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Europa :: 21/10/2012

El camino escocés hacia un estado propio

Txente Rekondo
Día tras día la nueva ola independentista sigue creciendo, y el camino soberanista de algunas naciones sin estado se muestra con mayor claridad.

Los últimos acontecimientos en Escocia muestran que cada vez está más cerca el momento en que Escocia pueda “controlar su propio destino, convirtiéndose en un estado que trate de igual a igual al resto de estados del mundo, adquiriendo también su lugar en ese escenario internacional en igualdad de condiciones con otras realidades estatales”.

Es difícil ocultar hasta cierto punto, y habida cuenta de la actitud que por regla general sostienen algunos estados actuales ante el ejercicio del derecho de autodeterminación, la agradable sorpresa que ha supuesto el esquema negociador de Londres y Edimburgo, y que algunos lo han definido como un ejercicio democrático.

Las conversaciones citadas han posibilitado que el control del referéndum quede en manos del parlamento escocés (algo que en principio no se refleja en la “legalidad” británica), que tomen parte en esa cita los mayores de 16 años, y que finalmente la pregunta tenga dos posibles respuestas (descartando la posibilidad de introducir una tercera variable), y que muchos apuntan que no diferirá de algo parecido a “¿Está de acuerdo en que Escocia debería ser un país independiente?".

El actual status quo es negativo para Escocia. Seguir perteneciendo al Reino Unido supone seguir formando parte de uno de los países donde la desigualdad es más evidente (la riqueza se centra en Londres y el sudeste) y que al mismo tiempo es uno de los más centralizados. Además, lleva consigo seguir una política exterior intervencionista, partidaria de las aventuras militares de Washington y en ocasiones bañada de un cierto rechazo a Europa (algo que algunos estados europeos podrían valorar a favor de las demandas escocesas) y fuertemente nuclearizado.

Además, continuar en el barco estatal británico supondrá caer definitivamente en las redes de la mal llamada austeridad y la privatización salvaje de los servicios públicos y el desmantelamiento del “estado de bienestar”. No debemos olvidar que en estos años, los llamados principales partidos políticos en Westminster han defendido una política similar en esos aspectos, mientras que en Escocia, y de la mano del SNP se ha logrado, de momento, frenar esa estrategia de reformas privatizadoras y apostar por una mayor justicia social

El proceso iniciado en Escocia no está exento de dudas e incertidumbres, pero desde luego que éstas no se sustentan en los argumentos unionistas. En caso de materializarse la independencia, cuestiones como la deuda nacional, la moneda o el encaje en Europa tendrán que abordarse desde los parámetros del acuerdo y la negociación (como ya se ha hecho en otros lugares previamente, como por ejemplo tras la disolución de Checoslovaquia).

Más allá de éstas y otras cuestiones técnicas, la campaña unionista puede caer en la tentación de lanzar una ofensiva dialéctica sustentada en el miedo, las mentiras y las amenazas. Así, pueden llegar a plantear un escenario cercano a la hecatombe para una Escocia independiente. Esas fuerzas unionistas presentan una realidad estatal escocesa “más pobre, aislada y menos segura”, cuando probablemente esa sea la realidad que deberá afrontar lo que quede del Reino Unido (“residual UK” lo ha definido un analista) tras la marcha de Escocia.

El futuro escenario escocés, lejos de aislarse en el mundo, tenderá a fortalecer lazos con otros estados, en un situación de plena igualdad, lo que le permitirá defender mucho mejor los intereses de su población. Incluso, como señalan los dirigentes del SNP, las relaciones con la nueva realidad institucional que surja en lo que hasta entonces se ha conocido como Reino Unido, serán mucho más sinceras.

Diferentes estudios académicos también echan por tierra otros argumentos unionistas. En ese sentido, a día de hoy las realidades estatales más pequeñas tienen mejores perspectivas que los grandes estados. Tampoco es muy serio mencionar a una fractura social en el caso de producirse una secesión, ya que cabría preguntarse si la actual situación, donde se prohíbe a la población manifestarse democráticamente sobre su futuro, no es fruto de una imposición de una minoría, lo que de facto nos muestra también que esa fractura (o propuestas diferentes) es algo que ya se da en las actuales condiciones.

Y por otro lado, ante esos discursos apocalípticos del unionismo, sería bueno recordad también que hasta la fecha, las naciones sin estado que han logrado materializar su independencia y ejercitado su derecho de autodeterminación, no han vuelto a la situación de dependencia anterior. Por ello, parece que por “muy mal” que les pueda ir a estos nuevos estados, su situación es mucho mejor que su anterior status. Y aquí también, Escocia parte de una situación mucho más favorable que la de muchos de esos nuevos estados.

La realidad internacional está en constante transformación. Unas veces de manera pausada, pero otras de forma más acelerada, las diferentes olas que se han sucedido en torno al ejercicio del derecho de autodeterminación en estas últimas décadas han venido alterando la configuración de los estados en el mundo, y más concretamente en Europa.

En la actual coyuntura no deja de ser sintomático que entre las llamadas filas unionistas, algunos sectores comiencen a desempolvar ahora la llamada vía federalista, a la que algunos de los actores más centralistas hasta la fecha parecen querer agarrase cual clavo ardiendo para evitar algo que cada vez se antoja como más inevitable, que las naciones sin estado puedan ejercer libremente el derecho de elegir su futuro y su encaje en el escenario mundial.

Como lo es también los recurrentes discursos sobre una supuesta “solidaridad”, a la que estarían obligadas las naciones sin estado, obviando esas fuerzas unionistas que la misma debe ser una actuación voluntaria, y que cuando se impone pierde todo su sentido.

Similitudes y diferencias aparte, lo cierto es que se están sucediendo una serie de acontecimientos que algunas personas lo han comenzado a definir como un “tsunami soberanista”. Los excelentes resultados de los independentistas en Flandes; la cita electoral en la CAV este domingo, o en el Principat en noviembre; el próximo referéndum del 6 de diciembre en Puerto Rico donde se decidirá el futuro status de aquella nación, son algunos aspectos que muestran la dirección que está adquiriendo la nueva ola independentista en el mal llamado “primer mundo, sustentada en el cada vez más extendido consenso sobre el derecho a decidir de la población de las llamadas naciones sin estado.

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