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Andalucía :: 05/06/2014

IU, Podemos y las razones del avance del neoreformismo

Francisco Campos López
IU y Podemos no representan unas alternativas al régimen sino una renovación de la izquierda del régimen.

En el día de las elecciones al Parlamento Europeo, los periodistas cumplieron con la tradición de preguntar a los líderes de los partidos del régimen a la salida de sus colegios electorales para que éstos llamasen a la participación. Uno de ellos fue Cayo Lara, el mismo “izquierdista” que se cubrió de gloria ofendiendo a los trabajadores de Delphi llamándolos “desclasados”, el cual cumplió, y lo hizo dirigiéndose a los que propugnaban la abstención, a “los que pasan de votar” según sus propias palabras, manifestando que “no votando, con la abstención, nunca se cambio el curso de la historia”. Y esto lo dice alguien que se autocalifica como “comunista”. Desconocía yo que la toma del Palacio de Invierno fue realmente una entrada masiva en un colegio electoral, papeleta en mano, buscando una urna para votar. Que lo que hubo en Rusia y que posibilitó el cambio del curso de la historia no fue una revolución sino unas elecciones.

Pero más allá de lo estrambótico de dichas declaraciones, las mismas son significativas tanto como muestra del punto de degradación teórica en que se desenvuelve el PCE-IU, como del nivel de implicación de la federación y el partido en el Sistema y sus engranajes institucionales e ideológicos. Lo que, por otro lado, no constituye ninguna novedad. De hecho el PCE, primero en solitario y posteriormente a través y junto al resto de componentes de IU, constituyeron y siguen constituyendo elementos fundamentales, primeo para el establecimiento y después para el mantenimiento del régimen neofranquista actual. Sin su colaboracionismo disfrazado de responsabilidad y de realismo, la “transición” no hubiese sido posible y el régimen hoy lo tendrá difícil. La contribución del PCE, y después del PCE-IU, a la contención y desmovilización popular, así como al desclasamiento obrero, fue y es esencial para que el franquismo pudiese sobrevivir a la muerte del Dictador. Sin su contribución la ruptura se hubiese impuesto. Como consecuencia, ahora tendríamos una democracia burguesa real, en lugar de este continuismo neofranquista ampliado. De esta permanencia del franquismo camuflado tras la máscara de una “monarquía constitucional”, y ampliado a la participación en sus beneficios y en sus privilegios a esas “izquierdas” y “demócratas” que, como PSOE y PCE, cambiaron poder por democracia.

El régimen actual, por tanto, no alcanza tan siquiera a detentar la categoría de una democracia formal. Y ese es el gran error en que incurren muchos desde posicionamientos supuestamente alternativos, ya que la determinación de las características y la catalogación del régimen al que se enfrentan constituyen elementos determinantes de las estrategias y de las tácticas. Para las izquierdas revolucionarias, las únicas que son y pueden ser realmente transformadoras, no son ni pueden ser idénticas las estrategias que se deriven de la conceptuación del régimen como neofranquista o democrático burgués. Tampoco son o pueden ser tan siquiera semejantes las tácticas que conllevará la lucha contra un continuismo franquista aparentemente democrático a aquellas otras que se desarrollarían en el seno de una democracia burguesa real. Y esa es la contradicción fundamental en el seno de muchos colectivos que se reclaman como parte de la oposición al régimen. Su errónea identificación del mismo, o la inexistencia de una teorización en concordancia con la conceptuación, es lo que les lleva a elaborar unos proyectos equívocos que les arrastra indefectiblemente, a ellos y a sus seguidores, a fracasar permanentemente y a convertirse inconscientemente en unos agentes al servicio de los intereses del Sistema.

Lógicamente, si vivimos en un régimen político que es mero continuismo franquista envuelto en apariencias de democracia formal. Si no es ni supone más que la permanencia encubierta de las estructuras políticas, sociales, económicas y culturales tanto de la dictadura como de sus élites dirigentes. Mero perfeccionamiento de la última etapa franquista, de esa “dictablanda” del desarrollismo tecnocrático tardo-franquista envuelta en formalismos pseudo democráticos de “monarquía constitucional”, y arropado por la legitimidad que le concede la participación de ciertas “fuerzas democráticas”, habrá que desempolvar las viejas políticas antifranquistas y rupturistas como elementos aglutinadores de la oposición y el cambio, lo que conllevará que los proyectos tendrán que encaminarse a su sustitución, las estrategias a su superación, y las tácticas a su negación y a la confrontación con sus elementos constitutivos y sostenedores.

