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Mundo :: 13/02/2006

La caricatura de la libertad

Pedro Carmona
"¿Te presentas voluntario para defender las embajadas danesas del próximo país árabe que invadamos, compañero?"

Algo huele a podrido en Dinamarca. En septiembre de 2005 el Jyllands-Posten, un periódico derechista de segundo orden y con una reconocida trayectoria xenofóbica, convoca un concurso de caricaturas para rebatir el tabú musulmán que prohíbe representar gráficamente a Mahoma. Tras consultar con expertos que aconsejan no seguir adelante con el proyecto, Carsten Juste, director de dicho medio, decide finalmente, de manera consciente y premeditada, publicarlas. Una de ellas muestra al profeta del Islam con una bomba en el turbante. En enero de 2006, Magazinet, una publicación noruega de carácter cristiano y ultraconservador, las reproduce.

La noticia que nos asaltó hace pocos días en la prensa, la radio y la televisión no fue ésa, sino la de las movilizaciones de indignación y repulsa en varias ciudades musulmanas que incluyeron ataques a embajadas occidentales y quema de banderas, y que en ocasiones se saldaron con la pérdida de varias vidas de los manifestantes, la mayor parte de ellas en el Afganistán ocupado por nuestra OTAN. A la hora de explicar los antecedentes de dichas protestas, las primeras versiones que circularon en los medios de comunicación occidentales invisilizaban el cariz político de los periódicos escandinavos que incluyeron las viñetas. Tampoco eran muy claras sobre las fechas en que fueron publicadas. A dicha cobertura (des)informativa se acompañaban arengas en pro de la libertad de expresión. Se tardó varios días en difundir que los líderes religiosos musulmanes de Dinamarca habían solicitado durante semanas entablar un diálogo con el gobierno de Copenhague y que el primer ministro danés, derechista, había rechazado la audiencia solicitada por once embajadores de países de tradición musulmana acreditados en su país. La negativa del gobierno danés a disculparse era enaltecida como una muestra de su defensa de la libertad de expresión y la independencia de la prensa. La opinión pública europea fue, una vez más, obediente.

Meses antes, Carod-Rovira, de paseo con Maragall por Palestina, bromeó poniéndose una corona de espinas sobre la cabeza; un acto comparativamente más intrascendente que dibujar a Mahoma con una bomba y acusar así de terrorismo a todos los musulmanes. Los medios de comunicación conservadores -los mismos que ahora defienden de forma absoluta la libertad de expresión- lanzaron encendidas soflamas de protesta. Carod y Maragall se disculparon de inmediato. ¿Podemos imaginar qué no hubieran dicho esos medios si a ambos políticos se les hubiera ocurrido exigir que se les respetase su libertad de opinión? ¿No nos hubieran dolido los tímpanos?

¿Estamos todos locos? Eso parece. Aquí no se está hablando de libertad de expresión. Aquí se está hablando de una libertad caricaturizada, tendenciosa y falseada. La de una sociedad occidental islamófoba y arrogante que se niega a ceder en su prerrogativa de insultar al resto del mundo.

¿Libertad de expresión ilimitada?

En los países europeos existen leyes que limitan la libertad de expresión. La calumnia está tipificada como delito en todos ellos. En varios países se regula por ley la difusión de mensajes antisemitas, homofóbicos, sexistas, racistas o denigrantes para con las minorías. Algunos antiguos países de la órbita soviética ellos preparan prohibir las opiniones públicas favorables al comunismo; Alemania y otros países penalizan los mensajes nazis y que se niegue la existencia del Holocausto. El Reino Unido debatió recientemente una ley contra la difamación a las religiones. En España, donde no hace tanto se penaba la blasfemia, sólo ahora se comienza a observar cierta apertura respecto a la posibilidad de realizar críticas en los medios contra la figura del Papa, pero la Familia Real sigue siendo intocable; existe también una ley que castiga la apología del terrorismo.

