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México :: 24/04/2019

A veinte años de la huelga en defensa de la gratuidad de la UNAM…

Colectivo Latinoamérica Socialista
La huelga rebelde y plebeya de 1999, encabezada por el Consejo General de Huelga (CGH), tan vilipendiada y atacada en su momento, aún hoy sigue siendo un recuerdo incómodo

Lo es para diversos sectores del poder y para quienes la firmeza y la claridad de aquel movimiento estudiantil, resultó siempre incomprensible. La huelga más larga que ha vivido la Universidad Nacional, ha sido poco abordada por los estudiosos y su carácter popular trata de ocultarse como un mal recuerdo. Frente a la imagen comúnmente difundida de aquel movimiento estudiantil como un cúmulo de descontrol, violencia, e intransigencia, es importante hacer un balance serio de sus logros y sus limitaciones.

Por qué inició el movimiento estudiantil de 1999

La gota que derramó el vaso fue, sin duda, la intención de las autoridades de establecer cuotas de inscripción. El entonces rector Francisco Barnés de Castro, y los grupos de poder representados por él, decidieron imponer el 15 de marzo de 1999 que el ingreso semestral a la universidad pública tendría precio: $1,360 para bachillerato y $2,040 para licenciatura, pese a que la mayoría de los estudiantes había dejado claro que rechazaban esa iniciativa. El movimiento estudiantil asumió la defensa del derecho a la educación para todos los jóvenes que aspiraban a ingresar a la UNAM.

Dos elementos contribuyeron a generar la ira estudiantil: la prepotencia con la que las autoridades decidieron imponerse y la consciente defensa del derecho a la educación para todos, incluyendo a los que menos tienen, que tarde o temprano se verían expulsados con las cuotas. El monto era poco importante. El problema era que una vez rota la barrera de la gratuidad (representada en cuotas simbólicas), ese monto iría aumentando a voluntad del gobierno.

El movimiento universitario del 99 fue una respuesta no sólo al intento de acabar con la gratuidad en la UNAM. Se trataba también de una respuesta a una política neoliberal, ordenada desde los grandes organismos transnacionales, que en México había provocado ya la desaparición de multitud de derechos sociales y la privatización de diversas empresas e instituciones estatales. El movimiento representó un hasta aquí a esa política.

Antes del 15 de marzo, la comunidad universitaria realizó discusiones, foros, consultas, recolección de firmas, asambleas y mítines en los que quedó claro que la voluntad de la inmensa mayoría de los universitarios era contraria a la iniciativa de Barnes. Tras la aprobación de las cuotas en una sesión del Consejo Universitario fuera de las instalaciones de la UNAM, a escondidas de los universitarios y contra su voluntad, quedó claro que tener la razón no era suficiente y se hizo necesaria una medida de fuerza que los detuviera por la vía de los hechos. Fue así que el 20 de abril de 1999 estalló la huelga.

El movimiento estudiantil definió el contenido de su movimiento a través de 5 demandas que incluían la retractación de varias medidas impuestas en los años anteriores para expulsar de la UNAM a aquellos a los que más trabajo les cuesta estudiar por su situación económica y social.

En qué consistía el pliego petitorio

1°. Era evidente que la imposición de cuotas de inscripción, que con toda seguridad seguirían aumentando en el futuro, implicaba un golpe directo a las familias con menos recursos. El CGH dejó claro que para el movimiento estudiantil no se trataba de negociar un monto pequeño de cuotas o de exigir exenciones en casos particulares, y planteó claramente que su lucha era por defender la gratuidad de la educación pública en nuestro país.

Para debilitar esa resistencia, Barnés prometió a que ningún estudiante que estuviera matriculado en la UNAM en ese momento, tendría que pagar las nuevas cuotas de inscripción durante toda su carrera. Pensó que con esa promesa, los estudiantes de aquella generación le permitirían aprobar las cuotas para los jóvenes que venían atrás. Pero su intento fracasó rápidamente, pues la posición de las asambleas estudiantiles fue clara: la educación en la UNAM debe ser gratuita, para nosotros y para todos los jóvenes que entren después. Barnés le apostó al individualismo de los estudiantes, pero el movimiento supo poner en primer plano los intereses del conjunto de la sociedad, muy especialmente los intereses de los sectores populares, los más desprotegidos, los que menos tienen.

La primera demanda del pliego petitorio fue eliminar todo reglamento de pagos y establecer un único principio: la Universidad Nacional Autónoma de México es total y absolutamente gratuita.

2°. El CGH exigía el restablecimiento del pase automático irrestricto del bachillerato de la UNAM a sus licenciaturas, y la eliminación del límite de permanencia en la Universidad. Este punto consistía en echar abajo dos iniciativas que habían sido aprobadas por el Consejo Universitario de Barnés en 1997, que también golpeaban fuertemente a los estudiantes de escasos recursos.

