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Nacionales E.Herria, Pensamiento :: 08/08/2010

«Hay que dejar al pueblo que hable, seguir su latido»

Fermin Munarriz
Entrevista de Gara a Itziar Aizpurua, militante en ETA durante el franquismo, condenada en el Proceso de Burgos y participante en la creación de HB.

Militó en ETA en pleno franquismo, fue condenada en el Proceso de Burgos, participó en la creación de HB, ha sufrido cárcel y ha sobrevivido a atentados. La dureza de su camino sólo es comparable a la solidez de sus convicciones. Unió su vida a su país y a su compañero, Jokin Gorostidi. Por ello, detrás del andamio de la firmeza, se descubre la persona que habla sin tapujos del amor como motor de las acciones humanas más nobles. Es memoria y tenacidad.

Mediados de los años sesenta, en plena dictadura… Como mujer, además, no resultaría fácil llegar a ciertos ámbitos… ¿Cómo y por qué se implicó en la militancia política en ETA?

Siempre es difícil llegar a ciertos ámbitos, entonces y ahora. Los años sesenta eran especialmente malos porque teníamos un dictador que nos cercenaba todas las libertades y era especialmente difícil hacer frente al entramado del franquismo. Pero surgió una generación que dijo «tenemos que recoger la antorcha de nuestros antepasados porque debemos sobrevivir como pueblo». Entonces surgió Euskadi Ta Askatasuna, ETA. Y tomé parte en ello para ser yo misma, para ser euskaldun, abertzale, y para defender este pueblo, como lo habían hecho mis padres y como quería seguir haciéndolo yo para nuestros hijos. Esa fue la razón.

Era una época de terror: torturas brutales a los detenidos, pena de muerte vigente… Había que vencer muchos miedos…

Sí, es cierto, pero hay una cosa importante: la juventud. Tiene unos dones especiales que, con el tiempo, se dejan por el camino: la magnanimidad, la entrega, el atrevimiento, la valentía, la esperanza, la ilusión, las ganas de vivir, las ganas de continuar… Y tampoco se ve que te van a torturar o a machacar; de joven estás por encima de todo.

En 1969 es detenida junto a su marido, Jokin Gorostidi -militante de ETA liberado-, y ambos son juzgados un año más tarde con otras 14 personas en el Proceso de Burgos. ¿Qué supuso aquello en sus vidas?

En el Proceso de Burgos el Estado español nos inculpaba no porque fuéramos nosotros, sino porque representábamos aquello que querían hacer desaparecer definitivamente: las ansias del pueblo de ser él, las ganas de luchar, de vivir y tener el futuro en nuestras manos. Y eso es lo que quisieron hacer desaparecer a través de los dieciséis militantes de ETA. Para nosotros fue importante ser protagonistas y decir «va a servir para algo», incluso por encima de las dos penas de muerte que tuvo Jokin -una que pedía el fiscal y otra que sumó el tribunal-. Lo vi muy negro en aquel momento…

¿Cómo recibió la noticia de las dos penas de muerte a Jokin?

Fue muy duro. Pensábamos que la movilización tan inmensa que se estaba dando no sólo en Euskal Herria, sino también en el Estado, en Europa y hasta en América, tendría un fruto en el sentido de que no habría penas de muerte. Por el contrario, el 28 de diciembre -Día de los Inocentes-, nos comunicaron que condenaban a Jokin a dos penas de muerte. Fue un golpe terrible, lo recibí diciendo «le van a matar, definitivamente». Por primera vez en mi vida me entraron náuseas, unas náuseas tremendas. Fue muy duro, pero lo asumimos diciendo: «Si con esto se va a levantar Euskal Herria, si con esto vamos a conseguir ponernos en el camino de la independencia, todo es válido y lo vamos a dar así».

Durante el proceso pasaron ustedes de acusados a acusadores. ¿Algunos de los planteamientos que expusieron allí siguen vigentes todavía?

Sí, naturalmente. Por ejemplo, se defendía la necesidad de la cultura vasca para sobrevivir como pueblo; se defendía que Euskal Herria fuese soberana o se defendía la independencia y el socialismo, y no de una forma abstracta, sino con concreción desde la izquierda. También que la edificación del pueblo tenía que ser entre todos. Fueron tan importantes que creo que hoy, efectivamente, perviven.

