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Pensamiento :: 12/07/2010

¿Contra el fútbol negocio y el opio del pueblo?

Comunistas Internacionales
¡Contra la sociedad burguesa en su conjunto y contra todos los que la sostienen!

El Estado y la burguesía española (madrileña, catalana, valenciana, vasca...) nos han colado un gol. Y por lo que se ve, no tenemos portero para tanto penalty.

Cualquiera puede ver lo que está pasando en los últimos tiempos: patrioterismo barato vestido de camiseta futbolera (tras el que la cortedaZ mental fachosa se engolosina) vs. nacionalismo pequeñoburgués moderadamente independentista (para no asustar), con el estatut y la senyera por estandartes de un supuesto orgullo nacional herido. Las dos caras de un problema, el problema nacional, de gran importancia para la liberación de la especie, y plagado de múltiples desviaciones históricas para el proletariado revolucionario.

Tras la patria y la nación siempre está la colaboración entre clases, el banquero y el currito "han ganado" con la selección, ambos son "iguales en el sentimiento", "iguales en la nacionalidad". Girando y regirando en su lecho de muerte, el capital gime en todo el mundo un solo estribillo: ¡Armonía entre las clases, en la conciencia de los comunes sufrimientos y en la necesidad de comunes sacrificios. Cosa más falsa, burda y manipuladora no se ha visto: la patria es la patria de los burgueses, que nos llaman a unirnos bajo la bandera de la economía nacional, la paz social y la colaboración entre clases (rojo, amarillo, rojo o morado). La república puede ser una forma más racional de gobierno, pero nunca ninguna república en el Estado español ha sido más que un agente de la burguesía contra el proletariado. Que se lo digan a los revolucionarios tiroteados en Barcelona en Mayo del 37, o las anarquistas colectivistas en Aragón, desposeídos de sus armas "por el ejército de la seguridad republicana".

La prensa española suele minimizar todo lo que ocurre fuera de los círculos de su poder: cualquier noticia de Madrid o Cataluña, vale más que la noticia más impactante que ocurra en tierras asturianas, vascas, castellanas, montañesas, cantabras, etc... La imagen de España que se vende (fuera, a nivel turismo y "cultura oficial"; dentro, a las nuevas generaciones que desconocen el pasado sangriento de este estado), esa "imagen de españa" es la otra parte del mismo problema: los republicanos, comunistas, anarquistas españoles en el exilio podían estar orgullosos de su tierra, por la lucha y la solidaridad de los trabajadores de las diversas regiones (recordad la solidaridad con la Semana Negra de Barcelona o cómo la insurrección de Asturias se extendió por la Castilla Vieja). Y ya entonces aprendimos del peligro del nacionalismo como la casilla perfecta en la que intentan encasillar al proletariado, para dividirlo, aislarlo, separarlo.

Mientras en Asturias se declaraba la insurrección revolucionaria y de clase al grito de Uníos Hermanos Proletari@s, en Cataluña se declaraba la República Catalana, bien burguesa ella y paralizadora de todas las energías internacionalistas de los trabajadores faístas, cenetistas, del Poum o del Bloc obrer y camperol. El nacionalismo catalán rompió la dinámica de la insurrección proletaria al declarar la república democrática y burguesa, catalana sí, pero burguesa. Hoy por hoy, sería impensable que un poeta / escritor comunista e internacionalista escribiera poemas como aquellos de César Vallejo sobre la muerte de su España (reflejo invertido de su propia muerte): "Niños del mundo, / si cae España -digo, es un decir-(...) si tardo / si no veis a nadie, si os asustan / los lápices sin punta, si la madre / España cae -digo, es un decir- / salid, niños del mundo; id a buscarla!...". Evidentemente esta madre es en esencia la misma madre tierra, en la que vivía una especie, unas lenguas, una cultura proletaria que ardía en la necesidad de comunismo.

Los rojos hemos sido siempre de nuestra tierra, y de nuestros muertos: ese es el color y lo que representa nuestra bandera. El trigo, amarillo, es un gran cereal, vital para la vida en este continente. La mezcla de ambas cosas naturales, sangre y trigo -como de las varias congregaciones humanas peninsulares con sus lenguas, dialectos, relaciones y aislamientos- ha dado un producto artificioso, que no estuvo unido nunca más que por la fuerza (con los Reyes Católicos y así hasta el siglo XVIII con los borbones, cada nacionalidad, reino o región conservaba sus propias leyes e impuestos).