Las restricciones impuestas al pase automático significaban que una gran cantidad de egresados del bachillerato de la UNAM tenían que enfrentar más obstáculos para continuar con sus estudios. A una parte de ellos, se le obligaría a presentar de nuevo un examen de admisión que ha demostrado ser más un filtro social que un mecanismo de evaluación de conocimientos. Además, si la UNAM les otorga a los egresados de su bachillerato una calificación aprobatoria, ¿por qué desconoce una educación que ella misma imparte imponiendo un nuevo examen de admisión?

Otra parte de los egresados de Prepas y CCH´s serían sometidos a una forma velada de expulsión mediante la reubicación en carreras que no eran de su interés o en planteles a los que les resultaba muy difícil llegar, provocando la deserción.

En 1997 se aprobó también un límite de tiempo para que un joven pudiera permanecer en la UNAM. El derecho de inscripción para un estudiante que no logra terminar sus estudios en el tiempo establecido oficialmente para ello, está limitado a un 50% adicional de ese mismo plazo, es decir, si una carrera es de 4 años, sus estudiantes pueden inscribirse en materias hasta por 6 años. La resolución del 97 limitaba también la posibilidad de que un estudiante que no logra terminar sus estudios inscribiéndose en materias, pudiera continuar presentado exámenes extraordinarios hasta lograr cubrir todos los créditos y titularse. No se trataba de expulsar a estudiantes rezagados que ocupaban un lugar que podía ser utilizado por un nuevo alumno. Estos jóvenes ya no ocupaban un lugar en las aulas. Solo contaban con la posibilidad de seguir presentando exámenes hasta terminar.

Es decir, era una medida para expulsar a un conjunto nada despreciable de estudiantes que por muy diversas causas desarrollan sus estudios a un ritmo más lento, desde los que abandonan sus estudios pero vuelven años después a terminarlos, los que tienen que trabajar, los que no pueden comprar materiales o a veces no pueden asistir por falta de recursos. En una palabra, los que por su situación económica, personal o social tienen más dificultades para avanzar. Y llegado el plazo límite, un joven que por ejemplo tuviera cubierto 90% de los créditos de su carrera, pasaba a tener 0% porque se le daba de baja sin reconocimiento alguno a los estudios realizados.

El segundo punto del pliego petitorio fue la derogación de las reformas de 97. El CGH dijo no al intento de convertir a la universidad pública más grande de América Latina en una pequeña escuelita sólo para los mejores, exigiendo que la UNAM se dedicara a hacer mejores a l@s más posibles, incluyendo a aquellos a los que más trabajo les cuesta estudiar.

3°. La UNAM había dejado de elaborar y aplicar los exámenes de selección que tenían que presentar los aspirantes a ingresar en sus aulas, dejando esas tareas en manos de una empresa privada que lucraba con dichos exámenes: el CENEVAL. Así, para “evaluar” a los aspirantes, se aplicaba un examen diseñado por una asociación de empresarios y funcionarios. Más que medir la cantidad de conocimientos adquiridos por un aspirante, se medía su “eficacia” al responder 128 preguntas de opción múltiple con una orientación definida por un organismo en el que participaban la Cámara Nacional de la Industria de Restaurantes y Alimentos Condimentados, el Instituto Mexicano de Ejecutivos en Finanzas, la CONCANACO, entre otros empresarios, así como autoridades de instituciones educativas privadas como la UNITEC, el ITAM, el Tecnológico de Monterrey, etc. El mismo CENEVAL aplicaba exámenes para seleccionar y controlar la contratación de granaderos o custodios de cárceles.

El tercer punto del pliego petitorio era la desvinculación de la UNAM del CENEVAL, para eliminar el control de los empresarios en la determinación de quiénes podían ingresar y quiénes no.

4°. En la defensa del derecho del pueblo a la educación universitaria, las tres demandas anteriores eran de vital importancia, pero resultaban insuficientes. El triunfo resultaría efímero, si se mantenía la estructura antidemocrática de gobierno de la UNAM. La demanda de la realización de un Congreso democrático y resolutivo pretendía transformar la vertical y autoritaria estructura de gobierno de la UNAM, para asegurar que la opinión de los universitarios nunca volviera a ser ignorada. Se trataba de prevenir otro conflicto construyendo una institución más democrática.

La demanda también respondía a la necesidad de continuar la lucha por otros medios. Con la realización de un Congreso realmente democrático, se podrían solucionar otras demandas que tenía el movimiento estudiantil en su plataforma de lucha, como, por ejemplo, el aumento de la matrícula.

5°. El movimiento estudiantil también luchaba por la erradicación de toda una estructura en la que las autoridades de la UNAM se apoyan para combatir la resistencia de los estudiantes: el aparato de represión y espionaje oculto bajo el manto de Auxilio UNAM. Hoy ese aparato está dirigido por el hampón Teófilo Licona, el “jefe cobra”, y su colusión con los grupos porriles quedó evidenciada el 14 de abril de 2018, cuando dirigió el ataque contra estudiantes de CCH Azcapotzalco en plena explanada de rectoría. En 1999 ese aparato había sido enormemente fortalecido durante el rectorado de Barnés, y usado para expulsar o castigar a jóvenes activistas. Los vigilantes de base denunciaron la presencia de personal directamente de la PGR, para identificar a dirigentes, videograbar protestas y amedrentar a los estudiantes.

