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Pensamiento :: 25/08/2007

Las necesidades del capital frente a las necesidades de los seres humanos

Michael A. Lebowitz
La necesidad de entender la naturaleza del sistema y a entender que no pueden limitarse al sabotaje contra los efectos del sistema existente

Al igual que otros socialistas del siglo XIX, la visión de Karl Marx de una buena sociedad era aquella que permitiese el pleno desarrollo del potencial humano. «¿Cuál es el objetivo de los comunistas?», preguntaba el camarada de Marx, Friedrich Engels, en su primer borrador del Manifiesto del Partido Comunista. «Organizar la sociedad de tal manera que cada uno de sus miembros pueda desarrollar y utilizar su potencial y sus facultades en completa libertad y, por lo tanto, sin desnaturalizar la esencia básica de esa sociedad». En la versión final de Marx del Manifiesto, esa nueva sociedad se presenta como una «asociación en la que el libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos.» [1]

Esta idea del desarrollo del potencial humano está presente en toda la obra de Marx, la posibilidad de seres humanos ricos con necesidades humanas ricas, el potencial para producir seres humanos lo más ricos posible en cuanto a sus necesidades y capacidades. ¿Qué es, en definitiva, la riqueza, pregunta, «sino la universalidad de las necesidades individuales, capacidades, placeres, fuerzas productivas…?». Pensad en el «desarrollo de la rica individualidad que entraña el perfecto encaje entre la producción y su consumo»; pensad en «el pleno rendimiento de esos potenciales creativos». El verdadero objetivo es el «desarrollo de toda la capacidad humana como un objetivo en sí mismo».

Sin embargo, la realización de este potencial no puede caer del cielo. Exige el desarrollo de una sociedad en la que las personas no se consideren independientes entre sí, en la que conscientemente reconozcamos nuestra interdependencia y cooperemos libremente sobre la base de este reconocimiento. Cuando nos relacionamos con los demás como seres humanos, postula Marx, producimos para todos, simplemente porque entendemos que los demás necesitan de los resultados de nuestra actividad, y sentimos placer y satisfacción por el simple hecho de ser conscientes de que hacemos algo que es útil. Nuestra necesidad bastaría para asegurar nuestra actividad y, como consecuencia de ello, nos sentiríamos «afirmados tanto en el pensamiento como en el amor de los demás». Lo que Marx describía es, por supuesto, el concepto de familia humana.

La visión de Marx de una sociedad de productores libremente asociados, de una sociedad profundamente ética y moral, lo condujo bastante pronto, ya en su juventud, a plantear determinadas cuestiones analíticas. ¿Qué es esta sociedad en la que vivimos, y en la que si fueseis a decirme que teníais una necesidad respecto de algo que yo pudiera satisfacer, sería considerado como una súplica, una humillación «y, por consiguiente, expresada con un sentimiento de vergüenza y degradación?». «¿A qué se debe -preguntaba- que en lugar de afirmar que soy capaz de desarrollar una actividad que ayuda a otros seres humanos, tus necesidades sean, en cambio una fuente de poder para mí?». «Lejos de ser los medios los que te concederían el poder sobre mi producción, (tus necesidades) son en cambio los medios que me dan poder sobre ti».

Como quiera que no nos relacionamos como miembros de una comunidad humana, sino como aspirantes a propietarios, concluyó Marx, esta perversa separación de las personas se reproduce constantemente. De manera que Marx se vio impulsado a analizar la naturaleza de las relaciones sociales que existen entre las personas, el carácter de las relaciones en las que participan al producir, al producirse a sí mismas a la vez que producen para los demás. A partir de ahí empezó su análisis del Capitalismo.

Las relaciones de producción capitalistas

El cuento preferido por los economistas que celebran el capitalismo es que la competencia y los mercados aseguran que los capitalistas satisfagan las necesidades del pueblo, no por humanidad y benevolencia, sino (como lo expresó Adam Smith) «por su propio interés». Al competir en el mercado con otros capitalistas se ven impulsados (como espoleados por una mano invisible) a servir al pueblo. Sin embargo, para Marx, esta visión de la competencia y del mercado oscurece aquello que precisamente distingue al capitalismo de otras economías de mercado: sus relaciones de producción específicas. Las relaciones de producción capitalistas se caracterizan por dos ámbitos básicos: el ámbito capitalista y el ámbito de los obreros. Por un lado existen capitalistas-dueños de la riqueza, dueños de los medios físicos y materiales de producción. Y su orientación va dirigida hacia el crecimiento de su riqueza. Empezando con un capital de un cierto valor, en forma de dinero, los capitalistas compran productos con el objetivo de ganar más dinero, un valor añadido, una plusvalía. Y ahí está el quid, en los beneficios. Como capitalistas, todo lo que les importa es el incremento de su capital.

Por otro lado, tenemos a los obreros, personas que no tienen bienes materiales que puedan vender ni medios materiales para producir los bienes que necesitan para sí mismos. Sin estos medios de producción, no pueden producir mercancías que vender en el mercado a modo de intercambio. Así pues, ¿cómo obtienen los bienes que necesitan? Vendiendo lo único que tienen para vender, su fuerza de trabajo. Pueden vendérsela a quien quieran, pero no pueden elegir entre vender o no vender su capacidad para trabajar... si quieren sobrevivir.