En un plano más anecdótico, quizás, pero ¿cómo recuerda el momento final del juicio, cuando los procesados comenzaron a cantar el “Eusko Gudariak”…?

El último en declarar fue Mario Onaindia. A él le tocó decir lo que todos habíamos decidido y al acabar gritó «Gora Euskadi askatua!». Y empezamos a cantar. Entonces comenzó el jaleo, muy tenso. Estábamos esposados, pero teníamos un guardia a nuestro lado y nos agarraban. Los del tribunal, con los sables en mano, saltaron hacia nosotros; la gente [los familiares en el público] empezó a cantar con nosotros y les desalojaron… Seguimos cantando hasta tres veces puño en alto, esposados. Nos tapaban la boca, nos arrastraban… Según nos iban arrastrando, los abogados se levantaban, todo el mundo gritaba..

No sabían si volverían a verse…

Jokin y yo no sabíamos si volveríamos a vernos. Nos despedimos para siempre… ¡Para siempre! Fue terrible. Sin embargo, íbamos con la satisfacción del deber cumplido. Era tan importante para nosotros… Haber llevado el juicio hasta el final era ya un éxito; haber conseguido que el pueblo se levantara -barricadas, manifestaciones…-, que la gente de izquierdas de Europa y de España también se levantara fue impresionante. Eso ya era válido, pero me quedaba una cosa: ¿Nos veremos Jokin y yo alguna vez más…?

Debe ser terrible…

Sí, pero ha habido momentos muy terribles en nuestra vida.

Permítame que cambie de asunto: uno de los jueces de instrucción, el comandante Lasanta, dijo de usted que «es igual que un escorpión: bonita por fuera, venenosa por dentro». Viniendo de tal enemigo suena a halago…

[Sonrisas] Este juez instructor -militar como todos- llegó hasta [la cárcel de] Martutene, donde yo estaba aislada; quería conseguir unas confesiones a las que yo me negaba en redondo. Había en Martutene un chico que estaba allí porque le habían cogido con una misiva o alguna cosa de ésas y me acusaba a mí. Y yo, aunque pasé diecisiete días en comisaría, tengo el honor de decir que no consiguieron que abriera la boca.

Usted participó activamente en la fundación de Herri Batasuna en 1978. ¿Qué supuso en la vida política de Euskal Herria el surgimiento de esta formación?

Fue un paso importante porque faltaba eso. Después de ver quecon la muerte de Franco no termina nada -o sea es una continuación-, después de que Xiberta falla… hace falta un nexo de unión de todas aquellas fuerzas que habían combatido al franquismo. Y esto me gusta dejarlo bien claro: no se combatió en Euskal Herria contra Franco porque era Franco; luchábamos por nuestro destino. Y Herri Batasuna nació precisamente para unir las luchas por la amnistía, por los derechos civiles, por los derechos políticos, por la clase trabajadora, contra Lemoiz… Esas luchas populares tenían que tener una forma de expresión y de defensa. Así nació HB como coalición.

Durante muchos años usted fue el referente femenino en un mundo en el que predominaban los hombres. ¿Costó trabajo que las mujeres llegaran también a las responsabilidades de dirección?

Sí, como en todas partes. En HB se tardó hasta hace bien poco que en la dirección hubiera mujeres consideradas parte igual que el hombre y en condiciones iguales para poder trabajar. En mis tiempos jóvenes, el feminismo no estaba todavía tan trabajado. Y cuando yo empecé en la Mesa Nacional, creo que estaba más como Itziar Aizpurua que como mujer; es decir, más por el aporte respecto al trabajo que había hecho y a lo que representaba después del Proceso de Burgos que como mujer…

Madrid, 20 de noviembre de 1989. Llevaban al Congreso de los Diputados un mensaje de diálogo y les esperaba un atentado mortal en el Hotel Alcalá. ¿Cómo recuerda aquella noche?