La quinta demanda era el desmantelamiento de ese aparato.

¿Cómo se organizó el movimiento?

Retomando uno de los aportes más importantes del movimiento popular-estudiantil de 1968, el CGH reivindicó el principio organizativo basado en asambleas por escuela, convocadas ampliamente y abiertas a todos los estudiantes que desearan participar en ellas. Desde las asambleas se definían los delgados revocables y con mandato de base para representar a cada escuela en el CGH. De esta forma, tod@s l@s estudiantes podían participaban en las decisiones.

Las asambleas estudiantiles fueron el pilar en el que el CGH sostuvo su autoridad y su representatividad; las grandes manifestaciones fueron el pulmón que las revitalizó constantemente a lo largo de todo el movimiento. En multitud de escuelas y facultades, las asambleas no solo decidían la posición que debían llevar sus delegados, sino que ahí se organizaban las brigadas, la propaganda, las consultas y todo lo que se requería para hacer realidad las decisiones tomadas en el CGH. Hay que decir que no todos los centros de estudio mantuvieron una discusión en asambleas a lo largo de todo el movimiento. Al debilitarse la organización y discusión colectiva en una parte de las escuelas, se favoreció que las decisiones fueran tomadas por pequeños grupos, desvirtuando el carácter democrático de la lucha. Incluso la horizontalidad del movimiento, se llevó al extremo de la rotatividad diaria y a ultranza, que se convirtió en improvisación y en mala representación del movimiento.

La lucha de clases

Las medidas impulsadas desde el gobierno y la rectoría iban dirigidas a expulsar de la Universidad a una clase social, y fue esa clase social la que se movilizó para defenderse. La lucha fue llevada adelante fundamentalmente por l@s estudiantes de escasos recursos de la UNAM.

Desde el inicio del movimiento se percibía la dimensión del conflicto. El Estado y la rectoría echaron toda la carne al asador para vencer la resistencia estudiantil. El CGH sufrió una de las campañas de difamación y desprestigio más grandes que los medios de comunicación mexicanos hayan dirigido contra un movimiento social. Se utilizaban hasta los programas cómicos y de entretenimiento para atacar a la huelga. Todos los sectores de la burguesía mexicana tomaron la palabra contra la huelga estudiantil, todos los partidos políticos coincidieron en sus ataques al movimiento, los empresarios de la Coparmex llegaron a reclamar incluso la desaparición de la UNAM, el alto clero se sumó a la campaña de linchamiento contra los huelguistas, las mafias universitarias que sentían en riesgo su poder, se rasgaban las vestiduras pidiendo represión contra la huelga. Los analistas y editorialistas de la derecha, y no pocos que se decían de izquierda, acusaron al CGH de intransigente, violento. Los de arriba cerraron filas contra los “ultras”, decidieron echar montón contra los estudiantes en huelga y no escatimaron recursos en su intención de derrotarlos.

Los estudiantes hicieron lo propio. Sacaron miles de brigadas que se lanzaron a las calles, a los camiones, a los mercados, al brigadeo casa por casa, para informar de los verdaderos objetivos de la lucha, de la importancia de mantener la Universidad abierta a los hijos de los trabajadores, de la necesidad de la huelga y del apoyo indispensable de todo el pueblo para triunfar. Con volantes, carteles, actos culturales y más, los estudiantes contrarrestaron la campaña de los medios de comunicación, cada espacio era propicio para discutir y para convencer. Rápidamente el CGH se rodeó del apoyo del pueblo, de la solidaridad de las organizaciones sociales, logró agrupar de su lado a una amplia franja de la población: a los de abajo. Eran ellos los que, con su cooperación y participación, sostenían a la huelga dando la pelea. Desde entonces se estableció la más importante barricada que defendió a la universidad en huelga, la que hizo realidad una resistencia tan larga y difícil contra todo el aparato del Estado: la barricada del apoyo popular.

Un sector medio de profesores y estudiantes de la UNAM, que no estaban de acuerdo con rectoría pero que no se jugaban su estancia en la universidad con las medidas del plan Barnés, en un primer momento se incorporó a la lucha del CGH pero después jugó un triste papel en ella. Este sector estaba básicamente representado por el grupo PRD-Universidad (cuando ese partido contaba con recursos y con una fuerza a nivel nacional). Hoy varios de sus integrantes están en las filas de Morena.

