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Mundo :: 02/02/2010

El secuestro de Haití

John Pilger
[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] Con las tropas estadounidenses controlando su país, las perspectivas del pueblo de Haití son desoladoras

El robo de Haití ha sido rápido y burdo. El 22 de enero, Estados Unidos consiguió la “autorización oficial” de la ONU para hacerse cargo de los puertos y aeropuertos del país, y para “garantizar la seguridad” en las carreteras. Ningún haitiano firmó el acuerdo, que carece de base legal. La fuerza se ha impuesto con el bloqueo naval estadounidense y la llegada de 13.000 marines, fuerzas especiales, mercenarios y espías, ninguno de los cuales está preparado para acciones de ayuda humanitaria.

El aeropuerto de la capital, Puerto Príncipe, se ha convertido en una base militar estadounidense, y los vuelos con ayuda humanitaria se desvían a la República Dominicana. La llegada de Hillary Clinton, supuso la congelación de todos los vuelos durante tres horas. Mientras los haitianos con graves heridas esperaban recibir asistencia médica, 800 estadounidenses residentes en Haití recibían alimentos y agua, para ser evacuados después. Han pasado seis días antes de que las fuerzas estadounidenses facilitaran botellas de agua mineral a las personas deshidratadas.

Un golpe auténticamente estadounidense

Los primeros reportajes de la televisión han desempeñado un papel trascendental al ofrecer las imágenes de un caos generalizado y criminal. Matt Frei, corresponsal de la BBC enviado desde Washington, parecía a punto de un ataque mientras informaba a gritos sobre la “violencia” y la necesidad de “seguridad”. A despecho de la dignidad mostrada por las víctimas del terremoto, y la evidencia de grupos de ciudadanos trabajando sin ayuda alguna para rescatar a gente atrapada, e incluso tras una declaración estadounidense en la que se aseguraba que la violencia en Haití era considerablemente menor que antes del terremoto, Frei afirmaba que “ el pillaje es la única ocupación” y que la “antigua dignidad de Haití se ha esfumado”.

De esta manera, la historia de la violencia y de la explotación estadounidenses en Haití se trasladaba a las víctimas. “No hay duda”, informaba Frei inmediatamente después de producirse la sangrienta invasión de Estados Unidos en Iraq el año 2003, “de que el deseo de llevar el bien, de llevar los valores estadounidenses al resto del mundo y, en particular ahora, a Oriente Próximo... está cada vez más ligada a su potencia militar”.

En cierto sentido, tenía razón. Nunca antes en supuestos periodos de paz las relaciones humanas han estado tan militarizadas por la codicia de los poderosos. Nunca con anterioridad, un presidente estadounidense había subordinado su Gobierno a los dirigentes militares de su desacreditado predecesor como ha hecho Barack Obama. Siguiendo la política belicista y de dominación de George W. Bush, Obama ha conseguido del Congreso un presupuesto militar sin precedentes, que supera los 700.000 millones de dólares. De hecho, se ha convertido en el portavoz de un golpe militar.

Para el pueblo de Haití, las implicaciones están claras, aunque resulten grotescas. Una vez controlado militarmente el país, Obama ha nombrado a Bush para las “tareas de ayuda”: una parodia que recuerda a The Comedians de Graham Green, que se desarrolla en el Haití de Papa Doc. Los esfuerzos humanitarios de Bush tras el huracán Katrina de 2005, supusieron una limpieza étnica para gran parte de la población negra de Nueva Orleáns. En 2004, ordenaba el secuestro del presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide, elegido democráticamente, y le mandaba al exilio en África. El popular Aristide había cometido la temeridad de hacer modestas reformas legislativas, como el salario mínimo para los obreros explotados en las fábricas del país.

La última vez que estuve en Haití, vi a chicas muy jóvenes frente a máquinas chirriantes y con zumbidos constantes de la fábrica Superior de materiales de béisbol en Puerto Príncipe. Muchas tenían los ojos hinchados y los brazos magullados. Conseguí una cámara y fui expulsado. Haití es donde Estados Unidos fabrica, por casi nada, los equipamientos para su sagrado juego nacional. Haití es el lugar donde las filiales de Walt Disney fabrican los pijamas de Mickey Mouse, a cambio de una miseria. Estados Unidos controla el azúcar de Haití, su bauxita y su sisal. El cultivo de arroz se ha sustituido por la importación de arroz estadounidense, lo que ha obligado a la gente a desplazarse a las ciudades en barrios de chabolas.

Año tras año, Haití ha sufrido las invasiones de los marines estadounidenses, infames por las atrocidades en las que están especializados, cometidas desde Filipinas a Afganistán. Bill Clinton es otro de los farsantes que ha conseguido que la ONU le nombre para representarla en Haití. Adulado en cierta ocasión por la BBC como “el tipo amable... que ha devuelto la democracia a un territorio triste y convulsionado”, Clinton es el más famosa pirata de Haití, quien exigió la desregulación para beneficiar a los dueños de las fábricas que explotaban a los obreros. Últimamente, ha estado promoviendo una subvención de 55 millones de dólares para convertir el norte de Haití en zona turística para los estadounidenses.

No es para los turistas el edificio de la embajada estadounidense: la quinta mayor de las suyas. En aguas de Haití se encontró petróleo hace décadas y Estados Unidos lo ha mantenido en la reserva hasta que en Oriente Próximo empiece a escasear. Y todavía más urgente resulta un Haití ocupado, estratégicamente importante para los planes de “reconquista” de Latinoamérica. El objetivo es el derrocamiento de las democracias populares de Venezuela, Bolivia y Ecuador, el control de las grandes reservas de petróleo de Venezuela, y el sabotaje de la creciente cooperación a la que se oponen desde hace mucho tiempo los regímenes aliados de Estados Unidos.

¿La próxima guerra de Obama?

El primer paso de esta “reconquista” se produjo el año pasado con el golpe contra el presidente de Honduras, José Manuel Zelaya, que se había atrevido también a proponer una salario mínimo y que los ricos pagaran impuestos. El apoyo encubierto de Obama al régimen ilegal de Honduras fue una clara advertencia a los vulnerables gobiernos de Centroamérica. El pasado octubre, el régimen colombiano, en gran medida financiado por Washington y apoyado en los escuadrones de la muerte, proporcionó siete bases militares a los estadounidenses para “luchar contra los gobiernos anti-estadounidenses de la región”.

La propaganda mediática ha preparado el terreno para lo que podría ser la nueva guerra de Obama. En diciembre, investigadores de la universidad de West England [de Bristol] publicaron sus primeros resultados de un estudio que ha durado diez años sobre las informaciones de la BBC en relación con Venezuela. De los 304 reportajes emitidos, sólo en tres se mencionan alguna de las históricas reformas del gobierno de Hugo Chávez, mientras la mayoría de ellos denigran sus extraordinarios logros democráticos, hasta el punto de compararle con Hitler.

Semejantes distorsiones y servilismos a las potencias occidentales abundan en los media anglo-estadounidenses. La gente que lucha por una vida mejor, o simplemente por la vida, desde Venezuela a Honduras y Haití, merece nuestro apoyo.

New Statesman, 28 de enero de 2010

 

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