Fue terrible para todos; no era eso lo que esperábamos, naturalmente. Nosotros fuimos a abrir el camino del diálogo para una posible negociación, para un entendimiento, y nos encontramos que a la noche, al cenar, aparecieron dos encapuchados y mataron a tiros a Josu Muguruza e hirieron a Iñaki Esnaola…

… que estaba a su lado, creo…

Sí, estaba a mi lado. [Los disparos] me agujerearon la chaqueta también. Pero lo importante fue que mataron a Josu. Y Josu nos hacía falta. Cuando hablamos de los que se van, yo considero que nadie somos imprescindibles, pero hay personas que son más necesarias que otras. Josu era una pieza muy importante y necesaria en aquel momento. Muy necesaria. No tengo duda alguna de que supieron dar el tiro donde querían. Sin lugar a dudas…

Usted ha conocido la cárcel, la detención -17 días incomunicada, golpes, simulacros de violación-, ha vivido la muerte de cerca -tiros en la detención de Jokin, otro tiroteo en Biarritz, penas de muerte, una bomba en la cafetería familiar cuando estaban los dos dentro, el atentado del Hotel Alcalá…- ¿Puede alguien llegar a acostumbrarse al sufrimiento, al horror?

No creo que acostumbrarse sea la palabra exacta. Yo creo que hay que aceptarlo. Es duro decir eso: hay que aceptarlo porque creo en el futuro, porque creo en lo que he hecho también y porque creo que algún día todo esto va a valer para que nuestro pueblo sea libre. Y si nuestro pueblo es libre, egoístamente lo seré yo también. Por eso creo que estas cosas hay que aceptarlas. El precio lo pone el enemigo. Muchas veces vienen a mí a decirme «Itziar, ¿hasta cuándo….?»

¿Qué les responde usted?

Les suelo responder siempre que tenemos que mirar la lucha para ver el fruto hoy mismo. No tenemos que esperar que voy a ver esto el año que viene, no. Hay que luchar para verlo mañana a la mañana, pero no pensar en que lo vayamos a ver. Es muy duro, pero yo pienso así.

Quienes le conocen bien aseguran que su vida con Jokin, más allá de las tareas militantes, fue una intensa relación de amor…

Sí, así fue y así es. Aunque parezca mentira, así es, porque yo sigo queriéndole intensamente y le sigo teniendo en mi interior. Sé que no le voy a ver nunca más, ahora sí lo sé. En Burgos era así también pero volvimos a vernos. Hubo otros momentos duros: en comisaría me dijeron que estaba muerto… pero todo tuvo su final positivo. Ahora sí sé que no voy a verlo nunca más, pero mientras yo viva, vivirá él y viviremos los dos.

¿Es el amor un motor de las acciones humanas?

Efectivamente; el amor es revolucionario. El amor es capaz de saltar dificultades por encima de todo. Es algo muy grande, como el odio -pienso-. El amor no es solamente entre hombre y mujer, es en la sociedad, es el amor a la patria, es el amor al pueblo… El amor es entrega.

Jokin y usted renunciaron a tener hijos por la dedicación que les exigía la actividad política. ¿Ha lamentado en algún momento aquella decisión?

Ahora a veces… Cuando a Jokin le condenaron a muerte e iba a entrar en capilla, pasé aquellos dos días y tres noches diciendo: «Llámame, por favor, porque voy a hacer lo indecible para tener un hijo tuyo y así, si tú te vas, al menos, voy a quedar con él». Y hoy pienso que si hubiera existido Aralar -que es como pensábamos llamarle- habría tenido el amor de Jokin. Pero también habría estado todo este tiempo con Aralar y no con Jokin. Y creo que lo más importante es lo que hemos vivido juntos en estos treinta años.

¿Tiene contacto con los jóvenes de hoy?

Sí, tengo contacto con los jóvenes, fundamentalmente del pueblo. Y me paran en la calle y eso me hace una grandísima ilusión. Últimamente, cuando he hablado en público, a quienes veo la ilusión es a los jóvenes. Dicen que es por cómo hablo y que a ellos les llega cerca, y eso me entusiasma.

¿Qué le parecen los jóvenes?

Me parecen tan saludables y entregados como en nuestro tiempo. También hay que pensar que esta sociedad no es la nuestra; ésta lleva a una salida casi individual y a un egoísmo atroz. También creo que hay una parte de la juventud que realmente lo está haciendo bien, pero está mucho más castigada y reprimida que en nuestro tiempo. En el plan de represión directa, de cárcel, de sumarios, de todo esto, hoy está mucho más reprimida… Hoy en día se reprime a quien levanta la cabeza. En ese sentido estoy con la juventud de hoy a tope. Y lo que más me duele es que muchas veces no pueda hacer su trabajo social y militante…

Ha perdido a muchos compañeros en su vida… ¿Recuerda a alguien especialmente?

