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Pensamiento :: 29/10/2009

Capital/Trabajo en épocas de crisis: La supremacía del trabajo improductivo sobre el productivo

Wim Dierckxsens
El ascenso y la caída de las civilizaciones es una tesis clásica que con la Gran Depresión del Siglo XXI podría tomar de nuevo vigencia.

Durante la depresión, los tres momentos: las relaciones sociales de producción, las fuerzas productivas y la conciencia de estas pueden bien entrar en fuerte contradicción al interior de sí mismas.

Con la Gran Depresión del Siglo XXI se revelará en otras palabras otro momento crítico del capitalismo. Esta contradicción se manifiesta a través del carácter crecientemente improductivo del capital y la enorme dificultad de un retorno al trabajo productivo en el mundo en general y en primer lugar en los centros del poder. El capital especulativo basado en trabajo improductivo se sobrepone hoy más que nunca al trabajo productivo y aparentemente busca llegar a los límites más extremos. Tarde o temprano, sin embargo, estalla la última burbuja especulativa. La pregunta central es si al estallarse la crisis que provoca el capital podrá o no invertir una vez más esta relación y retornar con ganancia al ámbito productivo. Este retorno, lo vemos muy difícil. Al no poder regresar al ámbito productivo, nos encontramos no ante una crisis de modelo, sino ante una crisis del mismo sistema capitalista. En otras palabras, a partir de un sobre-posición de la inversión improductiva y especulativa sobre la productiva sin clara salida, la racionalidad misma del capitalismo se encuentra en crisis. La continuidad del capitalismo como sistema dependerá del retorno o no de la inversión hacía el ámbito productivo. Es más podamos estar ante la inversión de esta misma racionalidad basada en el crecimiento perpetuo hacia otra civilización donde se reafirma tanto la vida humana como la natural.

El ascenso y la caída de las grandes culturas en la historia se encuentran estrechamente vinculados con el tema del trabajo productivo e improductivo, y así también en el capitalismo. El enunciado de que las relaciones existentes de producción se tornan a la larga una traba para el propio desarrollo de las fuerzas productivas, se manifiesta precisamente por el carácter improductivo del trabajo que predomina en cada fase final de un modo de producción. Los conceptos de trabajo productivo y trabajo improductivo trascienden entonces al propio capitalismo. Se presenta en todas las culturas de la humanidad, pero solo en el capitalismo adquiere una modalidad específica. El hecho que en el capitalismo podrá definirse el trabajo productivo específicamente para el capital, puede entrar en contradicción con lo que es productivo a nivel más general, es decir, más allá de las vigentes relaciones sociales de producción. En otras palabras, aunque exista el concepto de trabajo productivo para el capital, lo anterior no quita que en el capitalismo continúa existiendo trabajo productivo en general. Estas dos concepciones son fundamentales para entender la brecha creciente entre el capital ficticio y el capital productivo.

A través de toda la historia, el trabajo productivo se asocia con el ascenso de las culturas, y el improductivo con el descenso. El ascenso y el descenso de las élites en el poder, en otras palabras, están en función de su propio carácter productivo. En cada crisis de un modo de producción, la élite se vuelve superflua por el carácter improductivo que adquiere en esa fase. Hagamos a vuelo de pájaro un recorrido por la historia para mejor entender el concepto de trabajo productivo e improductivo más allá de las relaciones sociales existentes. Esta visión nos prepara mejor para analizar la Gran Depresión del Siglo XXI y sus posibles consecuencias.

Crisis y transición en la historia vistas a partir de trabajo productivo e improductivo

Las grandes civilizaciones de Mesopotamia, Egipto, China antigua así como las culturas precolombinas, todas ellas ven surgir y resurgir una dinastía tras otra a partir de la aparición de grandes obras de culto, que encuentran su base económica en las grandes obras productivas que las anteceden. Cada expansión de las obras hidráulicas significa un gran trabajo productivo con un fuerte ascenso en las fuerzas productivas sociales. Esta base productiva da pie a una nueva expansión de obras de tipo ‘cultural’. Las últimas al perder la dimensión con la base productiva suelen a contraer la última. Las obras (re)productivas reafirman el Bien Común y legitiman la división del trabajo entre comunidades de base y la comunidad directiva. Las hambrunas como resultado de una desproporcional inversión en suntuarias obras de culto, deslegitiman esa división de trabajo, evidencian choques de intereses y por ende suele dar rebeliones de las comunidades de base con la élite en el poder.

