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Europa :: 16/12/2008

El barrio ateniense de Exarjia: Desde lo que el diario El País llama "el gueto"

Noemí Sobregués
Los policías sólo salen de la comisaría con cascos, escudos y botes lacrimógenos colgados de la chaqueta para hacer la ronda en busca de ?jóvenes alborotadores?

Me sorprendía hace unos días (ver abajo) que la enviada especial de El País en Atenas se hubiera quedado sentada ante el televisor el día del entierro de Alexis y de la multitudinaria manifestación estudiantil en la plaza Síntagma. Tiende una a pensar que un enviado especial debería estar en el ojo del huracán, allí donde están teniendo lugar los acontecimientos que va a relatarnos, pero también entiende una que todos somos humanos: la enviada especial podría estar alojada en un hotel de un barrio residencial a las afueras de Atenas (es decir, el centro le quedaba un poco lejos, y el transporte está complicado en esta ciudad desde hace una semana), y ese día podría haber estado agotada y haberse quedado medio dormida ante la tele, sin fuerzas siquiera para pulsar el mando a distancia y cambiar de canal. Estas cosas son comprensibles.

También puedo llegar a entender que la enviada especial de El País tenga la mala suerte de preguntar a Nikos, a Yannis y a Kostas, y que los tres sean fachas. Es mucha mala suerte, no digo que no, pero podría pasar.

Lo que de ninguna manera me cabe en la cabeza es que alguien que haya pisado Atenas y se haya dado una vuelta por Exarjia (lo que se supone que debería haber hecho cualquiera que pretenda informar sobre lo que está pasando en esta ciudad desde hace ya una semana larga) se atreva a decir que este barrio es un gueto (http://www.elpais.com/articulo/internacional/epicentro/revuelta/Atenas/elpepiint/20081212elpepiint_7/Tes). Las carcajadas de todos aquellos con quienes lo he comentado, y han sido muchísimos, han llegado a menudo a las lágrimas. Y siempre, superado el ataque de risa, me preguntan: “¿Dónde se aloja esta enviada especial?”.

Personalmente, empiezo a pensar que no se aloja en ningún sitio. Que no hay enviada especial de El País en Atenas. Es imposible. Pero si resulta que me equivoco y sí que la hay, aprovecho la ocasión para invitarla a tomarse un frapé conmigo en la plaza Exarjia. Que venga con tiempo, porque de paso daremos una vuelta por el barrio.

Partiremos del este, donde Exarjia linda con Kolonaki, uno de los barrios más pijos de Atenas (todo el mundo sabe que los guetos suelen lindar con los barrios exclusivos). Pasaremos por el Instituto Francés (a los franceses les va la marcha, así que prefieren albergar sus instituciones cerca de los guetos), el Goethe Institut (los alemanes no se enteran) y el Instituto Cervantes (los españoles no podemos permitirnos alquilar un local si no es cerca de un gueto, claro). Ya en territorio propiamente exarjiota, dejaremos atrás la Facultad de Magisterio y la de Derecho, pasaremos ante la sede central del Pasok, en pleno centro del barrio (es natural que los socialistas quieran su sede central en un gueto, porque eso les acerca al pueblo), y de camino al Politejnío la enviada especial de El País tendrá ocasión de observar que vivo en el barrio con mayor densidad de librerías de toda la ciudad. Verá también la gran cantidad de pequeños talleres tipográficos donde todavía se hacen libros al estilo tradicional, ediciones bellísimas hechas a mano. Y tiendas de instrumentos musicales cada cien metros.

Pasaremos corriendo y semiencapuchadas ante el Politejnío, no sea que nos caiga un bote lacrimógeno en la cabeza, y nos plantaremos en el Museo Arqueológico Nacional, también en Exarjia. Y de allí hacia el norte, donde explicaré a la enviada especial de El País que esos locales cuyos carteles me temo que no entiende son sedes de todo tipo de grupos políticos (de izquierdas, claro está), de agrupaciones antiglobalización, de asociaciones de vecinos, de asambleas de ciudadanos que organizan actividades diversas.

