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Pensamiento :: 02/01/2009

Nacionalismo y poder

Linzhe
El declararse apátrida no tiene por qué estar necesariamente ligado a renegar de tu cultura y tus costumbres.

Según la definición que da la RAE, una nación es el “conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno”. A ojos de esta definición, por mucho que le pese a los Ibarretxes y los Roviras, España SÍ es una nación, pues todos los que habitamos en el Estado español estamos gobernados por el mismo Gobierno.

No obstante, tampoco podemos pasar por alto la tercera acepción que ofrece la RAE del concepto de nación, a saber, el “conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”. Según esta definición, por mucho que le pese a los Aznares y las Aguirres, España NO es una nación.

¿Con cuál nos quedamos, con la primera o con la tercera acepción? Personalmente, considero más legítima la tercera. La tercera acepción es, por así decirlo, más natural, apela menos a algo artificial construido por los Gobiernos y más a un orden natural inherente a una comunidad que se desarrolla en un espacio físico concreto. Entonces, efectivamente, soy más partidario de la idea que sostiene que España NO es una nación.

Pero de todas formas, vale, España no es una nación, yo no soy español nacionalmente hablando, ¿pero qué soy? ¿Soy castellano? ¿Soy madrileño? Es que, precisamente por ser el concepto de nación algo tan subjetivo, es difícil saber de qué nación es uno si no siente un fuerte amor a la zona en la que vive y ha crecido. Veo un montón de gente que tiene clarísimo que su nación es Cataluña, o que su nación es El País Vasco, o que su nación es España, pero no es mi caso, yo no lo tengo tan claro. Oficialmente, y según la primera acepción que da la RAE, mi nación es la española, de eso no hay ninguna duda, pero es que miro a España, a la España que conozco, y para nada se ajusta a la definición natural de “nación”, sino que más bien parece una “nación” que alberga varias naciones (éstas sí) a su vez. O al menos naciones para aquellos que la sienten como tal, porque sí que es cierto que dentro de esas supuestas naciones como Cataluña o El País Vasco vive gente que para nada se sient!
e exclusivamente catalán o vasco, sino que se siente español. Está la cosa jodida cuando se juega con algo tan subjetivo como las naciones.

Yo lo que veo es que la nacionalidad de uno varía dependiendo de con qué se la compare. Por ejemplo, si comparamos a los americanos con los europeos, yo sin duda me sentiré europeo. Si comparamos a los españoles con los franceses, yo me sentiré español seguro. Si comparamos a los castellanos con los gallegos, seré castellano como el que más y mi nación será Castilla por siempre, y dentro de Castilla seré madrileño en oposición a un salmantino, y dentro de Madrid seré de mi barrio frente a otros, y así sucesivamente. Vemos pues que la nación de uno varía dependiendo de con qué se la compare, lo que podría llevarnos a pensar que en verdad lo que ocurre es que tenemos muchas nacionalidades, todos somos parte de distintas naciones dependiendo de con qué las comparemos, o lo que es lo mismo, no tenemos ninguna nación definida y éstas no existen como tales. Por lo tanto, creo que no tiene ningún sentido declararse nacionalista de ninguna nación, yo soy apátrida, no tengo una nacio!
nalidad definida (siempre teniendo en cuenta el significado natural del término, o sea, la tercera acepción).

El declararse apátrida no tiene por qué estar necesariamente ligado a renegar de tu cultura y tus costumbres, tampoco soy partidario de eso. A uno le pueden encantar las fiestas de su pueblo y sus tradiciones, y no por ello venerar a su nación como si ésta fuese una especie de Dios. Al fin y al cabo, los nacionalismos son muy parecidos a las religiones, tienen un Dios (la propia nación), un símbolo (la bandera o escudo), unos cánticos religiosos (el himno)...

El problema de los nacionalismos también viene cuando uno de ellos pretende ponerse por encima del otro, como ocurre en el caso del nacionalismo español. La supuesta España es una cosa muy rara, porque sus defensores dicen que es una nación y sin embargo en ella se hablan diferentes lenguas, se tienen diferentes tradiciones y se pueden percibir diferentes pueblos. ¿Cómo puede ser eso? Es imposible, España no es una nación, sino un conjunto de naciones. Sin embargo, se pretende que Galicia, País Vasco y Cataluña sean lo más español de España, y cualquier atisbo de gallego, euskera o catalán es percibido desde España como un ataque al castellano, al español. Es como una pelea constante entre los españoles y los no españoles, lo que sin duda contribuye a fortalecer esas identidades nacionales no españolas. Quizá, si ningún nacionalismo se impusiese a otro, todos los nacionalismos podrían vivir en paz y armonía. Claro que, si esto ocurriese, ya no tendría ningún sentido hablar de “nacionalismos”. Es precisamente el hecho de que unos pueblos se impongan a otros lo que siembra la semilla de los nacionalismos. Es el poder lo que genera los nacionalismos, con todos sus símbolos, sus banderas, sus ritos, sus himnos y demás elementos religiosos que le vuelven a uno medio gilipollas. Hay que eliminar el poder, su monopolio, y podremos empezar a ocuparnos de cosas más importantes como el reconocimiento de nuestra bandera, porque ya no será necesario que nadie la reconozca.

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