta, como decía, más compleja. Primero: qué organización. La descentralización ha sido completa y cada estructura local se ha compuesto con mimbres distintos. El papel de las asambleas generales presenciales (Orcasitas, Zaragoza...) es básico cognitiva y hasta emocionalmente, pero la verdadera estructura de la Campaña han sido otros canales como la discusión telemática o el intercambio informal de activistas en cumbres y áreas parciales de trabajo, colectivos y grupos o temas de afinidad. Eso ha bastado para levantar esta estructura difusa en condiciones políticas que no hacían posible ninguna otra (de nuevo ese "escepticismo rebelde" al que me refería antes). Incluso los propios foros locales han acabado mezclándose hasta la indistinción con las estructuras de lucha contra la LOU o contra la guerra, combinando tejidos de asamblearismo y de representación, de participación individual o de colectivos... También han sido ambiciosos: piénsese, a niveles distintos, en la Xuntanza Libertaria de Santiago o el Foro Social Transatlántico de Madrid (que pueden convertirse en referentes válidos para una reestructuración a largo plazo de los campos libertario y de solidaridad internacionalista). La nota negativa, sin duda, la han dado los foros sociales "alternativos" construídos sobre la exaltación de la diferencia.

El papel que hizo la Coordinadora Anarquista contra la Globalización en junio lo ha hecho el Foro Social de Barcelona en marzo (también han existido "foros paralelos" en otras convocatorias de la Campaña), con las evidentes diferencias de forma e intención. Después de junio, el movimiento okupa, la "autonomía obrera" y buena parte del anarcosindicalismo han asumido su rol esencial en la movilización de forma abiertamente cooperativa y leal. Con respecto al campo socialdemócrata, el simple hecho de haber estado en Portoalegre no es signo de nada, más que de poder hacerse cargo de la factura del viaje. Los espacios de la protesta deben ser abiertos pero, como en la popular anécdota bíblica de Salomón, debe quedar excluído quien exija un ámbito propio e insolidario de legitimidad y decisión. Y, por supuesto, no se debe ser cómplice de tales operaciones desde el interior de los espacios antagonistas. La participación que exigen hoy las bases de sindicatos mayoritarios y partidos socialdemócratas debe ser satisfecha, pero de modo tal que el proceso no caiga en manos de las estructuras burocráticas respectivas. Esto debe quedar meridianamente claro para los sujetos políticos del "reformismo fuerte" (IU, IC, BNG, CGT, críticos de CCOO, ATTAC...) que están asumiendo los roles de intermediación. Si la situación hace legítimo y deseable cooperar con un rápido desalojo electoral del "extremo centro" (Gran Wyoming dixit) de Aznar o Berlusconi, hay que tener bien presente la novedosa figura del "genocida ecopacifista" que inaugura Joschka Fischer, y el pinchazo del "gobierno antiglobalización" de Lionel Jospin, a la hora de valorar los límites y los riesgos de semejante empeño.

Esta cuestión inconclusa de la organización remite a su vez al problema de las formas de la acción política. Un problema que sólo muy parcialmente corresponde a los términos absurdos de violencia/noviolencia en que muchas veces se ha planteado. No se trata de la oportunidad moral de desmantelar un McDonald's o no hacerlo, sino de pensar y habilitar vías de participación democrática y creación de contrapoderes frente al marco contrarrevolucionario global. Algo, sin duda, mucho más complicado... no olvidemos Génova si queremos saber dónde estamos... Aunque resulte un término siniestro en comparación con "insurrección" o "espontaneidad", es necesaria una "táctica" que racionalice el "haremos lo que podamos con lo que tengamos a mano". Ante la evidencia de la represión, la experiencia radical del "laboratorio Génova" debe ser retomada por vías distintas a las que condujeron a la muerte de Carlo Giuliani. Salvo para quien conserve esperanzas en un "cuanto peor mejor" de muy improbables efectos sobre la estructura social contemporánea, plantear conflicto en áreas militarizadas o en términos militares es una idea suicida. Muy al contrario, el conflicto debe ser "desmilitarizado" y llevado a terrenos no-militarizables, allá donde más valen los principios y la racionalidad que respaldan la movilización.

