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Estado español :: 07/01/2007

Después de la paz... ¿la guerra?

Máximo Relti
Las responsabilidades del fracaso del proceso de paz vasco no solo se encuentran en las dos fracciones de la derecha política del Estado, el PSOE y el Partido Popular. ¿Dónde ha estado la izquierda?

La paz, en este caso la ausencia de guerra, ha saltado por los aires en mil pedazos. Ha resultado ser como una estentórea traca de fuegos artificiales, festejando el triunfo de la extrema derecha ibérica. Con minuciosidad, con diligencia, los laboratorios mediáticos de la España Una y Grande han ido preparando, día a día, este luctuoso final.

Sin embargo, hay que decir que los maestros de ceremonias del hecho no solo han estado en las filas del PP. El PSOE, amilanado por los ladridos del doberman que a su derecha le mordía los tobillos, se ha conducido a lo largo de todo este infructuoso proceso como aquel temeroso capataz que, instado a ganarse la credibilidad de su insaciable patrón, terminaba siendo más violento con los subalternos que su propio jefe. Si sus predecesores del PP habían detenido a cuarenta, ellos se sentían obligados a detener a ochenta. Y es que, ciertamente, debe resultar difícil desempeñar el papel de pacificadores a quienes en su día inventaron la "Ley de Partidos" y utilizaron el terrorismo de Estado para liquidar a los enemigos de la unidad patria.

No obstante, las responsabilidades del fracaso no solo se encuentran en las dos fracciones de la derecha política del Estado, el PSOE y el Partido Popular. ¿Dónde ha estado la izquierda? Nos referimos, claro, a la izquierda real, a la social, a la que ahora mismo no milita en ningún partido; a la que el 11 de marzo del 2004 frustró el asalto aznarista al aparato del poder; a la del Prestige; a la que multitudinariamente tomó las calles contra la guerra de Irak. ¿Dónde estuvieron sus movilizaciones para contrarrestar las manifestaciones convocadas por la extrema derecha y las sacrosantas huestes de la iglesia franquista?

Pero las responsabilidades no terminan ahí. La izquierda abertzale posiblemente sea una excelente interlocutora de su propio pueblo, pero la incomunicación que mantiene con la sociedad del resto del Estado es propia de autistas. El ciudadano común de este mosaico denominado España sabe casi tanto sobre las aspiraciones de la minoría francófona de Quebec, como de las reivindicaciones reales del pueblo vasco. La importancia de sacudir la conciencia de la metrópoli la comprendieron muy bien los vietnamitas. Y después de ellos, los argelinos.

La paz, pues, no es un asunto que tengan que administrar los gobiernos. La paz es, ha sido siempre, patrimonio de los pueblos. La paz se ha roto. ¿Dejaremos que la guerra vuelva a estallar?

Canarias-semanal.com

 

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