La unión de razas y religiones, de la que el multiculturalismo progre saca su corrida, fue una confluencia de muy diversos resultados, como diversos eran los puntos de partida y las maneras sobre las que se estableció la convivencia entre árabes, bereberes, judíos y cristianos; dicha convivencia dependió mucho de la región y los tiempos. Los cristianos que se refugiaron en el norte o que se integraron gustosa o forzosamente a la vida musulmana procedían de varios orígenes raciales y culturales: germánico (escaso, presente en Andalucía y el centro peninsular), céltico (en la costa atlántica, al norte) y romano (fundido con las poblaciones autóctonas tras la caída definitiva de Roma) -todos ellos pueblos indoeuropeos-; ibérico-tartésico -de posible origen africano-, cántabro-vasco -¿originario, procedente de unas primeras migraciones africanas, continuación de los primeros sapiens que habitaron la península?-).

Lo que está claro es que esa mezcla ha sido el cóctel del que han salido los diversos pueblos que componen la población que trajina en la península ibérica y las diversas lenguas en las que nos comunicamos (o malentendemos).

La unidad famosa de España ha sido un camelo durante siglos. Ni los romanos con su imperialismo y sus legiones; ni los 200.000 visigodos que no se mezclaron demasiado, al menos hasta la constitución de los reinos del norte; ni los Reyes Católicos con su "un rey, una nación, un dios y una lengua"; ni los imperialismos "del príncipe cristiano" Carlos V y su hijo Felipe, ni mucho menos los siguientes austrias menores que no pudieron más que asistir a la degradación de la economía y la vida de los habitantes de sus reinos. En el siglo XVIII, con la política centralista de origen francés de los borbones se instaura por primera un intento de organización nacional centralizada. Las Cortes de Cádiz (la gran hazaña de la burguesía liberal española en sus tiempos heroicos) instituyó el Estado-nación. En 1808, y tras un duro parto de largos siglos, el invento de España quedaba configurado. Pero poco tiene que ver con lo que ahora venden, poco porque el Perú sin ir más lejos era una provincia española como Albacete.

Los nacionalismos del siglo XIX, que el espíritu romántico (la sensibilidad burguesa) acrecentó hasta límites hasta entonces nunca conocidos, devolvieron a la realidad del nuevo estado, todas aquellas nacionalidades, regiones o agrupaciones humanas que nunca han estado a gusto en esta conjunción de sevillanas y txakolí.

Desde una perspectiva internacionalista, desde la idea de que la solución al capitalismo pasa por la realización de la revolución social, del comunismo, a nivel mundial, el provincianismo de algunas de estas manifestaciones que rechazamos sin piedad contrasta con la convicción de que todo grupo humano tiene derecho a autodecidir sobre su futuro. Que creamos en el comunismo mundial no quiere decir que creamos en el uniforme global: cada cultura posee tradiciones de valor y otras totalmente despreciables, el respeto a la independencia de los pueblos y nacionalidades nunca nos lleva a olvidar que todos somos seres humanos.

La dominación burguesa del XIX, endeble en el estado español durante tiempo y siempre arropada por la benemérita Iglesia Católica (parte central del capital español en muchas regiones), nos llevó a la moderna sociedad capitalista: la sociedad de clases, y por lo mismo, a su consecuencia inevitable: al enfrentamiento entre las clases. La guerra civil es el punto álgido de ese enfrentamiento.

La derrota del proletariado revolucionario se produjo en los dos frentes: masacrado y fusilado en carreteras y caminos en la zona nacional; militarizado y baleado en Barcelona, Aragón y otros núcleos de la zona republicana. Ni la idea de nación (España central / federal, nacionalidades independientes) ni la forma de gobierno (democracia/dictadura, república/monarquía) solucionan nada al proletariado. Al contrario, son los engaños con los que nos han llevado a lo largo de estos dos siglos a la horca, la guerra, el matadero. Y en los que hoy pretenden prepetuar el dominio capitalista de la sociedad.

La experiencia de 1930 le ha enseñado a la burguesía española que la carta de la proclamación de la república puede ser, si es jugada en el momento preciso, un excelente medio para desviar la tensión social. Agreguemos que el oportunismo obrero también aquí hace el juego a la burguesía: agitando la reivindicación de la república, él mismo prepara el terreno para que aquella carta tenga la máxima eficacia.

Y así, tras el golpe de estado del ejército (de la república) llegó Franco, con su sistema autocrático (de mentiras) y su colaboración permanente con los imperialismos extranjeros (USA, G.B, Alemania), y ese nacionalismo españolista cutre, rancio y casposo, que todavía se arrastra y que todo hombre o mujer de bien (ni siquiera proletario), todo trabajador sencillo, acabó rechazando de un modo u otro.