En Occidente han sido numerosas las reacciones exaltadas contra las opiniones que en su día fueron consideradas insultantes a la comunidad católica. Saramago abandonó Portugal por las presiones sufridas tras la aparición de su Evangelio según Jesucristo. Sinead O"Connor rompió en televisión una foto de Carol Wojtyla en protesta por la política del Vaticano respecto a la crisis del sida, tras lo que se desataron airadas repulsas que desembocaron en un boicot; la cantante, finalmente, tuvo que disculparse públicamente. En España, el autor de la obra teatral Me cago en Dios recibió diversas amenazas e incluso fue agredido físicamente. Me viene también a la cabeza la campaña contra el vídeo de Madonna Like a Virgin y la condena judicial al grupo Los Muertos de Cristo por lanzar el videojuego Matanza Cofrade, en el que aparecía la Virgen Esperanza Macarena entre zombis nazarenos. ¿Hubo en estos casos -más "veniales" desde mi punto de vista, que las viñetas de Mahoma- artículos o comentarios en pro de la libertad de expresión? No puedo dejar de considerar un despropósito que ahora los hagan quienes entonces más fieramente atacaron a los "blasfemos".

Porque, ¿se hubiera dado un debate público sobre la libertad de opinión parecido al que hemos observado estos días si las viñetas hubieran mostrado a un musulmán defecando sobre un crucifijo? El ejemplo no intenta ser ofensivo, simplemente creo que sirve para clarificar la cuestión. Lo mínimo que se hubiera apuntado es que un dibujo semejante constituiría una ofensa gratuita y de muy mal gusto, y probablemente se hubiera dicho mucho más.

Desde las posturas occidentales más etnocéntricas se podría argumentar que dibujar una bomba en el turbante de Mahoma responde a una crítica simbólica de carácter político, alusiva a la existencia de Al Qaeda, y que por ello es más pertinente que el ejemplo que acabo de poner. De acuerdo, dibujemos entonces a Cristo violando a una niña impúber para ilustrar los numerosos abusos sexuales cometidos durante años por miembros del clero católico con total impunidad. O, sin ir tan lejos, hagamos una caricatura de la Virgen María en bikini siendo coronada como Miss Mundo dado que con ello representamos la participación de los países de tradición cristiana en los certámenes internacionales de belleza (a los que la mayoría de los países musulmanes, por cierto, se oponen). ¿Llevarían a cabo El Mundo, ABC, La Razón y tres cuartas partes de los articulistas de El País la campaña en defensa de los derechos de opinión que podemos leer en la prensa de estos últimos días? ¿Se hubiera atrevido Eva Hache a comentar algo similar a lo que hemos visto en su programa de Cuatro durante esta última semana? No nos engañemos: en este asunto hay claramente dos varas de medir.

Las viñetas, por lo demás, son bazofia. Si acaso es graciosa, medianamente satírica, la de Mahoma recibiendo a los comandos suicidas en el Paraíso. ¿Os acordáis del filme Yo te saludo, María? ¿Y del espectáculo Demonis de Comediants? Contra ellos, la derecha ultracatólica también emprendió campañas de "desagravio" y coacción. En estos casos sí hubo reacciones a favor de la libertad de expresión, pero parecía que se estaba pidiendo permiso, tímida y cautelosamente, cuando se escribía en algún periódico de izquierdas que el arte no podía ser censurado. La expresividad artística parecía ser, en esas raras y osadas defensas, el argumento de mayor peso. Con los dibujos daneses, no es el caso.

En defensa de los mismos y de la obcecada actitud del primer ministro danés hemos oído una sarta de lugares comunes y de frases hechas, cuando no discursos numantinos en defensa de las libertades de una Europa que se nos presenta como una sociedad casi perfecta (¡quién la pillara, si fuera verdad!). Incluso se acuñó la bonita y ñoña frase "Todos somos daneses".

Sin ningún miedo. Con todo el respeto.

La campaña de opinión a favor de las viñetas apela a nuestro valor. Periodistas y políticos nos alientan a no dejarnos vencer por el miedo ante la amenaza del radicalismo musulmán sin ver la viga en el ojo propio. Con la colaboración de geniales defensores de los valores occidentales, entre los que no podían faltar las firmas sionistas de nuestra prensa -a río revuelto, ganancia de pescadores- ni el brillante análisis de Elvira Lindo, que nunca nos decepciona en su empeño de revestir de progresismo las posturas más retrógradas, se ha desencadenado una ideologización de las masas que ha tenido un éxito sin igual. En la calle, en las barras de los bares, en los vecindarios, no hemos dejado de escuchar la misma proclama reproducida y circulante, difundida y difusa, a veces en forma de debate visceral y otras veces como chistes facilones. Tan es así, que el artículo de Erdogan y Zapatero quedaba muy a la izquierda de la opinión pública. Incluso las declaraciones de Bush parecían más multiculturales que lo que te decía tu colega de toda la vida. El mensaje había calado... ya todo parecía listo para el siguiente paso: "¿Te presentas voluntario para defender las embajadas danesas del próximo país árabe que invadamos, compañero?"

