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Medio Oriente, Mundo :: 01/09/2013

Siria: No hay peor sordo que el que no quiere oír

Bahar Kimyongur
Con los atentados terroristas dirigidos contra civiles, numerosos periodistas han caído en las teorías del complot mas grotescas

Ponencia de Bahar Kimyongur, autor del libro “Syriana, la conquista continúa”, durante la Conferencia sobre Siria– organizada por el Instituto Internacional por la Paz, la Justicia y los Derechos Humanos (IIPJHR) – al margen de la 22 sesión del Consejo de los derechos humanos de la ONU (25 febrero 2013).

En el momento en que celebramos con rabia, impotencia y duelo el segundo aniversario de la guerra en Siria, una enésima mirada retrospectiva sobre la cobertura mediática no está de más para entender el extremismo de los beligerantes que ha conducido a la descomposición de la situación que conocemos hoy.

Hay que constatar que en los países alineados con la política extranjera estadounidense, en especial Francia, Bélgica, los Países Bajos e Inglaterra, sólo un puñado de periodistas ha intentado comprender la complejidad de la situación siria, nadando a contracorriente en un ambiente hostil, dominado como lo está, por batallones de intelectuales sentimental y políticamente adictos a la causa rebelde.

Desde el comienzo de la crisis siria, los observadores independientes han pescado numerosos casos de manipulación mediática que algunos profesionales de la información vehicularon a veces de manera involuntaria.

Creyendo servir a la disidencia siria y someterse así a los valores humanistas de los que se jactan ser guardianes, los periodistas serios se han convertido en ministros de una propaganda tan torpe como nociva.

Los análisis minuciosos y la moderación que se esperaba de ellos cedieron el lugar unas veces a efectos de anuncio y otros comunicados triunfalistas cantando los éxitos militares de la rebelión, y otras veces a panfletos incendiarios que, mediante una demagogia de superlativos excesivos, vilipendian las prácticas represivas reales o fabricadas de los servicios de seguridad sirios.

Por ingenuidad o convicción, por cobardía o pereza, los periodistas se han mofado de los principios elementales de su profesión, como son la investigación de terreno, la verificación de las fuentes o el cotejo de la información. Protestaron por la censura al mismo tiempo que la aplicaban hacia las voces criticando la doxa occidental sobre Siria. Algunos de entre ellos no tuvieron miedo de caer en la caricatura o en la calumnia para desacreditar las voces disidentes que ofrecían una visión independiente de la situación en ese país.

Los rumores propagados en las redes sociales, como la pretendida huida al extranjero del presidente sirio, su pretendido tren de vida fastuoso, su pretendido plan de repliegue en un territorio alauí imaginario o aún su pretendida retirada en un portaaviones ruso, fueron complacientemente difundidos por seriecísimas agencias de prensa.

El entusiasmo mediático planetario fabricado a partir de salvas de engaños anti Gobierno tuvo por principal efecto el de radicalizar a las fuerzas lealistas y de ridiculizar a los partidarios de una democratización sincera de su país. Haciendo eso, los principales medios occidentales no manifestaron el mismo entusiasmo cuando se trataba de hablar de ciudadanos progubernamentales desmembrados, ametrallados o despedazados por las bombas de los rebeldes y de sus aliados takfiristas.

Las decapitaciones rituales organizadas por éstos no suscitaron la misma indignación que las exacciones cometidas por el ejército gubernamental. Ni las llamadas al genocidio de los alauís y de las otras minorías «impías» lanzadas desde el comienzo de la crisis siria en algunas mezquitas del país y mediante cadenas satélite del Golfo en horarios de gran audiencia.

No es sino un año y medio después de las primeras manifestaciones cuando la prensa occidental ha descubierto a los tele coranistas del odio, como el sirio exiliado en Arabia Saudí Adnane Arour, quien se jacta sin embargo de tener millones de adeptos en Siria y en el mundo.

