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Pensamiento :: 16/09/2006

La histeria respecto al "fascismo islámico": Otro conjunto de mentiras para justificar la guerra

Alan Maass
[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] Los caciques de la interminable "guerra contra el terrorismo" están difundiendo un nuevo enemigo puesto al día: "el fascismo islámico." Después de que los funcionarios británicos afirmaran en agosto que habían frustrado un complot de Al-Qaeda para hacer estallar varios vuelos trasatlánticos, George Bush declaró que las detenciones eran "un duro recordatorio de que esta nación está en guerra con los fascistas islámicos."

El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, fue más allá al citar el ascenso al poder de Adolf Hitler en los años 1930 y al acusar a los críticos del Gobierno de satisfacer a "un nuevo tipo de fascismo." De la misma manera, el leal aliado británico de Bush, Tony Blair, habló de "un arco de extremismo"- en versión "específicamente musulmana"- que se extiende por Oriente Próximo.

Por muy buenas razones, Bush y compañía no se molestan en presentar prueba alguna para sostener esas acusaciones. La idea de "fascismo islámico" se basa en meter en el mismo saco a todas las organizaciones islámicas: desde Hezbollah en Líbano, que al igual que el gobierno de Irán se apoya en los chiíes, hasta los ultra-wahhabíes sunníes de al-Qaeda, que consideran a los chiíes enemigos e infieles a los que hay que exterminar.

Nadie seriamente puede comparar a los creyentes de la religión islámica con el fenómeno político del fascismo- históricamente, un movimiento de extrema derecha de clase media cuyo objetivo era aplastar todas las organizaciones obreras de clase y eliminar la democracia. El fascismo, en general, es nacionalista y virulentamente racista, y el ejemplo clásico fueron las políticas genocidas del nazismo.

Incluso el ideólogo ultraderechista Daniel Pipes es cauteloso a la hora de compararlo con el Islam. "Apruebo la creciente voluntad de considerar a alguna tendencia del Islam como el enemigo", pontificaba en la ultra conservadora revista en Internet, Front Page, "pero considero equivocada la palabra fascista ya que existen pocos vínculos filosóficos o históricos entre el fascismo y el Islam radical."

Pipes continúa exponiendo las razones para relacionar la guerra contra el Islam con su tema favorito: la cruzada de la Guerra Fría contra el comunismo. Pero ninguno de los paladines de la guerra contra el terror puede refutar su objeción.

La retórica sobre el "fascismo islámico" es un conjunto de mentiras - otro intento de relanzar de nuevo la impopular "guerra contra el terrorismo" mediante la identificación de un enemigo actual del gobierno estadounidense con algo con lo que se está seguro de que cualquiera estaría en contra. Identificar a los enemigos modernos con los nazis es un instrumento propagandístico utilizado desde hace mucho tiempo por el Gobierno estadounidense.

Antes de las dos guerras de Iraq en 1991 y 2003, los políticos de Washington afirmaron que Saddam Hussein- cuyo partido Baaz fue laico y enemigo acérrimo de los islamistas- era el "nuevo Hitler". Slobodan Milosevic de Serbia se convirtió en un Hitler antes de que Bill Clinton lanzase la Guerra de la OTAN sobre Kosovo.

Incluso el populista radical Jean-Bertrand Aristide de Haití, derrocado por un golpe organizado por Estados Unidos en 2004, también fue calificado de "nuevo Hitler" nada menos que por el ex senador Jesse Helms, el ultra racista que mantenía estrechas relaciones con los enemigos de Aristide en Haití: los escuadrones de la muerte del FRAPH, quienes son los que de verdad se asemejan al fascismo.

Por el contrario, ningún líder político estadounidense ha hecho uso del nombre de Hitler contra los regímenes de ultraderecha que realmente han aceptado elementos del nazismo, por ejemplo, el régimen racista del apartheid en Sudáfrica o la dictadura militar indonesia del general Suharto.

Y, lo que es digno de subrayar, es que cuando los ideólogos estadounidenses necesitan remontarse a una guerra que sea popular para demonizar a sus actuales enemigos, tienen que retroceder más de 60 años, es decir a los nazis y a la II Guerra Mundial.

La historia del Islam no debe considerarse aparte, como más opresiva o violenta que otras religiones. Por el contrario, el mensaje predicado por Muhammad tiene muchas similitudes con el cristianismo y el judaísmo, las otras dos religiones predominantes cuando se fundó el Islam y comenzó a florecer en las ciudades y pueblos de la península Arábiga (hoy dominada por Arabia Saudí) a principios del siglo VII.

En contraste con las deidades rivales de los pastores nómadas, Muhammad y sus seguidores veneraron a un solo Dios (Allah, en árabe) y establecieron un amplio código de creencias y obligaciones para los creyentes, muchos de los cuales eran semejantes a los del cristianismo y el judaísmo. Al igual que otras religiones importantes, el Islam refuerza el respeto por el orden pero, en su caso, también por la justicia social: los pobres tienen que ser protegidos contra la opresión y si bien se acepta a los ricos es siempre en la medida en que sean caritativos.