Los fascistas cambiaron la bandera de la españa republicana por la de la españa monárquica e imperialista, se quedaron el nombre del país, los colores, se inventaron un himno, perpetuaron las supuestas tradiciones (muchos eventos taurinos fueron restaurados en esos años)... cualquier cosa que tuviera que ver con españa se identificó con ellos (pero los republicanos y exiliados morían aún con la palabra españa en la boca, recordando otra españa que hace mucho tiempo había dejado de existir). Así, llegamos a la transición y los años posteriores cuando cualquier muestra de españolismo era reflejo del fascismo y rechazada por las masas populares.

Este país (desde el siglo XVIII, Estado-nación centralizado) se ha hecho de una manera muy peculiar y, como suele decirse, de aquellos polvos estos lodos. Los romanos llamaron Hispania a lo que otros llamaban Iberia (la tierra del rio Ebro, la zona que los griegos y fenicios conocían mejor). "Hispania" proviene del fenicio i-spn-ya (fenicio <איספני>), un término cuyo uso está documentado desde el segundo milenio antes de Cristo, en inscripciones ugaríticas.Esa hispania romana, dividida en provincias que luego mantuvieron dilatados lazos políticos (lusitana, tarracanonse, betica, galaecia, cartaginense), perduró en la época visigótica sin verdadera cohesión interna; pero a raíz de la invasión musulmana la cosa cambió radicalmente. Cuando en los siglos VIII, IX, X, XI y XII se habla, en textos latinos, franceses, árabes, de "ispania / españa" se refiere siempre a la parte musulmana, porque los reinos del norte son llamados "cristianos" o por su propio nombre: galaicos, astures, leoneses, cantabros, castellanos, vascos, navarros, catalanes...

En el siglo XIII aparece por primera vez en lengua castellana el vocablo "español", palabra de origen provenzal con la que los del otro lado del Pirineo (Francia y Provenza) designaban a los de este lado. La palabra tuvo un éxito relativo en sus primeros decenios. Pero la llegada del siglo XV, el incipiente capitalismo y el desarrollo de los estados modernos hicieron el resto: españa y lo español fue la bandera de Isabel y Fernando el Católico (el de Aragón, el gran imperialista de esos tiempos -y si no lean a Maquiavelo para ver cómo le describe). Lo cristiano e inquisitorial fue la manera de unificar la nación y exterminar la disidencia interna: la de los moriscos, la mayor parte trabajadores asalariados (tejedores, curtidores, herreros, zapateros, jornaleros...); y la de la burguesía urbana incipiente que organizó las revueltas de las comunidades. Carlos V, con la intervención contra la Comunidades de Castilla y las Germanías valencianas, cortó de raíz cualquier intento de cambiar el orden instaurado por Fernando el Católico: monarquía absolutista, cultura absolutista, religión católica universal, españoles y cristianos pueblo elegido (una idea, como recordaba Américo Castro, de raíz claramente hebraica, semítica).

La expulsión de los judíos en 1492 fue la primera medida de ese centralismo: racialmente servían para presentar un enemigo a los labradores hispanos y los nobles cristianos, económicamente fueron un chollo para la corona que se quedó con los bienes de tantas y tantas familias sefardíes.

Las distintas insurrecciones moriscas del siglo XV y XVI demuestran que los trabajadores no se sentían bien en aquel régimen imperial. Los pecheros, labradores y trabajadores en general, pagaban los costes de las guerras y el estado, los judíos habían sido expulsados, no había enemigo "definido" al que atacar... surgieron entonces protestantes y herejes, continuación de las brujas (con su antigua sabiduría matriarcal) abrasadas bajo el terror católico. La historia de estas tierras es abundante en estos hombres y estas resistencias y saber de ello nos demuestra que el centralismo y el imperialismo no fueron capaces de triunfar verdaderamente en España hasta la llegada de Franco y la transición que él, bajo órdenes de la CIA, preparó (y dejó "atada y bien atada").

El rechazo a lo "español", a determinados símbolos de "españa", creció en esos primeros años de la transición por la solidaridad con el movimiento de liberación nacional vasco y por la identificación de esos símbolos con los del régimen franquista. Ni la rojigualda ni la republicana, porque ambas representan un estado burgués que nunca se ha correspondido con la organización real y las necesidades de los habitantes de esta península. Sin embargo, la republicana ha adquirido un cierto halo de "bandera rebelde", por el sólo hecho de ser antimonárquica. La identificación del régimen capitalista español con la persona de Juan Carlos no deja de ser un error de bulto, aunque el personaje sea repugnante y el mejor embajador de las empresas españolas en el extranjero. La burguesía española es independiente totalmente de los políticos y representantes que nos ponen. Rara vez dan la cara. Muchos se esconden tras el anonimato de las acciones, tras las coorporaciones y sociedades. Pero de lo que no cabe duda, después de este repaso histórico, es de que esta burguesía ha conseguido en el siglo pasado lo que ningún otro grupo gobernante había conseguido nunca en este país.

