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Madrid :: 01/02/2006

Joven asaltado por las fuerzas del orden en Lavapiés

Ernesto Chacón
El día 30 de enero de 2006, se vivió una de las escenas más intolerables y dolientes del día a día de nuestra historia más reciente. El lugar: Lavapiés, Madrid; el protagonista: un joven marroquí; los indeseables antagonistas... una brigada antidisturbios.

Aproximádamente entre las 20.00 y las 21.00 horas, un adolescente de nacionalidad extranjera (poco importa ahora, dada la gravedad de los hechos, e independientemente de los mismos, cual fuera su procedencia) fue brutalmente asaltado por un agente de la Policía Nacional. El móvil del crimen, un robo; o tal vez, posesión ilícita de cualquier sustancia. Más bien, se trataba simplemente de la presencia de este joven, de su existencia. El delito, al parecer, radica meramente en vivir bajo la lacra de pertenecer a una minoría demonizada, silenciada, despojada de toda consideración y derecho civil y humano; y ahora además, violentamente masacrada.

Lo esperable, esta vez valga la redundancia, no se hizo esperar. Compañeros, amigos, familiares de la víctima - y téngase en cuenta de que exactamente se trata de esto, de una víctima (sin hacer grandes alardes de dicha categoría, como sí ocurre en otros casos) de la represión, del maltrato de un sector de la sociedad, y de la Administración del Estado, a través de su brazo armado: las fuerzas de seguridad. Evítese, por favor, apelar a vocablos tales como presunto delincuente, etc. - acudieron en su auxilio.

Ya, desde este momento, aquellos que cuidan de nuestra seguridad, tenían ganada la batalla. Habían herido brutalmente a una persona, y además, provocaban de forma inmediata un tumulto de gente alrededor del escenario de la acción. Ya, desde ese mismo momento, tenían la excusa perfecta para cargar contra todo asistente a tan deplorable espectáculo.

La carne del asador ya estaba en el fuego. Inmigrantes, viandantes, moradores habituales, en definitiva, del espacio de encuentro que conforma la madrileña Plaza de Lavapiés, eran intimidados, violentados, insultados y humillados. Personas golpeadas, ciudadanos vociferados; grupos de gente observadora, conteniendo la rabia y la impotencia, temerosos de un mal golpe. También gente impasible, incluso satisfecha (aunque aturdida, lo admitan o no, ante el grado de violencia ejercida), todo hay que decirlo.

Un agente se dirige de forma beligerante a una chica: "¡¡¿¿Qué has dicho??!! ¡¡Dilo otra vez, anda!!, ¡¡Repítelo si tienes...!!". Ella, exaltada, a la par que confusa, opta por callar. Su memoria y su conciencia quedan atónitas al no recordar escena parecida en el archivo de sus recuerdos personales. Permanece rígida mientras, poco a poco reflexiona sobre cómo en la España de la "Democracia consolidada", y es más, ahora encima de carácter progresista ante la nueva orma de Zapatero, existe la posibilidad de ser reprendido de tal modo por preguntar a un efectivo de un cuerpo financiado por toda la sociedad que qué es lo que pasa. Más frustrante aún, el sentimiento que se apodera de la misma chica cuando, al no obtener más respuesta que el desafío lanzado, masculla: "Hijos de puta, no sois personas", y de repente, el señor agente sí que parece prestarle atención y la amenaza con la porra en la mano.

El saldo final de la contienda fue el obvio. Heridos (aunque parezca que de este modo solalmente puedan ser calificadas las víctimas de los atentados terroristas o de las catástrofes naturales; sí, se trata de heridos, porque les han sido causados daños físicos, y por supuesto mentales), detenidos...y la gran mayoría, los ciudadanos asistentes a tal dantesco cuadro, ordenados a que abandonen el lugar de los hechos, y duerman placenteramente.

* Ernesto Chacón, vecino de Lavapiés.

 

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