Los de este sector entendían que dejar avanzar al gobierno en sus medidas contra la universidad pública perjudicaba al país, pero cuando gracias a la lucha del CGH se les abrió la posibilidad de acceder a puestos en la estructura de gobierno universitaria, vieron a su sector social libre de todo peligro y decidieron voltear bandera. Al principio fueron arrastrados a apoyar la huelga porque oponerse a ella hubiera implicado su aislamiento, pero en realidad veían con horror un movimiento encabezado por los plebeyos, nunca pretendieron llegar hasta las últimas consecuencias para ganar esa lucha, es más, apenas iniciada, buscaron mil pretextos para distanciarse de ella.

En realidad, la lucha del CGH nunca fue la lucha de ese sector, desde el principio trataron de mediatizarla y comenzaron a negociar el levantamiento de la huelga con rectoría y el gobierno, por fuera del movimiento. Pronto se mostró que no tenían ni la representatividad ni la fuerza para obligar al CGH a aceptar sus negociaciones. Al no poder implementar lo que negociaban, una buena parte de ese sector se sumó descaradamente a las filas de los que se proponían derrotar a la huelga.

Lo que se estaba jugando con la huelga era la posibilidad de que los estudiantes de abajo pudieran asistir a la Universidad, tener acceso a la educación superior. Los estudiantes comprometidos con aquella lucha comprendieron que no había negociación posible, para los pobres la disyuntiva era ser o no ser expulsados de la UNAM. Por eso la firmeza del CGH, por eso la decisión de no moverse de sus demandas.

Cuando los sectores del perredismo se desesperaron por el alargamiento de la huelga y por esa firmeza que les resultaba incomprensible (calificada por ellos como “intransigencia”), los de en medio y los de arriba se agruparon contra los de abajo. El CGH se levantó como la organización de un sector social dentro de la UNAM que tenía que combatir contra todos para mantener su derecho a la educación universitaria.

Dentro del CGH, además de la versión estudiantil del sector de en medio (los llamados moderados), se encontraban dos grandes alas que también tenían profundas diferencias. El disenso partía de una visión distinta sobre quiénes debían ser agrupados en la lucha. Por un lado, se planteaba que la principal tarea del CGH era poner tras de sí a la mayor cantidad de sectores sociales que fuera posible, dentro y fuera de la UNAM, para ganar el pliego petitorio. Por otro lado, se promovía la “depuración” del movimiento estudiantil, no se trataba de agrupar, no importaba la cantidad de compañeros que estuvieran luchando, sino la “calidad” de los compañeros, es decir, se defendía la idea de que “unos poquitos pero bien convencidos” podrían vencer a todo el aparato de Estado.

Los que pugnaban por la depuración del movimiento, llevaron a cabo distintas prácticas para enfrentar a sus adversarios, que no pasaban por la lucha ideológica y el debate político, impulsando medidas que tendían al aislamiento del movimiento. Con la idea de realizar “acciones contundentes”, acordadas y ejecutadas por unos cuantos e incluso pasando por encima de los acuerdos del CGH, más de una vez arrastraron a todo el movimiento a situaciones complicadas que desviaban su atención de la lucha central por ganar el pliego petitorio. Más tarde, cuando el movimiento logró abrir un diálogo público, este sector se propuso el entrampamiento del diálogo, sin entender que éste ofrecía la posibilidad de hacer llegar a mucha más gente los argumentos del movimiento y de demostrar ante la población lo absurdas que eran las “razones” de las autoridades.

En el movimiento estudiantil, como en todo movimiento de masas, hubo diferencias; desen-cuentros que reflejaban los distintos intereses de los distintos sectores sociales que confluyeron en el CGH.

Las embestidas para derrotar a la huelga y las iniciativas para contrarrestarlas

Durante toda la huelga, la amenaza de represión estuvo presente. Pero para hacerla realidad, el gobierno y las autoridades debían primero debilitar al movimiento, quitarle respaldo social y dividirlo.

Intentaron la táctica del desgaste, quisieron confundir con formulaciones tramposas acompañadas de campañas anunciando que las demandas estaban resueltas, aparentaron aceptar un diálogo público, pero exigieron que la huelga se levantara antes de iniciar la discusión.

El CGH respondió a cada una de las artimañas que se pusieron en juego para vencerlo. Las demandas estaban claras y la firmeza fue la estrategia central, a pesar de todos los engaños, las amenazas y las represiones. Para mantener la UNAM abierta a los hijos del pueblo, los estudiantes de entonces estuvieron dispuestos a llegar hasta el final.

Con la consigna de “O defendemos todos lo que es de todos o nos quitan todo a todos”, el CGH llamó al pueblo trabajador a asumir la defensa de sus derechos, en particular el derecho del pueblo a la educación.