Cuanto más suntuarias sean las obras de culto, más tienden a desarrollarse a costa de la base productiva y hace manifiesto el carácter improductivo de la élite dominante. En semejante coyuntura la permanencia de la comunidad superior pone en peligro la base productiva de las comunidades. Sin embargo, la ausencia de la comunidad superior implica una ausencia también de la clase directiva de las obras de infraestructura productiva. La desaparición de una dinastía improductiva es sucedida por otra más productiva. La misma crisis de un centro de poder demanda otro nuevo para restaurar las obras productivas ya existentes o iniciar otras nuevas. La consecuencia es una crisis cíclica del sistema imperante.

El trabajo improductivo es inherente a, e imprescindible en el modo de producción esclavista. En el régimen esclavista no existe ningún mecanismo natural para la reproducción de la fuerza de trabajo. Aunque haya existido la esclavitud por deudas, esta misma tiene sus límites casi inmediatos. La esclavitud por deudas, que sufran históricamente los propios civiles, tiene su límite objetivo: la amenaza para la reproducción futura de la mano de obra esclava. Para garantizarle a los amos la reproducción de los esclavos, existe la necesidad de una tercera clase social: los ciudadanos libres. Tanto en la Grecia como en la Roma antiguas se pusieron pronto límites a la esclavitud por deuda. La demanda de esclavos solamente se puede satisfacer si también hay una oferta, y en el mercado nadie se ofrece de forma voluntaria como esclavo. La reducción a la esclavitud de pueblos conquistados es la única modalidad efectiva para mantener tal ‘oferta’. La guerra permanente constituye el mecanismo por excelencia para reclutar mano de obra esclava. Al no reproducirse biológicamente los esclavos, la demanda adquiere carácter permanente y con ello la guerra. La guerra en sí constituye un trabajo improductivo. Aunque para los conquistadores aparece como productivo, el botín de guerra con la inclusión de los esclavizados es pérdida de riqueza para los conquistados.

La guerra resulta productiva a los ojos de los conquistadores, mientras sus costos son compensados con holgura por el botín de guerra y el reclutamiento de mano de obra esclava. Cuando se invierte la relación, el gasto de defensa se hace improductivo para el imperio. Para los conquistados, el panorama se revela exactamente al revés. En esencia, la captura de esclavos y el botín de guerra no representan sino una redistribución forzosa de riqueza ya existente y de ningún modo constituye creación de riqueza nueva. Conforme el imperio esclavista se expande, la demanda de esclavos se da a escala ampliada. El costo de la guerra aumenta, entonces, sin cesar. Una esclavitud a escala ampliada aumenta la base productiva y la prosperidad pero a la vez exige una conquista en escala igualmente ampliada. Al acortarse la vida media de los esclavos por efectos de trato brutal, el retorno al campo de batalla se acelera. En medio de ello surge la necesidad objetiva de ampliar la tercera clase, que suele morir en los campos de batalla. En Roma, la ciudadanía se reproducía de manera artificial al otorgársele a los pueblos conquistados que brindaron escasa o ninguna resistencia. La reproducción ampliada de la ciudadanía es vital para recaudar los impuestos y guerreros necesarios para la perpetuación de la guerra.

Los costos de la guerra y de la defensa tienden a subir con cada ampliación del imperio. En efecto, conforme este se amplía el costo de la guerra crece con más rapidez que su beneficio, la generación de mano de obra esclava. Conforme las derrotas en el campo de batalla suelen ser más frecuentes, la afluencia de esclavos disminuye de cara a la demanda existente y su precio va en alza. Cuando el costo de la guerra supera crónicamente su beneficio, se manifiesta una crisis de reproducción de la relación esclavista. La única salida es promover la propia reproducción biológica de los esclavos. Para ello, sin embargo, se requiere que el propio esclavo tenga acceso a condiciones objetivas de reproducción de su vida: por lo general la tierra. Para eso hay que concederles libertad como personas. Aparecen así el liberto y el colono, y el esclavo desaparece. De esa forma cambia en su esencia la racionalidad económica, lo mismo que la relación de explotación.