A veces, algunas posturas a favor de las viñetas han sido más calmadas y han consistido en argumentos de corte laicista. Y ahí podría haber algún inicio de diálogo, de puntos comunes desde donde analizar serenamente la crisis y debatir el límite tan escurridizo entre derechos y deberes, entre opinión y respeto. Porque es una cuestión de respeto, y no de un presunto miedo ante ningún "chantaje" radicalizado, lo que nos mueve a algunas personas a considerar que las caricaturas no deberían haberse publicado.

Nuestra indignación ante esa campaña de defensa de una pretendida libertad de expresión no se debe a que la consideremos una ofensa a ninguna religión -no soy musulmán, ni cristiano; afortunadamente soy ateo- sino una ofensa a una cultura ajena. Mi irritación no es confesional, sino multicultural. Porque una pregunta que muy poca gente se ha hecho respecto a las viñetas es: ¿quién se ríe?, ¿y de quién? Con el chiste de la bomba y Mahoma somos los "cristianos" (y englobo entre éstos a quienes sin ser creyentes hemos crecido en una tradición cristiana) los que nos reímos e insultamos a los musulmanes, un conjunto de pueblos que perciben y sienten, no sin razón, que desde Occidente nos hemos dedicado a reprimirlos, ridiculizarlos, invadirlos, incriminarlos, caricaturizarlos, fiscalizarlos y coaccionarlos durante siglos.

Desde el laicismo, no puede ser comparable burlarnos o criticar las propias tradiciones religiosas que las de otros. Si las viñetas las hubieran dibujado humoristas musulmanes la situación sería completamente distinta: sería un ejercicio de crítica a su propia herencia religiosa que debería merecer todo nuestro respeto, e incluso nuestra aprobación. Hacer tabla rasa entre el caso de las viñetas y las críticas laicas que hagamos contra "nuestra" religión católica y sus prebendas es una falacia. Ya se están apresurando a hacerlo los obispos y los tertulianos de la COPE. Existe una relación de desigualdad entre opresor y oprimido, entre propio y ajeno, entre mayoría y minoría que hace inadecuada esa equiparación. Que un europeo se ría del cristianismo no es equiparable a que se burle del Islam. Es equiparable a que un musulmán se ría del Islam. Es así de sencillo.

No por ello si hemos de opinar sobre culturas ajenas, tendríamos que autocensurarnos; pero sí, en primer lugar, conocer de forma completa e imparcial esa cultura para estar seguros de que no nos basamos en estereotipos ni en ideas preconcebidas, o en propaganda alentada desde intereses oscuros; y, en segundo lugar, extremar el cuidado al dar nuestra opinión, como no nos ponemos en pijama cuando entramos de visita en una casa ajena con la que no tenemos familiaridad. Podemos criticar ante un amigo a nuestros padres o a nuestros hijos, pero nos molesta sobremanera -así somos- si es ese amigo el que hace las mismas críticas sobre ellos. Para hablar de tradiciones ajenas se hace necesaria una sutileza que en Occidente normalmente vamos asumiendo, afortunadamente, cuando nos referimos al pueblo gitano o al pueblo judío. No parece que hagamos igual con el Islam.

Las caricaturas de Mahoma (no hay ni que decirlo) son un exponente de todo lo contrario a esa cautela que deberíamos tener al criticar lo ajeno.

Alístate al choque de civilizaciones.