Aparcada de momento la propuesta de la "desobediencia civil protegida", es cierto que volvemos a vernos entre la espada del insurreccionismo y la pared de las manifestaciones asediadas y monitorizadas. Es preciso buscar otras vías de visibilizar la radicalidad del mensaje por medio de la práctica. Apuntan direcciones muy interesantes los "reclaim the streets" y la jornada de acción directa descentralizada del 15 de marzo en Barcelona (donde las acciones de Zuzen o los "caza-lobbies" marcaron una pauta interesante frente a planteamientos más "tradicionalmente radicales", que de nuevo sirvieron más para recibir caña que para darla). Pero es preciso inventar y recuperar formas de acción también en otros ámbitos distintos al de las contracumbres. Tales ámbitos son parcialmente explorados en algunas de estas iniciativas de la Campaña o coincidentes con ella, algunas frustradas y o semiocultas entre otras de mayor calado aparente: las concentraciones ante el concierto inaugural de la Presidencia en Madrid y en el acto de condecoración de los cerebros y los músculos de la represión policial en Barcelona; el (nunca celebrado) debate público con Ansuátegui y Cotino propuesto por el MRG de Madrid; la acción directa-informe antirrepresivo "Vigilando al vigilante" de Nodo50; las acciones en el estadio del Barcelona el 16 de marzo; el "asalto" de Greenpeace a la central nuclear de Zorita; la imaginativa (y efectiva) defensa de Kan Mas Deu... Acciones aparentemente muy dispares, unidas por su voluntad de sacar el conflicto de los terrenos y lenguajes que favorecen la lógica represiva y trasladarlo a otros, donde la simple acumulación de antidisturbios no resuelva la situación en favor del poder, y el antagonismo, amén de desfilar ordenadamente con sus pancartas o intercambiar piedras por pelotas de goma, pueda ejercer un verdadero potencial creativo. Esto no significa, aún después de aparcada la "desobediencia social protegida", que debamos olvidar la cuestión de la autodefensa de los movimientos y las multitudes. Acontecimientos brutales como el asalto policial de la Plaza Catalunya y los desalojos de verano de 2001 en Barcelona, o la investidura de Fraga y el desalojo del claustro de la Universidad en Santiago, mantienen viva la necesidad de un esfuerzo en esa dirección: sencillamente, la crucifixión pública de los "petos rojos" o los "pasamontañas negros" no resuelve la cuestión en la medida en que no dispongamos de otras alternativas. Es preciso superar los atavismos simétricos de violar la legalidad a toda costa o dejarse matar en su nombre, en virtud de no se sabe muy bien qué estrategias de fondo. En lo que va de Campaña no se han dado grandes aportaciones al respecto; en general, parece que cuanto mayor sea la socialización de la tarea de autodefensa, menor será la posibilidad de que vanguardias con ideas propias de contención o radicalización del conflicto impongan sus criterios. En según qué circunstancias y escenarios puede ser tan juicioso cruzar contenedores ante la policía como reunirse con las delegaciones del gobierno, la legitimidad y oportunidad de ambas opciones no es moralmente absoluta ni previa a la realidad. Más allá de estas lecciones primarias de la práctica, todo está por hacer.

"100.000 sería una muy buena cifra", me decía un activista barcelonés de la Campaña la noche del 15 de marzo. Propongo esta frase para prevenir cualquier atisbo de futurismo. Quedan por delante las cumbres de Madrid y Sevilla (junto a otras menores), donde el movimiento espontáneo de las multitudes, un imprevisible cambio de estrategia en el gabinete del doctor Rajoy, la imaginación desbordante de alguna secta insurreccionista más o menos infiltrada, o simplemente los impulsos anímicos de cualquier delegado del gobierno o sargento chusquero de las UIP, pueden desembocar en un nuevo cambio de escenario. Pero es preciso operar (siquiera lógicamente) a largo plazo, más allá de Sevilla y la propia presidencia española. La Campaña contra la UE (y lo que en ella hay de continuidad con la Campaña contra el BM) han dado contorno y coherencia a un sujeto que ahora debe repensar la organización y la práctica, haciendo balance del trecho recorrido. Lo que sigue no es un recetario, sino un simple alijo de propuestas más o menos desarrolladas que ofrezco a discusión,