Durante el feudalismo la mayoría de los siervos disponen de una parcela. Se paga al señor una renta en trabajo. Con el crecimiento de la fuerza productiva más elemental, la propia población, hay necesidad de crear pueblos nuevos. Bajo la conducción de los señores se realizan esas obras productivas en lugares más lejanos y menos accesibles. El paso de la renta en trabajo a la renta en especie está vinculado al desarrollo de estos pueblos nuevos más lejanos del señor. La renta en especie se da entonces a partir de la ampliación de la base productiva. Los señores cobran la renta en productos de fácil ingreso en un comercio creciente. Los siervos más especializados en tareas de transporte obtienen mayor libertad del señor para moverse. Estos nuevos comerciantes se instalan fuera de los grandes burgos medievales, transformados en ciudades. Los siervos de la gleba que elaboran artesanía elemental para las primitivas cortes feudales, adquieren mayor libertad como personas de los señores para especializarse en gremios. Los señores de las cortes tienden a comprar los artefactos en el mercado, acentuándose la división regional del trabajo artesanal y ampliando la base productiva.

A partir de la economía de mercado, los habitantes de las nuevas ciudades alcanzan derechos económicos, sociales y políticos. Nace la burguesía con su propio gobierno político. Con el desarrollo del comercio, los siervos se ven obligados de entregar cada vez más el tributo en forma de dinero, dejando el riesgo de una mala venta o cosecha en manos de los mismos. A partir de entonces son campesinos libres como persona para vender su producto al mejor postor. Al pasar de la renta en especie a la renta en dinero, el rol de los señores feudales se torna cada vez más improductivo. La pequeña nobleza que vive de rentas más o menos fijas sufre las consecuencias de alzas inflacionarias a partir de la entrada masiva de oro latinoamericano en la economía de mercado. La venta masiva de tierras por parte de la pequeña nobleza se convierte en fenómeno común. Puede surgir así la gran explotación agrícola destinada al mercado y cuya producción se basa en la fuerza de trabajo asalariado. La nobleza que vive de rentas improductivas se encuentra cada vez más reducida y más alejada de la economía de mercado. Como clase, en esencia, ya pasaron a la historia.

La crisis del socialismo real vista a partir de trabajo improductivo

Es un tanto contradictorio que la crisis del socialismo real se dio antes de una crisis sistémica del capitalismo. Aunque parece una aseveración algo tajante, también la crisis del socialismo real tenía mucho que ver con la superposición del trabajo improductivo sobre el productivo. No podemos entrar en los diferentes aspectos del tema. La centralidad del poder y la corrupción correspondiente, sin lugar a dudas habrán influido en la crisis. Es asimismo un aspecto de la crisis que puede abordarse desde el ángulo del trabajo productivo e improductivo. Queremos enfocar nuestro análisis a otro factor crucial en la crisis soviética de fines de los años ochenta. Mañana el mismo factor podrá explicar parte de la crisis sistémica del capitalismo y la caída del imperio norteamericano. Tratase del carácter improductivo del gasto de defensa.

El complejo industrial y militar y la producción de armas constituyen una rama de la economía. En su momento de producción, el complejo industrial militar genera riqueza material y empleo. En este sentido parece no haber diferencia alguna con otros sectores de la producción. La diferencia, sin embargo, es que en un siguiente ciclo económico, los productos bélicos no entran al proceso de re-producción de la base económica, no son consumidos productivamente, es decir, no amplían la base re-productiva. La producción de armas pesadas y sofisticadas, como los misiles, podrá tomar varios ciclos de producción. El carácter improductivo de su trabajo no se revela inmediatamente, aunque tarde o temprano significan una contracción económica. Lo anterior se da siempre y cuando este gasto no sea transferido a terceras naciones ya sea a través de exportaciones de armamentos o mediante la guerra. La guerra es el garante por excelencia de una demanda efectiva de productos bélicos. El desarrollo de un complejo industrial militar en épocas de crisis suele levantar la producción y el empleo durante un tiempo. Si no se logre transferir el costo del mismo a terceras naciones, la contracción económica a mediano plazo es inevitable. Un keynesianismo militar en el contexto de una economía de mercado, conlleva en otras palabras a la guerra permanente.

La Guerra Fría fue un escenario por excelencia para sostener una demanda efectiva de productos bélicos de alto valor. Cuanto más invierte una nación en armamentismo, menos se dinamiza la economía y más se revela el carácter improductivo de su economía basada en un complejo industrial militar. De hecho así se entiende que Japón y Alemania como derrotados de la Segunda Guerra Mundial más avanzaron en su economía civil al tener serias restricciones en el desarrollo militar de sus economías. Francia, Gran Bretaña y sobre todo EEUU muestran una economía civil mucho menos dinámica. La inversión relativa en el gasto de defensa restaba fuerza a la economía civil. Cuanto más pesa el gasto de defensa sobre el PIB, más difícil que se desarrolle la economía civil.