La antigua historia del Islam sí se diferencia en un aspecto. Los primitivos judíos y cristianos se vieron perseguidos, víctimas del Imperio, mientras que, durante la vida de Muhammad, los ejércitos que marchaban bajo la bandera del Islam iniciaron una campaña militar que expandió rápidamente su religión a través de una enorme zona de Oriente Próximo y más allá, que llegó a comprender desde España en occidente hasta el sur de Asia en oriente.

Los ultraderechistas se apoyan en esto para afirmar que el Islam es excepcionalmente militarista pero los éxitos de los seguidores de Muhammad fueron, ante todo, conquistas políticas contra las avanzadillas de los dos grandes imperios que bordeaban Arabia: Bizancio y Persia. Los judíos y los cristianos, que con frecuencia constituían la mayoría de sus poblaciones urbanas, acogieron con alegría a los ejércitos árabes ya que los conquistadores islámicos respetaban sus creencias religiosas.

Durante los siglos siguientes- mientras Europa occidental permanecía inmersa en lo que los historiadores denominan "La Edad Oscura"- el mundo islámico, aunque lejos de ser igualitario, fue el centro de la vida intelectual, preservando y haciendo progresar los avances del mundo antiguo.

A la vista de estos hechos, la afirmación de que el Islam es más propenso a la violencia que otras religiones es, obviamente, falso.

La historia de la cristiandad queda mal parada ante la comparación: desde sus sangrientas "cruzadas" en Oriente Próximo, a la aprobación por parte de la Iglesia Católica en España del uso de la tortura, llevada a cabo por la Inquisición, para convertir a los musulmanes y a otros "herejes"; o sus relaciones de guante blanco con todo tipo de tiranías políticas, entre ellas los regímenes fascistas de Italia, Alemania y, en especial, la España de Franco.

La hipocresía de Bush al condenar el "extremismo" islamista destaca de forma particular, también. Bush es el hombre que continuamente ha invocado a su propio Dios para defender la "guerra contra el terrorismo" puesta en marcha tras el 11 de Septiembre, llegando incluso a utilizar la palabra "cruzada", seguramente como un insulto premeditado hacia los musulmanes.

"La libertad y el miedo, la justicia y la crueldad, siempre han estado enfrentados, pero nosotros sabemos que Dios no permanece neutral ante ellos," afirmó Bush en su primer discurso ante el Congreso tras el 11-S. Tal como señaló entonces Socialist Worker, si Osama bin Laden hubiera proferido estas palabras, hubiera sido denunciado por incitación al terrorismo.

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Por desgracia, ciertos radicales han aceptado algunos argumentos de la campaña contra el Islam, financiada por Washington. Y uno de los más poderosos es la cuestión del trato que el Islam da a las mujeres.

La doctrina islámica mantiene que las mujeres son inferiores a los hombres, y establece códigos de conducta y condiciones para las mujeres que, en particular en ciertas corrientes doctrinales, rozan la barbarie. Este es uno de los aspectos más obviamente atrasados del Islam.

Pero no se plantea debate alguno sobre el hecho de que el cristianismo- en cuyo nombre, no hace mucho, se quemaba a las mujeres como brujas en la hoguera - no es fundamentalmente diferente en su actitud frente a las mujeres.

Si la situación de las mujeres en los países occidentales hoy es más avanzada, no se debe a la influencia del cristianismo, sino a pesar de él, y es el resultado de luchas políticas que consiguieron nuevos derechos para las mujeres y contribuyeron a la creciente secularización de la sociedad.

Las conquistas políticas y sociales de las mujeres lo fueron siempre con la oposición de la jerarquía de la Iglesia Católica y de otras corrientes cristianas. Y por la misma razón, la disminución de los derechos de las mujeres durantes las últimas décadas es una consecuencia directa del creciente poder de una autodenominada Derecha Cristiana, para la que el dogma de la inferioridad de las mujeres constituye una prioridad.

De manera que, cuando los conservadores como George Bush se lamentan del trato que el Islam da a las mujeres nadie debería olvidar sus atentados contra los derechos de las mujeres en nuestro país, o sus motivos verdaderos para "apoyarlos" en el extranjero.

La liberación de las mujeres de la tiranía del gobierno Talibán en Afganistán se convirtió en una de las principales justificaciones ideológicas para el primer paso de la guerra estadounidense contra el terror, desatada tras el 11 de Septiembre. Sin embargo, el nuevo régimen instalado por Estados Unidos- dominado por los señores de la guerra de la Alianza del Norte, famosos por su historial de asesinatos y violaciones masivas de mujeres- ha cambiado poco, en el caso de que hayan variado en algo, las condiciones de vida de las mujeres.

