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Pensamiento :: 29/05/2007

Poder y autogestión

CNT Catalunya
La autogestión que deseamos difundir es la gestión directa (no mediada por ningún liderazgo separado) de la producción, distribución y comunicación social por las personas y sus entornos. El movimiento por la autogestión ha aparecido una y otra vez en todo el mundo durante el curso de revoluciones sociales.

¿Qué es "Poder"? "Poder" es la facultad o potencia para hacer algo. Se trata de una capacidad individual innata, de una cualidad inherente a todo ser que emana de sus pensamientos y sentimientos. Es la cualidad básica que define nuestra subjetividad y, frente a nuestro entorno, nuestra individualidad, nuestra idiosincrasia.

Pero las personas, a lo largo de la historia, debido a varias posibles razones en las que no voy a entrar, hemos creado instituciones de tipo político, cultural, social y económico, a las que hemos regalado dicha cualidad, a las que hemos entregado nuestra subjetividad, anulándonos a nosotras mismas y convirtiéndonos en objetos pasivos. Las instituciones han absorbido ese poder y lo han convertido en dominio del resto de seres vivos que ahora no son más que instrumentos sin voluntad al servicio de los intereses de aquéllas.

Por otro lado, todas sabemos de detrás de esas grandes subjetividades artificiales hay personas con unos intereses definidos, es decir, gente que rentabiliza dicha acumulación de poder en beneficio propio: las élites. Éstas se benefician de la impersonalidad de asociaciones sociales que, según su lógica patriarcal, aseguran el bien común: el Estado, la Propiedad, la Familia, la Mercancía y el Capital, la Información, los Datos o la Escuela son determinados modelos de organización social que facilitan la consecución de la obediencia a las élites. Son los medios al servicio de lxs que disfrutan de los privilegios económicos y sociales, el artefacto al servicio de quienes se han hecho con su control y con los recursos de dominación social. Cuando se aspira a conseguir la obediencia en determinadas circunstancias, no es nada absurdo acostumbrar a la obediencia como un acto reflejo y acrítico surgido al margen de consideraciones de premios y castigos. Nuestras vidas son usurpadas desde que nacemos, castradas en su esencia para asegurar nuestra obediencia y sumisión o, a lo sumo, garantizar nuestra complicidad con la jerarquía convirtiéndonos en sus esbirros, haciendo incluso de nuestras relaciones formas de competitividad e imposiciones de poder sobre nuestros semejantes.

La dominación, para perpetuarse, requiere de estabilidad y de lo que conocemos como "orden social". Éste se garantiza, como vengo comentando, mediante la censura y la transformación de las personas en objetos y a través de la fuerza o coacción.
Respecto al primero, la maquinaria del poder prefabrica las estructuras mentales de lxs individuxs, diseñando los márgenes para la reivindicación asumibles dentro de la dominación o ahogándolas antes de ser expuestas a la colectividad, anulando así cualquier atisbo de cambio en las mismas raíces del orden existente. La definición de las alternativas es el instrumento supremo de poder, dado que establece el sentido de la moral y de las posibilidades de realización de las individuas y asegura la negación e inexistencia de aquello que no beneficia a las élites. Así pues, las barreras que garantizan la no injerencia de la población en la resolución de las necesidades no satisfechas son, en primer lugar y dado que vivimos en la "sociedad del espectáculo", la manipulación de la información, ya sea mediante los mass media, mediante la escuela o la moral social que hemos absorbido de nuestro entorno. En segundo lugar está la burocracia, cada vez más especializada, parcelada y agigantada, presente en todo tipo de ordenamiento jerarquizado socialmente.

Respecto al otro pilar del dominio social, la lógica del premio y el castigo se materializa: Policía, Judicatura, Cárcel, Psiquiátrico, Ejército nos recuerdan en todo momento la posibilidad del recurso a la coacción. Quizás lo más significativo de este complejo administrativo es que su eficacia no está ligada al despliegue de su fuerza, sino que basta con su existencia. No debemos olvidar los recursos económicos, ya sea el Salario, la Renta o el Capital, enfin, la administración de los bienes y servicios, como el elemento clave de presión eficacísimo cara al logro de los objetivos de ese poder.