El hecho es que la URSS tenía una economía tres veces más reducida que el PIB de EEUU. A partir de la carrera armamentista, sin embargo, la URSS tenía un desarrollo de su complejo industrial y militar y correspondiente gasto de defensa bastante parecido al de EEUU. El peso del gasto improductivo de defensa sobre la economía soviética pesaba tres veces más que en EEUU. Con ello se ahogó la economía civil soviética y sobre todo cuando en los años ochenta ambas grandes potencias aceleraron el armamentismo. La economía soviética entraba en un espiral negativo. La URSS intentó en tiempos de Gorbachov reanimar la economía productiva. Para ello se optó por la descentralización de la economía. La lógica del complejo industrial militar había sido una mayor centralización del poder económico. Con la perestroika, las diferentes repúblicas soviéticas obtuvieron mayor autonomía. El resultado, sin embargo, fue la desintegración de la Unión Soviética que se simboliza con la caída del Muro de Berlín. A partir de entonces, pareciera que la primera potencia del mundo podía construir un mundo unipolar. Menos de dos décadas después de la caída del Muro de Berlín y la desintegración del bloque socialista, otro muro cayó, el de Wall Street. Por lo pronto podamos esperar otra ´perestroika´ pero esta vez en Occidente.

La crisis capitalista vista a partir de trabajo improductivo

En ciclos económicos prolongados, los ascensos del capitalismo se caracterizan por tasas de ganancia ascendentes en el ámbito productivo y los descensos por la caída de estas. Un realce con fase expansiva del capital productivo por lo general se deriva de una nueva revo-lución tecnológica. Cada período de descenso implica la redistribución del ingreso y mercado existente y la economía especulativa e improductiva que a partir de ello se desarrolla. Los ciclos económicos parecen continuos e inherentes al capitalismo. Visto así, el capitalismo se muestra capaz de salir de cada crisis gracias a nuevas innovaciones tecnológicas. De este modo se mantiene la expectativa de que la tecnología salva la tasa de ganancia una que otra vez en la historia del capitalismo. Con ello, el capitalismo aparentemente saldría a flote de cada depresión.

De ahí se deriva que únicamente un factor externo podría frenar la racionalidad capitalista: la lucha de clases, convicción que comparte la izquierda tradicional a capa y espada. Otro factor externo muy abordado por los ecologistas en torno al capitalismo actual es que la crisis ecológica y climatológica pondrán un alto a la racionalidad capitalista. La misma naturaleza, cuya reproducción se encuentra en peligro, pondría un freno al desarrollo del capitalismo.

Estamos plenamente de acuerdo con las dos tesis, pero falta mencionar el propio agotamiento de la racionalidad capitalista. Esta contradicción interna pueda ser en sí misma no una condición suficiente para la transición hacia otra civilización más igualitaria, pero sí constituye el escenario apropiado para la lucha de clases por dicha transición. Con la Gran Depresión del Siglo XXI a la vista, en primer lugar cayó el triunfante pensamiento único. Es más, bien podamos hacernos la pregunta si no está en riesgo también la propia e imperante racionalidad capitalista. No es la primera vez que la economía mundial entra en una depresión profunda. A fines del siglo XIX apareció la primera recesión internacional, que afectó de manera simultánea a un tercio de los países centrales de entonces. La recesión económica de la Primera Guerra Mundial perjudicó al 50% de tales países, y la Gran Depresión de los años treinta involucró al 75% de los países centrales, sin hablar aún de los países periféricos. Al sincronizarse las recesiones en el espacio y el tiempo, estas suelen ser más amplias y profundas. La recesión actual, en una economía global, no dejará prácticamente escapatoria a nadie y promete ser más honda que jamás en la historia del capitalismo. Podremos estar, en otras palabras, ante una crisis sistémica.

Después de una política económica keynesiana enfocada hacia la acumulación de capital basado en el crecimiento de la economía real, es decir en el trabajo productivo, el neoliberalismo se orientó a acrecentar el capital transnacional y financiero a partir de la concentración del ingreso y de los mercados en cada vez menos manos. Este modelo de acumulación es mejor conocido bajo el término de globalización, una guerra económica por los mercados ya existentes a favor de las grandes empresas transnacionales y un creciente predominio del capital financiero y especulativo sobre el productivo. Las apuestas a las empresas ganadoras y multinacionales conlleva a una especulación bursátil ascendente. El proceso de concentración de la riqueza no es sostenible y tampoco lo es la especulación bursátil. Cuando el mercado mundial se encuentra repartido, las ganancias en la economía real tienden a la baja. Al bajar los beneficios en la economía real, caen también las expectativas de ganancia en la bolsa de valores. Con el anuncio concreto de un colapso bursátil y una recesión simultánea en los EE. UU., Europa y Japón entre 2000 y 2001, se reveló que la repartición del mercado y del ingreso mundial llegaron a su límite. Con ello, sin embargo, no se acabó todavía la economía especulativa.