Sin embargo, antes de poder hablar de capitalismo, deben haberse dado unas determinadas condiciones. No sólo debe existir una economía basada en productos y dinero, en la que unos sean los dueños de los medios de producción, sino que debe haber también un producto especial en el mercado: la capacidad para realizar trabajo. Para que ello suceda, argumenta Marx, los obreros deben ser primero libres en un doble sentido: deben ser libres para vender su fuerza de trabajo (por ejemplo, tener derechos de propiedad respecto a su capacidad para trabajar, algo de lo que carece el esclavo), y deben estar «libres de medios de producción (es decir, que los medios de producción deben de haber sido separados de los productores). En otras palabras, un aspecto singular de las relaciones de producción capitalista es la existencia de personas que, carentes de medios de producción, son capaces y se ven obligadas a vender un derecho de propiedad, el derecho de disponer de su capacidad para trabajar. Se ven obligadas a vender su capacidad para producir con el fin de conseguir dinero con el que comprar los bienes que necesitan.

Sin embargo, es importante comprender que, si bien la separación de los medios de producción de los productores es una condición necesaria para las relaciones de producción capitalista, no es una condición suficiente. Si los obreros están separados de los medios de producción, queda dos posibilidades: 1) los obreros venden su fuerza de trabajo a los dueños de los medios de producción; o 2) los obreros alquilan medios de producción a sus dueños. Existe una larga tradición en las ciencias económicas hegemónicas que postula que no importa que el capitalismo alquile fuerza de trabajo o que la fuerza de trabajo alquile capital, porque el resultado sería el mismo. Como veremos, para Marx existía una profunda diferencia: sólo en el primer caso, en el que tiene lugar la venta de la fuerza de trabajo, se puede hablar de capitalismo; sólo en este caso vemos las características específicas del capitalismo.

Sin embargo, no es simplemente el trabajo asalariado lo determinante. El capitalismo exige que exista fuerza de trabajo en tanto que mercancía y su combinación con el capital. ¿Quién compra ese derecho de propiedad concreto en el mercado y por qué? El capitalista compra el derecho a disponer de la capacidad de los obreros para realizar trabajo precisamente porque es un medio de lograr su objetivo: obtener beneficios. Porque eso y sólo eso, el incremento del capital, es lo que le interesa al capitalista.

Ya tenemos la base para un intercambio entre dos ámbitos del mercado, el propietario del dinero y el propietario de la fuerza de trabajo. Ambos quieren lo que le otro tiene; ambos obtienen algo a cambio en ese intercambio. ¡Parecería una transacción libre! Y ahí se detienen precisamente la mayoría de los economistas no marxistas. Tales economistas observan las transacciones que tienen lugar en el mercado y afirman: «Vemos libertad». Esto es lo que Marx describió como «el reino de la Libertad, la Igualdad, la Propiedad y Bentham». De hecho, como quiera que el partidario del libre comercio vulgaris sólo ve las transacciones en el mercado, sólo ve libertad.

Pero lo que aquí describimos no es toda economía de mercado. No toda economía de mercado se caracteriza por la venta de la fuerza de trabajo a un capitalista. Una defensa de una economía de mercado como tal no equivale a una defensa del capitalismo, como tampoco una defensa del mercado es una defensa de la esclavitud (que, por supuesto, implica la compra y venta de esclavos). Esta distinción entre capitalismo y mercados no es, sin embargo, la que los defensores del capitalismo tienden a hacer (según Marx, su ideología los conduce a confundir, desde la base, las características de las economías de mercado precapitalistas con el capitalismo).

¿Por qué? Pensemos en la característica específica de esa economía de mercado en la que la fuerza de trabajo se vende al capitalismo. Una vez concluida la transacción, observó Marx, vemos que tal transacción ha surtido un efecto en ambos ámbitos: «El que previamente era el dueño del dinero emerge como capitalista; y el propietario de la fuerza de trabajo lo sigue como su obrero». ¿Adónde van? Se adentran en el ámbito del trabajo; se adentran en el territorio en el que el capitalista tiene ahora la oportunidad de utilizar el derecho de propiedad que ha comprado.

La esfera de la producción capitalista

El proceso de producción que desencadenan las relaciones capitalistas tiene dos características básicas. La primera es que el obrero trabaja bajo la dirección, supervisión y control del capitalista. Los objetivos del capitalista determinan la naturaleza y el propósito de la producción. Las directrices y órdenes acerca del proceso de producción les llegan a los obreros desde arriba. No existen unas relaciones horizontales entre el capitalista y el obrero, en tanto que comprador y vendedor respectivamente en un mercado. En tal ámbito no hay mercado, sino una relación vertical entre el que tiene poder y el que no lo tiene. Es un sistema dirigista, lo que Marx describió como despotismo en el lugar de trabajo del capitalista. A eso le llama reino de la libertad y de la igualdad.

¿Por qué el capitalista tiene ese poder sobre los obreros en ese ámbito? Porque ha comprado el derecho a disponer de su capacidad para realizar trabajo. Ese es el derecho de propiedad que compró. Ese es el derecho de propiedad que el obrero vendió y que tenía que vender porque era su única opción de sobrevivir.

La segunda característica de la producción capitalista es que los obreros no tienen derecho de propiedad sobre el producto resultante de su actividad. No tienen derecho alguno sobre el producto. No pueden reclamar nada. Le han vendido al capitalista la única cosa que podía otorgarle ese derecho, la capacidad para realizar trabajo. A diferencia de los productores de una cooperativa que se benefician de su propio esfuerzo, porque tienen derechos de propiedad sobre los productos que producen, cuando los obreros trabajan más o con mayor productividad en la empresa capitalista, aumenta el valor de la propiedad del capitalista. A diferencia de lo que ocurre en la cooperativa (que no se caracteriza por las relaciones de producción capitalista), en la empresa capitalista todo el fruto de la actividad productiva del obrero pertenece al capitalista, el «reivindicador residual». Eso es lo que hace que la venta de la fuerza de trabajo sea tan determinante como característica distintiva del capitalismo.

