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Estado español :: 19/07/2015

Gramsci, la estrategia y Podemos

Marnie Holborow
La batalla por la hegemonía implica la comprensión de que las elecciones deberían estar subordinadas a las necesidades del movimiento, y no a la inversa

A Pablo Iglesias, dirigente de Podemos, el nuevo partido radical surgido en España, le gusta citar al marxista italiano Antonio Gramsci. En un reciente artículo suyo, titulado Guerra de trincheras y estrategia electoral/1, Iglesias afirma que Gramsci fue el primero en comprender la importancia estratégica de crear “narrativas hegemónicas” capaces de generar consenso en todo el espectro social. Podemos, el grupo político que surgió de las movilizaciones masivas de los “indignados” en España, está buscando la manera de encaminar el movimiento contra la austeridad en una estrategia acertada de cara a las elecciones generales de otoño. Citar a Gramsci como una autoridad demuestra la fuerza de la tradición de izquierda en España. Sin embargo, demasiado a menudo se invoca a Gramsci para defender una vía que se aleja del radicalismo para abrazar la normalidad política.

A Gramsci le interesaba mucho la estrategia y se preguntaba cómo los movimientos de masas podían desafiar las estructuras de poder del capitalismo. En 1921, en respuesta a los cierres patronales de las fábricas de Turín, Gramsci y otros militantes crearon comités obreros como vía alternativa de organización de la sociedad. Al igual que Lenin, vio la necesidad de que los revolucionarios rompieran con los partidos socialdemócratas de entonces y fundó el Partido Comunista Italiano. El propio Gramsci tuvo que pagar el terrible precio de estrategias equivocadas, ya que pasó los últimos diez años de su vida encerrado en las cárceles de Mussolini.

Pero este revolucionario combativo no es el Gramsci al que se refiere Iglesias. Para este último, la lucha por la hegemonía no es tanto una estrategia práctica en el curso de una lucha como un proyecto ideológico destinado a cambiar la manera de describir la política. Esta versión aguada de Gramsci es posible porque los escritos de este desde la prisión eran dispersos y, tomados aisladamente, resultaban a menudo ambiguos.

El planteamiento de Gramsci sobre la hegemonía parte de la idea de que las luchas contra el sistema adoptan formas diferentes en periodos distintos. En ocasiones suponen un choque frontal con el Estado –lo que llamó guerra de movimiento–, como la revolución proletaria rusa de octubre de 1917. En otros momentos se prolongan en el tiempo y, como sucedió en la guerra de trincheras de la primera guerra mundial, no experimentan ningún avance por ninguno de los dos bandos. En situaciones como esta, las demandas de cambio social debían prescindir de la revolución con el fin de unir a los sectores de distintas convicciones políticas contra el enemigo común. Gramsci calificó estas batallas de guerra de posición. En ambos casos, los socialistas pretendían ganarse a la gente –u obtener la hegemonía– en el seno de la masa movilizada.

Gramsci escribió sobre la guerra de posición a la luz de la situación concreta a que se enfrentaban los revolucionarios a comienzos de la década de 1920. Tras la derrota del movimiento obrero y ante el ascenso del fascismo, algunos creyeron que los socialistas podían hacer la revolución por su cuenta, sin arrastrar a sectores sociales más amplios. Gramsci era contrario a este purismo político. La unidad de acción, así como el desafío político a las ideas dominantes en todos los terrenos, eran vitales según él para ganar a la mayoría para el socialismo. Las estrategias de la guerra de posición estaban destinadas a reforzar políticamente al movimiento de cara a las grandes confrontaciones futuras.