Capital ficticio, ganancia ficticia vistas a partir del trabajo improductivo

A partir de la crisis bursátil, podría esperarse una crisis en la economía real, es decir en el ámbito productivo. Esta, sin embargo, se hizo esperar. La economía especulativa a escala mundial pudo sostenerse creando nuevas burbujas. Con ello el capital ficticio pareciera no tener límites. La formación sostenida de capital ficticio pospuso, en otras palabras, la crisis del capital. Para continuar la acumulación financiera, improductiva y especulativa, a partir del año 2001 se empezó a comprometer el ingreso futuro al estimular la economía con crédito, es decir, mediante pagarés de consumidores, empresas y Estados. Con todo, la esperada masa de ganancia acrecentada en la economía real, no se generó ya que la inversión en Occidente se dirigió sobre todo hacia nuevos ámbitos especulativos. Al desconectarse el capital financiero del productivo, tal ganancia jamás es producida como plusvalía y por lo tanto es ficticia.

La crisis inmobiliaria cuyo epicentro se dio en los propios Estados Unidos es la gran manifestación de una nueva contradicción estructural del sistema capitalista con consecuencias mucho más profundas de lo que se divulga por los medios hoy en día, señala Reinaldo Carcanholo. Frente a la falta de rentabilidad en el ámbito productivo y real de la economía, el capital se mantiene aparentemente sin fin en el ámbito improductivo y especulativo, en particular en los países centrales. Toda la valorización especulativa de activos durante las últimas décadas, sean acciones, títulos o bienes inmuebles, implicó un crecimiento del patrimonio de sus poseedores sin que se generara ganancia en la economía real. Es decir, el detentor de un activo de ese tipo, al final de cada año percibe una ganancia y aumento de su patrimonio siempre y cuando la especulación mantenga el precio de esos activos sobre-valorizados. Por detrás de esas ganancias, sin embargo, no hay nada real y eso año tras año. Tratase por lo tanto de una economía especulativa de larga trayectoria que no se resuelve en un dos por tres como insinúan los medios (Reinaldo Carcanholo, “Especulación con el dinero es la causa de la crisis”, Semanario Universidad, Costa Rica, julio 2009, pp 6-7).

El hecho de realizar ganancias ficticias en un año determinado a partir del capital especulativo, implica que al año siguiente ese capital especulativo será mayor y va a aspirar una remuneración igualmente mayor. Al mismo tiempo la brecha entre inversiones productivas e improductivas aumentará. Hay cada vez más capital ficticio con aspiraciones a crecientes ganancias comparando con el capital que genera ganancias en la economía real. Es más, resulta cada vez más des-estimulante invertir en el último sector. Es decir, hay una creciente contradicción entre el desacelerado incremento de producción de riqueza y la necesidad de un ascendente capital especulativo que busca apropiarse de la misma. Tal apropiación básicamente se soluciona temporalmente con la realización de nuevas ganancias ficticias ya que el aumento en el grado de explotación de la fuerza de trabajo (propio al neoliberalismo) no da abasto para ello.

El resultado es que con el aumento del espiral especulativo sin precedente en la historia del capitalismo, aumenta sin cesar el espiral del capital ficticio. Eso significa que año tras año, como en el 'juego de pirámide', se tiene necesidad de un monto absoluto de remuneración mayor, buscando nuevas y nuevas formas de capital especulativo como los derivados. Esta 'realidad' se mantiene mientras las ganancias especulativas y ficticias puedan seguir siendo intercambiadas por riqueza real. Vale decir que esto solo es posible a nivel individual, no así a nivel global. Por ello, tarde o temprano, tiene que venir la crisis.