- es posible abordar la cuestión de la represión profundizando en la dimensión jurídica del conflicto. No hablo simplemente de empapelar a García Valdecasas o Ansuátegui (algo coincideremos que muy deseable), sino de explotar al máximo el cariz extrajurídico o jurídicamente irregular de las estrategias represivas. Esto es aplicable no ya a la mera represión policial callejera, sino a fenómenos mucho más complejos, como los procesos de deportación o expulsión de inmigrantes, el uso de la legislación antiterrorista con fines de represión política (Madrid, Barcelona, Sevilla...) o la próxima aplicación de la "ley de internet" (LSSI), la ley "antibotellón" y la Ley de Partidos Políticos. Una estrategia completa atraviesa la formalidad dicotómica legalidad/legitimidad, como muestran los Desobedientes italianos en escenarios tan diferentes como la comisión de investigación parlamentaria sobre los sucesos de Génova o la invasión de los centros de internamiento de extranjeros; aquí no faltan precedentes que redescubrir: Itoiz, insumisos en los cuarteles...


- es posible retomar el debate sobre las experiencias de desobediencia social y democracia directa, que no están extendiéndose proporcionalmente a la participación en las manifestaciones. En este sentido existen alternativas en marcha o en construcción que deben ser difundidas y experimentadas: en el ámbito de la democracia directa y deliberativa, los presupuestos participativos de Cabezas de San Juan y otros municipios, las "zonas Tobin", la consulta de abolición de la deuda de RCADE, la conferencia de paz de Elkarri o el proyecto de Consulta Social Europea 2004; en el ámbito de la desobediencia social, la (fallida pero retomable) insumisión a la LOU, la objeción fiscal, etc. Esta línea de actuación conduce, como la anterior, directamente a la cuestión de los espacios institucionales. No existen respuestas unívocas ni causalidades directas para hipótesis tan diferentes como: por un lado, el ayuntamiento de Cabezas de San Juan, donde la impregnación social de lo institucional-político resulta eficaz y coherente con las subjetividades que cooperan en el proyecto de democracia deliberativa (tan dispares como la parlamentaria IU, las asambleas vecinales y los post-situacionistas de la Fiambrera Obrera); por otro lado, los claustros universitarios en los que se ha valorado la desobediencia civil a la LOU, donde las estructuras estudiantiles asamblearias han asumido la vía de la representación y sin embargo sus pretensiones han chocado frontal y estérilmente con la inercia institucional universitaria. La cuestión está abierta también a nivel global: la amarga experiencia francesa de las presidenciales explica lo que ocurre si el "espacio público convencional" contemporáneo queda enteramente en manos de actores antagonistas agotados (ya se trate de burocracias socialdemócratas o sindicales, o de sectas trotskistas), poderes imperiales y patologías políticas posmodernas. Con todas sus contradicciones, la campaña francesa contra el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) de 1998, la cooperación entre los centros sociales y los ayuntamientos de izquierda plural de Roma o Venecia, la marcha zapatista de la dignidad a México D.F. en marzo de 2001, los gobiernos de Portoalegre y Río Grande do Sul, quien sabe si próximamente de todo Brasil, materializan las posibilidades de extender la participación más allá del límite de las instituciones, entrando en su espacio pero transformando irreversiblemente sus códigos. No hace falta incidir en que, junto a su inteligencia, la legitimidad ética y política de estas estrategias ha tenido mucho que ver son su éxito,

