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Nacionales E.Herria :: 23/12/2013

El río y el oculista

Borroka Garaia
La acción contra Argala no fue simple venganza por la muerte de Carrero sino que buscaba quitar de en medio a uno de los mayores teóricos que ha dado la izquierda abertzale

Ayer se cumplió un nuevo aniversario de la muerte de Jose Miguel Beñaran “Argala”. Pese a que el estado español en un alarde de hipocresía y cinismo remarque una y otra vez que no existe conflicto político ni expresiones multilaterales de violencia derivadas de éste, el caso es que ese estado colocó un explosivo debajo de su coche causándole la muerte en la explosión.

Han sido cientos los muertos a causa de la represión y de acciones perpetradas por individuos bajo el amparo de la ley impuesta. El sistema de exterminio carcelario que llevó a la muerte al preso político Xabier López Peña o el caso de Iñigo Cabacas a manos de la ertzaintza son dos de los últimos ejemplos.

Iñigo fue una víctima mortal aleatoria de la política de hostigamiento de la policía autonómica española contra la población civil en un entorno impune para practicar violencia de estado como las cercanías de una sede social de la izquierda abertzale.

Sin embargo, Argala no fue una víctima. Argala era un militante armado patriota y socialista. Y pese a que era consciente de la dureza del camino elegido, del daño externo causado en el enemigo y el daño interno que produce en la persona la estrategia armada, también era consciente que podía morir en una acción preparada contra él.

Argala no llegó a cumplir los 30 años de vida. A Txabi Etxebarrieta lo mataron con 23, su hermano Jose murió con 33.

Es posible que estas personas hubieran impulsado la estrategia y teoría para llevar hasta el final el proceso revolucionario vasco. La acción contra Argala no fue simple venganza por la muerte de Carrero sino que buscaba quitar de en medio a uno de los mayores teóricos que ha dado la izquierda abertzale y la izquierda internacional en muchas décadas.

Han pasado ya 35 años desde su desaparición. Mucho ha llovido desde entonces. Hoy existen condiciones objetivas que no existían entonces. Algunas mejores, otras peores. Muchas de ellas fueron anticipadas con clarividencia y otras han surgido debido a la incidencia política de la izquierda abertzale, el movimiento popular y la clase trabajadora.

Argala sostenía con contundencia que no puede haber ninguna organización revolucionaria, pese a que sean imprescindibles, que pueda llevar hasta el final los objetivos de independencia y socialismo. Que es la clase trabajadora vasca como sujeto revolucionario la única que puede acabar con la opresión nacional y social. No es mera retórica, ya que esta filosofía tiene cargas de profundidad ideológica muy decisivas de cara a la auto-organización popular, la relación con los estamentos de poder, con el estado y sus instituciones, y el descarte consciente del sectarismo, el partidismo, o la variación de la realidad por el deseo.

En la antigüedad se decía que nadie puede bañarse dos veces en “el mismo río”. No solo porque la corriente del agua será distinta, sino porque toda persona también lo será. Los análisis de coyuntura se mueven junto al transcurrir del tiempo, las tácticas también pueden verse modificadas, los principios políticos pueden reforzarse o erosionarse. Pero los paradigmas políticos y las bases dialécticas de donde nacen los diversos planteamientos que se interrelacionan con la realidad cambiante no. La realidad de la existencia del río permanece.

35 años después, parece que esa realidad del río no está demasiado clara. Ni para los que dicen revolución socialista mañana por la tarde, contradiciendo al propio Argala en la necesidad de análisis de condiciones objetivas para darse y la apuesta por lograr objetivos tácticos en ese camino, como los derechos democráticos, ni para otros donde la necesidad de un proceso revolucionario integral, con logros tácticos de cara a un estado socialista teniendo como sujeto a la clase trabajadora, parece que se está evaporando no se sabe exactamente en qué. Y es que Argala se situaba distanciado de la miopía y la hipermetropía política.

 

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