Hace años amenazaba la crisis. Las apariencias, sin embargo, decían lo contrario, pero en esencia se estaba agrandando todos los días la economía especulativa. La explicación es que en la era de la globalización, el espiral especulativo se pudo sostener durante mucho tiempo al involucrar al mundo entero. Esto diferencia esta crisis de la Gran Depresión del siglo XX. Después de haber afectado muchos países periféricos, finalmente el sistema se reventó en el imperio mismo. Cuando la crisis crediticia estalló en EEUU fue inmediatamente una crisis a nivel internacional. La especulación inmobiliaria fue también un fenómeno común en todo Occidente y más allá. La crisis en EEUU solo activó la crisis especulativa en el mundo entero y por ello constituye el epicentro de la misma (Reinaldo Carcanholo, op.cit., Semanario Universidad, Costa Rica, julio 2009, pp 6-7).

La crisis en la economía real, una contracción del trabajo productivo

La crisis real no son los millones de millones (trillions) de dólares en valores que se hicieron humo. Esas eran cifras ficticias: cotizaciones en bolsa, trampas contables o pirámides financieras, que son las ganancias ficticias que se hicieron humo. Se compra acciones sobre la base de ganancias esperadas a futuro de las compañías que operan en la economía real. Esas ganancias hoy en día son aún más reducidas de las que fueron en los años treinta durante la Gran Depresión. EEUU ya estaba en recesión en 2008 y las ganancias en el segundo cuatrimestre de 2009 están 31% por debajo de ese nivel. Hoy, en apariencia, la crisis inmobiliaria pareciera estar detrás de nosotros pero en verdad lo que dejó fue una verdadera crisis en la economía real. No solo colapsó la construcción de viviendas nuevas, también vemos como los iconos de la economía estadounidense, como General Motors, Chrysler y Ford, puedan entrar en quiebra. Es cierto que en parte sus pérdidas se deben a inversiones especulativas fuera del ámbito productivo.

La crisis verdadera es la contracción en la economía real con el creciente desempleo, la contracción en los ingresos, el empleo cada vez más precario y la creciente inseguridad económica y social en general. En la actualidad, los estafadores de Wall Street y Londres se recuperan y todo el mundo político y mediático se ocupa de su prosperidad. Sin embargo el salvamiento de los ricos no apuntó realmente a salvar la economía real. Al salvarse hoy el capital especulativo, no hay una recuperación de la economía real. A principios de 2009, los inmensos despidos en los propios EEUU hicieron que la cantidad de nuevos desocupados aumentara entre 600.000 y 700.000 por mes, o sea, unos ocho millones al año. La tasa de desempleo oficial en EEUU así llega al 10%. Lo anterior refleja solo a aquellas personas que tienen derecho a un seguro de desempleo. El 50% de la población, y en primer lugar los inmigrantes ilegales, no tiene derecho a este seguro ni los desempleados crónicos (con más de 13 meses sin trabajo). Si incluyéramos toda esa gente a la tasa global de desempleo, tendríamos en EE.UU. una tasa superior al 18% y posiblemente cercano al 20% (Dave Lindorff, “Vuelta a la realidad: La recesión no ha terminado, ni por asomo”).

Esas cifras de desempleo no solo se observan en EEUU. Las tasas de desempleo en Europa y particularmente en España son igualmente elevadas. El desempleo afecta a la población en todos los continentes. Así se observa un desempleo abierto del 20% en África del Sur. No hablamos todavía de los efectos económicos y sociales que conlleva una nueva depresión. Aunque aparecen más bajas las tasas de desempleo en América Latina sabemos que el desempleo equivalente por subempleo a menudo eleva las tasas por encima del 50% y solo ha aumentado en los últimos años. La situación se agrava conforme la crisis se acentúa y el hambre amenaza a cada vez más gente en el Sur. La FAO señaló una cifra de mil millones de personas que padecen hambre para 2009 sin hablar de los miles de millones de pobres en el mundo.

La depresión como único freno al capital ficticio

La crisis en la economía real repercute no solo en los niveles de ingreso y de desempleo de la población, sino al caer los ingresos y con ello la demanda, también impacta en el mercado de propiedades comerciales. Este constituye otro espiral especulativo de capital ficticio que opera desde hace años y probablemente encontrará su límite antes de fines de este año. El mercado de propiedades comerciales se encuentra en la actualidad en serias dificultades y esto en la mayor parte del mundo. Las propiedades comerciales en EEUU alcanzan una tasa de desocupación de más del 11%. En Europa (Londres y París) la cifra ya alcanza el 20% y en China (Beijing) incluso un 22%. Debido a sus crecientes tasas de desocupación, los precios de las propiedades comerciales están cayendo de manera dramática. Desde su pico en octubre de 2007, los precios de las propiedades comerciales estadounidenses cayeron en un 35%. En Europa la situación no es mucho más alentadora. (The Economist August 1st., 2009, pp 61 y 62).