Allí donde no hay democracia siempre hay una oposición democrática que se sitúa al margen del régimen y se une en torno a un proyecto unitario de mínimos cuyo fin es alcanzarla. De ahí que esa oposición le dé la espalda al régimen usurpador de la democracia, deslegitimándolo y no participando en sus elecciones e instituciones. Dado que el objetivo último es la sustitución del régimen por otro que si sea calificable de democrático, aunque sea en su mínima expresión democrático burguesa, esa oposición no se propone ni propone cambios en el. No defiende mejoras en sus procesos electorales, en sus políticos, en sus instituciones, en sus legislaciones, etc. Tampoco pretende aumentar la participación popular, que sus responsables escuchen al pueblo o que tengan en cuenta su parecer. A esa oposición le son indiferentes sus gobiernos, sean estos conservadores o “progresistas”, de derechas o de “izquierdas”. No hace distinción entre ellos, pues sabe que todo lo que forma parte del régimen es sólo régimen. Esa oposición a un régimen que “le llaman democracia y no lo es”, por eso mismo, rompe con él, propugnando la ruptura, la no colaboración y la actuación al margen y en contra de los cauces establecidos.

Por contraposición, las fuerzas del régimen, que lo conforman y que le sostienen, serán todas las que sí forman parte del mismo mediante su participación, se llamen como se llamen y lo justifiquen como lo justifiquen. Aquellas que están integradas en el o que aspiren a integrarse en él; conformando sus instituciones, actuando en ellas y mediante ellas, así como encauzando las reivindicaciones a través de las mismas. Aquellas cuyas políticas sean institucionalistas e institucionalizadas, cuyo objetivo es mejorar y gobernar el régimen. Como consecuencia, sus “izquierdas” serán aquellas que actúen como oposición del régimen y dentro del régimen, y no como oposición contra el régimen y desde fuera del régimen, defendiendo el reformarlo en lugar de confrontarlo y mejorarlo en lugar de destruirlo. Serán sus “izquierdas” aquellas que propugnen mayores participaciones y defiendan la profundización en la “democracia”, pues partirán de su existencia y por tanto no se tratará de alcanzarla sino de mejorarla. Será a ellas, por tanto, a las que sí les importará quién gobierna. Las que lucharán por lograr otras mayorías y porque sus políticos sean diferentes. Serán ellas los que crean y propaguen que cambiando determinadas leyes o instituciones el régimen podrá ser un instrumento útil y utilizable.

El régimen actual se asienta y se sostiene sobre la base comúnmente aceptada por todos los que forman parte de él acerca de ser una democracia, quizás imperfecta, decididamente mejorable, incluso necesitada de cambios profundos o “radicales”, pero democracia. En cuanto a su razón de ser, los pilares inamovibles e indiscutibles, justificativos de la propia existencia de este régimen; como en el caso de todos los regímenes españoles es el de mantener “la unidad de la patria”, o sea de este latifundio de explotación intensiva llamado España, ya sea bajo la forma de “nación” o como frontera común estatal, así como el “libre mercado”, o sea la del expolio y el latrocinio institucionalizado del capitalismo. España y Capital, su salvaguardia y potenciación. A eso se reduce todo. Eso fue lo pactado en la “transición” y a eso se atienen sus fuerzas políticas. Y dentro de esos mismos márgenes se mantienen y actúan las que quieren sustituirlas. Pretextando unidades, practicismos e inmediateces ocultan su entreguismo a cambio de promoción.

Por eso el neoreformismo, como renovadores de la izquierda del régimen, sostienen estos tres presupuestos, los afirman y proponen en concordancia con ellos: Que este régimen es democrático. Que España es una realidad nacional objetiva o una unidad estatal beneficiosa. Que economía es y equivale a un sistema económico factible o posible, o sea: capitalismo. Un capitalismo más “social”, con mejoras en la distribución de riquezas y con mayores controles colectivos, más “equitativo” y “justo”, pero capitalismo al fin y al cabo. Esto es lo que les une, lo que propagan sus elementos políticos y sociales, ya sea explícitamente o de facto; realizando discursos superficialmente antisistema, y en la praxis encauzando propuestas y luchas dentro de los márgenes del Sistema. Como mera alternativa de alternacia dentro del régimen, el nuevo reformismo se mantiene dentro de lo pactado.

Y es precisamente en estas diferencias en las que se haya la distinción entre ser y formar parte de la izquierda del régimen, mera alternativa de alternancia en el poder, o ser y formar parte de la izquierda contra el régimen, vanguardia contra el poder establecido. El ser, o no, una oposición radical e intransigente a sus basamentos e instituciones. Es dentro de estos marcos referenciales en los que hay que situar el análisis para dilucidar en torno al significado y las consecuencias de los “éxitos” electorales. Y es también dentro de estos presupuestos en los que adquiere su pleno sentido las declaraciones de Cayo Lara. Decir que el cambio es factible a través del voto, o que incluso sólo es posible mediante el voto, no es un mero error, es trabajar por imposibilitarlo. Consolidar al régimen asegurando la derrota popular. Y ese papel es el que desempeño en “la transición” la vieja socialdemocracia, y es el que ahora retoma su relevo, este neoreformismo, mezcla remozada tras envolturas superficialmente rompedoras del tradicional ideario regeneracionista español y las sempiternas recetas pro capitalistas socialdemócratas.

