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Estado español, Pensamiento :: 21/05/2015

¿Culpa de la abstención?

Iniciativa Comunista

Con la campaña electoral llega ese frenético momento en que se responsabiliza más de la situación a las personas que se abstienen en las votaciones que a quienes nos “gobiernan”. Entrecomillas “gobiernan” porque esta idea se basa, entre otras cosas, en pensar que quienes se sientan en el Congreso son quienes realmente toman las decisiones y deciden cada día el destino de la clase obrera.

Esta afirmación, que casi llama en abstracto a simplemente participar de las elecciones, no puede sostenerse si no es pensando que realmente vivimos en una estupenda democracia que una vez cada cuatro años nos permite decidir libremente quiénes de los candidatos y candidatas a las poltronas –que por supuesto siempre dicen la verdad en sus programas y promesas electorales- nos va a hacer la vida mejor o peor. “¡De nosotras depende!”, parecen gritar.

Y desde luego es entendible que muchas personas de la clase obrera repitamos o hayamos repetido este mantra, pues para ello nos educa la hegemonía cultural, y no son cuestionables las buenas intenciones de aquellas y aquellos trabajadores que llaman a las urnas desesperados por un cambio, ilusionados por la vieja-nueva política que prometen estos o aquellos. Pero sí son culpables esos partidos y demás personajes que, conscientes del funcionamiento de este sistema, quieren sacar a las personas de las calles para meterlas en los colegios electorales y les venden que su misión es esperar tranquilamente –mientras padecen hambre o son desahuciadas- a que otra gente les llene la nevera o les dé trabajo por arte de magia.

Pero se olvidan de contarnos que este sistema no funciona realmente así. Que quienes aspiran a esos escaños, por los que cobrarán al mes más de lo que cobramos la clase obrera en 3 años de sudor, no deciden prácticamente nada. Que no son más que los rostros visibles de la patronal, la mano ejecutora de la clase que está en el poder. Una clase que también, “casualmente”, aborrece la abstención y teme que la gente deje de votar, porque perder la “fe” en el sistema que se han inventado para vender que hay democracia supone un peligro de estallido revolucionario real: ese que se da en la calle y no en el Parlamento.

Se olvidan también siempre de hablar de la Ley de Partidos que se encarga de ilegalizar cualquier candidatura que moleste un poco al régimen y que lleva de cabeza a la Audiencia Nacional y a la cárcel a quien se atreva a cuestionar al sistema más allá de lo que el sistema admite ser cuestionado. Y en este orden de cosas declaran día a día que Venezuela es antidemocrática mientras retransmiten las elecciones de Arabia Saudí o Turquía con absoluta normalidad. Los aliados del imperialismo siempre son adalides de la democracia.

Y no menos importante es el pequeño desliz que tienen todas esas formaciones políticas al olvidarse de hablar del capitalismo en sí. Porque quizá explicarnos que las medidas que se están tomando aquí se están tomando y ya han sido tomadas en otros muchos lugares del mundo tiraría por tierra la idea de que es quien gobierna quien elige privatizar todo lo que antes era “público”. Porque pensar que en Estados Unidos, por ejemplo, no gobierna el PP y sin embargo es el sumun de la privatización desde hace décadas haría pensar que no es tan sencillo el cuento como nos lo quieren hacer ver. Y es que la economía capitalista funciona a escala global y cuando entra en crisis los capitalistas han de mantener este sistema obteniendo, de dónde sea y por los medios que sea, nuevas fuentes de beneficios. ¡O eso o es que la clase obrera del mundo entero no tiene ni idea de votar bien!

Si decimos luchar como clase no podemos, además, supeditar nuestros intereses a los de la mayoría de la clase obrera mundial. Pues aunque también se olviden de esto, es esa mayoría la que con su miseria más absoluta nos concedería las mejoras que nos prometen esos nuevos o viejos partidos. Unas promesas que ya fueron ayer y que, sin embargo, vemos adónde nos han llevado hoy.

No es la abstención en los votos, sino en las calles, la que les permite seguir destrozando a la clase obrera. Y la conciencia que la clase capitalista tiene de ello es lo que les lleva a tratar de reencauzar en el redil electoral al pueblo que comenzaba a gritar demasiado alto “lo llaman democracia y no lo es”, que ya no veía tan ilegítima la autodefensa o que no podía ya evitar alegrarse cuando alguien le tiraba una piedra –o dos- a un banco.

Pensar que la clase obrera no saca lecciones de estas luchas es negar primero a quienes hoy luchamos, pues nadie nace revolucionario, y es, además, infantilizar a nuestra clase. Es falsificar la historia decir que los grandes cambios que se han dado en materia de avance del proletariado han salido de las urnas.

Ni el Primero de Mayo, ni el 8 de marzo, ni el Día de la Victoria ni ninguna otra fecha que celebre la conquista de logros proletarios homenajea el día de unas u otras elecciones, sino de encarnizadas luchas que se han cobrado miles de vidas y sin las cuales no tendríamos ni la mitad de los cada vez más escasos derechos que nos quedan. Así atestigua la historia la ley dialéctica de la transformación de la cantidad en calidad, y así niega que los cambios importantes se realicen con reformas.

Cada día más gente tiene claro que las filas de la izquierda revolucionaria son las que están llamadas a ejercer un cambio real. Nadie dijo que fuera fácil, pues los medios nos criminalizan y su Estado nos reprime.
Pero tarde o temprano venceremos.

 

Iniciativa Comunista

Artículo extraído de la revista Línea Roja

 

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