¿Qué ocurre entonces en la esfera de la producción capitalista? Todo ocurre de una manera lógica a partir de la naturaleza de las relaciones de producción capitalistas. Como el objetivo del capitalista es la plusvalía, sólo compra fuerza de trabajo en la medida en que genere tal plusvalía. Para Marx, la condición necesaria para genera esa plusvalía era la realización de un valor añadido (la realización de un excedente de trabajo incorporado al contenido en lo que el capitalista paga como salarios). Mediante la combinación de su control de la producción y de la propiedad del producto del trabajo el capitalista actuará para garantizar que los obreros aumenten el valor de la producción por la que el capitalistas les ha pagado.

¿Cómo ocurre esto? En un momento determinado podemos calcular las horas de trabajo diario que son necesarias para mantener a los obreros en su nivel de vida. Estas horas de trabajo «necesario», postula Marx, viene determinadas por la relación entre el nivel de necesidad existente (el salario real) y el nivel general de productividad. Si la productividad aumenta, serán necesarias menos horas para que los obreros puedan reproducirse a sí mismos. Muy sencillo. Por supuesto, al capitalista no le interesa una situación en la que los obreros trabajen sólo lo suficiente para mantenerse. Lo que el capitalista quiere es que los obreros realicen un trabajo adicional, es decir, que el trabajo realizado por los obreros (la jornada laboral capitalista) exceda del nivel de trabajo necesario. La relación entre el excedente de trabajo y el trabajo necesario es lo que Marx definió como la proporción de la explotación (o, en su forma monetaria, la proporción de la plusvalía).

Ya hemos situado los factores que pueden ilustrar lo que Marx expresó como la «ley del movimiento», es decir, las propiedades dinámicas que emanan de estas relaciones específicas de producción capitalista. Recordemos que todo el propósito del proceso, desde el punto de vista capitalista, es el beneficio. El obrero no es más que un medio para conseguir su fin: el incremento del capital. Empecemos por un supuesto extremo, que la jornada laboral fuese igual al nivel de trabajo necesario (es decir, que no existiese excedente de trabajo). En este supuesto no habría producción capitalista. De manera que, ¿qué puede hacer un capitalista para lograr su objetivo?

Una opción del capitalista es utilizar su control de la producción para aumentar el trabajo que realiza el trabajador. Aumentar la jornada laboral, hacer la jornada laboral lo más larga posible. ¿Diez horas diarias? Estupendo. ¿Doce horas diarias? Mejor aún. El obrero realizará más trabajo para el capitalista, muy por encima de su salario, y el capital aumentará. Otro procedimiento es intensificar la jornada laboral. Acelerarla. Hacer que los obreros trabajen más y más rápido en un determinado período de tiempo. Asegurarse de que no se desperdicie movimiento, que no haya momentos de relajación. Todo aquel tiempo que los obreros destinen a pausas no están trabajando para el capital.

Otra opción del capitalista es reducir el salario. Para por debajo del salario real. Contratar obreros que trabajen por menos dinero. Alentar a los obreros a competir entre sí para ver quién trabaja por menos. Contratar a inmigrantes, personas empobrecidas procedentes del campo. Instalarse allí donde pueda encontrar mano de obra más barata.

Esta es la lógica inherente al capital. La tendencia inherente al capital es aumentar la explotación de los obreros. En un caso se aumenta la jornada laboral; en el otro se paga por debajo del salario real. En ambos casos, el grado de explotación aumenta. Marx comentó que «el capitalista tiende continuamente a reducir los salarios a un mínimo y a ampliar la jornada laboral al máximo»... Pero añadió: «mientras que el obrero presiona siempre en dirección contraria».

En otras palabras, en el marco de las relaciones capitalistas, mientras que el capital presiona para aumentar la jornada laboral en duración e intensidad y para pagar por debajo del salario real, los obreros porfían por reducir la jornada laboral y por ver aumentado su salario. Y fundan sindicatos para este propósito. Y, de la misma manera que en el bando del capital existe lucha, también la hay en el bando de los obreros. ¿Por qué? Fijémonos por ejemplo en la jornada laboral. ¿Por qué quieren los obreros disponer de más tiempo para sí mismos? Marx alude a «tiempo para educarse, para su desarrollo intelectual, para la realización de sus funciones sociales, para las relacione sociales para la libre expresión de las fuerzas vitales de su cuerpo y de su mente». El tiempo, señaló Marx, «es el ámbito del desarrollo humano. Una persona que no tenga tiempo libre del que disponer a voluntad, cuya vida entera, aparte de interrupciones meramente físicas como las dedicadas al sueño, a alimentarse, etc., está totalmente absorbido por su trabajo para el capitalista, es menos que una bestia de carga».

¿Qué decir de la lucha por conseguir salarios más elevados? Por supuesto, hay necesidades físicas para sobrevivir que deben ser cubiertas. Pero Marx comprendió que los obreros necesitan mucho más que eso. Las necesidades sociales de los obreros incluyen «su participación en actividades más elevadas, en satisfacciones culturales, el cultivo de sus aficiones, suscripciones a los periódicos, asistencia a conferencias, la educación de sus hijos, el desarrollo de su gustos, etc.». En resumen, los obreros tienen sus propios objetivos. Como son seres que viven en sociedad, sus necesidades están necesariamente determinadas socialmente. Sus necesidades como seres humanos en el seno de la sociedad son opuestas a las tendencias sobre la producción inherentes al capital. Cuando miramos el ámbito de los obreros reparamos en lo que reparó Marx, «en las propias necesidades del obrero para desarrollarse».