El que una opción política o social detente mayor número de afiliados, votos o asistentes a sus actos no significa automáticamente ni conlleva necesariamente que actúe adecuadamente, y por tanto tampoco constituye en sí misma una constancia del acierto en sus tesis y estrategias. Puede incluso ser una prueba indudable de lo opuesto. En el plano social, que una opción sea más o menos escuchada o seguida por el pueblo estará intrínsecamente interrelacionada con el grado de conciencia de clase que posea. Si está inmerso en unos altos grados de alienación sólo tendrá ojos y oídos para discursos y propuestas que se muevan dentro de los parámetros ideológicos del Sistema, puesto que no pretenderán salvarse del Sistema sino salvar al sistema para que éste les salve a ellos. Lo mismo cabe decir en el ámbito nacional. Que una opción sea más o menos escuchada y seguida por un pueblo estará intrínsecamente interrelacionada con su grado de consciencia identitaria. Si están inmersos en altos grados de desarraigo étnico-cultural sólo tendrán ojos y oídos para discursos y propuestas que se muevan dentro de unos parámetros españolistas y estatalistas, pues no pretenderán salvarse de España y sus estados sino que aspirarán a salvar a España y a mejorar sus estados para que estos les salve a ellos.

Estaremos de acuerdo en que el grado de alienación social y desarraigo identitario del Pueblo Trabajador Andaluz es tan enorme que resulta paralizante. En estas condiciones, el pensar que una opción basada en la confrontación frontal contra las bases del Sistema, contra España y el capitalismo, cuyo nacionalismo y anticapitalismo vaya más allá de lo verbal y superficial, pueda ser votada o tan siquiera escuchada por un número significativo de población, resulta utópico. Luego, si opciones como Izquierda Unida o Podemos han experimentado una subida electoral , y más aún si ha sido tan considerable, ello sólo ha sido posible porque ambas candidaturas han defendido postulados que permanecen dentro de los límites ideológicos de la izquierda del régimen, del reformismo socialdemócrata y el regeneracionismo españolista, pues si no hubiese sido así no habrían obtenido tal número de votos. De hecho basta leer sus programas para comprobar que ese ha sido el porqué. IU y Podemos no representan unas alternativas al régimen sino una renovación de la izquierda del régimen. El relevo de la vieja socialdemocracia del PSOE por el nuevo reformismo populista. El triunfo de nuevas formar de transmitir el mismo mensaje que defendiera aquel PSOE de 1982: el de la posibilidad y la certeza del cambio dentro del régimen y a través del propio régimen. Que votar es la forma de “cambiar el curso de la historia”.

El triunfo de IU y Podemos no constituyen ninguna esperanza de cambio real, tan siquiera de la existencia de posibilidades de transformación de la realidad a corto ni a medio plazo. Significan y conllevan precisamente todo lo contrario; expresión de las gigantescas dificultades a las que tiene que hacer frente y que seguirá teniendo que hacer frente el movimiento revolucionario andaluz. Que planteamientos y propuestas meramente reformistas, cortoplacistas y buenistas, propias de un populismo sólo verbalmente radical y que no atentan ni pretenden atentar contra el régimen, contra España y el Capital, que no lo hacen tambalear sino que lo refuerzan, puedan pasar por radicales, transformadoras, populares e incluso andalucistas, lo demuestra.

Pero la mayor y más palpable demostración del confusionismo reinante, de la inexistencia de condiciones objetivas de posibilidades de transformación, se encuentra en el paradójico hecho de que hasta en elementos del entorno de la izquierda soberanista, entre aquellos que en teoría tendrían que poseer una mayor claridad de ideas, se da el que en lugar de ser los abanderados de la ruptura, se dejan arrastrar y van tras la estela del reformismo españolista de nuevo cuño representados por “alternativas” como IU, Podemos y otros semejantes. Si incluso entre los que están llamados a constituir vanguardia crítica y combativa de nuestra tierra, a despertar y levantar al pueblo, los hay que están inmersos en idéntica confusión y ceguera, se evidencia que el proceso de liberación andaluz, su propia puesta en marcha, va a ser otra larga marcha.

En Andalucía habrá una alternativa de cambio cuando haya una voz que transmita un mensaje inequívoco acerca de que no vivimos en democracia. De que no hay solución en el capitalismo y de que no hay futuro dentro del Estado Español. Que en lugar de democracias participativas plantee acabar con el neofranquismo. Que no abogue por economías más sociales y más justas sino con destruir el capitalismo. Que no proponga otros estados españoles sino liberarse de España. Y habrá esperanza de cambio cuando estos mensajes y propuestas sean escuchados y seguidos por nuestro pueblo. No cuando las clases populares andaluzas voten a IU o Podemos, sino cuando les den la espalda y sean conscientes de que como realmente “nunca se cambió el curso de la historia” fue con el voto. Que el curso de la historia sólo lo cambian las revoluciones. La voz ya existe, es la de la revolución andaluza, la de la izquierda independentista. Ahora se trata de que no quede distorsionada por sucedaneos ni ahogada por reformismos embozados, así como de saber hacerla llegar a nuestro pueblo y de lograr que éste asuma el mensaje. De nosotros y sólo de nosotros depende.

Francisco Campos López

 

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