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EE.UU. :: 16/01/2010

La historia ?compartida? de Estados Unidos y Haití

Bill Van Auken
[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] Desde la sublevación del pueblo que echó a los Duvalier en 1986, EE.UU. ha tratado de reconstruir un estado vasallo

El miércoles, en su declaración sobre el terremoto de Haití, el presidente Obama hizo alusión a la “larga historia que nos une”. Sin embargo, ni él ni los medios de información estadounidenses han expresado voluntad alguna de profundizar en la historia de las relaciones entre ambos países y su influencia en la actual catástrofe a la que se enfrenta el pueblo haitiano.

Muy al contrario, la pobreza y el atraso que han desempeñado un sustancial papel en el alto coste en vidas humanas de decenas, si no centenares de miles personas, se han presentado como una consecuencia natural de la actual situación del país, cuando no como responsabilidad directa de los propios haitianos. Y Estados Unidos se presenta como el benefactor desinteresado, dispuesto a ayudar a Haití con dinero, equipos de rescate, barcos de guerra y marines.

El New York Times, en un cínico y desvergonzado editorial del jueves, empezaba así: “Una vez más el mundo llora con Haití”, país que llega a describir como caracterizado por “la pobreza, la desesperanza y las disfunciones que en cualquier otro lugar hubieran sido un desastre pero que en Haití es lo normal”.

El editorial continúa: “Miren a Haití y encontrarán lo que generaciones de mal gobierno, pobreza y luchas políticas pueden hacer de un país”.

En un artículo de fondo sobre la catástrofe de Haití, el Times añadía que el país “es conocido por sus muchos infortunios: su pobreza, luchas intestinas políticas y tendencia hacia la insurrección”.

El Wall Street Journal, en un editorial mucho más corto y más despectivo incluso, se congratulaba porque el ejército estadounidense asumiera el papel de dirección en la respuesta de Washington al terremoto, calificándolo de “un recordatorio saludable de que la potencia de Estados Unidos coincide con su afán benefactor”.

Y llega a comparar obscenamente el terremoto de Haití con el que afectó al sur de California en 1994, en el que murieron 74 personas. “La diferencia- dice el periódico- estriba en el funcionamiento de una sociedad que genera riqueza y acata las leyes, y que puede permitirse, entre otras cosas, la construcción de edificios ajustados a unas normas”.

El mensaje no puede ser más claro: los haitianos son los únicos responsables de los centenares de miles de muertos y heridos porque no han sido capaces de generar suficiente riqueza y no respetan las leyes ni el orden.

Lo que se oculta en esta comparación son las auténticas relaciones que durante más de un siglo han existido entre la “generación de riqueza en Estados Unidos” y la pobreza de Haití. Una relación basada en el uso de la fuerza para alcanzar los intereses predatorios del imperialismo estadounidense en un país oprimido durante siglos.

Si el gobierno Obama y el Pentágono llevan a cabo los planes de los que se ha informado de desplegar un contingente de marines en Haití, será la cuarta vez que lo hacen en los últimos 95 años, en los que las fuerzas armadas estadounidenses han ocupado la empobrecida nación caribeña. Esta vez, como en las ocasiones pasadas, en lugar de ayudar al pueblo haitiano, el objetivo fundamental de la operación militar será defender los intereses estadounidenses y prevenir contra lo que el Times considera su “tendencia a la insurrección”.

Las raíces de esta relación se remontan a 1804, fecha del nacimiento de Haití como primera república negra independiente, como consecuencia del éxito de la revolución de esclavos liderada por Toussaint Louverture, y la derrota posterior del ejército francés enviado por Napoleón.

Las clases dirigentes del mundo nunca perdonaron a Haití su revolucionaria victoria. Lo sometieron a un embargo mundial encabezado por Estados Unidos que temía que el ejemplo de Haití pudiera inspirar otras revoluciones semejantes en sus Estados esclavistas del sur. Y, sólo tras producirse la secesión del sur y el estallido de la Guerra Civil, el norte reconoció a Haití: cerca de 60 años después de su independencia.

Desde los albores del siglo XX, Haití cayó bajo el control de Washington y de los Bancos estadounidenses, cuyos intereses se defendieron enviando a los marines para llevar a efecto una ocupación que se mantuvo durante casi 20 años mediante la represión sangrienta de la resistencia del país.

Los marines se fueron cuando se había ultimado la “haitinización” – así lo denominó en aquella época el New York Times- de la guerra contra el pueblo de Haití mediante la creación de un ejército dedicado a la represión interna.

A continuación, Washington sostuvo durante 30 años la dictadura de los Duvalier, que se inició con la toma del poder de Papa Doc en 1957. Mientras decenas de miles de haitianos morían a manos del ejército y de los temidos Tontons Macoute1, el imperialismo estadounidense veía a la asesina dictadura como un baluarte contra el comunismo y la revolución en el Caribe.

Desde la sublevación del pueblo que echó a los Duvalier en 1986, los sucesivos gobiernos estadounidenses, demócratas o republicanos, han tratado de reconstruir un estado vasallo capaz de defender los mercados e inversiones de las empresas estadounidenses atraídas por los salarios de hambre y por las riquezas de las élites del país, lo que implicaba evitar cualquier cambio en un sistema socio-económico que mantiene al 80 por ciento de la población en la extrema pobreza.

Una situación que hoy continúa bajo la tutela de Bill y Hillary Clinton- respectivamente, representante especial de Estados Unidos en Haití y secretaria de Estado- personajes ambos que tienen las manos manchadas de sangre haitiana.

Washington ha apoyado dos golpes de Estado y enviado tropas a Haití dos veces en los últimos veinte años. Los dos golpes se organizaron para derrocar a Jean Bertrand Aristide, primer presidente de Haití elegido con el voto popular y sin la aprobación de Washington. Entre los dos golpes, el de 1991 y el 2004, se llevaron las vidas de al menos 13.000 personas. En el de 2004, Aristide fue sacado por la fuerza del país por agentes estadounidenses.

Al necesitarlos en Iraq, en 2004 EE.UU. retiró sus tropas, dejando el trabajo represivo a las fuerzas de pacificación de la ONU, con un contingente de 9.000 soldados bajo la dirección del ejército brasileño.

A pesar de la capitulación de Aristide ante las exigencias del Fondo Monetario Internacional y de su buena disposición al compromiso con Washington, el masivo apoyo que suscitaba con su retórica anti-imperialista lo convertía en proscrito para las élites gobernantes tanto en Washington como en Puerto Príncipe. Por orden del gobierno Obama se le ha prohibido volver a Haití, y su partido político, Fanmi Lavalas, sigue de hecho ilegalizado.

Esta es la historia real y continuada que, como señaló Obama, tiene atado a Haití al imperialismo estadounidense, responsable abrumadoramente de las desesperadas circunstancias que han contribuido a la carnicería provocada por el terremoto.

Pero, existen otros lazos que unen y son profundamente sentidos, tal como revela la inmensidad de la tragedia de Haití. En Estados Unidos hay más de medio millón de estadounidenses de origen haitiano y centenares de miles más sin papeles. Su presencia es una prueba de los intereses de clase y de la solidaridad que une a los obreros haitianos y a los obreros estadounidenses. Juntos tienen la tarea de acabar con la pobreza y la devastación existente en los dos países, al mismo tiempo que con el sistema capitalista que las ha generado.

WSWS, 15 de enero de 2010

 

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