Pero desde la perspectiva del capital, los obreros y ciertamente, todos los seres humanos no son más un medio para un fin. No son un fin en sí mismos. Si satisface los objetivos del capital exige recurrir al racismo, a dividir a los obreros, a utilizar el estado para aplastar o ilegalizar a los sindicatos, a destruir las vidas de las personas y su futuro con cierres patronales o trasladándose a regiones del mundo donde los ciudadanos son pobres y los sindicatos están prohibidos, pues se recurre a eso. El capitalismo no ha sido nunca un sistema cuya prioridad hayan sido los seres humanos y sus necesidades.

Es cierto que los salarios han aumentado y que la jornada laboral se ha reducido desde que Marx escribió, pero ello no invalida la descripción de Marx del capitalismo. Toda mejora en tal sentido se ha logrado con la frontal oposición de los capitalistas (al igual que en tiempos de Marx). Al escribir acerca de la ley de las diez horas, la ley que reducía la duración de la jornada de trabajo a diez horas, Marx la describió como una gran victoria, una victoria sobre «el ciego imperio de las leyes de la oferta y la demanda», que forman la economía política de la clase capitalista. Era la primera vez, señaló Marx, que «a plena luz del día la economía política de la clase capitalista sucumbía a la economía política de la clase obrera».

En otras palabras, las mejoras que los obreros consiguen son el resultado de su lucha. Presionan en dirección opuesta a la del capital; se obstinan en reducir el grado de explotación. Implícitas en esa economía política de los obreros y en la lucha de la clase obrera están el surgimiento de las disensiones entre ellos (al margen de cuál sea su causa). Nada de todo ello es nuevo. Marx describió la hostilidad que existía por entonces entre los obreros ingleses y los obreros irlandeses como la causa de su debilidad: «Ahí está el secreto de que la clase capitalista mantenga su poder. Y lo sabe». A este respecto, la lucha entre capitalistas y obreros es una lucha acerca del grado de división entre los obreros.

Precisamente porque los obreros (debido a sus necesidades como seres humanos) se resisten a la reducción de los salarios y al aumento de los días de trabajo, los capitalistas deben encontrar un medio distinto para que el capital crezca. Se ven obligados a introducir maquinaria para aumentar la productividad. Al aumentar la productividad en relación con el salario real, reducen la mano de obra necesaria y aumenta el grado de explotación. En la lucha entre el capital y el trabajo, postula Marx, los capitalistas se ven impulsados a revolucionar los procesos de producción.

En El Capital Marx expuso cómo los capitalistas propiciaron cambios históricos en el modo de producción para conseguir sus objetivos. Partiendo del modo de producción preexistente (caracterizado por la artesanía a pequeña escala), los capitalista utilizaron su control sobre la producción, su capacidad para subordinar a los obreros y para ampliar e intensificar la jornada laboral. Sin embargo, existen barreras inherentes a este método de aumentar la plusvalía y el capital, barreras impuestas por los límites fisiológicos de la jornada laboral y la resistencia de los obreros. Por consiguiente, los capitalistas procedieron a introducir la división del trabajo, nuevas formas de cooperación social bajo su control, modificaciones en el proceso de producción. Un importante efecto fue aumentar la productividad e impulsar el incremento del capital.

No obstante, pese a esta nueva forma de producción, caracterizada por la división del trabajo en las fábricas, el crecimiento del capital seguía tropezando con obstáculos. Esta forma de producción seguía dependiendo de obreros cualificados, tras largos periodos de aprendizaje, y estaba sujeta a la resistencia de esos mismos obreros cualificados a la dirección del capital en el lugar de trabajo. Marx expuso con detalle cómo había procedido el capital a mediados del siglo XIX para crecer pese a estos obstáculos, modificando aún más el modo de producción –introduciendo maquinaria y el sistema de fábrica. Con este desarrollo de lo que Marx llamó «modo de producción específicamente capitalista», el capital subordina a los obreros no solamente por su poder para dirigir dentro del lugar de trabajo, sino por su dominación real de los obreros en forma de máquinas. En lugar de que los obreros empleasen los medios de producción, los medios de producción emplean a los obreros.

Al proyectar la lógica del capital mucho más allá de las modificaciones del modo de producción que se produjeron en su tiempo, Marx describió la emergencia de enormes fábricas automatizadas, combinaciones orgánicas de maquinaria que realizan todas las complejas operaciones de producción. En estos «órganos de la mente humana, creados por la mano del hombre», todo el conocimiento científico y los productos de la mente humana aparecen como atributos del capital en lugar de cómo atributos del colectivo de los obreros; y los obreros empleados en estas «factorías automatizadas» aparecen como elementos insignificantes, quedando «a un lado del proceso de producción en lugar de ser sus principales actores».

La transformación de la producción a través de la incorporación de los productos de la mente humana genera, como es lógico, el potencial para enormes aumentos de productividad. Algo positivo, obviamente, porque tiene el potencial para eliminar al pobreza en el mundo, hacer posible una sustancial reducción de la jornada de trabajo y dejar tiempo a los obreros paras su desarrollo humano. Pero recordemos que estos no son los objetivos del capitalista, y no se debe a ellos el que el capital introduzca cambios en el proceso de producción. En lugar de la reducción de la jornada laboral, lo que el capital quiere es reducir la mano de obra necesaria, lo que quiere es aumentar el excedente de trabajo y el grado de explotación.