De todas las estrategias para vencer a la huelga, es importante resaltar tres grandes embestidas:

1. La primera se dio con la propuesta de Barnés, aprobada por el Consejo Universitario el 7 de junio de 1999, que consistía en hacer las cuotas de inscripción de carácter “voluntario”, mientras se liberaban los cobros por todos los servicios en la UNAM. El engaño era muy burdo, cambiaban la posibilidad de cobrar la inscripción a cambio de cobrar lo que quisieran por servicios como las credenciales, el uso de salas de cómputo, el pago de exámenes extraordinarios, etc. El CGH rechazó esta burda propuesta y decidió unánimemente sostener la huelga, desplegando una campaña para evitar que la población cayera en la trampa y se desatara la represión. En esta campaña, el CGH se fijó la meta de repartir un millón de volantes que llegaran a todo el pueblo para explicar la necesidad de defender a la UNAM. La cumplió.

2. La segunda embestida inició el 21 de julio de 99 cuando se recurrió a la llamada “propuesta de los eméritos”. Se pedía a los estudiantes que aceptaran levantar la huelga con una suspensión temporal de las medias de Barnés y la promesa de que sus demandas se resolverían en “espacios de discusión y análisis sobre los temas fundamentales de la UNAM” y un compromiso del mismo Consejo Universitario que había aprobado todas las medias contra las que se levantó el movimiento, de que prestaría “atención preferente a las conclusiones obtenidas y las traducirá en resoluciones”. Lo relevante de esta propuesta fue que se presentó como una iniciativa de ocho maestros eméritos de la UNAM, entre los cuales destacaban figuras reconocidas por amplios sectores como representativas de la izquierda mexicana (como Adolfo Sánchez Vázquez y Luis Villoro).

El movimiento discutió y rediscutió la propuesta en sus asambleas durante varias semanas, y finalmente decidió rechazarla. La propuesta de los eméritos fue evidenciada cuando la rectoría y el gobierno hicieron público su respaldo a ella y se supo que en realidad había salido del colegio de directores de las escuelas y facultades. El CGH logró derrotar esa embestida con la discusión en las asambleas escuela por escuela.

3. La tercera embestida apareció tras una nueva campaña contra los estudiantes huelguistas. La utilización de estas personalidades, logró movilizar contra la huelga a un sector que potencialmente siempre fue contrario a las demandas y a la esencia de la lucha del CGH: el sector de los investigadores. Muchos de ellos, se habían visto beneficiados por las políticas presupuestales que habían ido trasladando recursos de la docencia a la investigación, dando cuantiosos salarios y enorme poder al pequeño sector de investigadores de la UNAM.

Este agrupamiento dio pie a una nueva táctica del gobierno, convocado reiteradamente a romper la huelga usando la fuerza pública por Barnes y sus seguidores, por los empresarios y por muchos otros. Zedillo se dio cuenta que necesitaba agrupar dentro de la propia UNAM, una mayor fuerza contra los huelguistas, que le facilitara reprimir al CGH sin tener que sufrir un costo político como el que cayó sobre Díaz Ordaz tras el 2 de octubre de 1968. Tenía que incluir a los investigadores pero también al sector medio de académicos, tradicionalmente excluidos del poder, abriéndoles espacios en puestos como direcciones de facultades e institutos y en la burocracia universitaria a cambio de combatir juntos al CGH.

Para ello, el gobierno tuvo que sacrificar al rector Barnés pues los grupos de poder que él representaba no estaban dispuestos a ceder ni una migaja de su poder en beneficio del sector medio. Fue grande la rebelión estudiantil que, al tirar al soberbio rector, demostró que la brutalidad no era suficiente para doblegarla. Con la renuncia de Barnés, forzada por la firmeza del CGH, el sector más afectado fue la ultraderecha de la UNAM, que tuvo que ceder una parte de su control político y del presupuesto universitario que por años manejó a su antojo. De este golpe propinado por el movimiento estudiantil no se han podido levantar del todo.

El nuevo rector: una nueva forma de hacer política para el mismo objetivo

Traído directamente del gabinete de Zedillo, y avalado por los de en medio, entró a la rectoría Juan Ramón de la Fuente, quien echó a andar el tercer gran embate contra la huelga decidido desde el gobierno. Se apresuró a fortalecer la alianza con el sector perredista y a generar las condiciones que Zedillo requería para utilizar la represión contra la huelga. El gobierno había formulado su exigencia señalando que era necesaria “una expresión democrática, sistemática, cuantificable, debidamente acreditada de la mayoría universitaria a favor del regreso a clases”, es decir, había que hacer un plebiscito para justificar la represión.

De inmediato se puso en contacto con diversos grupos de académicos contrarios al movimiento y aceptó un diálogo público sobre las demandas del CGH. Ya hemos señalado que en este diálogo público una parte del CGH se movió muy mal, desperdiciando una posibilidad inigualable de argumentar sus demandas ante amplios sectores.

El fraude del plebiscito fue trabajado desde Gobernación. La promoción que se le hizo llegó a ser insultante: los tradicionales derechistas y sus relucientes nuevos aliados, hablaban de “una gran muestra democrática”. Destacados perredistas (Cuauhtémoc Cárdenas), dirigentes sindicales charros (Agustín Rodríguez) e intelectuales temerosos (Monsivais, Poniatowska), públicamente externaron su apoyo a la farsa del plebiscito y le apostaron a la derrota moral del CGH ante la sociedad. El movimiento respondió con la tercera consulta abierta a la población, en la que se logró un aval popular contra la escalada represiva y por la solución de las demandas del movimiento.