No hay peor sordo que el que no quiere oír, dice un viejo adagio. En lo que concierne a los atentados terroristas dirigidos contra civiles, numerosos periodistas han caído en las teorías del complot mas grotescas, acusando al bando lealista de matar deliberadamente a sus propios hijos para desacreditar a la oposición.

Respecto a los activistas por la paz y la soberanía de los pueblos que, en Bruselas, Paris o Londres, predican desesperadamente en el desierto, se han visto prohibir simbólicamente toda expresión de empatía hacia los civiles inocentes, que tenían la mala suerte de morir bajo la bandera equivocada.

Cuando un equipo de la cadena 'Al Ikhbariya', la de la famosa periodista Yara Saleh, fue tomado como rehén por el Ejército sirio libre (ASL) durante el verano de 2012, los grupos de prensa occidentales jugaron a los tres monos. Ninguno de los medios dominantes, sin embargo tan proclives a defender la libertad de la información, evocó el final trágico de Hatem Abou Yahya, el asistente de cámara del equipo ejecutado por sus secuestradores. La liberación de los otros tres miembros del equipo por el ejército gubernamental sirio no suscitó mayor entusiasmo entre nuestros fabricantes de opinión. Quienquiera que desee conocer la amplitud del apagón mediático que afectó al equipo de Al Ikhbariya no tiene más que teclear el nombre de uno de sus desgraciados periodistas en un motor de búsqueda. No se encuentra casi ninguna huella de su secuestro.

Los horrores de la guerra fueron imputados sistemáticamente al régimen sirio, incluso aquellos que la rebelión reivindicó orgullosamente. Durante dos años, algunos pretendidos expertos de Siria pregonan el «final inminente» del régimen, basándose entre otras en las afirmaciones del Observatorio sirio de los derechos humanos (OSDH). Según dicen, el régimen estaba «cada vez más aislado». Estaba «acorralado, rodeado por todas partes». El presidente sólo contaba con «algunos fieles corrompidos surgidos de su comunidad». Pareciera incluso que toda la población estaba movilizada contra la dictadura de una «secta», un «clan», una «familia», una «mafia». Los días, o las horas del presidente estaban contados.

En diciembre de 2001 el ministro de asuntos exteriores israelí Ehud Barak no daba más que algunas semanas o meses antes de la caída de Assad. ('Le Monde', 6 diciembre 2011). El antiguo diplomático francés Wladimir Glasman alias Ignace Leverrier, quien anima el blog de propaganda «Un œil sur la Syrie» alojado en 'Le Monde' creyó necesario crear un hilo de información con una «crónica de la fragmentación del régimen». Pero su torrente de noticias triunfalistas se agoto rápidamente.

En agosto 2012, Gerhard Schindler, el jefe de los servicios secretos alemán BND, va más allá que sus homólogos israelíes. Se une al club de los profetas y oráculos declarando que (no ya los meses o semanas sino) los días del régimen del presidente Assad estaban contados (RFI, 20 agosto 2012). Esta brillante predicción que data ya de más de seis meses viene a ser lo mismo que afirmar que todos los seres vivos morirán con certeza algún día. El primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan prometía por su parte celebrar la victoria de los rebeldes yendo muy próximamente a rezar a la mezquita de los Omeyades en Siria. ('Hürriyet', 5 septembre 2012). Desde entonces, mucha agua, sangre y lágrimas han corrido bajo los puentes que atraviesan el Orontes.

Las amenazas de intervención armada, el chantaje, los arrebatos de chulería, las estrategias subversivas que van desde las operaciones «false flags» hasta la puesta a disposición de un sobre de 300 millones de dólares por las petromonarquias árabes para alentar a las defecciones en el seno del gobierno sirio y del ejército, no han acabado con la combatividad del régimen ('Le Figaro', 3 abril 2012; 'Russia Today', 11 agosto 2012).