De manera similar, debido a que no es el aumento de la productividad sino sólo el aumento de los beneficios lo que motiva a los capitalistas, las tecnologías y técnicas de producción específica seleccionadas no son necesariamente las más eficientes; más bien, dado que los obreros tienen sus propios intereses, la lógica del capital tiende a elegir aquellas técnicas que dividan a los obreros y permitan un control más fácil y la vigilancia de su rendimiento. Al capital no le preocupa lo más mínimo si la tecnología elegida permite a los productores experimentar algún placer o satisfacción en su trabajo, ni lo que les ocurra a las personas al verse desplazadas cuando se introduce una nueva tecnología y nuevas máquinas. Si las aptitudes del obrero son desechadas, si su empleo desaparece, poco importa. El capital sigue ganando y usted perdiendo. Marx dijo lo siguiente: «En el seno del sistema capitalista todos los métodos para aumentar la productividad social de la mano de obra se aplican a costa del obrero».

La introducción de la maquinaria tiene otro aspecto importante. Todo obrero desplazado, sustituido por la maquinaria, se suma a lo que Marx llamó «ejército de reserva proletario». La existencia de este cuerpo de obreros desempleados no sólo permite al capital ejercer la disciplina en el lugar de trabajo, sino mantener los salarios dentro de unos límites convenientes para una rentable producción capitalista. El constante reemplazo de ese ejército de reserva garantiza que incluso aquellos obreros que, organizándose y luchando, puedan «lograr una cierta participación cuantitativa en el crecimiento general de la riqueza», no lograrán, pese a ello, que los salarios reales aumenten paralelamente a la productividad. Marx estaba convencido de que el grado de explotación seguiría aumentando. Aunque los salarios reales aumentasen, el «abismo entre las condiciones de vida del obrero y las del capitalistas seguiría ahondándose».

En resumen, Marx describe un panorama en el que el capital tiene la sartén por el mango en la esfera de la producción. Mediante el control de la producción, y a causa de la naturaleza y orientación de la inversión, puede aumentar el grado de explotación de los obreros y aumentar la producción de plusvalías. Y, aunque puedan tener que hacer frente a la oposición de los obreros, el capital consigue superar los obstáculos que se le opongan en la esfera de la producción. Sin embargo, Marx señaló que, en este aspecto, existía una contradicción inherente al capitalismo: no puede limitarse a la esfera de la producción, sino que debe volver a entrar en la esfera de la circulación de mercancías, para vender allí sus artículos y productos –y no en un mercado abstracto, sino en un mercado determinado por las características específicas de la producción capitalista.

La promoción de las ventas y la «sobreproducción»

En tanto que el capital logra sus objetivos en la esfera de la producción, produce cada vez más productos que contienen plusvalía. Sin embargo, los capitalistas no quieren estos productos. Lo que quieren es vender esos productos y hacerse con la plusvalía latente en ellos. De ahí que deban volver a entrar en la esfera de la circulación de mercancías (y ahora como vendedores) para materializar sus beneficios potenciales. Y en este campo, señaló Marx, han de hacer frente a un nuevo obstáculo a su crecimiento: la extensión del mercado. Por tanto, los capitalistas fijan su atención en encontrar los medios de superar ese obstáculo. Del mismo modo que se ven impulsados a aumentar las plusvalías en la esfera de la producción, también se ven impulsados a aumentar la extensión del mercado, con el fin de materializar las plusvalías. Marx comentó: «De la misma manera que el capital tiende, por un lado, a fomentar que se produzca más de lo necesario, también tiene la tendencia complementaria a crear más ámbitos de intercambio». Con independencia de cuál sea la extensión del mercado, los capitalistas tratan siempre de ampliarlo. De ahí que Marx señalase: «La tendencia a crear el mercado mundial viene dada directamente en el propio concepto de capital. Todo límite aparece como una barrera que hay que superar».

¿Cómo logra el capital ampliar el mercado? Propagando las necesidades existentes en un círculo más amplio mediante «la producción de nuevas necesidades», es decir, de la promoción de las ventas [2] . En cuanto entendemos la naturaleza del capitalismo, podemos ver por qué el capital se ve necesariamente impulsado a ampliar la esfera de la circulación. Pero, hasta el siglo XX, debido a la expansión y desarrollo del «modo de producción específicamente capitalista», la promoción de las ventas no se hizo tan avasalladora. Los enormes gastos del capitalismo moderno en publicidad, en los astronómicos salarios pagados a atletas profesionales cuya presencia puede potenciar la imagen televisiva y, por lo tanto, ingresos por publicidad que, a su vez, van a parar a quienes controlan los medios... ¿Qué es esto sino el testimonio de los éxitos del capital en la esfera de la producción y de su compulsiva tendencia a lograr éxitos similares en la venta de los artículos producidos? Para que aquellos productos que contienen plusvalías latentes puedan dar «el salto mortal» de la venta con éxito, el capital debe realizar fuertes inversiones en la esfera de la circulación (que en una sociedad racional sería considerado un inaceptable derroche de recurso materiales y humanos).

Sin embargo, el problema del capital en la esfera de la circulación de mercancías no se reduce a que deba ampliar la esfera de la distribución, sino que el capital tiende a ampliar la producción de plusvalía más allá de su capacidad para materializar esas plusvalías. La sobreproducción, señaló Marx, es «la contradicción fundamental del capital desarrollado». Existe una constante tendencia a la sobreproducción de capital, una tendencia a aumentar la capacidad productiva por encima de lo que el mercado capitalista existente podría justificar. La producción capitalista tiene lugar «sin detenerse a ponderar los límites reales del mercado o de las necesidades respaldadas por la capacidad para pagar». De ahí que exista una «constante tensión entre las restringidas dimensiones del consumo sobre la base capitalistas, y una producción que trata siempre de superar esas barreras inmanentes».

