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Anti Patriarcado :: 12/03/2008

8 de marzo en Madrid: Construyendo un espacio propio de las mujeres

Alicia Couselo
La manifestación no autorizada del día de la mujer en Madrid fue todo un éxito. A pesar del miedo que nos atenaza cuando queremos hacemos algo sin el permiso de papá estado y tomamos decisiones sin contar con la palmadita en la espalda y los cojones protectores de aquellos que dicen querernos tanto, las mujeres de todo tipo y color ocupamos el centro de Madrid.

La manifestación no autorizada del día de la mujer en Madrid fue todo un éxito. A pesar del miedo que nos atenaza cuando queremos hacemos algo sin el permiso de papá estado y tomamos decisiones sin contar con la palmadita en la espalda y los cojones protectores de aquellos que dicen querernos tanto, las mujeres de todo tipo y color ocupamos el centro de Madrid.

Este 8 de marzo fue un día revolucionario en el mejor estilo de los recetarios y los dogmas sagrados. Los cantos, bailes y disfraces de mujeres de todas las edades, nacionalidad e ideologías, unieron lo personal con lo político y lo compartieron con “las masas” que a las 8 de la noche llenaban la Puerta del Sol. Una manifestación al principio relativamente modesta, fue creciendo hasta abarrotar Preciados y llegar a cortar la Gran Vía.

En la mani del 8 de marzo había un lugar para todas. Desde las más tradicionales centradas en la “opresión de clase”, que denuncian principalmente la explotación laboral y la desigualdad de salarios, a las puramente “femeninas”, preocupadas por los orgasmos, desvelando lo que hay detrás de los dolores de cabeza y rechazando la dictadura de las tallas 38. Todas juntas, coreaban una consigna que, entradas en el siglo XXI, está muy lejos de alcanzarse en la mayoría de los países del mundo: Nosotras parimos, nosotras decidimos y Aborto libre y gratuito.

No obstante el éxito que ha significado hacer nuestra mani el 8 de marzo, sigue habiendo muchos hombres y unas cuantas mujeres que no entienden que la convocatoria de ese día se dirija solo a mujeres. El hecho de que a lo largo del siglo XX las luchas populares hayan sido hegemonizadas por partidos marxistas con un discurso políticamente correcto dirigido a la “cuestión femenina”, pero que rechaza el patriarcado y la opresión de género, ha dificultado que las mujeres nos organicemos colectivos autónomos. Asimismo, la institucionalización de las militantes del movimiento feminista de los 70 en el PSOE y la universidad, nos ha despojado de una memoria histórica imprescindible a la hora de entender los motivos que hacen que las feministas estemos convencidas de la necesidad de manifestarnos de forma autónoma al menos un día al año.

Reivindicar colectivos propios y reivindicaciones específicas es tan necesario para las mujeres en general como para el conjunto del movimiento trabajador. Así como los y las sindicalistas necesitan reunirse con sus compañeros y compañeras del movimiento para debatir, formarse, hacer propuestas y salir a la calle en su lucha contra la burguesía, las mujeres necesitamos hacer lo mismo en nuestra lucha contra el patriarcado. La salida de las mujeres feministas de los colectivos de izquierdas mixtos en los años 60 y 70, se realizó por la imposibilidad de conseguir que los compañeros militantes nos reconocieran como iguales y llevaran adelante nuestras reivindicaciones con la misma fuerza y el mismo convencimiento con que llevan las de la “clase obrera” o “las masas”.

Ayer como hoy, la práctica de las mujeres en las organizaciones políticas al uso se realiza fuera de los espacios de dirección, principalmente porque la doble jornada y la gestión en soledad del espacio privado, apenas las deja tiempo para tener incidencia en un espacio organizado por y para los hombres. Así, salvo honradas excepciones, nos incorporamos a la militancia política con un alto complejo de inferioridad, en un espacio en que la formación teórica y el control de información es un elemento fundamental a la hora de obtener reconocimiento.

Otro aspecto importante es la aceptación acrítica por parte de muchas mujeres sin conciencia de género, de la división de roles y el lugar de subordinación en que colocamos las actividades del espacio público. Como dice Emilce Dio Bleichmar: “La labor de contribuir al bienestar, de proporcionar cuidados y de velar por la buena salud de la relación afectiva no es para las mujeres sólo una buena tarea, es el fin último y es simultáneamente, la causa de todos sus afanes. Motivación inicial y meta directriz, gobierna la vida y la mente.” (1)

Por último, debemos mencionar que las mujeres del estado español sentimos que hemos avanzado mucho. Hace apenas 70 años, la mayoría de las mujeres no teníamos acceso a la educación, no podíamos mantener relaciones sexuales libremente, no podíamos controlar nuestra natalidad ni manifestar nuestra orientación sexual, ni por supuesto, teníamos derecho al aborto o al divorcio ni a tener la patria potestad de nuestros hijos.