Todo eso suena a un “déjà vu” de la crisis inmobiliaria. Hacia fines de 2009 se estima que en EEUU la tasa de incapacidad de pago en este sector podría alcanzar el 12%. Una crisis en los préstamos de riesgo en el ámbito de la construcción comercial se suma a ello. Esta situación conjunta podría generar otra crisis bancaria y financiera en EEUU durante los últimos meses de 2009 que afectará sobre todo a bancos más pequeños (The Economist, August 1st. 2009, pp 62). La siguiente pregunta que se puede hacer es, si habrá capacidad de otro rescate bancario o será la crisis que anunciará a la vez la crisis de los bonos del tesoro. Los dirigentes políticos y la ciudadanía del planeta nuevamente se verán sorprendidos, después del verano boreal, al descubrir que todos los problemas del último año resurgen de manera intensificada, pues no han sido tratados sino que solamente «se ocultaron» a costa de inmensas cantidades de dinero público.

Después que este dinero haya sido dilapidado por los bancos insolventes, en una nueva ronda especulativa, los problemas resurgirán agravados. Para cientos de millones de habitantes de América, Europa, de Asia y África, el otoño boreal de 2009 será una terrible transición hacia un empobrecimiento duradero debido a elevadas tasas de desempleo sin perspectiva de encontrar salida antes de dos, tres o cuatro años. Es la época que muchos ciudadanos verán la evaporación de sus ahorros en la banca al haber sido colocados en el mercado bursátil; el colapso de los fondos de jubilación y del seguro social en general. Con altas tasas de desempleo, pérdidas de patrimonio familiar no se vislumbrará ninguna salida pronta. La Gran Depresión del Siglo XXI está instalándose con toda su fuerza en los próximos meses.

La pregunta es si los Estados puedan intervenir una vez más para apalear la crisis. Los Estados se han endeudado sin cesar y los EEUU más que ninguna otra nación. Es de esperar la cesación de pago de Estados Unidos y del Reino Unido, ambos núcleo del sistema global en crisis. Lo anterior implicaría la crisis terminal del dólar norteamericano y de la Libra Esterlina. Con la Gran Depresión del Siglo XXI pude esperarse una ola de quiebras en serie: empresas, bancos, inmobiliarias, ciudades, regiones y hasta Estados con otro gran impacto económico, social y político. Con ello la ola de desempleo será masiva, la caída de ingresos fatal, las hambrunas asunto cotidiano, etc. Estas tres olas además no serán sucesivas sino simultáneas, asincrónicas y no paralelas y por lo tanto muy destructivas. Ante la falta de perspectivas de una salida para el gran capital, la Gran Depresión del Siglo XXI pueda desembocar en otra gran guerra a escala mundial. (Véase GEAB 36, ob. Cit.).

Una guerra a gran escala en el mundo corre el riesgo de desembocar en una tragedia para la toda la humanidad y no brindará ninguna salida real. Una guerra internacional de gran escala solo acentuará la crisis económica, social, ecológica y política existente a nivel mundial y probablemente desembocará en una profunda lucha de clases a escala mundial. La misma tragedia humana que implique obligaría poner un límite a la irracionalidad misma del capital.

Cambio civilizatorio: un reencuentro con el trabajo productivo

Con guerra ampliada o sin ella, la gran depresión del siglo XXI pondrá a prueba el paradigma vigente. Así como durante la Gran Depresión del Siglo XX a partir del crónico crecimiento negativo Keynes previó la “economía de démurrage” [encarecimiento por retraso] basada en un crecimiento negativo sostenido sin pérdida de bienestar, con más razón se debatirá mañana ya no solo a nivel académico, la urgencia de instaurar una economía con crecimiento negativo que promueva el 'buen vivir' de las grandes mayorías. La crisis, en otras palabras no solo es una amenaza, es a la vez una oportunidad histórica para la humanidad. La fe de los actuales defensores del sistema es que el capitalismo se salga una vez más con la suya a partir de otra fase expansiva de la producción eventualmente bajo un esquema de keynesianismo de guerra. Según estos partidarios, con la guerra se podrá estimular un nuevo ciclo económico expansivo para el capital.

Esta tesis se basa en la simple convicción de que el capital siempre ha logrado retornar al ámbito productivo con un realce en la tasa de beneficios y, por lo tanto, lo con¬seguirá otra vez. Estas tesis son subjetivas, no se apoyan en argumentos objetivos. Nada objetivo permite garantizar tal resurgimiento del capital productivo y menos en Occidente.