Que éste no es un barrio de vecinos a la antigua usanza, de ancianos y jubilados, no será necesario que se lo señale. Podrá verlo por sí misma. De lo que Exarjia está llena, y a todas horas, es de jóvenes (en su mayoría universitarios), de tabernas, de bares de copas y de terrazas. Es uno de los centros de la vida nocturna ateniense.

Hay algo en lo que la enviada especial de El País sí tenía razón: en Exarjia hay serios problemas con la heroína desde hace años (aunque debo precisar que en Grecia no sucede como en España, donde la heroína va de la mano de la delincuencia). Hace apenas un par de meses la situación llegó a un punto nunca visto hasta entonces: los yonquis y los traficantes ocupaban la plaza Exarjia a todas horas, incluso estaban prácticamente alojados en ella, durmiendo en el césped. Los vecinos y los propietarios de los locales de los alrededores se hartaron de llamar a la policía denunciándolo. Todos sabemos a qué hora y dónde llegan los traficantes a repartir su mercancía. Todos menos la policía, al parecer. Ni una sola vez se dio una vuelta por la plaza.

Lo único que le interesa a la policía en este barrio son los “anarquistas”. Sólo salen de la comisaría con cascos, escudos y botes lacrimógenos colgados de la chaqueta para hacer la ronda en busca de “jóvenes alborotadores” (y siempre los encuentran). Es vox pópuli que no sólo hacen la vista gorda con los traficantes, sino que intentan incentivar que el barrio se llene de yonquis. Mejor yonquis que anarquistas.

Los vecinos decidieron tomar cartas en el asunto. Obviamente no se tomaron la justicia por su cuenta. Es un barrio de izquierdas, insisto. Lo que hicieron fue intentar recuperar la plaza para los vecinos organizando eventos diversos: mercadillos de trueque, sesiones de DJ’s, asambleas, entre otras actividades.

Quisiera además insistir en el asunto de la presencia policial en el barrio. Con motivo de las Olimpiadas en Atenas, el gobierno se puso manos a la obra dispuesto a ofrecer una imagen del país acorde con las exigencias de quienes mandan en Occidente. Logró desarticular de una manera más bien rocambolesca el grupo terrorista 17-N, declaró que la cuna del “eje del mal” de los grupos antisistema estaba en Exarjia y prometió, al más puro estilo Bush, limpiar ese mal de la ciudad. El embajador de Estados Unidos en Grecia se quedó tan contento, que afirmó por televisión que viajar a Atenas aquel verano de 2004 era seguro tanto para los equipos estadounidenses como para el público.

Desde entonces Exarjia está tomada veinticuatro horas al día, siete días por semana, por los MAT (la policía antidisturbios), siempre en uniforme de asalto, dispuestos a liarse a porrazos y a rociarnos con sus gases lacrimógenos a la primera ocasión que se les presenta; ocasiones que han ido tanto de un insulto por parte de transeúntes hartos de verse permanentemente rodeados de antidisturbios, hasta el lanzamiento de alguna que otra botella vacía –que, como por desgracia hemos visto, podía ser respondida con balas.

La omnipresente presencia policial –una presencia en la mayoría de los casos simbólica en lo que se refiere a “protección ciudadana”, pero especialmente provocadora por lo que respecta a posibles “sospechosos de provocar disturbios” (léase llevar el pelo largo, o vestir con ropa negra o deportiva)– se ha hecho insoportable para los vecinos del barrio, que sólo deseamos que acabe de una vez por todas este absurdo e injustificado estado de sitio.