Para Marx, esta tendencia inherente del capital a producir más plusvalías de las que puede materializar emana, directamente, de los éxitos del capital en la esfera de la producción, concretamente, de sus éxitos para aumentar el grado de explotación. Lo que el capital hace en la esfera de la producción se vuelve contra él en la esfera de la circulación de mercancías: al porfiar «por reducir al mínimo la relación entre la producción necesaria y el excedente de producción», el capital crea simultáneamente «barreras en la esfera de los intercambios, es decir, obstáculos a la posibilidad de realización de los beneficios; a la realización del valor añadido en el proceso de producción». La sobreproducción, comentó Marx, se debe precisamente a que el consumo de los obreros «no crece paralelamente a la productividad de la fuerza de trabajo».

Un periodo de enormes aumentos de productividad mientras los salarios reales se rezagan es la sobreacumulación de capital y sus efectos (como ocurrió en la Gran Depresión de la década de 1930). ¿Cuánto tiempo nos separa de algo así en la actualidad, teniendo en cuenta el enorme crecimiento de la capacidad productiva en todo el mundo, en países con salarios bajos y un constante engrosamiento del ejército de reserva obrero a medida que los campesinos abandonan el campo o se ven obligados a abandonarlo? La capacidad del capital para trasladarse a países donde se pagan salarios bajos para manufacturar productos que son exportados al mundo más desarrollado, aumenta sustancialmente el desfase entre productividad y salarios reales, es decir, aumenta el grado de explotación en el mundo, lo que significa que la promoción de las ventas para activar la circulación de los productos en la esfera comercial debe intensificarse. En este aspecto, tiene lugar algo más que un oscuro contraste entre los bajos salarios que se pagan a las mujeres que producen calzado de la marca Nike y las astronómicas cantidades que le pagan a Michael Jordan y a otros como él. Existe un nexo orgánico.

La primera señal de la hiperacumulación de capital es el recrudecimiento de la competencia entre los capitalistas. (¿Por qué iba a suceder eso si la capacidad para producir plusvalías no desbordase el crecimiento del mercado?) Sin embargo, el efecto más concluyente de la hiperproducción son las crisis, esas «cíclicas y violentas soluciones de las contradicciones existentes, violentas erupciones que restablecen el equilibrio perturbado... momentáneamente». Los inventarios de productos sin vender crecen. Y, si los productos no pueden venderse en las condiciones del mercado existentes, el capitalismo no los producirá. Así pues, se reduce la producción, se anuncian despidos, aunque el potencial para producir siga tan intacto como las necesidades de la población. No en vano el capitalismo no es un sistema basado en la caridad.

En las crisis, la naturaleza del capitalismo queda en evidencia ante todos: son los beneficios – y no las necesidades de las personas como seres humanos socialmente desarrollados – los que determinan la naturaleza y envergadura de la producción en el seno del capitalismo. ¿Qué otro sistema económico cabe imaginar que pueda generar la existencia simultánea de recursos sin utilizar, de personas desempleadas, y de personas con necesidades sin cubrir que podrían ser cubiertas por la capacidad de producción? ¿Qué otro sistema económico dejaría que, en gran parte del mundo, la población muera de hambre, mientras que en otros lugares existe abundancia de alimentos y donde lo que se lamenta es que «se produzcan demasiados alimentos».

La reproducción del capital

Hay muchísimo más que decir acerca del análisis que Marx hace del capitalismo, mucho más de lo que toda breve introducción pueda aspirar a ofrecer. La creciente concentración de capital en manos de unas pocas grandes corporaciones, la división del mundo entre los que tienen y los que no tienen, la utilización del estado por parte del capital, todo ello lo encontramos en el análisis que Marx hace del capitalismo. Y también podemos encontrar en Marx una profunda comprensión de la incompatibilidad entre la lógica del capital y la naturaleza, entre «el espíritu de la producción capitalista orientado hacia el más inmediato beneficio monetario» y las «permanentes condiciones de vida requeridas por la cadena de las generaciones humanas». La producción capitalista, comentó Marx, desarrolla el proceso social de producción «minando simultáneamente las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el obrero». [3]

Sin embargo, creemos haber dicho lo suficiente para comprender la teoría esencial del capitalismo que Marx describió; una teoría en la que las necesidades del capital se oponen a las necesidades de los seres humanos. Es un retrato de un sistema expansivo que trata de negar a los seres humanos la satisfacción de sus necesidades, pero que, a la vez, instiga continuamente la creación de nuevas necesidades ratifícales, para inducirlos a comprar productos: un leviatán que devora la vida laboral de los seres humanos y a la naturaleza en su afán de obtener beneficios, que desecha las aptitudes de los obreros de la noche a la mañana y que, en nombre del progreso, coarta la necesidad de desarrollo del obrero. ¿Por qué perdura entonces semejante abominación?

Sería un gran error pensar que Marx creía que sustituir al capitalismo iba a ser una tarea fácil. Ciertamente, el capitalismo estaba sujeto a crisis periódicas. Pero Marx dejó claro que estas crisis no eran permanentes. Nunca pensó que, simplemente, un buen día el capitalismo se desplomaría. No obstante, en una crisis, la naturaleza del sistema queda en evidencia ante todos. Además, se hace más transparente con el crecimiento de la concentración del capital. Por lo tanto, ¿no es esto suficiente para inducir a toda persona racional a querer desembarazarse de este sistema y sustituirlo por un sistema sin explotación, por un sistema basado en las necesidades humanas?