- paralelalmente, es posible avanzar en las líneas de auto-organización, auto-producción social y meta-economía, extendiendo y aquilatando el potencial antagonista de prácticas y herramientas como los grupos de consumo, el software libre y el anti-copyright, la banca ética, el autocultivo (cannábico y de otras categorías)... hasta formas más primarias de expropiación, reapropiación o "auto-reducción", y por supuesto la cuestión siempre abierta de los centros sociales y otros "espacios liberados". Un debate que puede trasladarse a la esfera pública a través de herramientas generales como la discusión de la renta básica o la propiedad intelectual, pero que debe traducirse en formulaciones estratégicas concretas e inmediatas en el interior de los movimientos sociales, cuya dinámica de crecimiento requiere crecientes estructuras materiales de sostenimiento, y exige éticamente que tales estructuras sean en sí mismas antagónicas de la estructura de producción-consumo que se rechaza (es posible además que en estas prácticas discretas de microtransformación deba plasmarse ahora la auténtica radicalidad ética y política de los movimientos, en los que que como sabiamente explica Hakim Bey, no tienen por qué coincidir siempre los niveles más público y más operativo),


- es posible una nueva fase de tensión hacia lo local y lo cultural, que implique una ampliación de ámbitos temáticos y operativos. Sin duda es importante estar presentes allá donde el poder económico y militar se reune, visibilizando la trama de dominación global de el BM, el G-8, la OTAN o la UE, la deuda externa o los paraisos fiscales. Pero radicalizar el no-capitalismo de los movimientos exige una apertura de campo en esa doble dirección. Por un lado, trasladar el antagonismo a los fenómenos del capitalismo local: sin duda las prácticas y las temáticas de los movimientos tienen especial cabida en lugares como Aguilar de Campoo, Bétera o El Ejido (sólo tres ejemplos en la infinita cartografía catastrófica de la globalización), en los que pueden resultar mucho más creíbles que la visita relámpago de tal o cual burócrata de partido o sindicato que después veremos en el palco del estadio Santiago Bernabeu. En este sentido, procesos muy dinámicos de "deslocalización" y "relocalización" de luchas, como los Border Camps, las Euromarchas contra el Paro o la Marcha Azul del agua (en una dirección) o las estructuras de lucha barrial y en el mundo rural (en otra) pueden ser significativos. Por otro lado, la crítica de los fundamentos y consensos culturales de la moderna explotación capitalista sigue careciendo de la continuidad y proyección suficientes, como demuestra la nula presencia de los movimientos ante manifestaciones ejemplares de canibalismo sociocultural capitalista como ARCO y otras tantas ferias del arte o el libro, el fútbol televisado, Operación Triunfo, las mafias del patrocinio y el mecenazgo, las normativas de protección y gestión del patrimonio, los fastos y capitalidades culturales... La tarea de contestación a la reproducción simbólica capitalista no es un aspecto subsidiario de la tarea de los movimientos ni una excentricidad situacionista, no puede ser dejada en exclusiva a pequeños nucleos de artistas-activistas ni mucho menos ser despachada con estudios académicos o la satisfacción episódica de algún impulso iconoclasta. Expongo ejemplos que juzgo van en la dirección positiva para su consideración: la acción directa del genial payaso Leo Bassi ante la casa del Gran Hermano, las numerosas psicogeografías e intervenciones materiales y simbólicas de Lasagencias, del Dinero Gratis de Barcelona a la Guerra/Tierra Mítica en Valencia, las contracampañas del MOC sobre los motivos de la propaganda de reclutamiento del Ministerio de Defensa... Elementos interesantes pero de momento aislados que requieren más intensidad y coherencia...

Apenas una última reflexión de fondo para finalizar este largo análisis. Cuando hace ya nueve meses echó a andar la Campaña contra la Europa del Capital, estaba claro que hablábamos de un "período" o de un "proceso", y sólo muy relativamente de un "movimiento" o "sujeto", aún en el sentido más elástico del término. Un proceso que sólo parcialmente comienza en Orcasitas y para nada concluye en Sevilla. Amén de un muestrario de apuntes y propuestas concretas, este texto es también un expreso llamamiento a mantener e incluso incrementar la intensidad y riqueza del proceso en general. Nada termina en Sevilla; más bien al contrario, como hemos visto, la Campaña ha sido un espacio de construcción de preguntas: es a partir de ahora, y en este nuevo escenario, cuando se hace posible la búsqueda de respuestas.

jfmoriche@mixmail.com

 
         
   
 

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