Entiendo que ni siquiera el mejor periodista del mundo podría estar enterado de todo. Es difícil escribir con propiedad tanto de los acontecimientos en Grecia esta última semana como de El Salvador, de la intelectualidad de los imanes, de las plantas que vienen de América, de los inmigrantes luteranos, de Groenlandia y de la prostitución (algunos de los temas sobre los que la enviada especial de El País ha escrito este año). Lo que cada quien se vea obligado a hacer para ganarse el sueldo me tiene sin cuidado. Los hay que se meten a policías.

Me sorprende, no obstante, que un periódico como El País recurra a trabajadores que igual planchan un huevo que fríen una corbata para cubrir eventos tan importantes como los que están teniendo lugar en Grecia esta semana. O acaso lo que sucede es que El País ha enviado especialmente a la persona adecuada, a la que no tiene demasiados problemas o no le queda más remedio que seguir la línea ideológica que día a día destilan casi todas las páginas en las que se aborda este tema: repetir hasta la saciedad que lo que está sucediendo a este lado del Mediterráneo no son más que altercados protagonizados por anarquistas radicales y vándalos.

Un abrazo desde el gueto.


Crónica del entierro de Alexandros (lo que El País no contó)
Noemí Sobregués

Dice esta mañana (10 de diciembre) la enviada especial de El País (por fin se han decidido a enviar a alguien, por cierto, ya que hasta ahora se habían limitado a reproducir noticias de la prensa griega, y, sea dicho de paso, de los periódicos más conservadores):

Pasadas las cuatro de la tarde, hora local (una hora menos en la España peninsular), el ataúd blanco con los restos de Alexis desapareció del plano. Las imágenes siguientes, minutos después, fueron ya de disturbios y enfrentamientos.

¿La enviada especial de El País se queda en el hotel viendo la tele? No importa. Algunos de nosotros estábamos allí.

El entierro tuvo lugar en Palio Faliro, un barrio a unos ocho kilómetros del centro de Atenas. A esas horas el Politejnío está relativamente en calma. No hay policía en los alrededores.

Frente a la iglesia se concentra una multitud de gente, en especial adolescentes, muchos de ellos con sus padres. Algo a lo lejos empieza a reunirse también gran cantidad de policía. Mis compañeros griegos insisten en que precise que no se trataba de antidisturbios, sino de motoristas. Iban armados.

De las calles adyacentes van llegando cada vez más chavales. Vemos a madres gritando desde el balcón a sus hijos que vuelvan a casa. En vano. Hablamos de chicos de clase media acomodada, vestidos con ropa de marca, que probablemente nunca han estado en Exarjia y nada saben de política.

De pronto un motorista saca un arma y dispara tres veces al cielo. (Posteriormente el policía afirma que sacó el arma por miedo, porque se sintieron amenazados –amenazados por tener frente a ellos a niños, y la vía libre a sus espaldas.) Se desata el caos. Los chavales corren a recoger los casquillos de las balas. La policía vuelve a disparar al cielo unas diez veces. Entonces, y sólo entonces, es cuando empiezan los disturbios y los enfrentamientos. Sí, se producen importantes destrozos en la zona y los alrededores.

Está filmado por cámaras de televisión. Es una lástima que la enviada especial de El País no sólo se limitara a quedarse viendo la tele, sino que además ni siquiera se tomara la molestia de echar un vistazo a los distintos canales.

Y sigue diciendo:

En la plaza Sintagma, el kilómetro cero de Atenas, se hizo de noche prematuramente en torno a las dos de la tarde. El humo negro producido por plásticos quemados se mezclaba con los botes de humo disparados por los antidisturbios.

Luego se pierde en comparaciones con la Intifada, en David y Goliat, en la desproporción del recurso a la fuerza por parte de ambos bandos, se da un paseo por Tesalónica y vuelve a la plaza Síntagma para decir que algunos manifestantes “no se conformaron con arrojar piedras, también usaron vallas, palos y papeleras. Y los más radicales cócteles molotov”. Sólo en el siguiente párrafo, tras haber mencionado la manifestación convocada por el partido comunista griego, deja caer, casi por descuido, que “la otra concentración” (la de Síntagma) era “mayoritariamente estudiantil” y “concentró a miles de participantes”.