Marx no creía que hubiese nada tan automático en un movimiento para acabar con el capitalismo. Los obreros pueden luchar contra aspectos específicos del capitalismo – pueden luchar por la jornada laboral, por el nivel salarial, por las condiciones de trabajo, contra la destrucción del medio ambiente que provoca el capital-, pero, a menos que entiendan la naturaleza del sistema, no hacen sino luchar por un capitalismo más amable, por un capitalismo con rostro humano. No hacen sino participar, insistía Marx, «en una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente», en lugar de tratar de abolirlo.

De hecho, para Marx, nada estaba más claro que el modo en que el capitalismo mantiene su hegemonía, el modo en que el dominio del capital se reproduce. Y sigue dominando porque la gente acaba por considerar que el capital es necesario, porque parece que es el capital el que hace la mayor aportación a la sociedad, que sin el capital no habría empleos, no habría ingresos ni vida. Todo aspecto de la productividad social de los obreros aparece necesariamente como la productividad social del capital, y esta apariencia nada tiene de casual. Marx comentó que la trasposición de «la productividad social de la mano de obra en atributos materiales del capital está tan fuertemente arraigada en la mente de las personas que las ventajas de la maquinaria, el uso de la ciencia, los inventos, etec., son necesariamente concebidos de esta forma alienada, de tal manera que todas estas cosas están condenadas a ser atributos del capital»

¿Por qué? En el núcleo de toda esta mistificación del capital, de esta inherente mistificación, se halla la característica básica del capitalismo, que actúa allí donde el obrero vende su capacidad creativa al capitalista por llenar el puchero (la venta de la capacidad de trabajo del obrero capitalista). Al observar esta transacción, señaló Marx, nunca da la impresión de que los obreros reciban el equivalente a su trabajo necesario, pero que hayan realizado más trabajo adicional, muy por encima del trabajo necesario. El contrato no dice: «Esta es la jornada necesaria para que usted se mantenga de acuerdo con el nivel de vida existente». Por el contrario, la impresión que da, necesariamente, a primera vista es que los obreros venden una determinada cantidad de trabajo, toda su jornada laboral, y que obtienen un salario que es (más o menos) una justa compensación por su aportación; que, en definitiva, les pagan por todo el trabajo que realizan ¿cómo podría dar otra impresión? En suma, da necesariamente la impresión de que el obrero no es explotado; como si los beneficios pudiesen brotar de la nada.

De ello parece desprenderse que los beneficios deben de proceder de la aportación del capitalista; de que no son sólo los obreros, sino que el capitalista también hace una aportación y recibe su equivalente. O sea, que todos obtenemos lo que nosotros (y nuestras acciones) merecen. ¡Que algunos aportan muchísimo más y que, por lo tanto, también obtienen muchísimo más! A eso se reduce el apologético saber de los economistas que, como señaló Marx, se limitan a codificar estas apariencias en elaboradas fórmulas y ecuaciones. Sin embargo, no hay nada más fácil que comprender el porqué de esta mistificación, teniendo en cuenta la forma que, en apariencia, adopta esa venta de la fuerza de trabajo. Es la fuente de «todas las nociones de justicia que albergan tanto el obrero como el capitalista, de todas las mistificaciones del modo de producción capitalista, de todos los espejismo del capitalismo respecto a la libertad».

Además, en tanto que los beneficios no se consideran resultado de la explotación, sino como lo que fluye a partir de la aportación del capitalista, de ello se deduce necesariamente que el capital acumulado no debe de ser el resultado del propio producto del obrero, sino, por el contrario, que procede del sacrificio del propio capitalista, que se abstiene de consumir todos sus beneficios, o sea, que es consecuencia «de la autoflagelación de este moderno penitente, el capitalista». El capital, en suma, aparece como algo totalmente independiente de los obreros, como una fuente de riqueza independiente (sobre todo porque la ciencia y la productividad social aparecen cada vez más en forma de medios de producción).

No cabe sorprenderse entonces de que los obreros consideren al capital como la gallina de los huevos de oro y que saquen la conclusión de que adaptarse a las necesidades del capital es, simplemente, una cuestión de sentido común. Y, por su propia naturaleza, el capitalismo genera la apariencia de que no hay alternativa. Como Marx señaló:

El avance de la producción capitalista genera una clase obrera que por educación, tradición y hábito considera las exigencias de ese modo como leyes naturales evidentes. La organización del proceso de producción capitalista, una vez plenamente desarrollada, desmorona toda resistencia. [4]

Esta aceptación del capital es lo que garantiza la persistente reproducción del sistema. Queda bien claro que Marx no creía que el capitalismo fuese fácil de sustituir.

Más allá del capitalismo

Lo que sí creía Marx es que era posible sustituirlo. Precisamente por la mistificación inherente al capital es por lo que Marx escribió El Capital, la culminación de toda una vida de estudio. Marx creía que era esencial explicarles a los obreros cuál es la verdadera naturaleza del capital; y lo bastante importante para «sacrificar mis salud, mi felicidad y mi familia». En definitiva, Marx escribió El Capital como un acto político, como parte de su proyecto revolucionario.

Para entender el capital, subrayó, hay que mirar bajo la superficie y tratar de entender la estructura subyacente del sistema. Nunca se puede llegar a entender el capitalismo analizando por separado distintas partes del sistema, y centrándose sólo en la competencia no es posible entender la dinámica interna del sistema: nos perderíamos entre apariencias, en el modo en que la leyes internas se presentan necesariamente a los actores y, por lo tanto, no plantearíamos las preguntas adecuadas. Es preciso considerar el sistema como un todo y preguntar: ¿cómo se auto-reproduce el sistema? ¿De dónde proceden los elementos necesarios para su reproducción? En definitiva, ¿de dónde proceden los capitalistas y los trabajadores asalariados necesarios para las relaciones de producción capitalista?