El retorno únicamente será posible acumular si el capital logra elevar otra vez la tasa de ganancia en esta esfera productiva. Al acortar la vida media de la tecnología a los límites históricos posibles, el capital se ve imposibilitado, como capital, estimular el ámbito productivo una vez más. Los costos de innovación suben más de prisa de lo que puede reducirse el costo de la fuerza de trabajo. Para colmo, el costo de las materias primas también tiende a subir. En otras palabras, un retorno del capital a dicho ámbito casi es imposible sin alargar la vida media de la tecnología, y por ende de los productos en general. Al hacerlo se aborta la propia racionalidad capitalista. Aunque un régimen neo-fascista a escala planetaria impondría la reducción del costo de mano de obra a nivel mundial, la misma medida conllevaría a una concentración del ingreso aún mayor y difícilmente estimularía la demanda global.

Al incrementar, en cambio, la vida media de los productos en general y de la tecnología en particular, se recuperaría de inmediato la productividad del trabajo. La reproducción económica adquiriría carácter más pausado y permitiría ponerse en armonía con la reproducción de las fuerzas naturales, es decir, se tornaría más sostenible en el real sentido de la palabra. Al disminuir la rotación de capital gracias a esa prolongación de la vida de los productos y de la tecnología, sin embargo, ocurriría a la vez una contracción en la producción de valor y primero que nada en el Norte. Estaríamos ante una 'economía de démurrage' en el Norte. En el Sur hay capacidad de competencia basada en los bajos salarios y hay más biocapacidad, es decir, oferta natural que su demanda actual de recursos naturales. En el Norte se da precisamente una situación al revés. No es extraño observar que durante la era neoliberal el trabajo productivo se haya trasladado paulatinamente de Norte a Sur.

La capacidad de re-conexión con el ámbito productivo es mayor en los países emergentes que en los centros del poder. Con ello tendrán más capacidad de sobreponerse a la crisis que los países del Norte. Lo anterior implicará que el Sur demandará cada vez más recursos naturales de por sí ya relativamente escasos. Los procesos de desconexión en América Latina del proceso de globalización como se han dado en la última década (Venezuela, Bolivia, Ecuador, etc.) y su re-conexión entre ellos (ALBA, Banco del Sur, etc.) revelan una lucha por un rumbo más endógeno. Esta des-conexión y re-conexión tienden a tener viento en popa con la crisis. Conforme se profundice la desconexión (nacionalización de empresas, tierras, etc.), el Sur reivindicaría como nunca antes mayor acceso a los recursos naturales para su propio proyecto endógeno.

Esta creciente desconexión y re-conexión no implicará automáticamente la re-conexión con los intereses populares. Para esto es preciso la lucha de clases. La integración de China y Rusia y otras naciones petroleras apunta a una integración y re-conexión económica para salir triunfante en la economía mundial. Por ello no necesariamente es un proyecto con carácter popular todavía. Cuando Brasil ve en el Mercosur la oportunidad para sus empresas transnacionales apunta a emerger como una potencia. No reina aquí el criterio de cooperación y solidaridad entre los pueblos. Sin embargo, ante la amenaza creciente de una guerra ampliada, esta solidaridad entre los pueblos del Sur se tornará la única forma de sobrevivencia. El cerco militar que la OTAN está desarrollando alrededor de Rusia y China, tratando de romper su integración económica y política con una creciente amenaza de guerra demanda estrategias de sobrevivencia que podrán ser militares. La presencia de la cuarta flota estadounidense en aguas latinoamericanas, la creación de las bases militares en Colombia y el casi simultáneo golpe de Estado en Honduras demandan más que nunca la solidaridad entre los pueblos latinoamericanos.

Es posible que estemos encarando el mayor conflicto que haya conocido la humanidad, donde la vida de todos los seres humanos así como la propia naturaleza estén en riesgo. También es cierto que ante esta amenaza podamos podrá estallarse una era de lucha de clases sin precedentes por una civilización radicalmente distinta donde reina la paz y con una economía que esté en función de la vida humana y natural misma en beneficio de las mayorías. Podrá ser que las actuales élites en el poder creen que lo pueden controlarlo todo la realidad es que la actual clase dominante en el mundo prácticamente no tiene salida dentro de la racionalidad misma del capital, lo que hace aumentar las probabilidades de un cambio muy profundo en las relaciones sociales.

Observador Juvenil / La Haine

 

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