Curiosa manera de contar lo sucedido. No decimos “falsa”. Decimos sólo “curiosa”. Lo que cuenta es cierto, pero tan parcial, tan absolutamente sesgado y tan estratégicamente expuesto, que al final poco tiene que ver con lo que presenciamos los que allí estábamos.

Era, efectivamente, una manifestación estudiantil. Hablamos de chicos de colegios e institutos entre once y dieciocho años, en su mayoría acompañados por sus profesores y sus padres. Habían llegado escuelas enteras de toda la ciudad y del Ática. Pretendía ser una manifestación pacífica.

Los manifestantes se sientan ante el Parlamento. Los más jóvenes, directamente niños, ocupan las primeras filas.

La policía los rodea totalmente. La plaza va llenándose de gente.

La policía intenta desalojar a los manifestantes a empujones y patadas (contra las primeras filas, las de los niños). Los chicos no se mueven. La policía saca sprays lacrimógenos y empiezan a rociarlos. Los profesores y los padres corren hacia las primeras filas y se enfrentan a la policía a gritos: “Pero ¿qué hacéis? ¿No veis que son niños? ¿Pretendéis matárnoslos a todos?”. Es cierto: alguna piedra empieza a caerles. La policía se pone nerviosa, se guarda los sprays y lanza por los aires un bote de gases lacrimógenos. Y es entonces, y sólo entonces, cuando se desata la batalla campal, cuando los que han ido concentrándose en los alrededores de la plaza no se conforman con lanzar piedras, sino que recurren a vallas, palos y papeleras.

Y sigue diciendo la enviada especial:

“Saludamos y damos la bienvenida a los jóvenes que no se cubren la cara”, era la consigna más repetida entre los profesores y los estudiantes que participaron en la primera marcha de la mañana.

Tampoco decimos que sea falso. No decimos que no haya "encapuchados radicales" y "vándalos". Los hay. Pero no son tantos. Las calles están llenas de gente a todas horas, y por las noches, en los alrededores del Politejnío, todos podríamos pasar por encapuchados, entre otras cosas porque tenemos que salir con gorro (caen huevos, tomates, piedras e incluso algún cóctel molotov de balcones de casas particulares en cuanto pasa la policía), los ojos untados con vaselina, pañuelos mojados sobre la nariz y la boca, o mascarillas. Llevamos cuatro días largos respirando lacrimógenos (hay testimonios de que han lanzado botes estadounidenses caducados, lo cual ha complicado todavía más las cosas –el ministro de Sanidad pidió hace unos días a la policía que moderara el uso de lacrimógenos, comentó que incluso el personal médico tiene problemas para respirar cuando atiende a los heridos).

Y dice además:

Dos palabras se repiten sobremanera estos días en los medios de comunicación y en las calles: hooligans y vándalos. Otra frase favorita es: “Atenas parece Irak”.

Suponemos que esto es lo que se repite sobre todo en los medios de comunicación extranjeros. En cuanto a las calles, está claro que depende de con quién hable cada cual. La frase que más hemos oído nosotros incluso en los peores momentos, cuando todo el centro de Atenas ardía y la situación estaba totalmente fuera de control, era: “Iparji logos” (Hay motivos).

La situación es sorprendente. Desde el principio en las calles hay muchísima gente hasta bien avanzada la madrugada, pero cuanto más se empeñan los medios en que se trata sobre todo de pequeños grupos de vándalos radicales y anarquistas, más gente sale a la calle. Y los que al principio se limitaban a hacer acto de presencia empiezan ahora a animarse a lanzar alguna piedra que otra.

Está claro que en Atenas sólo los "vándalos" son fotogénicos.

Rebelión

 

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