Un día antes del plebiscito De la Fuente hizo pública una “propuesta institucional”, sin haber sido planteada nunca al CGH. En esta se aceptaba la derogación de las cuotas aprobadas por Barnés, se ofrecía una suspensión temporal de las reformas del 97 y de los vínculos con el CENEVAL y se aceptaba la realización de un Congreso Universitario.

Al movimiento estudiantil, acostumbrado a la cerrazón de Barnes y de la derecha tradicional universitaria, le costó trabajo ajustarse a la nueva táctica del gobierno y tardó en reaccionar a la nueva situación, lo que permitió al nuevo rector tejer un acuerdo con todos los sectores que estaban contra el CGH o desesperados por la prolongada duración de la huelga.

De la Fuente utilizó también un arma que le fue de gran utilidad para debilitar al CGH: la calumnia. El nuevo rector y sus asesores en Gobernación lograron ubicar un punto débil del movimiento. En el movimiento de 1987, se encumbró una dirección que se reducía a un pequeño grupo de “líderes” del llamado Consejo Estudiantil Universitario (CEU). La traición de la mayoría de esos “líderes”, al negociar a espaldas del movimiento el levantamiento de la huelga sin la satisfacción de sus demandas, marcó la conciencia de los estudiantes de forma permanente. En 1999, la desconfianza en cualquier compañero que comenzara a perfilarse como “líder” era inmediata, y algunas posiciones dentro del CGH la transformaron en una enfermedad que intentaba identificar cualquier disenso con una confabulación planeada para vender la huelga. En lugar de promover una vigilancia democrática de los huelguistas sobre l@s compañer@s elegidos para representarlos, se llegó al absurdo de rotar diariamente a l@s vocer@s o preferir que nadie hablara para que no cupiera la posibilidad de una negociación a sus espaldas.

Aprovechando esta situación, directamente desde Gobernación se implementó una campaña en la que algun@s compañer@s de indudable trayectoria democrática y compromiso incuestionable con el movimiento, fueron señalados por la prensa como parte de una supuesta negociación con las autoridades a espaldas del CGH. La división promovida a través de esta calumnia, fortaleció al sector del CGH partidario de su depuración. Su oposición al diálogo y las tácticas que implementaba este sector, facilitaban el aislamiento del movimiento.

La represión

Después del plebiscito el Estado se jugó su última carta: la ruptura de la huelga. El 1° de febrero de 2000, montó una provocación en Prepa 3 que terminó en la detención varios cientos de estudiantes. El 6 de febrero del 2000, los militares estrenaron un nuevo cuerpo llamado Policía Federal Preventiva para entrar a Ciudad Universitaria y detener a todos los huelguistas que cubrían las guardias y para detener a todo el CGH que se encontraba sesionando en el auditorio Che Guevara. En los dos operativos, fueron detenidos 998 universitarios.

Todos los de arriba se congratularon, medios de comunicación, empresarios, el alto clero y los analistas del sistema, le dieron su espaldarazo al gobierno y a la rectoría en su acción represiva. Creyeron que habían derrotado al CGH, que el movimiento se disolvería al ser aplastado por la fuerza del Estado.

Cuando se reabrió la Universidad, después de estar en poder de los militares durante una semana, las autoridades se apresuraron a anunciar que la universidad retomaba sus clases con absoluta normalidad, decretando la desaparición del CGH y el fin del movimiento estudiantil. Pero en realidad se enfrentaron a una situación de ingobernabilidad sin precedentes. Los funcionarios y representantes de la derecha universitaria no podían ni presentarse en actos públicos porque de inmediato llegaban brigadas de cegeacheros a increparlos, obligándolos a salir corriendo. Los provocadores y orejas que la rectoría mandaba encubiertos a las escuelas, eran identificados y perseguidos por cegeacheros indignados. Fueron tomadas direcciones y cubículos para seguir la actividad política. Las movilizaciones continuaron, los padres de familia y el pueblo en general siguieron en la lucha hasta obligar al gobierno a liberar a todos los presos políticos de la UNAM.

Los poderosos nunca supieron cómo enfrentar la determinación de aquel movimiento en la defensa del derecho a la educación. Trataron de comprar a los estudiantes ofreciéndoles no aplicarles a ellos las nuevas cuotas, pero los estudiantes no se vendieron. Una vez estallada la huelga, quisieron desgastarla con su cerrazón, pero los huelguistas no se cansaron. Pretendieron aislarla con maniobras y mentiras, pero el CGH se rodeó de apoyo. Aspiraban a aplastarla con la represión, pero encontraron más y más resistencia. Intentaron todo y todo les falló, la huelga los obligó a recular.