¿No resulta sorprendente que sólo una ínfima minoría de altos funcionarios de un Estado, sin embargo tachado de venal y corrupto, haya cedido a los cantos de sirena mancillados del Golfo y sucumbido a la tentación pecuniaria incitada por monarcas tan barrigones como sus barriles de petróleo?

Ninguno de entre esos señores de la gran prensa, pretendidamente bien informados, juzgó oportuno asociar la flema del presidente sirio al apoyo popular, en efecto difícilmente cuantificable, pero bien visible y real, del cual disfruta y en el que deposita su confianza en el futuro. En lugar de analizar la realidad tal cual es, los francotiradores de nuestros medios de masas, atónitos por la actitud zen del presidente sirio se consagraron a bosquejar el retrato psicológico de un «asesino a sangre fría».

Con una mala fe cuyo secreto solo ellos detentan, no vieron sino factores externos y militares en su mantenimiento en el poder: la mano invisible de Hugo Chávez, el armamento ruso e iraní, el apoyo logístico del Hezbollah, el terror de los moukhabarats y de los chebbihas, la potencia de su aviación… En cuanto al pueblo, era según ellos unánimemente adicto al derrocamiento del régimen. Sólo unos raros periodistas honestos intentaron comprender cómo una dictadura podía concentrar cientos de miles de simpatizantes en la calle sin peculio ni bayoneta.

A las alegaciones que describían un ejército sirio desmoralizado, respondían las imágenes de soldados de infantería vivarachos y motivados. Raros han sido los observadores europeos que han analizado objetivamente la combatividad del ejército árabe sirio y del Baas sirio, padre de todos los baasismos.

Los estrategas occidentales y sus subordinados árabes apostaban por un desmoronamiento comparable al del régimen iraquí a la víspera de la caída de Bagdad en 2003. En vano. Esperaban ver a partes enteras del ejército sirio unirse a la rebelión, como pasó en la guerra civil libia en 2011. En vano. Hace poco, Rami Abdel Rahmane tuvo que reconocer en la cadena de información 'France 24' que el peso de las defecciones se sobreestima. «Las defecciones no han pesado en el ejército sirio» afirmó. ('France 24', 23 enero 2013).

En la misma entrevista, interrogado sobre la creación de las Fuerzas de defensa nacional por el ejército sirio, una formación paramilitar de 50.000 mujeres y hombres encargada de defender sus barrios contra las incursiones rebeldes, Rami Abdel Rahmane echó por tierra un prejuicio más, en menoscabo de aquellos que tachan al gobierno de Damasco de «régimen alauí». Efectivamente, dijo: «Esas nuevas fuerzas están formadas de personas de todas las confesiones. (…) Simplemente son personas que apoyan al régimen y contrariamente a lo que se piensa, hay de todas las comunidades». «Contrariamente a lo que se piensa», señala. Y he aquí que la fuente siria más creíble a los ojos de Occidente cuestiona una idea ampliamente difundida. ¿Difundida por quién? Por los fabricantes y traficantes de opinión que pueblan las oficinas de redacción de nuestras gacetas, hemiciclos, cátedras universitarias, centros de estudios estratégicos y platós de televisión.

Hoy, tras dos años de guerra sin piedad, frente a la tenacidad del régimen y de la población lealista, las mismas fuentes reconocen tímidamente haberse precipitado. Dos años y 70.000 muertos después, han tenido que repasar sus exámenes.

Veamos ahora cuatro de los estereotipos mas rumiados, recalentados y servidos hasta la saciedad por nuestros grandes medios.

Teoría n°1: Al comienzo, el movimiento sirio de contestación era pacifico.