Pero el consentimiento que nosotras otorgamos a dicha dominación es la panacea que alimenta nuestra esclavitud. Consentimos cuando compramos, cuando trabajamos para alguien o para algo (ya sea el empresario o el capital-mercancía), consentimos cuando nos medicamos, cuando consumimos participando en la lógica mercantilista, consentimos cuando medramos, consentimos cuando aceptamos dogmas, estilos de vida o verdades aparentes sin reflexionar o escuchar posibles críticas o alternativas.

Dado que en breve llegan, una vez más, las elecciones, me veo obligada a recordar que éstas son la más fehaciente pasividad, la vía práctica que nos sustrae de nuestras capacidades mentales y se las entrega al poder.

El discurso de la ilusión de la decisión democrática reside en que la única posibilidad de influir en nuestras vidas es participando en la elección de la élite más carismática. Si las decisiones de las élites son contrarias a nuestros deseos, será suficiente saber que han sido tomadas mediante un procedimiento democrático para que nos induzcan a la obediencia. No en balde nuestra participación en la vida política equivale a una aceptación de las decisiones adoptadas en un juego político legitimado por nuestra propia presencia en él.
La participación es funcional para el sistema político pseudo-democrático porque a través de ella se produce la más eficaz integración de la población. Integra a lxs ciudadanxs en el grupo, la Nación, dándoles la sensación de que son imprescindibles para el conjunto, al tiempo que limita el sentido del voto dibujando su contenido como, precisamente, un regalo explícito de su subjetividad, de su poder, su poder de ser y hacer, de resolver, de pensar, de actuar con otrxs individuxs en unas relaciones horizontales y libres. Al realizar dicha entrega a otros, nos autoobjetivizamos, nos convertimos en esas herramientas de los intereses de otros, en dominados, en manufacturas consumibles.

¿Y cuál es el resultado de este dominio patriarcal? La mecanización y la reducción de costes en personal se dispara a través de las deslocalizaciones de empresas, de las varias reformas laborales o de las horas extras obligatorias, en pro de un supuesto crecimiento económico y de la productividad que no beneficia sino más bien arruina a miles de personas y sus entornos, sus animales, sus tierras, su ecosistema; la siniestralidad laboral acaba con la vida de más personas que el llamado terrorismo; las enfermedades laborales crónicas, muchas invisibles a nuestros ojos, afectan a más del 70% de la población. Sólo unos pocos pueden eludir el problema de la vivienda, así como el envenamiento de los alimentos o el deterioro paulatino de los servicios públicos (enseñanza, sanidad, desempleo, jubilación). La represión de aquéllas que no se han dejado domesticar se agudiza intensificando la manipulación informativa y de la opinión social, hace de colchón al continuo desalojo de las casas o espacios okupados, las detenciones y encarcelamientos de lxs compañerxs Nuria y Juan, sin olvidar las anteriores -Carol, Igor, Rodrigo, Alex, Juan, Zigor, Laura, Diego, Juanra, Lola, Marina, Claudio, Giorgio, Giovanni, Eduardo, Joaquín, Rafa, Guillem, y tantos otros miles- que han llevado a muchas a los tribunales y a otras a su secuestro legal; aumento continuo del aparato represivo-judicial, del número de efectivos policiales, del número de cárceles y de psiquiátricos, de médicas, de inmobiliarias, etc. Obviamente, no podemos olvidar las guerras, la inanición, la esclavitud, y un largo etcétera de sobras ya conocido por todas nosotras.

Es el momento de negarnos a esa castración, a ese robo de nuestras personalidades, de luchar contra esa invasión de nuestras vidas, nuestros potenciales, nuestras realizaciones. Basta ya de estar alienados, basta ya de ser autómatas. Yo digo: Anarquía aquí y ahora; ¡saltémonos a los intermediarios, autogestionemos nuestras vidas!

Entendemos como autogestión todas las opciones de auto-organización, individual, social y comunitaria donde las personas mismas, ya sea a nivel privado, sindical, cooperativo, rural, de jubiladxs, marginadxs y de cualquier otro sector social, toman las desiciones que resuelven sus necesidades, horizontal y libremente. Ello sólo es realizable en el plano de la igualdad, permitiendo la pluralidad, la descentralización; asegurando el respeto, la solidaridad y el apoyo mutuo; anulando cualquier amago de poder y autoritarismo, dando paso a la aplicación de la acción directa en todos los aspectos de nuestras vidas, escapando a los instrumentos de control directo o indirecto del poder. Es así como los individuos alcanzan la expresión máxima de su personalidad y de su libertad, liberándose a sí mismos.