Resultados del movimiento del CGH

A pesar de la represión, el CGH triunfó de muchas formas. Si bien el pliego petitorio nunca fue resuelto a cabalidad, se orilló a las autoridades universitarias y al Estado a detener su avance privatizador en la UNAM y el costo político que sufrieron por la represión creó una situación muy adversa para sus planes.

a) La UNAM es gratuita.
En la tumba quedaron los cobros de inscripción que pretendían imponer, y tuvieron que dejar las cuotas simbólicas que hoy se pagan. Gracias a este movimiento, 20 generaciones de estudiantes han tenido acceso a una educación superior prácticamente gratuita. ¿Cuánto crees que costaría hoy en día un semestre en la UNAM si el movimiento estudiantil no hubiera luchado? ¿$5000, $8000 o más? ¿Cuántos jóvenes hubieran quedado fuera de esta universidad si el CGH hubiera sido derrotado?

En este terreno se estableció una especie de ley no escrita pero intocable: en la UNAM no se cobran cuotas de inscripción. Hoy hasta los aspirantes a la rectoría se sienten obligados a declarar que no impulsarán cuotas. Querían convertir a la principal universidad pública del país en una pequeña escuela de paga. La huelga del CGH se los impidió.

b) Las reformas del 97 están legalmente suspendidas, lo que significa que muchos estudiantes que por razones sociales o económicas no llevan el ritmo de estudios estipulado en los planes, tienen oportunidad de terminar sus estudios en el tiempo que les sea necesario. A pesar de que en la práctica las autoridades han impuesto limitaciones al pase automático de los estudiantes de bachillerato, legalmente esas restricciones no están en vigor y es necesario informar esa situación para que los estudiantes organicen la resistencia a esas imposiciones.

c) La UNAM está desvinculada del CENEVAL, aunque sólo formalmente, pues el proceso de selección para el ingreso no ha cambiado sustancialmente. Este proceso está evidenciado ante el pueblo, que sabe que cada vez se rechaza a más y más estudiantes. En este punto falta mucho por avanzar, pero sin duda la huelga logró poner a discusión el verdadero carácter del CENEVAL y del examen de ingreso, que representa un filtro social.

d) El aparato de espionaje y represión de la Rectoría terminó fuertemente golpeado después de la huelga, y aun cuando la proliferación de cámaras, provocadores y porros ha permitido que de nuevo sea utilizado por las autoridades, no hemos vuelto a una situación de represión como la anterior a 1999, en que cualquier protesta estudiantil podía terminar en una expulsión.

e) El Congreso Universitario, que es una demanda histórica del movimiento para la democratización de la UNAM, sigue siendo una tarea pendiente.

El del CGH no era el único pliego petitorio que estaba en juego durante la huelga, el gobierno tenía el suyo propio. Para ellos, el triunfo implicaba ajustar nuestra Universidad al molde neoliberal que les había mandatado el Banco Mundial. Pero ese intento resultó catastrófico, pues no lograron lo que se proponían y tuvieron que abandonar esa pelea con la cola entre las patas. No pudieron, los estudiantes, con la huelga, los detuvieron.

Durante el siglo XXI hemos visto movimientos estudiantiles y algunos gobiernos latianomericanos, que tratan de revertir la privatización de la educación superior en sus países. Para esas luchas y movilizaciones, la huelga mexicana de 1999-2000 aparece como un referente importante de cómo evitar la elitización y como un ejemplo a seguir para recuperar la educación gratuita como un derecho.

Aun cuando el golpe represivo del Estado fue brutal, no fue suficiente para derrotar a los estudiantes rebeldes. L@s pres@s polític@s han sido utilizados por el gobierno para chantajear a los movimientos sociales obligándolos a abandonar sus demandas a cambio de la libertad, pero esto no funcionó con el CGH, la cárcel no lo doblegó.

L@s compañer@s que fueron presos mostraron cómo desde dentro de la celda también se puede dar la lucha rehusándose a ser utilizados como rehenes del Estado, y los que quedaron afuera, continuaron la lucha sin dudarlo, salieron a la calle y volvieron a las escuelas a mantener en alto las banderas del movimiento y por la libertad de sus pres@s. El pueblo mostró el apoyo necesario al CGH para lograr la liberación, y así también se derrotó a la represión.

La UNAM no volvió a ser la misma después de la huelga del CGH. Hoy en muchas escuelas y facultades existen núcleos de activistas que mantienen un trabajo constante en defensa de la universidad pública, existen también comunidades enteras que alzan su voz y se movilizan en contra del porrismo, de las imposiciones (de directivos y en los planes de estudio, por ejemplo), y otros atropellos de las autoridades. Además, se impulsan proyectos que apuntan a contraponer a la idea de una Universidad elitista, una Universidad para el pueblo.