Es verdadero y falso a la vez. Varias decenas de manifestantes pacifistas fueron torturados y asesinados, especialmente en Deraa. Ese terrorismo de Estado es injustificable. Pero desde el comienzo de la contestación, las fuerzas de seguridad fueron igualmente el blanco de disparos provenientes de los manifestantes. Numerosos policías y militares fueron asesinados bajo las balas de los opositores desde los primeros días de la contestación. Se descubrieron redes de túneles y escondites de armas, inclusive en mezquitas. La tesis de la implicación de una «tercera fuerza», compuesta por elementos infiltrados y provocadores, nunca ha sido evocada por la prensa occidental. Por otra parte, llamadas al odio anti alauí, anti cristiano, anti chií y anti iraní fueron pronunciadas durante varias manifestaciones, en especial en Jableh, Idleb et Jisr Al Choughour. Los sonidos e imágenes de esos motines disfrazados en manifestaciones pacificas para la destinación del publico internacional abundan en la red, pero los medios mainstream no le prestaron apenas atención.

Teoría n°2: el extremismo religioso no existe en Siria. Y si existe, es el régimen quien lo ha fabricado.

Doblemente falso. Aunque la aplastante mayoría de los musulmanes suníes sirios rechazan el extremismo religioso, no por ello no se trata de una amenaza bien real, tanto para los musulmanes como para los no musulmanes. El takfirismo, esa versión facticia y fascista del Islam constituye desde siempre una amenaza existencial tanto para el nacionalismo árabe como para la cohabitación pacífica entre las comunidades religiosas. Los takfiristas sirios consideran efectivamente el baasismo como una causa comunista, atea y perversa que hay que combatir sin piedad mediante el yihad. Las creencias surgidas o inspiradas del Islam como el chiismo, el alauismo o el ismaelismo están en el mismo barco, al igual que el cristianismo o el judaísmo. Varios imames suníes sirios han sido asesinados por los takfiristas ya que se les juzgó desviados o progubernamentales. Un ejemplo reciente, el cheikh Abdoullatif al Jamil fue asesinado por los rebeldes en la mezquita de Salahaddin en Alepo a principios de este año.

Dos fuentes de inspiración se encuentran a la disposición de los islamo-fascistas sirios y extranjeros: los textos antiguos como las fatwas del teólogo sirio medieval Ibn Taymiyya y las cadenas satélites tele coránicas del Golfo como 'Iqraa TV, Wessal TV, Safa TV, Quran y Kerim TV que, sin interrupción, destilan el odio anti-chií, anti-iraní, anti-Hezbollah y anti nacionalismo árabe. Adnan Arour y todos los demas predicadores de odio se benefician de una cobertura mediática planetaria desde mucho antes que la «primavera siria». Los yihadistas instalados en territorio libanés bajo el impulso del clan Hariri, apoyado a su vez por los saudíes desde los acuerdos de Taëf, que pusieron fin a la guerra civil libanesa (1975-1990) juegan un papel de primer orden en la fragmentación de la sociedad siria sobre una base religiosa.

Las confrontaciones entre el régimen laico sirio y el takfirismo tienen una larga y sangrienta historia. Culminaron con la masacre de Hama en 1982. Las minorías fueron varias veces el blanco de masacres de carácter sectario. El atentado que tuvo como objetivo el mausoleo chií de Saida Zeinab en Damasco por parte de los terroristas de Fatah al Islam el 27 de septiembre de 2008 prefiguran la guerra sectaria actualmente dirigida por la rebelion takfirista contra el gobierno de Damasco y sus apoyos populares.

Teoría n°3: el régimen sirio es alauí.

Archifalso. Esta alegación simplista es, por añadidura, una ofensa para todas las partes en conflicto. Es una ofensa para los numerosos ministros, diputados, dirigentes de sindicatos y de cuerpos profesionales, jefes de estado mayor, oficiales superiores y medios, soldados, policías, y otros cientos de miles de funcionarios no alauíes. Es igualmente una ofensa para los numerosos opositores alauís que luchan contra el gobierno. El origen alauí del presidente sirio y de algunos miembros de su entorno no hace del Estado sirio un «régimen alauí». Siria es un Estado culturalmente marcado por el Islam suni de rito hanefí y a la vez el único Estado laico del mundo árabe. La laicidad siria está consagrada por una formula omnipresente en boca de los sirios: Al din la Allah wal watan lel jemi’: «La religión es de Allah y la patria es de todo el mundo». Curiosamente, ningún medio ha oído hablar de este principio fundamental que hace de Siria un remanso de paz intercomunitario.