Lo que Marx demostró al examinar el capitalismo como un sistema que se reproduce es que el capital que se opone al obrero no es una premisa inexplicada (como necesariamente se presenta), sino que puede ser entendido como el resultado de una explotación previa, como el resultado de previas extracciones de valor añadido. Esta misma perspectiva, la de considerar el sistema como aquel que debe reproducir sus propias premisas, delata lo limitado de la visión de que los salarios son el reflejo de la aportación de los obreros al proceso de producción. Si los obreros no hacen más que vender una cantidad de trabajo y obtener su equivalente, ¿qué garantiza que se aseguren una compensación suficiente para reproducirse a sí mismos? ¿Qué, en definitiva, garantiza que, como grupo, no obtengan lo bastante para ahorrar y huir del trabajo asalariado? ¿Cómo logra este sistema sostenerse a sí mismo?

Al analizar el sistema en su conjunto, Marx desmitificó la naturaleza del capital. Una vez que nos adentramos en la lógica de su análisis ya no podremos considerar el capital como ese prodigioso dios que nos proporciona el sustento a cambio de nuestros periódicos sacrificios. En lugar de ello, entenderemos el capital como el producto de la clase trabajadora, como nuestra capacidad vuelta contra nosotros. En definitiva, al enfocar el conjunto del sistema, Marx ilustra que la cuestión no estriba en reformar determinados aspectos negativos del capitalismo, sino en deshacernos de ese sistema inhumano que es el capitalismo.

Esto no significa que Marx desalentase a los obreros para luchar por las reformas. Por el contrario, sostenía que no luchar por sí mismos a diario hace a los obreros «apáticos, irreflexivos, y los convierte en instrumentos de producción mejor o pero alimentados». El sólido argumento de Marx subraya la importancia de la práctica revolucionaria, del simultáneo cambio de las circunstancias y de la propia persona. Al luchar contra el capital para satisfacer sus necesidades, los obreros se reproducen de un modo que los prepara para una nueva sociedad: llegan a percatarse de la necesidad de entender la naturaleza del sistema y a entender que no pueden limitarse a la guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente. Y, como Marx sabía, ahí está quid cuando el capitalismo ya no es sostenible.

La sociedad a la que Marx aspiraba como alternativa al capitalismo era una sociedad en la que la relación de producción se caracterizase por la asociación de los productores libres; una sociedad de individuos libremente asociados trataría «su productividad común y social como su riqueza social», produciendo para las necesidades de todos. Y se reproducirían a sí mismo como miembros de una comunidad verdaderamente humana; una sociedad que permitiría el pleno desarrollo del potencial humano. En contraste con la sociedad capitalista «en la que el obrero existe para satisfacer la necesidad de que los valores existentes sean valorados», es decir, como un medio para el incremento del capital, tal sociedad «generaría la situación inversa en la que la riqueza objetiva tendría por objeto satisfacerlas necesidades del propio obrero para su desarrollo». En tal sociedad, «el libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos».


Notas:

(*) Quiero expresar mi profundo agradecimiento a Douglas Dowd y a Sid Shniad por sus comentarios a un borrador previo de este ensayo. Y, aunque no todas, he tenido en cuenta muchas de sus sugerencias.

[1] En este ensayo he optado por utilizar muchas citas directas de Marx, no para remitir al lector a la fuente, sino para transmitir su razonamiento en un lenguaje mas expresivos y relevante que el mío. La mayoría de las citas de Marx proceden del volumen I de El capital, el único volumen de esta obra que Marx completó, y de sus ricos cuadernos notas de 1857-1858, publicados como los Grundrisse. Ya había utilizado estas anteriormente (con la adecuada referencia) en mi Beyond Capital: Marx´s Political Economy, of the Working Class (St. Martín Press, Nueva York, 1992), cuya versión ampliada aparecerá en breve en Palgrave Macmillan. Veáse también para algunos de estos argumentos y citas mi artículo «Marx´s Falling Rate of Profit: A Dialectical View», Canadian Journal of Economics (mayo de 1976) y «Analytical Marxism and Theory of Crisis», Cambrige Journal of Economics (mayo de 1994)

[2] Marx no utilizó la expresión «promoción de ventas», que fue utilizada por Paul Baran y Paul M. Sweezy en El capital monopolista; yo la utilizo aquí para subrayar la continuidad entre las obras de estos últimos respecto a la de Marx. La importancia de la capacidad de persuasión de los vendedores para el capitalismo del siglo XX fue también un tema destacado por Thorstein Veblen.

[3] Para una buena introducción marxista al problema del capitalismo y el medio ambiente, véase The Vulnerable Planet, de John Bellamy Foster, Monthly Review Press, Nueva York, 1999. Un estudio más detallado de la capital importancia que Marx concedía a la ecología puede verse en su Marx´s Ecology, Monthly Review Press, Nueva York, 2000. Veánse también los trabajos de James O´Connor, ambos en su Natural Causes: Essays in Ecological Marxism, Guilford, Nueva York, 1998, y en la revista Capitalism Nature Socialism; así como Marx and Nature: A Red and Green Perspective, de Paul Burkett, St. Martín Press, en la actualidad Palgrave Macmillan, Nueva York, 1999.

[4] K. Marx, El capital, Vol I. Eludo aquí mi costumbre de no aportar citas específicas porque a pesar de su importancia, este pasaje (y otros en la misma página) no ha recibido suficiente atención.

Revista Laberinto, Nº 23, 1er. cuatrimestres 2007. Socialismo o Barbarie

 

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