El problema es que muchos políticos de izquierda interpretan los escritos de Gramsci sobre la guerra de posición como la “única”estrategia y el punto de llegada. En la década de 1970, algunos partidos comunistas entendieron que la estrategia de la hegemonía de Gramsci les autorizaba a firmar pactos electorales con partidos de la derecha. El Partido Comunista de España, bajo la dirección del eurocomunista Santiago Carrillo, empleó estos argumentos para justificar el pacto de la Moncloa, un acuerdo entre partidos que comportó medidas de austeridad y contención social para “gestionar la transición” tras la muerte de Franco. De este modo, la “lucha por la hegemonía” pasó a significar poco más que la participación en gobiernos e instituciones del capitalismo.

Iglesias critica hoy esas estrategias del pasado, pero sigue remitiéndose a Gramsci para justificar un desplazamiento al centro. Argumenta que en las sociedades capitalistas modernas, la cultura y los relatos políticos son los principales medios con los que el capitalismo asegura su hegemonía. Las campañas electorales –que Iglesias denomina “la guerra de trincheras de los tiempos modernos”– han de hablar el lenguaje del “centro del tablero político”, creando un nuevo “sentido común” que rompa con el relato dominante de la “casta política”. Así, Iglesias y su equipo asesor han propuesto eliminar del programa de Podemos toda reivindicación y todo lenguaje que puedan “espantar a la gente”. Por ejemplo, la renta básica universal, la reducción de la edad de jubilación y el impago de la deuda ilegítima –sendas demandas del movimiento de los indignados– han sido sustituidas por la “promoción de los derechos laborales” y la “reestructuración de la deuda” que se pagará mediante el “fomento de la demanda de consumo”. Estas propuestas no se desarrollan democráticamente al calor de las luchas, como planteaba Gramsci, sino que las elaboran “expertos” políticos que supuestamente conocen el grado de conciencia actual de las masas.

El estado de ánimo imperante en el movimiento contra la austeridad, como demostraron las elecciones locales y autonómicas del 24 de mayo en España, es bastante más radical. Ada Colau, activista antidesahucios que resultó elegida alcaldesa de Barcelona, ha prometido devolver el poder de decisión en el municipio a la ciudadanía, acabar con los desahucios, incrementar el parque de viviendas públicas y redistribuir la riqueza en la ciudad. Podemos apoyó su candidatura, pero ella defendió claramente el radicalismo del movimiento de los indignados, no una estrategia más suave de tipo centrista.

La lucha por la hegemonía no concierne únicamente a las representaciones de la realidad, sino que tiene lugar en el interior de fuerzas sociales reales implicadas en una batalla en torno a los recursos y a quién controla qué. Colau ganó porque expresó las necesidades del movimiento antidesahucios y las preocupaciones de las personas que sufren la austeridad. Como activista sobre el terreno, comprendió que su campaña electoral tenía que ser la voz movilizadora del movimiento y tratar de extender su radicalismo, no diluirlo. Esta es una lección que no deberían olvidar en el movimiento contra la austeridad en Irlanda.

Gramsci dijo que la clase obrera encierra todo un abanico de ideas políticas. Un conjunto es el aparente “sentido común” que nos inculcan el Estado y los medios de comunicación y que a menudo aceptamos acríticamente. Otro es lo que Gramsci llamaba el “buen sentido”, que se desarrolla en el curso de las luchas y que representa nuestros intereses frente a aquellos que controlan el sistema. Iglesias afirma, pese a que muchos miembros de Podemos no están de acuerdo, que Gramsci nos enseña a adaptar nuestros programas políticos al sentido común de la centralidad del tablero. Sin embargo, la mejor estrategia que podemos adoptar de Gramsci consiste en extender y popularizar el “buen sentido” que ha surgido a partir de las luchas contra la austeridad. Esto es lo que implica la batalla por la hegemonía en la práctica, una estrategia basada en la comprensión de que las elecciones deberían estar subordinadas a las necesidades del movimiento, y no a la inversa.

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Nota: 1/ http://blogs.publico.es/pablo-iglesias/1025/guerra-de-trincheras-y-estrategia-electoral/

www.socialistworkeronline.net / www.contrahegemoniaweb.com.ar

 

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