Aquella lucha fue un gran paso en el despertar del pueblo para acabar con las falsas esperanzas que se depositan en las instancias oficiales dentro y fuera de la universidad. El CGH mostró que tratándose de nuestros derechos, si no los defendemos nosotr@s nadie lo hará, mostró que la lucha sólo se gana con la organización y la movilización y no esperando que los de arriba resuelvan los problemas del pueblo.

La huelga enseñó que la educación no transforma un país si no es un derecho de todos, para el beneficio colectivo, para solucionar los problemas de la sociedad. Es por eso que much@s estudiantes han decidido llevar la Universidad al pueblo, sacar los conocimientos que adquirieron en las aulas para brindarlos a diversas comunidades y sectores en lucha.

El CGH también triunfó con el ejemplo. Los designios del gobierno parecían inapelables, sus imposiciones irreversibles y su fuerza invencible. Cuando la huelga empezó, muchos decían: “no van a lograr nada”. El del CGH fue el primer movimiento de masas de este país que detuvo medidas neoliberales que repercutían en grandes daños para los de abajo. El CGH se planteó desde el principio como un movimiento en defensa de los derechos del pueblo, dispuesto a darlo todo por ese objetivo.

Veinte años han pasado desde que la huelga del CGH comenzó. Esta gran experiencia de lucha impregnó a miles de estudiantes que decidimos continuar luchando por la defensa de nuestros derechos, dentro y fuera de la universidad.

La lucha por la educación gratuita no ha cesado

Después de la lucha del CGH, la UNAM no ha estado exenta de nuevos intentos de reimponer la visión de una universidad de élite, solo para los mejores, pero las formas han cambiado. Si bien en estas dos décadas la gratuidad es un elemento intocable, la derecha ha ido avanzando en cobros de trámites escolares y administrativos, principalmente en el nivel de posgrado y en escuelas donde el movimiento estudiantil no ha tenido la fuerza para detenerlos. En el mismo sentido, se han ido perdiendo espacios poco a poco, casi de manera invisible, y ahora su utilización está lejos de servir a la organización de la mayoría de la comunidad estudiantil, como auditorios, salas, bibliotecas e incluso espacios deportivos dentro la universidad.

Por otro lado, cada año se rechaza a más del 80% de los estudiantes que aspiran a tener un lugar dentro de la UNAM, y esto forma parte de una política económica que, justificándose en el examen de ingreso, cierra sus puertas a quienes más apoyo necesitan. El embate también ha sido hacia la planta docente, ya que la situación laboral de la gran mayoría de los académicos es precaria, aunado a que en casi todas las facultades y escuelas se han llevado a cabo procesos de cambio a los planes de estudio bajo la visión y lógica del mercado, es decir, reduciendo el carácter crítico, científico y social.

A veinte años de la huelga del CGH, la mejor forma de conmemorarla y reivindicarla es defender sus banderas. La lucha estudiantil es impensable sin las luchas del pueblo, por eso cuando los pueblos y los campesinos levantan el machete por la defensa de sus tierras, cuando los obreros y los maestros levantan su puño, cuando los movimientos exigen libertad para sus presos políticos, cuando todo un pueblo se levanta contra megaproyectos, por una vida digna y sin violencia, el estudiante también debe estar presente, pues el triunfo de cualquier reivindicación social se logra a través de un movimiento de masas.

Nos encontramos ante una coyuntura diferente a la que vivió el CGH. El triunfo de López Obrador ha generado esperanzas de cambio en grandes sectores de la población, y también ha abierto posibilidades que en décadas anteriores estaban prácticamente cerradas. La reapertura de la discusión sobre la reforma educativa de Peña Nieto, el anuncio de la creación de 100 universidades públicas en el país, el compromiso de aumentar la matrícula y la promesa de que no va a haber más rechazados de la educación superior, colocan a la lucha estudiantil sobre un piso distinto. Pero es muy importante tener en cuenta que la única forma en que será posible un verdadero avance democrático, consiste en desarrollar la fuerza que el movimiento popular con la organización y la lucha.

La historia nos recuerda constantemente que no existen los triunfos absolutos, y a pesar de que hace 20 años se le propinó un gran golpe al proyecto neoliberal en el terreno educativo, hoy tenemos que retomar las banderas y seguir esa lucha. Sus formas han cambiado, el contexto ha cambiado, y por ello tenemos que saber cómo enfrentarlo en las condiciones actuales; así como lo supieron hacer nuestros compañeros de 1929 cuando lograron la autonomía, los de 1968 en el gran movimiento popular- estudiantil, y los de 1999 que nos legaron una universidad pública y gratuita.

La huelga del CGH vive dentro de la universidad. En cada rincón donde se defienda la gratuidad, en cada reunión donde se defienda el carácter público, en cada asamblea donde se plasme la solidaridad y la unidad para ir a defender al pueblo, en cada salón de clases donde se argumente de manera crítica y científica. Hoy, nuestra tarea inmediata no sólo es defender a la UNAM, sino defender todo para tod@s.

 

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