Semejante hipocresía no ha surgido con el gobierno de Bush. Tal como Sharon Smith, columnista de Socialist Worker, escribió en su libro Women and Socialism, "los imperialistas y sus defensores han proclamado la superioridad cultural europea para justificar la dominación de las sociedades musulmanas desde el inicio del colonialismo... Durante la ocupación británica de Egipto, el Cónsul General, Lord Cromer, afirmó que los egipcios "deberían ser persuadidos u obligados a adoptar el verdadero espíritu de la civilización occidental." Cromer apuntaba ante todo "a la degradación de las mujeres en el Islam"..." Pero este campeón de los derechos de las mujeres en Egipto, de vuelta a Inglaterra fue "miembro fundador y en ciertos momentos presidente de la Liga de Hombres en contra del Sufragio de las Mujeres (Men"s League for Opposing Women"s Suffrage)."

A la vista de este doble rasero, pasado y presente, resulta comprensible que las organizaciones musulmanas- apoyadas por hombres y por mujeres- abracen y defiendan las prácticas religiosas islámicas, considerándolas como una forma de resistencia al imperialismo.

También es importante distinguir entre los diferentes desarrollos del Islam y cómo surgió lo que hoy se conoce como "fundamentalismo".

El primer Estado islámico "fundamentalista" no apareció hasta el siglo XX, cuando se crea Arabia Saudí, con el apoyo de Gran Bretaña, al final de la I Guerra Mundial. La secta wahhabí unificó a los líderes de las tribus guerreras en pos de un movimiento religioso que afirmaba "estar purificando" el Islam. Su interpretación de la ley islámica, impuesta en el nuevo Estado, establecía entre otras normas, la lapidación de las mujeres adúlteras, la amputación de miembros para los ladrones y la decapitación pública para otros delitos.

El wahhabismo se convirtió en la base ideológica de los Talibán de Afganistán, objetivo favorito de los perseguidores del Islam, mientras los gobernantes saudíes escapan habitualmente a las críticas debido a que son trascendentales aliados de occidente.

De la misma manera, cuando la URSS invadió Afganistán en 1979, Estados Unidos, formó, armó y apoyó a los mujahidin islámicos, entre los que se encontraba un hombre de negocios saudí cuyo nombre era Osama bin Laden.

Otro ejemplo del apoyo occidental a las fuerzas islamistas es Palestina. Israel apoyó a los grupos islamistas que precedieron y dieron lugar al nacimiento de la organización Hamás, esperando contrarrestar con ello a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), de carácter laico.

Es obvio que esa relación ha cambiado. Con el fracaso y decadencia de las organizaciones nacionalistas árabes- simbolizados en el compromiso de la OLP en las negociaciones de Oslo y en la corrupción y autoritarismo de las fuerzas nacionalistas en aquellos lugares donde alcanzaron el poder, los movimientos islamistas han ganado apoyo por su decisión de organizar la resistencia contra la fuerzas de Estados Unidos e Israel en la región.

Por eso, el apoyo mayoritario a Hamás entre los palestinos no se debe, en primer término, a su compromiso con los principios religiosos islámicos sino a que Hamás representa una alternativa política que ha estado dispuesta a defender las aspiraciones nacionales de los palestinos.

Lo mismo ocurre con Hezbollah en Líbano- otro de los cabezas de turco de Estados Unidos e Israel- que ha obtenido un creciente apoyo más allá de su base chií debido al papel desempeñado en el fin de la ocupación israelí en el año 2000 y a su éxito en resistir el nuevo ataque de este verano.

Otro caso semejante es el del presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, que ganó las elecciones el año pasado como representante de los conservadores dirigentes chiíes. Los líderes políticos occidentales consideran a Ahmadinejad un reaccionario, en particular por sus violentas denuncias de Israel, entre las que se cuentan calumnias antisemitas como cuestionar si el Holocausto nazi de los judíos tuvo lugar.

Expertos en Oriente Próximo como Juan Cole y Michael Schwartz han advertido de que las informaciones de los medios de comunicación estadounidenses habitualmente distorsionan los discursos de Ahmadinejad para que parezcan más antisemitas de lo que realmente son.

Pero sea o no este el caso, es evidente que el apoyo a Ahmadinejad en su país se basa en su decisión de desafiar a Estados Unidos e Israel. En su campaña electoral prometió algunas reformas populistas, pero los ataques a los obreros y las medidas contra sus oponentes políticos tras su elección, han hecho que su popularidad se desplome y sólo ha podido remontarla algo gracias a sus discursos sobre las guerras estadounidenses e israelíes en Oriente Próximo.

De manera que el apoyo a este representante de la ortodoxia conservadora islámica en Irán se basa en su oposición al imperialismo y no en un entusiasmo popular por los aspectos ultraderechistas de su programa político.

Existen otros muchos ejemplos de fuerzas políticas islamistas y de los varios grados de su dualismo. Pero incluso una breve ojeada es suficiente para echar por tierra el mito del "fascismo islámico."

Cuando los dirigentes del establishment político estadounidense comiencen a denunciar fascismos, no se engañen: están a punto de poner en marcha un programa de conquistas imperiales. Nadie que esté en contra de las guerras y ocupaciones de Estados Unidos debería conceder a esas mentiras ni un ápice de credibilidad.

Socialistworker.org, 8 de septiembre de 2006

 

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