Las caricaturas de Mahoma han sido la última gota que ha colmado el vaso en las opiniones públicas musulmanas -no en vano, tocaba en su punto más sensible de dolor. Aunque una abrumadora mayoría de la población musulmana no ha entrado al trapo y se ha inhibido de reaccionar con violencia, existe un sentimiento de agravio generalizado por las repetidos ultrajes que sufre en este y otros casos. Más allá de las continuas interferencias políticas, sociales y culturales a las que les sometemos desde Occidente y sus aliados, no puede negarse que un concepto tan manido, y tan cruelmente real, como el "colonialismo imperialista" nunca ha sido tan unidireccional y persistente como hacia el mundo musulmán. Echemos un vistazo al mapa: Palestina, Irak, Chechenia, Afganistán, Cachemira, Bosnia, Ceuta, Melilla, Golán, Chipre, sur del Líbano, norte de Nigeria, sur de Filipinas... ¿en cuántos rincones del mundo no nos estamos limitando a mofarnos de ellos sino que los estamos invadiendo o, incluso, masacrando? Y en la lista ya oímos nuevas candidaturas: Siria e Irán. Llueve sobre mojado, y esa lluvia, en el caso de las viñetas, es inflamable y cae sobre un territorio cada día más incendiado. Todo un ejercicio de irresponsabilidad danesa.

Los ideólogos neocons estadounidenses apostaron por el choque de civilizaciones como escenario mítico con el que justificar sus planes de expansión. Planes que tuvieron en Afganistán e Irak sus dos primeros exponentes, pero que no tienen previsto que sean los últimos. Para ello, de forma periódica, nos muestran ante nuestras narices las zanahorias necesarias para ponernos en el rumbo que han preparado que sigamos y así facilitarles sus propósitos: campañas de miedo ante enriquecimientos de uranio de uso no militar y armas de destrucción masiva inexistentes; interpretaciones tremendistas ante el resultado de elecciones en las que vencen partidos integristas; informaciones falsas, sesgadas o exageradas sobre los derechos humanos y la desigualdad de género en los países musulmanes (sin menoscabo de que en algunos casos, los menos, dichas denuncias se correspondan a abusos reales)...

No importa que los países más armados, y por tanto más peligrosos, sean los occidentales; ni que los gobiernos de algunos países occidentales, como Estados Unidos, Vaticano o Polonia, puedan ser tan fundamentalistas como los que señalan con el dedo en el caso de que sean musulmanes; ni que los derechos humanos estén igualmente pisoteados en algunos de "nuestros países aliados", por no decir aquí mismo... El uso oportunista que algunos gobiernos de países musulmanes han hecho de la crisis de las viñetas -y que los medios de nuestro "mundo libre" se han apresurado en denunciar- no son más deleznables que el aprovechamiento que de la misma crisis están realizando las potencias "cristianas", aunque ante esto último nadie levante la voz. El mensaje va calando. Hay que reconocer que lo de las caricaturas de Mahoma les ha salido redondo.

Al fin y al cabo, es el insulto y la criminalización a toda una religión lo que está en el origen de esta crisis, y no el derecho a la libertad de expresión. Cualquier opinión sobre el "terrorismo islamista" podría haberse realizado con mayor sensibilidad y por otros cauces más constructivos. Cualquier valoración sobre el tabú de representar gráficamente a Mahoma -(y a nosotros, en el fondo, qué más nos da)- podría hacerse sin las provocaciones ni las chulerías que han caracterizado este caso.

Pero la crisis ya está desbocada. Lo más terrible de todo es que solucionarla es tremendamente fácil, y que si ello no va a ocurrir es, simplemente, por una falta de voluntad. Bastaría con que el primer ministro danés dijera lo siguiente: "Europa ha tratado siempre de administrar un bien común incuestionable, la libertad de expresión, de tal forma que no pueda servir de vehículo para la difusión de mensajes de odio y xenofobia. Pedimos perdón por no haber sido suficientemente diligentes al respecto en este caso concreto. También por no haber querido escuchar a quienes durante semanas intentaron entablar un diálogo pacífico para solventar la afrenta". Ya está. Sin poner en entredicho ni la libertad de prensa, ni la de expresión, ni la propia autoestima ni la imagen de que somos una sociedad "perfecta".

De haber actuado desde el principio de la crisis de esta forma, o de algún modo similar, nos hubiéramos ahorrado mucha tinta y la vida de una decena de seres humanos (todos ellos, claro está, musulmanes). Después de todo, un valor europeo tan importante como la libertad de expresión es la repulsa a la intolerancia, por muy extendida que esté, en el caso de la islamofobia, entre la clase política, los medios de comunicación y la opinión pública occidental.


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Fuente: La Haine.
 

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