Pero a esos mismos periodistas no les importuna utilizar los mismos términos que los yihadistas relacionados con Al Qaeda para calificar al Estado sirio. Ven privilegios alauíes en todas partes. Sin embargo, los alauíes viven la mayor parte con medios precarios y ni siquiera se les reconoce oficialmente como a una comunidad religiosa. Bajo la presidencia de Bachar el Assad, cerca de 5.000 mezquitas suníes y 250 iglesias han sido construidas o restauradas. En cambio, jamás el Estado sirio dedicó un solo céntimo al mantenimiento de los lugares santos alauíes ni a la remuneración de los cheikhs alauíes.

La obsesión de algunos medios y expertos en querer designar su enemigo por su identidad étnica o religiosa es sintomática de ese viejo reflejo racista y colonial que consiste en inferiorizar al otro encerrándole en una identidad simplista, englobante, despersonalizadora y llegado el caso claramente estigmatizante. Estigmatizante, puesto que algunos medios occidentales y yihadistas tienen a los alauíes por colectivamente responsables de los crímenes cometidos por escuadrones de la muerte progubernamentales sin embargo surgidos de todas las comunidades del país. Nos parece normal decir «el presidente alauí Bachar el Assad» pero nos chocaría si alguien dijese «el ministro judío de los asuntos exteriores Laurent Fabius».

Teoría n°4: La rebelión es popular. Al ejército se le detesta. Tesis mitad verdadera y por lo tanto mitad falsa. Esta teoría ampliamente difundida en Occidente sin embargo fue desmentida por los líderes del Ejército sirio libre.

Interrogado por la agencia 'Reuters', Abou Ahmed, jefe de una milicia de la Brigada al Tawhid activa en Alepo desde julio de 2012 declara: «El ESL ha perdido su apoyo popular». Estima que el 70% de la población de la ciudad es progubernamental (Yara Bayoumi, 'Reuters', 8 enero 2013). En varios barrios alepinos administrados por la rebelión, la población se queja de actos de pillaje y de malos tratos infligidos por las milicias del ESL. La población excedida se manifiesta con regularidad a los gritos de «ESL ladrones, queremos al ejército regular» ('Jaych al Hour harami, bedna jeych el nizami').

Del otro lado de la barricada, la población solicita constantemente al ejército. Basta con visionar las cadenas televisuales gubernamentales para darse cuenta de la importancia de esa otra realidad siria. Se ve a los soldados acogidos como héroes, alimentados y halagados por la población.

Si los medios tomasen ejemplo de Anastasia Popova o Robert Fisk, si se tomasen la molestia de mirar lo que hay detrás del escenario, si fueran a interrogar a los millones de sirios progubernamentales, neutros o no politizados, si se dieran cuenta de que esos ciudadanos prefieren permanecer bajo la protección del ejército y bajo la administración gubernamental, que les asegura los medios de subsistencia: un salario, una jubilación, cuidados médicos, enseñanza, etc.

Las mentiras y medias verdades en lo que concierne a Siria son tan numerosas que elaborar una lista sería un verdadero desafío. Aquellos que pretenden apoyar al pueblo sirio le harán un favor muy grande el día en que se resuelvan a describir con imparcialidad el sufrimiento de todas sus componentes. Quizás ese día, los sirios lleguen a sobrepasar sus diferencias y a encontrar las vías de la reconciliación, única condición de su supervivencia como pueblo libre.

Ginebra, 28 de febrero 2013
Bahar Kimyongur es autor de los libros «Turquie, terre de diaspora et d'exil» y de «Syriana, la conquête continue»,
www.michelcollon.info

 

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