Autogestión significa respetar nuestro propio ser y nuestra propia subjetividad, reconociendo al tiempo las de los demás. Es valorar nuestras capacidades, poderes y potencialidades, deseos e imaginación, así como no despreciar las de las otras compañeras, respetándolas e intercambiando energías (materiales e inmateriales) para el mejor desarrollo individual y colectivo.

Nuestras relaciones, tanto las laborales como las de intercambio, no son sociales sino productivas, quebradas por la mercancía y la especialización, donde la dominación ha definido cómo y para qué deben ser realizadas y enfocadas y en cuyo seno los individuos, objetivizados en el engranaje de la producción, en el supuesto crecimiento económico y el consumo, se encuentran totalmente alienados. Para romper con dicha jerarquía y empezar a autogestionarnos, debemos reconocer, en primer lugar, quiénes somos, qué pensamos y qué deseamos, construyendo nuestras teoría y práctica al tiempo que destruyendo nuestros propios prejuicios y, así, descubriendo en dicha dialéctica un placer revolucionario.

Se trata, sencillamente, de formular una teoría de cómo realizar la práctica, de cómo obtener lo que una desea para su vida; dejemos nacer nuestra subjetividad radical para encontrar otras subjetividades afines que puedan hacer crecer y madurar nuestro yo a través de un intercambio libre entre nosotras.

Llegadas a este punto, tener una orientación 'política' hacia la propia vida es saber que sólo puedes cambiar tu vida cambiando la naturaleza de la vida misma a través de una transformación del mundo -y que esa transformación del mundo requiere de esfuerzos colectivos. La auto-realización colectiva es el proyecto revolucionario. Es la autogestión de la totalidad de las relaciones naturales y sociales y su transformación de acuerdo al deseo consciente de lxs individuxs que las componen y les dan vida. El cambio social está ligado al individual: cada una requiere de la otra, cada una es parte necesaria de la otra.

La autogestión, entonces, sólo tiene sentido si, como práctica, adopta la forma y sentir de cada una de las que llevan a cabo el proyecto autogestionado (sea de la naturaleza que sea), sin injerencias externas ni intentos de dominación. Aquellos proyectos que no se dinamizan de esta forma son fáciles de destruir por las élites del poder. La amarga experiencia del cooperativismo neutro e interclasista es uno de tantos ejemplos, como también las experiencias comunistas-estatales en China o la URSS: en todas ellas, la vasta mayoría tiene que ir a trabajar por un salario a cambio de entregar el control sobre los medios de producción y su producto (que a su vez les es vendido de vuelta en la forma de mercancías). Entonces, tenemos que advertir que un modelo cooperativista, según cómo se gestione y cuáles sean sus objetivos, puede comprometer a fracciones de la clase obrera en la defensa del régimen capitalista y desorientar al proletariado sembrando ilusiones de mejora de un sistema de explotación que debe destruir, haciéndole partícipe del modelo empresarial-capitalista.

La autogestión puede llevarnos a la liberación tanto de las implicadas como de terceras. La teoría revolucionaria nunca podrá existir separada de la práctica revolucionaria, por lo que las prácticas autogestionarias de tipo económico no deben perder de vista la crítica global al modelo de vida que se nos impone y la necesidad de destruir dicho modelo. No sólo se trata de romper con las formas verticales de organización, sino de que esas nuevas relaciones horizontales se acerquen, dentro de las posibilidades, a una nueva forma de concebir y relacionarnos con el entorno, a nivel ecológico, en favor un decrecimiento que nos permita ser realmente respetuoso con la Tierra, enfin, acabar con el sistema atacando a sus raíces. Para ser consecuentes y efectivamente reconstruir el mundo, la práctica debe buscar su teoría y la teoría debe ser realizada en la práctica. La autogestión nos permite luchar como modelo revolucionario de asociarnos, nos permite crear unas relaciones según nuestra manera de pensar, nuestra moral y nuestros ideales, nos permite transformar el entorno al materializar la alternativa libertaria aquí y ahora.