A varios… Por empezar por la persona mayor, a Telesforo Monzón. Le quisimos mucho, aprendimos mucho de él, sus maneras, su elegancia -aunque no sé si se me ha pegado mucho-, su saber hacer, su saber hablar… Y cómo no, Santi Brouard, a quien quise mucho, un gran abertzale socialista de la cabeza a los pies. A Jon Idigoras, compañero de faenas, a Josu Muguruza, a Txomin Iturbe, a Argala… Muchos compañeros ideales, maravillosos, necesarios…

¿Qué es ser abertzale para usted, señora Aizpurua?

Ser abertzale es vivir en una tierra -ama lurra- para amarla, para defenderla. Vivir en un sitio donde queremos ser lo que nacimos. Nacimos euskaldunes y queremos morir euskaldunes. Nacimos en una tierra y no queremos nada más, no queremos conquistar nada, no queremos las cosas de los demás, sólo queremos lo nuestro y defender esta tierra. Y queremos ser soberanos, decidir nuestro futuro, edificar nuestro pueblo en libertad.

¿Qué le parece la alianza entre fuerzas independentistas?

Me parece importante, sobre todo en este momento, en el cual el PSOE ha llegado a unas cotas inadmisibles de represión y está impidiendo que este pueblo pueda ser libre. Y está engañando e intentando frustrar a la juventud porque está hablando de paz. Y hablar de paz no es válido en estos momentos; la paz debe estar basada en la justicia y en la libertad. Una paz etérea no sirve para nada porque tenemos que hablar también de nuestros muertos. No podemos esperar más de setenta años para rescatar el honor y la gloria de nuestros muertos. Mientras, nos están pasando por los morros sus muertos únicamente. En esta guerra -que sigue existiendo todavía- existen muertos por ambos lados. Podremos hablar de paz cuando todos ellos puedan descansar en paz, pero en esa paz basada en la justicia y en la libertad. Hasta entonces, no. Por eso es importante que determinadas fuerzas políticas se pongan de acuerdo en unos mínimos democráticos para que en este pueblo podamos vivir bajo el prisma de conseguir la libertad. Ahora nos están pasando por los morros un parte de guerra todos los días.

Pero también hay vascos que impulsan esa estrategia que usted apunta…

Eso no es inamovible. En el momento en que adquiera una fuerza importante la movilización, creo que van a tener que moverse todos aquellos que en este momento dicen «no a esto» o «no a lo otro»… En el momento en que el pueblo se levante para construir, creo que los demás también van a tener que moverse, levantarse del asiento y adoptar otra postura.

Con toda una vida de militancia política a sus espaldas, ¿cómo ha visto evolucionar Euskal Herria en estas décadas?

Lo más importante es que hay mayor conciencia abertzale. En los años sesenta muchas conciencias se cerraron y otras se amoldaron a la situación; nuestra labor fue abrirlas. Creo que la mayor aportación desde ese tiempo es haber conseguido que el abertzalismo hoy sea mucho más amplio y con mayor conciencia. Ahora hay que encauzar, el problema está ahí: eso es lo que nos va a costar, porque el enemigo sabe perfectamente que, si se encauza, esta fuerza va a ser imparable. Y vamos a conseguir que este pueblo tenga el futuro en sus manos.

¿El país está en ese momento?

Creo que estamos empezando. La suma de siglas no hace siempre la misma sopa; es importante pero los partidos políticos no son dirigentes máximos del pueblo. El pueblo tiene que tener razonamientos suficientes y conciencia para decir «voy a hacer esto». Los partidos han perdido capacidad moral ante el pueblo; son importantes siempre y cuando sepan encauzar el movimiento popular. Hay que dejar al pueblo que hable, que diga lo que quiere, hay que seguir el latido del pueblo. A la vez, siempre hay que preparar al pueblo, porque la lucha ideológica es tan importante o más que cualquier otra en este momento, mucho más que nunca.

¿Qué ingredientes alimentan toda una vida de entrega?

El amor… Lo digo sinceramente. Yo soy muy apasionada cuando está en juego mi pueblo. Y el amor es el ingrediente más importante para vivir, para liberar un pueblo, para luchar por lo que se quiere, para sufrir…

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