Estos avances tan importantes no dejan de ser relativos: todavía tenemos mucho por conseguir hasta ser consideradas seres humanos en igualdad de condiciones con los hombres. La igualdad formal conseguida en algunos países, no se aplica en la práctica, entre otras cosas, porque el patriarcado no sólo no ha sido destruido, es que ni siguiera se discute. Si bien está cambiando, la familia nuclear tradicional sigue siendo el modelo organizativo de la sociedad en casi todos los países, con un padre como principal sostén de la familia y una mujer responsable principalmente de lo doméstico. Esta división sexual del trabajo, instaurada por el patriarcado e instrumentalizada por el capitalismo, es causa de enorme malestar en las relaciones de pareja, que se expresa en dependencia económica, y falta de autonomía y poder de decisión de la mujer sobre su propia vida, que tiene como colofón la violencia de genero que el año pasado dejó más de 70 mujeres muertas.

Visualizar el patriarcado como un sistema de opresión de sexo-género y luchar contra él en la vida personal y política es una tarea muy dura. Somos muchas las que queremos creer que la desigualdad de trato y la violencia de género son problemas que afectan a las demás. “Mi compañero me quiere y me respeta” o “a mi no me maltratan ni me oprimen”, “yo prefiero cuidar de los niños”, “nosotros compartimos todo”, “el hace muchas cosas en la casa”, “en mi casa la que mando soy yo”, pretenden negar la evidencia de que, en la práctica, somos “la otra” del varón.

Oculto en lo más recóndito, quedan los abortos realizados por tener sexo sin protección, con el argumento de que los hombres no pueden controlar sus “necesidades” y en el convencimiento de que si no estamos disponibles a todas horas y en todo lugar, nos dejarán de querer. Tampoco reconocemos la soledad en que muchas veces estamos a la hora de cuidar las relaciones familiares y de amistad, o cuando intentamos compatibilizarlo con el trabajo remunerado. Es que, “así como la explotación se vuelve menos visible bajo el capitalismo, la apropiación de las capacidades de amor de las mujeres se hace menos evidente en la sociedad formalmente igualitaria” (2)

La mani de 8 de marzo demostró que se puede hacer política de otra forma. Se pudo compartir con las “masas”, presuntamente sin conciencia para si, que tenemos “derecho a decidir”, que los partidos que se presentan a estas elecciones “no nos representan”, que el capitalismo y el patriarcado se unen para pagarnos sueldos de miseria y culpabilizarnos por no reproducirnos como a ellos les gustaría. Se habló del derecho a la opción sexual de las mujeres en general y de “la niña” de Rajoy en particular, que quiere abortar y salir del armario. Por no mencionar la injusta separación de los espacios público y privado, que nos deja a nosotras el dudoso privilegio repartir los panfletos, pintar los carteles y arropar a unos guerreros que son incapaces de darle el mismo valor político a la corresponsabilidad del trabajo doméstico y al aborto libre y gratuito como a la lucha por la vivienda digna o la deslocalización empresarial.

La lucha de las mujeres hoy pasa por la organización de mujeres autónoma de los hombres, en las que podamos debatir nuestros propios problemas, que son no solamente económicos, sino también de género. Necesitamos colectivos sólidos, democráticos, horizontales, que sean un espacio para encontrar respuesta a todo lo que nos aqueja y que va mucho más allá de la igualdad de salarios o la guarderías estatales. Colectivos que nos den herramientas para hacer frente al sexismo y las discriminación, que nos permitan reconocernos en las demás mujeres, que nos permitan entender el por qué de tantos siglos de opresión y de maltrato. Para eso necesitamos espacios propios, sin otros condicionamientos que los nuestros, para poder elaborar nuestras propuestas, y definir nuestras prioridades, que no son las mismas. Solo así podremos tener influencia en el resto de la sociedad y en los colectivos mixtos y conseguir que la lucha antipatriarcal sea asumida con la misma importancia que la lucha de clases, tanto por hombres como por mujeres.

Manolito, reflexiona tu solito. Bastante tenemos con nuestras dudas como para ocuparnos también (y como siempre), de las tuyas.

No habrá revolución sin feminismo. Es nuestra responsabilidad y está en nuestras manos.

Notas:

Pongo entre comillas conceptos como “clase obrera”, “masas” o “cuestión femenina” por responder a una terminología ampliamente utilizada en los movimientos anticapitalistas, que tienen una connotación específica para el marxismo pero que hoy en día se utilizan de forma general, poco precisa y que dependiendo del interlocutor tienen uno u otro significado.

1. Emilce Dio Bleichmar, psicoanalista feminista en su artículo “Dependencias amorosas”
2. Anna Jonasdottir, “El poder del amor, ¿Le importa el sexo a la democracia?”

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