Las infraestructuras, los sistemas de seguridad interna y nacional, la administración del estado en su conjunto (estado central-estado autónomico-coorporaciones locales), todo ello ha vertebrado en cierto modo este país, centralizado a la fuerza como la red de carreteras (toda nacional importante sale de Madrid). Lo cierto es que las comunidades autónomas le han dado ese punto de diferencia y cohesión más que suficiente y perpetúan, para beneficio de la burguesía, el enfrentamiento entre regiones y nacionalidades. Los serios problemas que hubo en determinadas zonas (Segovia con Madrid, que no eran castellanos, que si León sí que no, Cantabria cántabra o castellana...) fueron una buena pantalla para el gran pacto que sujeta a los burgueses al actual marco nacional. Madrid en una Castilla amplia, con mar, etc., hubiera sido lo que es. Pero Cataluña y el Levante probablemente no. Así, la falsa oposición entre catalanes y madrileños llena el panorama nacional, mientras las burguesías de ambos territorios engordan sus cuentas y apuntalan la sacrosanta unidad de la nación (si tuvieran que romper esa sacrosanta unidad, la romperían sin problemas para perpetuar su dominio, incluso, debilitado en ese horizonte regional).

La nación en manos de la burguesía es siempre un frente contra nosotros (conquista de mercados y países, defensa interna y de la economía nacional). Por eso los proletarios debemos rechazar el concepto de nación y el nacionalismo, porque el respeto a las culturas, lenguas e identidades, nunca está por encima de la necesidad de abolir las clases sociales, las relaciones de dominación, la esclavitud asalariada y el dominio de la mercancía sobre nuestras vidas. Tu tierra es tuya, y tu nación -si así la llamas- debiera serlo, pero el problema real es el concepto mismo de la propiedad: Tú eres igual a todas las demás tierras y personas. Lo social siempre debe predominar sobre el aspecto regionalista – la identidad nacional-, o de lo contrario se estará haciendo el juego a la burguesía correspondiente.

El fútbol, el deporte, los "triunfos de los atletas españoles" son el nuevo método de la burguesía española para dominar las conciencias de los trabajadores que malvivimos en este país. Y parece, por lo que se va viendo, que la campaña estaba perfectamente orquestada. Quizás el deporte no es tal, y hay quien ya sabe el resultado. Quizás somos unos paranoicos pero es cierto que cuando salgo hay secretas en el coche de la esquina.

Los revolucionarios debemos tener memoria. NO la memoria histórica falsa de los bienpensantes: la memoria de la clase revolucionaria y de sus organizaciones, la memoria de los errores del pasado.

La revolución se ganará solo cuando seamos capaces de cometer menos errores que nuestros antecesores.

Es por eso la necesidad de esta extensa reflexión en este contexto de adoctrinamiento, aborregamiento y papanatismo nacionalista (las camisetas que habrán vendido -¡y todas hechas en China!).

La oposición establecida por el nacionalcatolicismo entre "españa" y la izquierda (no la hundida, por dios, que eso es socialdemocracia y estalinismo cutre) conlleva una falsificación tremenda de las bases del discurso y del imposible diálogo, y es, al mismo tiempo, un perfecto salvavidas para todos los componentes de la burguesía española, en sus variantes centralistas y centrífugas. Mientras hablamos del estatut -en Palencia, en Cuenca, en Mieres- no se habla de lo que a nosotros, trabajadores asalariados y parados, proletarios todos, nos preocupa realmente. Y se enfanga el ambiente en una mierda de discusión absurda, que si pa ti pa mí, que conlleva lo peor de la especie y lo más rancio de las personas.

El internacionalismo es la única salida coherente. Esto, que para comunistas revolucionarios, anarquistas o autónomos, puede ser una evidencia, está más claro que en ninguna parte en este trozo de tierra llamado españa, parte importante de esta zona geográfica definida que es la península ibérica.

El internacionalismo es la respuesta proletaria frente a los esfuerzos desplegados por los diferentes capitalistas en competencia para sujetar a los explotados a la "economía nacional" y enviarles a asesinarse detrás de las banderas respectivas: naciones, regiones, frentes de liberación nacional, frentes antiimperialistas, países socialistas, pueblos oprimidos...

El camino para salir de las contradicciones con las que el capitalismo intenta aislar al proletariado en paquetes, dividirnos, se encuentra en el rechazo absoluto a todo tipo de enrolamiento en un campo nacional.

La patria es la patria de los burgueses.

Los proletarios no tenemos patria.

Internacionalismo proletario.

Organización obrera independiente. Solidaridad de clase.

 

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