La autogestión que deseamos difundir es la gestión directa (no mediada por ningún liderazgo separado) de la producción, distribución y comunicación social por las personas y sus entornos. El movimiento por la autogestión ha aparecido una y otra vez en todo el mundo durante el curso de revoluciones sociales. Rusia en 1905 y 1917-21, Ucrania 1917-23, España en 1936-7, Hungría en 1956, Argelia en 1960, Chile en 1972 y Portugal en 1975, entre otras. Los participantes en estas rebeliones vivieron una crítica de la totalidad social, comenzando con una crítica del trabajo asalariado, de la economía mercantil y del valor del cambio; un movimiento por la autogestión generalizada, pretendiendo la transformación de todos los sectores de la vida social y de todas las relaciones sociales (producción, sexualidad, vivienda, comunicaciones, etc.). Otras formas de llevar la autogestión a la práctica, pero con una visión más parcial, han sido el consejismo y el situacionismo. De una forma u otra, los proyectos autogestionados han sido siempre el complemento indispensable a la insurrección para la transformación de nuestras vidas; han supuesto la edificación de la anarquía pese a los contratiempos, eliminando las excusas que incitaran a retrasar la praxis de la vida tal y como se piensa, siente y desea. La rebelión espontánea y la subjetividad insurreccional por sí solas no son suficientes. Una revolución auténtica sólo puede ocurrir en un movimiento práctico por el que todas las mistificaciones del pasado sean concientemente barridas. Además, todas las doctrinas represivas y contrainsurgentes, así como todas las teorías revolucionarias, saben que cuanto más estrecha, ágil y viva es la dialéctica entre la práctica organizada y la autoorganizada, más débiles son los resultados últimos de la represión en todas sus formas y maneras de plasmarse.

Hay que observar que la Autogestión, como proceso organizativo específico, estuvo acompañada desde sus comienzos por un fuerte componente ideal y doctrinario, esto es, por teorizaciones globales realizadas por intelectuales y pensadores políticos que se planteaban frente al problema social y proyectaron el cooperativismo (o formas de empresa económica alternativas respecto a las capitalistas) como una respuesta organizativa y como una vía de reforma social, económica y política.

Pero al tiempo, han surgido y se han desarrollado asociaciones cooperativas "espontáneas" como respuesta de los interesados directos a las necesidades económicas y prácticas. Así constituido, el movimiento cooperativo resulta compuesto de lo que podríamos denominar "dos almas", la de ser un movimiento mutualista y solidario que se forma en el terreno específicamente económico para enfrentar necesidades y problemas sociales inmediatos, y la de ser un movimiento reformador y ético-social orientado a enfrentar las injusticias generales del sistema económico-político y a fundar un nuevo tipo de individuos y sociedad. Este "dualismo" denota la complejidad, diversidad y riqueza de un fenómeno, en el cual, sin embargo, la unidad entre teoría y práctica no ha sido jamás perfeccionada.

Es así como hoy podemos encontrar a una buena cantidad de hombres y mujeres que participaron de ese sueño de construir, a través de los intentos autogestionarios, unas relaciones humanas donde cada persona pudiera desarrollar sus capacidades, colaborando, al mismo tiempo, a la realización de los demás. Algunos proyectos son actuales y siguen vivos; otros, en cambio, fracasaron. Pero de cada fracaso, se debe generar un aprendizaje. Se pretende así a despojar a la teoría autogestionaria de todo dogmatismo, confrontándola y nutriéndola con la práctica. El aquí y ahora puede adoptar mil formas, el cómo sólo incumbe a las circunstancias de las personas que lo lleven a cabo, siempre y cuando, obviamente, no choque con principios básicos de horizontalidad y libertad entre ellas o terceras. Aunque la autogestión se considera como un método de transformación radical de la sociedad, su esencia es práctica, por lo que no se desecha ni se impugnan las tentativas pequeñas, parciales o aisladas que se dan en el marco del capitalismo.

Todas estas experiencias no son la única manera de autogestión: ésta es la práctica que adoptará, en base a los principios mencionados más arriba, la forma, los objetivos, los contextos y la duración que deseen las personas implicadas en cada proyecto autogestionado.
Pese a todo, la Autogestión tiene que inspirarnos hacia respuestas a nivel global, tiene que permitirnos sentar las bases de una reformulación holística de toda la realidad que nos rodea. Autogestionar proyectos de vida, sean éstos de la naturaleza que sean, nos permite acercarnos más al mundo nuevo que todas llevamos en nuestros corazones y en nuestras mentes, nos permite poner a prueba nuestros propios ideales, avanzar hacia la anarquía, errar y mejorar como libertarios.

 

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